Montpellier,
2 de febrero de 1.208. Nace el esperado heredero de la corona de Aragón Jaime, tras cuatro años de matrimonio de Pedro II y María de Montpellier, matrimonio este
que se llevaba muy mal propiciando que sucediera con frecuencia las aventuras
extramaritales del rey, ya que en realidad fueron constantes, así lo relata la
Crónica de Jaime I de Aragón.
A raíz de
una larga estancia de Pedro II en Montpellier, Guillem de Alcalá propicia una
reconciliación de los monarcas, fruto de la cual es Jaime. La imaginación
popular se apodera y comenta el hecho de que hiciese un hijo de tan corta
reconciliación y surge una leyenda que recogen Bernat Desclot y Ramón Muntaner
en sus crónicas.
Según la
leyenda, los magnates de Montpellier convencen a la reina María para que ocupe
el puesto de la amada del rey en el
lecho. Como relata Muntaner, entró la reina; los demás se quedaron fuera
arrodillados y en oración toda la noche.
El rey creía
tener a su lado la dama de quien era servidor, las iglesias de Montpellier
estaban abiertas y todo el pueblo se había reunido en ellas orando según lo convenido.
Al amanecer los notables religiosos y todas las damas, cada una con su antorcha
en la mano entraron en la real cámara. El rey saltó de la cama asustado y echó
mano a la espada, entonces se arrodillaron todos y enternecidos exclamaron. “Por
Dios, señor mirad con quien estáis acostado”. Reconoció al rey a la reina y le
explicaron el plan y objeto de aquel suceso. Y así exclamó el rey, Quiera el
cielo cumplir vuestros votos. Aquel mismo día partió de Montpellier.
Una vez
nacido el niño, la reina ordenó hacer doce velas del mismo tamaño y peso,
adjudicando a cada una el nombre de un apóstol .Tras prometer que dará al niño
el nombre de la vela que dure más, manda encender las velas al mismo tiempo. La
vela que dura más fue la dedicada a San Jaime.
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