lunes, 16 de septiembre de 2024

CRITERIOS SOBRE LA ESCULTURA DE LA MUJER EN EL PERIODO DEL ANTIGUO ROMÁNICO

 

                     LAS REPRESENTACIONES DE LA MUJER IMPÚDICA EN LA                     ESCULTURA ROMÁNICA CRITERIOS MEDIEVALES

                 


Los pacientes estudios de J. Zarza y Ch. Frugoni sobre la representación de la mujer en el arte románico suponen una importante contribución para el mejor conocimiento del papel desempeñado por el sexo femenino en la icnografía de ese periodo.

Ambos investigadores coinciden en señalar el concepto negativo de que es objeto por ser la principal instigadora hacia el pecado, el instrumento preferido por el diablo para tentar al hombre. En este contexto cobra especial importancia la mujer lujuriosa, encarnada, según los mencionados autores, en la danzarina y la juglaresa por el estrecho vínculo existente entre la música y la lascivia, de acuerdo con los anatemas de los moralistas eclesiásticos, sin olvidar su castigo en el infierno: la mujer torturada por demonios con sus senos y genitales devorados por animales repulsivos, serpientes y sapos.

Solamente Yarza menciona la existencia de una iconografía  en la mera, inmediata y con frecuencia desenfadada sensualidad de algunas imágenes, sobre todo en los canecillos desvergonzadas de muchas iglesias (Frómista, Cervatos, San Pedro de Tejada, etc. Precisamente lo más llamativo de la iconografía femenina durante periodo  es la extraordinaria proliferación de imágenes procaces de la mujer, concretamente de exhibiciones impúdicas de sus genitales, masturbaciones, coitos, embarazos y alumbramientos

En el presente trabajo analizaremos tan sólo aquellas figuraciones donde la actitud de la mujer está encaminada a encender la pasión masculina, dejando el tratamiento de los demás motivos aludidos para posteriores estudios

          DOCTRINA DE LA IGLESIA SOBRE LA Sexualidad Y LA MUJER.

Antes de abordar el  tema  enunciado, conviene considerar cual fue la doctrina de Iglesia, grado por excelencia como es la iglesia románica. El cristianismo posee un concepto negativo de todo lo relacionado con el sexo, consecuencia de una larga tradición en el pensamiento católico según la cual los placeres derivados de la carne rebajan al hombre a la categoría de las bestias, hacen de su espíritu un prisionero de cuerpo impidiendo su elevación hacía Dios.

Ya en las Sagradas Escrituras se elaboró una concepción pesimista de la naturaleza del hombre: el inicio de la historia del género humano había sido marcado por la culpa del pecado original, y todas las malas acciones aparecen siempre como fruto de la concupiscencia de la carne, herencia de ese pecado original, que no puede borrarse siquiera con el bautismo. Así en la especulación de los Santos Padre de la Iglesia, el pecado se concreta y se compendia en las culpas de la lujuria.


En esta guerra sin cuartel contra lo sexual, la mujer lleva peor parte como principal incitadora al pecado. Baste recordar como testimonio las palabras de Tertuliano: Vosotros sois la puerta del diablo, destruís la imagen de Dios, que es el hombre. San Antonio todavía es aún más contundente.

Cuando tengáis delante una mujer, creed que tenéis ante vosotros, no un ser humano, no una bestia feroz, sino el diablo en persona. Su voz es el silbido de la serpiente. En general las autoridades eclesiásticas coinciden en señalar su fuerte poder seductor. Para Bernardo de Cluny, la mujer es toda cerne….. Una bella putrefacción y un delicioso veneno. Se insiste además constantemente en lo efímero de la belleza femenina que propicia con su sensualidad los castigos del infierno.



Por su belleza visible, la mujer inflama los deseos de la carne, por la caricia de su armoniosa palabra, corrompe el espíritu. Pero pasa todo lo demás. En el infierno, el perfume se mudará en pestilencia, el cinturón se tornará en cadena, la abundante cabellera cederá paso a la calvicie, un silicio reemplazará al corsé. Allí será el reinado del eterno gusano, del fuego, de la podredumbre, el tormento sin fin.

               LA MISOGINIA DE LA REPRESENTACIÓN FEMENINA

Debe considerar ahora si tal misoginia tuvo repercusión en las artes plásticas de la época estudiada. La respuesta ha de ser necesariamente afirmativa, pues en este periodo la producción artística está prácticamente monopolizada por el estamento religioso, especialmente por los monjes organizados en monasterios y abadías, debido a su enorme importancia en el mundo medieval. Como señala Vale, para el fraile la mujer es casi  tan temible como el demonio. Es su instrumento y él se sirve de ella para perder a los santos.



En un capitel de Vecelay, Lucifer presenta una bella mujer a San Benito, y en Saint Benoit-sur Loire, el santo se arroja desnudo a unas ortigas para vencer la tentación. En la literatura eclesiástica, la perversidad femenina puede desviar al clérigo del recto caminar de su vida de buenas costumbres. En ocasiones se adoptaron medidas extremas, propias de mentes desequilibradas por la perfidia de la mujer para velar por la pureza de los religiosos. Una  disposición conciliar prohíbe a los sacerdotes visitar a sus madres y hermanas. El monje Bernardo de Besse advierte a los clérigos sobre el peligro de tocar las manos a sus  hermanas pequeñas.

La regla cisterciense estipula, en caso de que un miembro del sexo temido penetrase en la iglesia conventual, suspender inmediatamente los servicios, deponer al abad  racionar la alimentación de los monjes a pan y agua. La mujer es un obstáculo para la santidad,  su desnudez encubre al mismo Satán. Por este motivo el religioso es su peor enemigo, quien lo utiliza como chivo expiatorio de sus propias faltas, descargando los pecados obre ella y desazones personales.

En consecuencia, si resulta evidente el desequilibrio entre sexos, es lógico que el clero estimule las representaciones negativas de la mujer. El carácter maléfico de la mujer, fuente indiscutible de pecado para la mentalidad de la época y sede de la concupiscencia y del diablo, parece perfilado desde el momento mismo de su génesis.

No es creada por Dios a su imagen y semejanza, sino a partir de una costilla de Adán, por tanto, es un ser imperfecto, más alejado del Todopoderoso, menos espiritual  y en consecuencia, si resulta evidente el desequilibrio entre sexos, es lógico que el clero estimule las representaciones negativas de la mujer.



El carácter maléfico de la mujer, fuente indiscutible de pecado para la mentalidad de la época y sede de la concupiscencia y del diablo, parece perfilado desde el momento mismo de su génesis. No es creada por Dios a su imagen y semejanza, sino a partir de una costilla de Adán, por tanto, es un ser más imperfecto, más alejado del Todopoderoso, menos espiritual y en consecuencia, presa más fácil de las asechanzas del demonio. El concepto del pecado original como pecado sexual  durante este periodo viene a confirmar el carácter eminentemente lujurioso de la naturaleza femenina, creencia presente a lo largo de toda la Edad Media.

Tales ideas encuentran su plasmación plástica en numerosas representaciones escultóricas. La señal de que la gracia les ha abandonado se manifiesta en el sentimiento de vergüenza ante su propi desnudez y el esfuerzo por cubrir sus genitales, evidente alusión al contenido sexual del pecado original, carácter claramente expresado en las colegiatas cántabras de Cervatos y Santillana del Mar, donde la cola del reptil emerge de la vagina, de Eva para enroscarse en el árbol.

El cuerpo femenino queda así convertido en el habitáculo preferido del demonio y su vagina, en la misma puerta del infierno. En definitiva las bodas son consecuencia directas del pecado. Eva en el Paraíso fue virgen.

Es tras la expulsión cuando se inician la boda según San Jerónimo, y a su juicio de los teólogos, la distinción sexual entre macho y hembra.

Si el  hombre no hubiese pecado en el Edén la humanidad se habría propagado a través de una descendencia angélica y asexuada. Sin duda ello puede explicar por qué en la puerta meridional de San Quirce (Burgos), junto a la expulsión del paraíso, se cincela en un modillón el acoplamiento de una pareja.

La idea ya fue intuida por L.M. Lojendio cuando señaló que bien podría tratarse de una representación del pecado original, que tantas veces se ha interpretado o identificado con el pecado de la carne.

La asociación de esta temática vuelve a repetirse en otro importante monasterio burgalés en los modillones de San Pedro de Tejada, aunque aquí la escena del coito ha llegado a nosotros mutilada. A su lado encontramos el castigo al uso desmedido de los órganos genitales, simbolizando por la imagen de la mujer con las serpientes, tradicional representación de la lujuria que tanto obsesionó a los eclesiásticos del momento.

Al ser mujer la causa y el instrumento principal por el que se consuma el pecado original  y, en consecuencia, la concupiscencia de la carne, el cristiano no debe detenerse a mirar las desnudeces femeninas. Al parecer incluso en el lecho los esposos nunca debían desvestirse por completo.



Durante el sueño, la mujer debía llevar como mínimo camisa y el hombre bragas. Sin duda no era corriente desnudarse totalmente para el amor, pues al cristiano no le estaba permitido recrearse en la desnudez de su propia esposa y mucho menos bañarse con ella. Nadie en época, salvo maniacos sexuales pensaba en la exhibición d su cuerpo.

Visto lo anterior, no ha de resultar extraña la obsesión del clero, durante el periodo románico, por la lujuria. El segundo pecado más recriminado es la avaricia, y si el avaricioso por excelencia es el hombre, la mujer encarna el vicio de la lubricidad. En efecto, como señala Inés Ruiz Montojo, el tema de los pecados de la carne, es la más edificante y aleccionadora para una sociedad campesina, primaria e iletrada, que cualquiera puede comprender y cometer fácilmente.

Es el pecado más extendido, el más lógico dentro de un ambiente sin otras necesidades y recursos que los derivados de la misma vida natural del hombre de su sexualidad,

Hay una actividad profesional, única practicada por las mujeres aparte de la doméstica de hilar (trabajo mecánico, pasivo y solitario, encerrado en los límites de su familia y del hogar), duramente fustigada por los censores de la época ante su carácter lascivo e incitador al pecado, la de los juglares por la exhibición impúdica que hacen de su  cuerpos desnudos.

La música según los moralistas eclesiásticos, está asociada a todo tipo de licencias, sobre todo a la liviandad. Especial condena recibe la juglaresa, saltimbanqui y danzarina. En primer lugar, por ejercer una actividad profesional fuera del marco  estricto de la mansión familiar donde deben ser custodiadas, son objeto de escándalo por lo que los moralistas eclesiásticos consideran como continuas trasgresiones a los valores propiamente femeninos de pureza, discreción, subordinación y aislamiento.

                                                    LOS JUGLARES


En efecto, como señala N. Villardell, la mujer posee un espacio físico donde estar, el hogar, de tal forma de todas las que salen de él ámbito público pueden caer fácilmente en actos delictivos. Al traspasar el umbral de la casa renuncian a su condición de cristianas honestas para convertirse en mujeres públicas.

Ello explicaría la obsesiva insistencia de los intelectuales eclesiásticos sobre la necesidad de su reclusión. Así pues la facilidad de que disfrutan las juglaresas para mantener relaciones, en muchas ocasiones deshonestas, con gentes muy diversas, las convierte en objeto de condena, pero también en atractivo permanente de los mismos que la censuran, y así la normativa eclesiástica repite incesantemente a los clérigos que no deben frecuentar su compañía, ni invitarlas a comer a sus casas, signo evidente de una costumbre muy arraigada.

Su actividad profesional, la danza, ejecutada siempre por mujeres, no podía ser ignorada por la censura religiosa ante la exhibición lujuriosa del cuerpo que supone, similar a la de las meretrices. El paradigma de la bailarina prostituida y seductora estaba en el Nuevo Testamento. Salomé, san Juan Crisóstomo toma su danza como ejemplo para condenarlas a todas. La hija de Herodes actuó con la intención tan lasciva que dejaba a tras a todas las rameras.



En un capitel de Santiago Agüero, la danza se echa hacía a tras  exhibiendo y doblando acrobáticamente  su cuerpo y dejando libre la cabellera arrastrada por el suelo. Es una muestra de lascivia por la postura adoptada, más aun cuando el cabello femenino siempre investido de gran poder erótico, en el periodo medieval debía recogerse en unja trenza si estaba casada.

Sólo las prostitutas llevaban el pelo suelto en público. En este sentido a las sirenas pez, animales mitológicos femeninos alusivos a la lujuria, se les representa con sus largas cabelleras desplegadas, en ocasiones peinándose, tal y como puede apreciarse en un capitel de San Claudio de los Olivares (Zamora).



Otras veces como en un canecillo de Rebolledo de la Torre (Burgos), la danzarina  acrobática luce un cabello flamígero cubriendo la parte superior del modillón, con un carácter claramente negativo, pues los cabellos arremolinados en forma de llamas son propios de diablos y personajes maléficos, y simbolizan los vicios.

Se asocia así la música profana a la lascivia por adoptar la bailarina posturas provocativas. Sus cabello, idénticos a la de los demonios, son un testimonio más de tal vinculación. Además, hablando en términos generales, en la mayoría de las culturas se relaciona el pelo largo con una fuerte sexualidad, el orto con moderación y la tonsura con celibato.

La iglesia también recrimina las acrobacias juglarescas. Censura, al igual que a las danzarinas, el espectáculo indecoroso y obsceno que suponen del cuerpo, ofrecido a la contemplación y convertido en un instrumento de lujuria.

Para J.M. Azcarate, al estudiar el Jardín de las Delicias del Bosco, tales posturas revelan la absurdidad de este mundo rígido por el placer y el deseo de la concupiscencia, ya que por la inestabilidad, por la aparente contradicción respecto a las leyes del equilibrio natural, representan siempre la inversión del orden natural en la naturaleza humana.

Tal interpretación está de acuerdo con la imagen de Platón  a propósito del hombre estúpido, con la cabeza, o con lo que es igual, la inteligencia en lugar de los pies o por debajo del sexo. Evidencia, en definitivo, la superioridad de la carne sobre el espíritu. El arte románico ofrece una visión plástica de las pecaminosas licencias juglarescas. Así en la iglesia segoviana de Pecharromán, un juglar desnudo con gesto burlesco, alusivo a su decadencia moral, ayuda a su compañera también desnuda a voltear su cuerpo, mientras una serpiente se enrosca en sus pies.

En San Cipriano de Bomir (Cantabria), el escultor no sólo representa a la acróbata desvestida, sino que también marca su orificio anal.

En San Isidoro de León, los impúdicos acróbatas realizan sus piruetas al compás del violero, coronados por una mujer desnuda en cuclillas con fisonomía grotesca. Finalmente, en Revilla de Santullán,  una acróbata en cueros e invertida, con la cabeza en lugar de los pies, realiza sus ejercicios entre un arpista y un músico con instrumento de viento.

Al hablar de las costumbres matrimoniales ya señalamos cómo en aquel tiempo, sólo los maniacos sexuales mostraban la desnudez completa de su cuerpo. Tales exhibiciones proliferan con extraordinaria riqueza en la escultura románica. Los ejemplos bíblicos sobre la infamia de la desnudez son muy numerosos. San Lucas subraya  que el endemoniado de Gerasa vivía desnudo y que después de su liberación estaba vestido. El evangelista en los hechos de los apóstoles relata como los exorcistas judíos que pretendían añadir a  su rito el nombre de Jesús, fueron golpeados por el demonio y tuvieron que huir desnudos y cubiertos de heridas. La desnudez es para San Lucas, demoniaca.

Por parte del Apocalipsis con claro sentido  escatológico, eloa que esté en vela y conserve sus vestidos para no andar desnudo y que se vean sus vergüenzas.

                                    LAS EXHIBICIONISTAS


La mujer deshonesta, fuente de pecado y tentación por excelencia, ocupa un papel fundamental entre los exhibicionistas. Su primera actitud provocativa es levantarse la falda para mostrar la vagina, tentando a su compañero  quien procede de manera inmediata, como muestra la erección de su miembro viril
en Pecharroman y Sequera del Fresno (Segovia).

La mujer provoca y el hombre reacciona arrastrado por  los ardores del deseo. En ocasiones a solas exhibe los genitales, a veces cincelados con un realismo inconcebible desde la óptica actual.

Lo podemos apreciar en un modillón de Quintanilla Pedro Abarca, cuya figuración realizada por un artista muy rural muestra evidentes simplificaciones y deformaciones anatómicas.

También es digno de mención un canecillo situado en la Torre de San Pedro de Tejada, donde se ha cincelado a una mujer desnuda con la vulva hinchada colocando sus manos sobre los pechos.

El carácter maléfico de tales representaciones es evidente, en un capitel de San Isidoro de León. Las mujeres con cara hinchada y grandes melenas desplegadas, símbolos de vicio y lujuria ven rodeados sus cuerpos por inmundos reptiles.

El ballestero situado entre ellas tensando su arma tiene un significado negativo, pues esta acción es interpretada por Beigbeder como símbolo de la erección genital.

En Pañizares Burgos una mujer desnuda dotada de cuernos encarnación demoniaca, incita al pecado a un hombre que intenta resistir la tentación, tapándose los oídos con las manos y frunciendo el gesto.

De todas las posturas impúdicas de las exhibicionistas románicas tal vez las más atrevidas son las representadas en Cantabria, aunque también existen ejemplos en otras provincias  (Jaramillo de la Fuente, Burgos, o San Esteban de Corullón,  León.


Lo podemos apreciar en los canecillos de San Cipriano de Bolmir: una mujer en postura descaradamente lasciva, sostiene las piernas en alto y muestra la vagina a su compañero, dotado de un de un desmesurado falo amputado, realizando un obsceno corte de mangas.

Una variante de esta actitud, más provocativa  aún por su realismo, es la de un canecillo de San Pedro de Tejada, donde la mujer sujeta sus piernas no por el muslo, sino por las pantorrillas, mostrando sus atributos sexuales con extraordinaria crudeza parta despertar la lascivia del hombre.

Mas indecente es aún el canecillo  cincelado en la iglesia navarra de Lerga, donde la mujer casada se lleva las manos a la vagina para abrirla. Es una clara provocación a su compañero.

Tal comportamiento no es muy común en la Península Ibérica, sobre todo si se compara con la proliferación de que goza tal imagen en las Islas Británicas. Alguna llega incluso a manipular sus genitales.

Llama la atención en muchas de estas exhibiciones femeninas la ausencia de representativa de los pechos. La razón es sencilla; los senos en la Edad Media carecían del poder erótico de nuestros días. Analizando las fuentes eclesiásticas y los tratados médicos medievales nada hay que permita vislumbrar el pecho femenino como portador de una sensibilidad erótica señalada, se ahí que los senos se representen en embarazas y parturientas.

El flujo menstrual, destinado a la alimentación del feto durante el embarazo, se transformará en leche para el lactante.

Según Galeno cuyas ideas serán retomadas en la Edad Media, la sangre menstrual  se evacua cada mes a la matriz a través de las venas  aferentes conductos que durante el embarazo están al servicio de la nutrición  del feto.

Una vez que el niño ha venido al mundo, la sangre menstrual refluye a las mamas. La idea es  recogida por San Isidoro en sus Etimologías: La sangre utilizada para la nutrición del útero va a las mamas y adquiere calidad de leche (Libro XI,1.

E igual forma que la sangre se convierte después de un proceso de depuración en semen, la leche materna se elabora a partir de la sangre mensual.

Tan poco son infrecuentes las representaciones del órgano sexual femenino aislado, como apreciamos en las vulvas cinceladas en los canecillos de San Cebrián de Muda (Palencia)

                                           LA PROSTITUTA   


La mujer lujuriosa por excelencia es la meretriz. Durante la Alta Edad Media las penas contra quien practicaba o favorecía la prostitución fueron severísimas. Para quien confesaba una culpa de este tipo estaba prevista una penitencia de seis años.

Para quien confesaba una culpa de este tipo estaba prevista una penitencia de seis años.

A las mujeres sorprendidas en el ejercicio de la mancebía se les prendía y se las llevaba al mercado a  a la plaza pública, donde eran desnudadas y azotadas.

El pueblo acudía en masa a gozar del espectáculo  de aquellos cuerpos desgarrados por los azotes.

En otras ocasiones se aplicaba hielo sobre los genitales pecadores.

Finalmente se consiguió imponer penas sin desnudar a las desdichadas.

Debemos a Inés Ruiz Montejo, la localización y estudio de la representación de un prostíbulo en el arte románico, concretamente en la iglesia segoviana de Ventosilla. Como señala la mencionada autora, resulta extraordinario y difícil de captar en un primer momento que en un capitel del presbiterio se represente un lupanar. Sorprende aún más que este escultor popular cincele un tema ejemplar y típico de la instrucción moral del Medievo, el pecado de la carne, mediante una escena tan áspera, tan real y tan próxima a su entorno como la prostitución.

La figuración del prostíbulo se ordena plásticamente en tres cuadros o momentos distintos, condiciones requeridas para pecar.

La tentación del demonio, cincelado en forma de serpiente con cabeza humana, que empuja al hombre hacía el pecado.

El deseo carnal consentido, el hombre presenta fisonomía lujuriosa aludida a la erección del miembro, apreciable bajo sus vestiduras.

La consumación del acto,  en la escena del cuadro central, el más realista y crudo, cuando el hombre desnudo coge a la meretriz del brazo con su mano izquierda mientras con la derecha sostiene el falo para dirigirlo a la vagina y proceder a la penetración. A su lado otro personaje espera su turno.

Los moralistas eclesiásticos no podían dejar de  hostigar a las mujeres públicas, insistiendo en su apariencia atractiva y seductora pero fugaz y en su merecido castigo en el infierno.

Las cortesana dicen es como la miel.

En el  sabor de la miel hay dos cosas,  la miel misma y la cera; aquella sacia el gusto, esta alimenta el fuego.

Igualmente en el aspecto de la cortesana hay dos atractivos: la belleza del rostro y lo agradable de su palabra.

Por su belleza visible la mujer inflama los deseos de la carne, por la caricia de su armoniosa palabra, corrompe el espíritu, pero pasa con todo lo demás.

La que peinaba su caballera con peines de oro, y se pintaba la frente  y el semblante, la que adornaba sus dedos con sortija, helo aquí  presa de gusanos pastos de culebras.

La culebra se enrosca en torno a su cuello y la víbora despachurra sus senos. Cuanto más bella y delicada era su carne, tanto más pronto se corrompe y convierte en podredumbre.

A pesar de este concepto tan peyorativo de la naturaleza femenina, fue posible la rehabilitación de la mujer deshonesta arrepentida en el arte románico.

Para ello se eligió y se representó con cierta frecuencia el tema de No limé tangere, primera aparición de Cristo después de su muerte, precisamente a María Magdalena, una prostituta.

Tal elección radica en el deseo de poner de manifiesto cómo el perdón de los pecados, es un don extraordinario de Dios y la importancia de la penitencia para conseguirlo, encarnada en uno de los miembros más negativos de la sociedad, María Magdalena, como pecadora arrepentida de la misma extracción popular  que la masa de los fieles, fue verdadero modelo de constricción para el hombre medieval.

                         DISTINTOS ENFOQUES SOBRE LA MUJER

Resulta evidente en muchas representaciones la visión negativa de la mujer como principal instigadora de licenciosos comportamientos, en consonancia con la ideología eclesiástica, pero no debe olvidarse la distinta valoración ambivalente, positiva y negativa a un tiempo, elaborada por la cultura popular (como señaló Bajin y Ruiz Montejo que puso en relación con aquellas figuraciones románicas donde se palpa la recreación en el vicio).

 En la tradición popular la mujer  pecadora levanta sus faldas para mostrar sus genitales, el lugar que nos conduce al infierno, a la tumba. Es el cuerpo que muere, pero también es por la vagina donde todo nace, el seno materno que da vida, lo que permite el renacimiento y la resurrección. Se aprecia, pues, la existencia de dos visiones distintas de la mujer: la ascética, hostil y condenatoria de la Iglesia, y la popular, profundamente vitalista, que la considera fuente de placer y de vida.

Sin embargo, en su representación en el templo románico, se impone la primera porque la Iglesia ordena y rige los principios morales y obliga a aceptar una concepción y una imagen de la mujer como fuente de pecado y tentación. Pierde su valor positivo y se vuelve simplemente negativa. Aun así, señala la mencionada autora, es probable que los temas obscenos mantengan el valor ambivalente característico de la cultura cómica popular. Mediante su sentido negativo, estos artistas, enraizados en el pueblo, conectan con las intenciones moralizantes de la Iglesia, gracias al positivo cincelan una reafirmación de la vida misma.

Por su parte, Wir y Jerman sostienen que tales representaciones no pueden considerarse eróticas, pues en ningún momento despiertan el deseo amoroso o el sentimiento de excitación sexual, ya que la característica distintiva de la mayoría es su fealdad. No intentan inflamar la pasión, sino destruirla.

Por este motivo, la mujer es tan horrible como el pecado. Todo es demasiado ofensivo, carece de gracia, resulta incluso cómico. Su sentido es extremamente moralista. Su obscenidad no debe juzgase pornográfica, ni sacrílega, ni irreverente. Su fealdad, su cómica exageración y sus posturas imposibles no son triviales, anecdóticas.. Expresión del virtuosismo y el humor del cantero, sino más bien producto de un trabajo creativo de alta seriedad, con una finalidad moralizadora.

La dificultad interpretativa es consecuencia de los condicionamientos de una educación moral ajena a la Edad Media que nos impide valorarlas en su justa medida.

Apuntan una razón de peso evidente para afirmar su significado catequético: ningún cantero se hubiese atrevido a esculpir estas escenas indecentes, muchas de ella si su trabajo no hubiese en la puerta del edificio cristiano y otras en el interior mismo, si su trabajo no hubiese gozado de la aprobación y la dirección de los personajes eclesiásticos.

Tal es el caso del capitel situado en el presbiterio de la iglesia cántabra de Villanueva de la Nía, donde una mujer casada, con barboquejo, levanta sus piernas en actitud acrobática, las sostiene y se separa con sus manos para exhibir sus genitales.



Los escultores románicos guiados por los censores eclesiásticos asocian en las representaciones procaces la exhibición genital con el anal  recurso muy utilizado para condenar la sexualidad tal y como puede apreciarse en un cancillo  de San Adrián (Navarra), donde la impúdica pecadora muestra además  se su vagina el orificio anal. Para S. Moralejo, en tal asociación reside el procedimiento más efectivo al que recurrieron los moralistas medievales, así como los satíricos de todos los tiempos y culturas para degradar la sexualidad, al mostrarla en su miseria fisiológica – inter feces et urinam, parafraseando a San Agustín – en íntima conexión con la escatología.

No es el único método utilizado para condenar la sexualidad, En ocasiones junto a mujeres impúdicas se cincelan monos itifalicos

(San Cipriano de Bolmir, Santander), animales cuya naturaleza y comportamiento están asociados a la libidinosidad. Tal vez se trate incluso de hombres convertidos en simios, quienes arrastrar por sus propias pasiones carnales, estimulados por la obscenidad de la mujer, se transforman en bestias demoniacas.

                                            CONCLUSION  



La iglesia medieval, con la palabra, mediante la predicación y la imposición de penitencias, condena la tentación femenina, que por su fuerte poder seductor conduce a los infiernos. Odón de Cluni proclamaba la superioridad de la belleza corporal humana, cuya envoltura cubría su repugnante interior. La belleza del cuerpo está sólo en la piel. Pues si los hombres viesen lo que hay debajo de la piel, así como se dice que el lince de Beocia puede ver el interior, sentirían asco a lo vista de las mujeres.



Su lindeza consiste en mucosidad y sangre, en humedad y bilis. El que considera todo lo que está oculto en las  fosas nasales y en la garganta y en el vientre, encuentra por todas las partes inmundicias. Y si no podemos tocar con las puntas de los dedos una mucosidad o un excremento, ¿cómo podemos sentir el deseo de abrazar el odre mismo de los excrementos.

El arte románico, dirigido y controlado  por el estamento eclesiástico, sobre todo en los grandes centros religiosos, se encarga de reforzar esa corriente ideológica.

La Iglesia lucha, los predicadores y sacerdotes claman, amonestan y enfatizan en las penas del infierno, el arte ilustra la doctrina. Muchas veces en vano. El pueblo olvida los sermones eclesiásticos y se entrega a los dictados de la Naturaleza.

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NOTAS

(1)         J. Yarza De casadas, estad sujetas a vuestros maridos como conviene en el señor.

(2)        O. Giordano Religiosidad popular  en la alta Edad Media.

(3)        E, de Bruyne Estudios de estética medieval. Madrid 1958

(4)        E, Male el Arte Religioso du XII en Francia. Paris 1966.

(5)        O Giordano ob. Cit p.192

(6)         L.M. Lajendio y A. Rodríguez. Castilla IV. 1 de la serie España romántica, Madrid 1978.

(7)         G, Duby y Ph. Arte s, Historia de la vida privada. Europa Feudal al Renacimiento. Madrid 1988 p. 519.

(8)        N. Villardell Crisol. Marginación Femenina. Pícaras, delincuentes, prostitutas y brujas.

(9)        El extraño mundo del Bosco. Trama nº 5

(10)     D. Jacquart y CL  Thomasset, Sensualidad y saber medico en la Edad Media.

(11)      J. Ruiz Montejo  <<La temática obscena en la iconografía del romántico rural, prostitutas y brujas. HISTORIA 16

(12)     A  Weir y J Jerman af Lus Sexual. Carving

(13)     S, Moralejo <<Marolfo>>, el Espinario. Un testimonio iconográfico gallego. Estudios clásicos.

(14)     Odón de Cluny, Collationum Libro III  

 

                 Francisco Javier Pérez Carrasco

                          Historiador

Trabajo realizado para su inserción en el Blog de Recortes y Rebuscos por Aurelio Martínez Navarro, finalizando el lunes día 16 de septiembre                                            de 2024.     

 

                                                     


 

     

       

 

 

 

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