CAPÍTULO XIV
LLA
BATALLA DE LOS CUEROS DE VINO
Todos estaban
mirando hacía un lugar entre montañas
poblada de maleza cuando Cardenio y el
cura que era persona fecunda en tretas y engaños, imaginó lo que harían para
conseguir lo que deseaban, se situaron en el llano a la salida de la Sierra, y
tan pronto como salieron de ella Don Quijote y sus camaradas, el cura que
estaba observando dio muestras que lo iba reconociendo.
Al cabo de un rato se fue hacia él con los brazos abiertos y diciendo a voces
– Para bien
sea hallado el espejo de la caballería, mi buen compatriota Don Quijote de la Mancha,
la flor y nata de la gentileza, el amparo y remedio de los menesterosos, la
quintaesencia de los caballeros andantes.
Diciendo
esto, tenía abrazado por la rodilla de la pierna izquierda a Don Quijote; el
cual, maravillado de lo que veía y oía decir y hacer aquel hombre, se le puso a
mirar con atención. Al fin lo conoció y quedó como espantado de verlo haciendo
gran esfuerzo para apearse; más el cura no lo consintió, por lo cual Don
Quijote decía:
Déjeme vuestra
merced, señor licenciado; que no es
razón que yo esté a caballo y tan reverenda persona como vuestra merced esté a
pie.
-Esto no
consentiré yo en ningún modo, dijo el cura, que esté vuestra grandeza a caballo,
pues estando a caballo, acaba las mayores hazañas y aventuras que en nuestra
edad se han visto; que a mí, aunque indigno sacerdote, me bastará con subir a
las ancas de una de las mulas de estos señores que con vuestra merced caminan.
Pues los tres a caballo, a saber Don Quijote, la princesa y el cura y los tres a pie, Cardenio, el barbero y Sancho Panza, Don Quijote dijo a la doncella vuestra grandeza, señora mía, guíe por donde más a gusto le diere.
Antes de que ella respondiese dijo el licenciado:¿Hacía qué reino quiere guiar vuestra señoría?. ¿Es por ventura hacía el Micomicón?.
-Ella que estaba al tanto de la treta, entendió que había de responder que sí, y dijo:
-Si señor, hacia ese reino es mi camino.
-Si así es dijo el cura, por la mitad de mi pueblo hemos de pasar, y de allí tomará vuestra merced la ruta de Cartagena, donde se podrá embarcar con la buena ventura; y si hay viento próspero y mar tranquilo y sin borrasca, en poco menos de nueve años podrá estar a vista de la gran laguna Meótides, que está poco más de cien jornadas más acá del reino de vuestra grandeza.
-Vuestra merced está engañado, señor mío, dijo ella, porque no ha a dos años que yo partí de él, nunca tuve buen tiempo y, con todo eso, he llegado a ver lo que tanto deseaba; al señor Don Quijote de la Mancha, cuyas nuevas llegaron a mis oídos apenas puse los pies en España.
-N o más; cesen mis alabanzas, dijo a esta sazón Don Quijote, pues soy enemigo de todo gçenero de adulación; y aunque çesta no lo sea, todavía ofenden mis castas orejas semejantes pláticas. Dejando esto para su tiempo, ruego al señor licenciado me diga que lo traído por estas partes tan solo y tan a la ligera.
-A eso yo responderé con brevedad, respondió el cura, porque sabrá vuestra merced, señor Don Quijote, que yo y maese Nicolás , nuestro amigo y barbero, íbamos a Sevilla a cobrar cierto dinero que un pariente mío que ha muchos años pasó a Indias me había enviado, y pasando ayer por estos lugares, nos salieron al encuentro cuatro salteadores y nos quitaron hasta las barbas. Y es pública fama por todos estos contornos que aquellos fueran los que nos saltearon son unos galeotes que libertó casi en ese mismo sitio un hombre tan valiente que a pesar del comisario y delos guardas, los soltó a todos. Sin duda alguna, él debía de estar fuera de juicio, pues quiso soltar al lobo entre las ovejas, defraudar a la justicia, ir contra su Rey y señor natural, y finalmente hacer un hecho por onde pierda su alma y no gane su cuerpo.
Habéis contado Sancho al cura y al barbero la aventura de los galeones, que acabó su amo con tanta gloria suya.Por esto cargaba la mano el cura refiriéndola, por ver lo que decía y oía Don Quijote, al cual se le mudaba el color a cada palabra y no osaba decir que él había sido el libertador de aquella gente.
Mientras esto pasaba, vieron venir por el camino a un hombre cabalgando sobre un jumento, y cuando llegó cerca les pareció que era gitano; pero Sancho Panza, que doquiera que veía asnos se le iban los ojos y el alma, apenas hubo visto al hombre, conoció que era Ginés de de Pasamonte y, a grandes voces, dijo:
-¡Ach, ladrón Ginesillo!. ¡Deja mi prenda, suelta mi vida, no te empache con mi descanso, deja mi asno, deja mi regalo!. Huye, ausentate, ladrón, y desampara lo que no es tuyo!.
No fueron menester tantas palabras ni baldones, porque a la primera soltó Ginés y, tomando un trote que parecía carrera, en un punto se ausentó y alejó de todos. Sancho llegó a su rucio y abrazándolo le dijo:
-¿Cómo has estado, bien mío, rucio de mi ojos, compañero?
Con esto, lo besaba y acariciaba, como si fuera persona. El asno callaba y se deja besar y acariciar de Sancho, sin responde palabra alguna. Llegaron todos y diéronle el parabién del hallazgo del rucio, especialmente Don Quijote, el cual le dijo que no por eso anulaba la póliza de los tres pollinos. Sancho se lo agradeció.
Llegaron al otro dia a la venta, espanto y asombro de Sancho Panza, y, aunque él quisiera no entrar en ella, no lo pudo evitar.
La ventera, el ventero, su hija y Maritornes, que vieron venir a Don Quijote y a Sancho, los salieron a recibir con muestras de mucha alegría, y él las recibió con grave continente y solemne tono. Díjoles que le aderezase otro mejor lecho que la vez pasada, a lo cual le respondió la ventera que, si le pagaba mejor que la otra vez, se lo daría de principies. Don Quijote dijo que lo haría, y así le adrezaron uno razonable en el mismo camaranchón de marras, en el que se acostó luego, porque venía muy quebrantado y falto de sueño.
Hizo, por su parte, el cura que les preparasen de comer de lo que en la venta hubiese, y el entero, con esperanza de mejor paga y mucha diligencia, les aderezó una razonable comida. A todo esto Don Quijote dormía, y fueron del parecer d no despertarlo, porque más provecho le haría por entonces el dormir que el comer. Trataron sobre la comida, de la extraña locura de Don Quijote y del modo que lo habían hallado.
La ventera les contó lo que con él y con el arriero les había acontecido y, mirando si acaso estaba allí Sancho, como no lo viese, contó todo lo de su manteamiento.
En estas pláticas estaban, cuando del camaranchón donde reposaba Don Quijote salió Sancha Panza todo alborotado, diciendo a voces:
-Acudid,señores, presto y socorred a mi señor, que anda envuelto en la reñida y trabada batalla que mis ojos han visito.
¡¡¡Ha dado tal cantidad de cuchilladas al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona. que le ha tajado la cabeza cercén a cercén , como si fuera un nabo!!!.
-¿Que decis hermano? dijo el cura -¿Estáis en vos seguro, Sancho, ¿cómo diablos puede ser eso que decís, estando el gigante a dos mil leguas de aquí?.
En eso oyeron un gran ruido en el aposento y que Don Quijote decía a voces:
-¡¡Tente ladrón, malandrín, follón, que aquí te tengo y no te ha de valer tu cimitarra!!
Parecía que daba grandes cuchilladas por las paredes, dijo Sancho.
-No tienen que pararse a escuchar, sino entren a ayudar a mi amo; aunque ya no era menester porque sin duda alguna, el gigante estaba muerto y dando cuenta a Dios de su pasada y mala vida; que yo ví correr la sangre a este buen hombre.
Y con esto, entró en el aposento, y todos tras él, y hallaron a Don Quijote en el más extraño traje del mundo. Estaba en largo camisón; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello, y nada limpias, tenía en la cabeza un bonetillo colorado y grasiento, que era del ventero, en el brazo izquierdo tenía envuelta la manta de la cama, a la que tenía ojeriza Sancho, y el sabía bien porqué en la mano derecha, desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas a todas partes, diciendo palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algún gigante.
Siendo que no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en la batalla con el gigante, que fue tan intensa la imaginación de la aventura que iba a concluir que le hizo soñar que ya había llegado el reino de Micomicón, y que estaba en la pelea con su ene
Había dado tantas cuchilladas en los cueros o pellejos del vino creyendo que los daba al gigante, que todo el aposento estaba lleno de vino. Lo cual visto por el entero, se enojó tanto, que arremetió contra Don Quijote y a puño cerrado le comenzó a dar tano golpes que, si Cardenio y el cura no lo quitaran, él acabara la guerra el gigante.
Con todo aquello, no despertó al pobre caballero hasta que el barbero trajo un gran caldero de agua fría del pozo y se lo echó por todo el cuerpo de golpe.
Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por el suelo y como no la hallaba dijo: Ya sé que todo lo de esta casa es encantamiento que la otra vez, en este mismo lugar donde ahora me hallo, me dieron muchos mojicones y porrazos, sin saber quien me los daba, y nunca pude ver a nadie, y ahora no aparece por aquí esta cabeza que vi cotar por mis mismísimos ojos, y la sangre corría del cuerpo como una fuente.
-¿Que sangre ni que fuentes dices, enemigo de Dios y de los Santos, dijo el ventero?, ¿No ves, ladrón, que la sangre y la fuente no son otra cosa que estos cueros que aquí están horadados y el vino tinto en que nada este aposento, que nadando vea yo en los infiernos el alma de quien lo ha horadado?.
El ventero se desesperaba de ver la flema del escudero y el maleficio del señor, y juraba que no había de ser como la vez pasada, que se fueron sin pagar; que ahora no le habían de valer los privilegios de su caballería para dejar de pagar lo uno y lo otro, aun lo que pudieran costar las botanas que se habían de echar a los rotos cueros.
Tenía el cura de las manos a Don Quijote, el cual, creyendo que ya había acabado la aventura y que se hallaba ante la princesa Micomicona, se hincó de rodillas delante de él diciendo:
-Bien puede vuestra grandeza , alta y famosa señora vivir segura, que no podrá ya hacer mal, esta mal nacida criatura; y yo quedo libre de l palabra que os dí, pues, con la ayuda del alto Dios y con el favor de aquella por quien vivo y respiro la he cumplido.
¿No lo dije yo?, dijo Sancho, si que no estaba yo borracho, mirad tiene puesto ya en sal mi amo al gigante.
¿Quien no había de reír con los disparates de los dos, amo y mozo. Todos reían, salvo el ventero, que se daba a Satanás; pero en fin, tanto hicieron el barbero, Cardenio, el cura, que, con no poco trabajo, dieron con Don Quijote en la cama, el cual se quedó dormido con muestras de grandísimo cansancio.
Dejaron dormir a Don Quijote y se salieron al portal de la venta a consolar a Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante, aunque má tuvieron que hacer en aplacar al ventero que estaba desesperado por la repentina muerte de sus cueros.
El cura lo sosegó todo, prometiendo satisfacerle su pérdida lo mejor que pudiese, así de los cueros como del vino. Dorotea consoló a Sancho Panza, el cual aseguró a la princesa que tuviese por ciento que él había visto la cabeza del gigante y que, por más señas tenía una barba que le llegaba hasta la cintura; que si no aparecía era porque todo cuanto en aquella pasada era vía de encantamiento, como él lo había probado otra vez que se había alojado en ella.
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