Apenas
quedaron solos Don Quijote y Sancho, comenzó a relinchar Rocinante y a suspirar
el rucio, lo cual por entrambos, caballeros y escuderos, fue tenido a buena
señal y por felicísimo agüero.
Don
Quijote dijo, Sancho amigo, la noche va
entrando con más oscuridad de la que habíamos menester para alcanzar a
ver con el día el Toboso, a donde tengo
determinado ir antes que en otra aventura me ponga.
Allí tomaré la bendición y buena licencia de la sin par Dulcinea, con las cuales pienso y tengo por cierto acabar y dar feliz cima a toda peligrosa aventura, porque ninguna cosa de esta vida hace más valientes a los caballeros andantes que verse favorecidos por sus damas.
Yo así lo creo respondió Sancho, pero tengo por dificultoso que vuestra merced pueda hablarle, ni verse con ella donde pueda recibir su bendición, si no se la echa desde las bardas del corral.
Con todo eso vamos allá, respondió Sancho, replicó Don Quijote, que como yo la vea, tanto me da que sea por bardas como por ventanas, resquicio o verjas de jardines, que por cualquier rato que del sol de su belleza llegue a mis ojos alumbrará mi entendimiento y fortalecerá mi corazón, de modo que quede único y sinigual en la discreción y en la valentía.
Pasaron aquella noche y el día siguiente sin acontecerles cosa que de contar fuese, de lo que no poco se dolió don Quijote. al anochecer del otro día. descubrieron la gran ciudad del Toboso, con cuya visita se le alegró el espíritu a Don Quijote y se le entristeció a Sancho, porque no sabía donde estaba la casa de Dulcinea, ni en su vida la había visto, como tampoco la había visto su señor.
Media noche era, poco más o menos, cuando Don Quijote y Sancho dejaron el monte y entraron en el Toboso, estaba el pueblo en un sosegado silencio, porque todos sus vecinos dormían y reposaban a pierna tendida, como suele decirse.
-No se oían en todo lugar sino ladridos de perros que atronaban los oídos de Don Quijote y turbaban el corazón de Sancho, de cuando en cuando rebuznaba un jumento, gruñían puercos, mayaban gatos, cuyas voces, de diferentes sonidos, se aumentaban con el silencio de la noche, todo esto lo tuvo el enamorado caballero como de mal agüero, pero con todo dijo a Sancho:
-Sancho hijo, guía al palacio de Dulcinea, quizá podrá ser que la hallemos despierta. - ¿A que palacio tengo que guiar, respondió Sancho, si yo ví a su grandeza en una casa muy pequeña.
Debía de estar retirada entonces - respondió Don Quijote, en algún pequeño apartamento de su alcázar, solazándose a solas con sus doncellas, como es uso y costumbre de las altas señoras y princesas.
Señor dijo Sancho, ya que vuestra merced quiere, a pesar mío que sea alcázar la casa de mi señora Dulcinea,. ¿es hora ésta por ventura de hallar la puerta abierta?. Hallemos primero el alcázar -replicó don Quijote, que entonces yo te diré, Sancho lo que será bien que hagamos, Y advierte que yo veo poco, o aquel bulto grande y sombra que desde aquí se descubren deben debe ser el palacio de Dulcinea.
-Pues guie vuestra merced, respondió Sancho.
Guió Don Quijote y, habiendo andado como doscientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y viendo una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar sino iglesia principal del pueblo y dijo: Con la iglesia hemos topado Sancho.
-Ya lo veo, respondió Sancho y quiera Dios que no demos con nuestra sepultura, que no es de buena señal andar por los cementerios a tales horas.
-Vieron que venía a pesar por donde estaban a uno con dos mulas que por el ruido que hacía el arado, que arrancaba por el suelo, juzgaron debía ser labrador que había madrugado antes del día par ir a su labranza y así fue la verdad.
-Llegó el labrador, a quien Don Quijote preguntó: -¿Sabreis decirme, buen amigo, donde están los palacios de la sin par princesa Doña Dulcinea del Toboso?. -Señor respondió el mozo, yo soy forastero y ha pocos día que estoy en este pueblo sirviendo a un labrador rico; en esa casa de enfrente viven el cura y el sacristán del lugar; entrambos cualquiera de ellos sabrá dar a vuestra merced razón de esa señora princesa, porque tiene la lista de todos los vecinos del Toboso, aunque para mi tengo que en todo él no vive princesa alguna, muchas señoras si, y cada una en su casa puede ser princesa.
-Pues entre esas dijo Don Quijote debe estar, amigo ésta casa por quién pregunto.
-Podría ser respondió el mozo y adiós que ya viene el alba.
Y dando a sus mulas, no atendió a más preguntas. Sancho que vio confuso y malhumorado a su señor dijo: Señor, ya se viene a mal andar el día y no será acertado dejar que nos halle el sol en la calle, mejor será que nos salgamos fuera de la ciudad y que vuestra merced se embosque en alguna floresta aquí cercana ; yo volveré de día y no dejaré en todo este lugar donde no busque la casa , alcázar o palacio de mi señora.
Sancho dijo Don Quijote, el consejo que ahora me has dado lo recibo de bonísima gana. Ven hijo, y vamos a buscar donde me embosque.
Rabiaba Sancho por sacar a su amo del pueblo, porque no averiguase la mentira de la respuesta que de Dulcinea le había llevado a Sierra Morena, y así dio prisa a la salida.
A dos millas del lugar hallaron una floresta, donde Don Quijote se emboscó en tanto que Sancho volvía a la ciudad a hablar a Dulcinea.
-Apenas había salido del bosque Sancho Panza, viendo que Don Quijote no aparecía, se apeó del jumento y, sentándose al pie de un árbol. comenzó a hablar consigo mismo y a decirse, sepamos ahora, Sancho hermano, a donde va vuestra merced, ¿va a buscar algún jumento que se le haya perdido?, no por cierto, pues ¿que va a buscar, voy a buscar, como quien no dice nada, a una princesa, y en ella al sol de la hermosura y todo el cielo junto.
Y ¿dónde pensáis hallar eso que decís Sancho? ¿donde?. En la gran ciudad del Toboso. Y bien, ¿de parte de quien la vais a buscar?, de parte del famoso caballero Don Quiote de la Mancha. todo eso está muy bien, ¿sabéis donde está su casa Sancho?. Mi amo dice que han de ser unos reales palacios o unos soberbios alcázares.
¿No os parece pues, que sería acertado y bien hecho que si los del Toboso saben que estáis vos aquí con intención de ir a sonsacarle sus princesas y a desosegar a sus damas, viniesen y os moliesen las cosillas a palos y no os dejasen un hueso sano?, si bien todas las cosas tienen remedio, sino es la muerte, mi amo es un loco de atar, y en su locura mucha veces toma unas cosas por otras y juzga lo blanco por negro, y lo negro por blanco, no será pues difícil creer que una labradora, la primea que me topare por estos lugares, es la señora Dulcinea.
Con estas conclusiones quedó Sancho sosegado y tuvo por bien acabado su negocio, deteniéndose allí hasta la tarde para dar lugar a que Don Quijote pensase que había invertido todo este tiempo en ir y volver del Toboso.
Le sucedió todo tan bien que cuando se levantó para subir al rucio, vio que del Toboso hacía donde él estaba venían tres labradoras sobe sus pollinos, así como las vio a paso largo volvió a buscar a su señor Don Quijote, y lo halló suspirando y diciendo mil amorosas lamentaciones.
-Cuando Don Quijote lo vio dijo:
¿Que hay, Sancho amigo?, ¿traes buenas nuevas?. - Tan buenas respondió Sancho que no tiene más que hacer vuestra merced sino picar a Rocinante y salir al raso a ver a la señora Dulcinea del Toboso, que con otras dos doncellas suyas viene a ver a vuestra merced. - ¡¡Santo Dios!!, ¿que es lo que dices, Sancho amigo?, dijo Don Quijote, mira no me engañes ni quieras con falsas alegrías alegrar mis verdaderas tristezas.
Respondió Sancho, ¿Que sacaría yo con engañar a vuestra merced y más estando tan cerca de descubrir mi verdad?, pique señor a Rocinante y venga, verá venir a la princesa, vuestra amada, vestida con la elegancia que a ella le pertenece.
Ya en esto salieron del bosque y descubrieron cerca a las tres aldeanas, en esto tendió don Quijote los ojos por todo el camino del Toboso y, como no vio sino a las tres labradoras preguntó a Sancho si la había dejado fuera de la ciudad.
-¿Como fuera de la ciudad?, respondió Sancho.
-Por ventura tiene vuestra merced los ojos en el colodrillo, que no ve que son éstas, las que aquí vienen, resplandecientes como el mismo sol al mediodía.
-Yo no veo, Sancho, dijo Don Quijote sino tres labradoras sobre tres borricos. -Calle señor, dijo Sancho, despabile esos ojos y venga a hacer reverencia a la señora de sus pensamientos, que ya llega.
Diciendo esto, se adelantó a recibir a la tres aldeanas y, apeándose del rucio, detuvo del cabestro al jumento de una de las tres aldeanas, y apeándose del rucio, detuvo al jumento de una de las tres labradoras, hincando ambas rodillas en el suelo.
A esta sazón, ya había puesto don Quijote de hinojos junto a Sancho y miraba con ojos desencajados y vista turbada a la que Sancho llamaba reina y señora; como no descubría en ella sino una moza aldeana, y no de muy buen rostro, estaba suspenso y admirado, sin osar despegar los labios.
La labradoras estaban asimismo atónitas, viendo aquellos dos hombres tan diferentes hincados de rodillas, que no dejaban pasar adelante a sus compañera, pero rompiendo el silencio la detenida, toda mohína, dijo, apártense del camino y déjennos pasar, que vamos de prisa.
Levántate, Sancho - dijo a este punto Don Quijote, que ya veo que la fortuna de mi mal no harta, tiene tomados los caminos todos por donde pueda venir algún contento a esta ánima mezquina que tengo en las carnes. Apartóse Sancho y la dejó ir, contentísimo de haber salido bien de su enredo. Apenas se vio libre la aldeana que había hecho la figura de Dulcinea, diose a correr al prado adelante. -Como el borrico sentía la punta del aguijón que lo acosaba más de lo ordinario comenzó a dar corcovos, de manera que dio con la señora Dulcinea en tierra, lo cual visto por Don Quijote, acudió a levantarla, y Sancho a componer y a cinchar la albarda.
-Queriendo Don Quijote levantar a su encantada señora en brazos sobre su jumento, la señora le quitó de aquel trabajo, porque, haciéndose algún tanto atrás y puestas las manos en las ancas del pollino, dio con su cuerpo sobre la albarda y quedó a horcajadas, como si fura hombre.
En viéndose a caballo Dulcinea, todas picaron tras ella sin volver la cabeza atrás por espacio de más de media legua. Las siguió Don quijote con la vista y cuando vio que se perdían a los lejos, volviéndose a Sancho le dijo:
Sancho ¿que te parece cuán mal visto soy por los encantadores?. Y mira hasta donde se extiende su malicia y la ojeriza que me tienen, pues me han querido privar del contentó que pudiera darme ver en su ser a mi señora.
Oh, canalla, gritó a esta sazón Sancho, ¡Oh, encantadores aciagos y mal intencionados, quién os viera a todos ensartados por las agallas, como sardinas en lercha!.
Finalmente, volvieron a subir en sus bestias y siguieron el camino de Zaragoza, adonde pensaban llegar a tiempo que pudiesen hallarse en unas solemnes fiestas que en aquella insigne ciudad cada año ha de hacerse.
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