martes, 31 de marzo de 2020

CUENTO Nº XIII MARTES DIA 31 DE MARZO DE 2020










11-12-925.- Cuando fallece el rey Sancho Garcés  I de Navarra, su único hijo varón, García Sánchez, cuenta con seis años.    

Durante los cinco  años siguientes, Jimeno, hermano de Sancho, se hace cargo de la regencia, que tras la muerte el 31-3-931, es ocupada por la reina madre, Doña Toda Aznar, nieta del rey Fortuño, esta fue una hábil política, que fortaleció la posición del reino navarro mediante los enlaces matrimoniales de sus hijas.


En 931 surge un movimiento independentista en Aragón, anexionado a Navarra por Sancho. Doña  Toda Aznar es la reina de Navarra y  manda construir el castillo de Altares, desde donde se controla el valle de Jaca  y casa a García Sánchez con Andregoto, hija del último conde aragonés, Galindo Aznar.


 Navarra, año 934.- Abderramán III cesa a la  reina  Doña Toda o Tota de Navarra y coloca en su lugar a su hijo García Sánchez I. 




La reina prefiere la diplomacia para luchar contra los defensores  de la antigua dinastía navarra, muchos de los cuales se han refugiado en al-Andalus  tras destruir Burgos  y Cardeña. 


Abderramán III se dirige a Pamplona en 934, con el objetivo de convertirse en árbitro de las diferencias dinásticas, probablemente a su ejército se le  han  unido los hombres del hermano de Sancho Iñigo Garcés, que desea arrebatar el trono a Doña Toda, pero ella con  gran habilidad se somete al califa cordobés, que es sobrino suyo, la reina acepta el vasallaje de Navarra e  inviste a García Sánchez como nuevo soberano



La intervención del califa es también decisiva en la entronización del rey Sancho el Gordo o el Craso de León. Tras ser vencido por los nobles leoneses en 958, este monarca se ve obligado a huir de su reino, refugiándose en la corte navarra de su abuela Doña Toda Aznar.
Antes de iniciar la reconquista de León, Doña Toda aconseja a Sancho que inicie un tratamiento para curarse de su tremenda obesidad, que le causa verdaderos problemas para montar a caballo y le hace ridículo a los ojos de sus súbditos. 

La reina navarra trata el tema con Abderramán III para que este le recomiende un médico que  libere a su nieto de tan enojosa enfermedad, el califa cordobés regocijado por la petición envía a Pamplona el mejor médico de su corte y a su vez hombre de estado el judío Hasdat. 

    


Poco después, Sancho el Craso, Doña Toda y García Sánchez  se encaminan a Córdoba al palacio de Medina Azahara, aquí son invitados para ultimar acuerdos: Sancho recobrará su aspecto,tras haber sido sometido a una cura de adelgazamiento y recupera su reino con la ayuda de los andalusíes, luego se encamina a Zamora y en 959 su autoridad  es reconocida por casi todo el reino, la capital leonesa cae en sus manos al año siguiente, mientras las tropas navarras atacan Castilla para distraer a Fernández Gonzalez. 







LARGAS NOTAS QUIJOTESCAS

                                                                     

El ventero, que vio a don Quijote atravesado en el asno, preguntó a Sancho que qué mal traía. Sancho le respondió que no era nada , sino que había dado una caída de una peña abajo, y que venía algo brumadas las costillas .


Tenía el ventero por mujer a una, no de la condición que suelen tener las de semejante trato, porque naturalmente era caritativa y se dolía de las calamidades de sus prójimos; y así,  acudió luego a curar a don Quijote, y hizo que una hija suya doncella, muchacha de muy buen parecer, le ayudase a curar al huésped. Servía en la venta asimismo una moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, de un ojo tuerta y del otro no muy sana.


Verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las demás faltas: no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiera. Esta gentil moza, pues ayudó a la doncella, y las dos hicieron una muy mala cama a don Quijote, en un camaranchón que en otros tiempos había servido de pajar  muchos años; en el cual también alojaba un harriero, que tenía su cama hecha un poco más allá de la de nuestro don Quijote,

                                                                 
       
Y aunque era de las albardas y mantas de sus machos, hacía mucha ventaja a la de don Quijote, que solo contenía cuatro mal lisas tablas sobre dos no muy iguales bancos, y un colchón que en lo sutil parecía colcha, lleno de bodoques, que a no mostrar que eran de lana por algunas roturas, al tiento, semejaban de guijarro, y dos sábanas hechas de cuero de adarga, y una manta tejida y peluda cuyos hilos, si se quisieran contar, no se perdiera uno solo de la cuenta.
                                     
                              
En esta maldita cama se acostó don Quijote, y luego la ventera y su hija le le hicieron curas y emplastes  de arriba abajo, alumbrando con el candil Maritornes, que así se llamaba la asturiana; y al aplicarle los emplastos viese la ventera tan acardenalado a parte a don Quijote, dijo que aquellos más parecían golpes que caída.

- No fueron golpes dijo Sancho; sino que la peña tenía muchos picos y tropezones, y que cada uno había hecho  su cardenal.

Y también dijo: Haga vuestra merced. Señora, de manera que queden algunas estopas, que no faltará quien las haya menester que también me duele a mí un poco los lomos.

-De esa manera respondió la ventera también debisteis  vos de caer.

-No caí dijo Sancho, sino que del sobresalto que tomé de ver caer a mi amo, de tal manera me duele a mí el cuerpo, que me parece que me han dado mil palos.


- Bien podrá ser eso  dijo la doncella que a mí me ha acontecido muchas veces soñar que caía de una torre abajo, que nunca llegaba al suelo, y cuando despertaba del sueño, hallarme tan molida y quebrantada como si verdaderamente hubiera caído.

-  Despierto que ahora estoy, me hallo  con pocos menos cardenales que mi señor don Quijote.Ahí está el toque señora respondió Sancho Panza, que yo, sin soñar nada, sino estando má
          
                                                             


- ¿Cómo se llama este caballero? preguntó la asturiana Maritornes.

-Don Quijote de la Mancha,  respondió  Sancho Panza, y es caballero aventurero, y de los mejores y más fuertes que de mucho tiempo acá ha visto el mundo.

-¿Qué es caballero aventurero?- replicó la moza.

- ¿Tan nueva sois en el mundo que no lo sabéis vos?, respondió Sancho Panza, pues sabed, hermana mía,  que caballero aventurero es un cosa que en dos palabras se ve apaleado y emperador: hoy es la más desdichada criatura del mundo y la más menesterosa, y mañana tendrá dos o tres coronas de reinos que dar a su escudero.

-Pues ¿Cómo vos, siéndolo deste tan buen señor – dijo la ventera – no tenéis, a los que parece, siquiera  algún candado?.
                                                       
                                                                   
-Aún es temprano respondió Sancho, porque no ha un mes que andamos buscando las aventuras, y hasta ahora  no hemos topado con ninguna que lo sea, tal vez hay veces que se busca una cosa y se halla otra, verdad es  que mi señor  don Quijote sana esta herida o caída y yo quedo tullido y estropeado y no cambiaría mis esperanzas con el mejor título de España.
                                                           
                                                                         
Todas estas pláticas estaba escuchando muy atento don Quijote, y sentándose en el lecho como pudo, tomando de la mano a la ventera, le dijo:

     -Creedme famosa señora, que os podéis llamar venturosa por haber alojado en este vuestro castillo a mi persona, que es tal, que si yo no lo alabo, es por lo que suele decirse que la  alabanza  envilece; pero mi escudero os dirá quién soy. Solo os digo que tendré eternamente escrito en mi memoria  el servicio que me habedes fecho, para agradecéroslo  mientras la vida me durare, y pluguiera a los altos cielos que el amor no me tuviera tan rendido  y tan sujeto a sus leyes, y los ojos de                                 aquella fermosa ingrata que fuera dueña de mi libertad. 

Confusas estaban  la ventera y su hija y la buena de Maritornes oyendo las razones del andante caballero, que ellas   entendían como si les hablara en griego, aunque bien alcanzaron que todas se encaminan a ofrecimiento y requiebros; y, como no acostumbradas a semejante lenguaje, mirábanle y admirábanse, les  parecía a otro nombre de los que se usaban y con tan venteriles razones de  sus ofrecimientos, le dejaron, y la asturiana Maritornes curó a Sancho  que no menos lo había menester que su amo.   

Había concertado el harriero concertado con ella que aquella noche se refocilarían  juntos, y ella le había dado su palabra de que, en estando sosegados los huéspedes y durmiendo sus amos, le iría a buscar y satisfacerle el gusto  en cuanto le mandase. Aquella buena moza jamás dió palabra alguna que no cumpliese aunque la hubiese dado en pleno monte y sin testigo alguno, ella presumía de muy hidalga, no teniendo por afrenta estar en aquel ejercicio de servir en la venta, ella decía que desgracias y malos sucesos  la había traído a aquel estado.


El duro y estrecho lecho de don Quijote estaba situado en medio del establo y junto a él el de Sancho, que solo tenía una estera de enea y una raída manta y en aquel pajar estaba el del arriero que después de haber visitado  su recua  y de haber dado un segundo pienso, se tendió en  sus enjalmas y se dio a esperar a su puntualisima Maritornes.

Ya estaba  Sancho acostado y aunque procuraba dormir, no lo consentía el dolor de sus costillas; y don Quijote, con el dolor de las suyas, tenía los ojos abiertos como liebre. Toda la venta estaba en silencio, y en toda ella no había otra luz  que la quedaba una lámpara encendida en medio del portal.
                                                         
Esta maravillosa quietud y los pensamientos  que siempre nuestro caballero traía de los sucesos que a cada paso se cuentan en los libros autores de su desgracia, le trajo a su imaginación una de las extrañas locuras  que buenamente puedan imaginarse. fué que él se imaginó  haber llegado a un famoso castillo  y que la hija del ventero lo era del señor del castillo, la cual vencida de su gentileza, se había enamorado de él y que aquella noche vendría a yacer con él  un buen rato, comenzando a pensar el peligroso trance en que su honestidad se había de ver, entonces  propuso en su corazón de no cometer alevosía a su señora Dulcinea del Toboso, aunque fuera  la misma reina Ginebra con su dama Quintañona que  se le pusieran por delante.
                                                           

Pensando, pues, en estos disparates, llegó el tiempo y la hora de la venida de la asturiana, la cual, en camisa y descalza, cogidos los cabellos en una albanega de fustán (tela de algodón), con sigilo entró al aposento donde los tres se alojaban, en busca del harriero; pero apenas llegó a la puerta, cuando don Quijote la sintió, y, sentándose en la cama, a pesar de sus dolores en las costillas, tendió los brazos para recibir a su hermosa doncella. La asturiana, que, toda recogida y callando, iba con las manos delante buscando a su querido harriero  pero toó con los brazos de don Quijote, el que la asió fuertemente de una muñeca, y tirándola hacía sí, sin que ella osase hablar palabra la hizo sentar sobre la cama.

          Tentó Don Quijote la camisa que era de arpillera, pero a él le pareció que era de finísimo y delgado cendal, traía en las muñecas unas cuentas de vidrio; pero a él le dieron vislumbres de preciosas perlas orientales. Los cabellos, que de alguna manera tiraban a crines, él los tomó como si fueran hebras de lucidisímo oro de Arabia, cuyo resplandor al del mismo sol oscurecía. El aliento, que, sin duda alguna olía a ensalada fiambre y trasnochada, a él le pareció que arrojaba de su boca un olor suave y aromático; y finalmente él la pintó en su imaginación  de la misma traza y modo que lo había leído en sus libros de la otra princesa que vino a ver al mal herido caballero, vencida de sus amores, tanta era la ceguedad  del pobre hidalgo, que el tacto, ni el aliento , ni otras cosas que traía la buena doncella, no le desengañan, las cuales podían hacerle vomitar a otro, pareciendole que tenía entre sus brazos a la diosa de la hermosura, teniéndola bien asida, con voz amorosa y baja. le comenzó a decir:


             Quisiera hallarme en términos, fermosa y alta señora, de poder pagar tamaña merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura me habedes fecho; pero ha querido la fortuna, que no sea causa a los buenos, ponerme en este lecho, donde yago tan molido y quebrantado, que, aunque de mi voluntad quisiera satisfacer a la vuestra fuera imposible. Y más que se añade a esta imposibilidad otra mayor, que es la prometida fe que tengo dada a la sin par Dulcinea del Toboso, única señora de mis más escondidos pensamientos; que si esto no hubiera de por medio, no fuera yo tan sandio caballero, que dejara pasar en blanco la venturosa ocasión que vuestra bondad me ha puesto.

                  Maritornes estaba acongojadisíma  y trasudando de verse asida de   don Quijote, y, sin entender, ni estar atenta a la razones que le decía, procuraba, sin hablar palabra, desasirse. El bueno del harriero, que  estaba despierto pudo escuchar todo lo que Don Quijote le decía, ahora  celoso de que la asturiana le hubiese faltado a la palabra por otro, se fue acercando más al lecho de Don Quijote, estuvo escuchando , hasta ver en qué paraban aquellas razones, que él no podía entender, pero como vió que la moza forcejeaba por desasirse y don Quijote trabajaba por tenella, pareciendole mal la burla, enarboló el brazo en alto y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas quijadas del enamorado caballero, que le bañó toda la boca en sangre y no contento sele subio encima de las costillas, y con los pies más que al trote, se los paseó de cabo al rabo.

                 El lecho que era un poco endeble  y no de firmes fundamentos, no pudiendo sufrir no pudiendo sufrir la añadidura del arriero, dio consigo en el suelo, a cuyo gran ruido despertó al ventero, luego imaginó que debían de ser pendencias de Maritornes, porque habiendola  llamado a voces, no respondía. Con esta sospecha, se levantó y, encendiendo un candil, se fue hacía donde había sentido la pelea.
La moza, viendo que su amo venía , y que era de condición terrible, llena de miedo se acogió a la cama de Sancho Panza que aún dormía, y allí se acurrucó y se hizo un ovillo. El ventero entró diciendo: 
- ¿A donde estás, puta? A buen seguro que son tus cosas éstas.


En esto despertó Sancho, y, sintiendo aquel bulto casi encima de sí, pensó que tenía la pesadilla y comenzó a dar puñadas a una y otra parte, y, entre otras alcanzó con no se cuántas a Maritornes, la que sentida de dolor, echando a rodar  la honestidad, dió al retorno a Sancho  con tantas que, a su despacho le quitó el sueño; el cual, viéndose tratar de aquella manera , y sin saber de quién, alzándose como pudo, se abrazó con Maritornes, y comenzaron entre los dos la más reñida y graciosa escaramuza del mundo.
                                                               
Viendo, pues, el harriero, a la lumbre del candil del ventero, cuál andaba su dama, dejando a do Quijote, acudió a dalle el socorro necesario. Lo mismo hizo el ventero pero con intención diferente, porque fué castigar a la moza, creyendo, sin duda, que ella sola era la ocasión de toda aquella armonía. Y como suele decirse <<el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda al palo, daba el harriero a Sancho, Sancho a  la moza, la moza a él, el ventero a la moza, y todos menudeaban con tanta priesa que no se daban  punto de reposo; siendo lo bueno que al ventero se le apagó el candil y como quedaron a oscuras se daban palos sin compasión y sin tino, todos a bulto que donde ponían la mano no dejaban cosa sana.
                                                          
Se alojaba aquella noche en la venta un cuadrillero de los de la Santa Hermandad vieja de Toledo , el que oyendo asimismo aquel estruendo de pelea, asió de su media vara y de sus títulos, entró  oscuras en el aposento diciendo: ¡¡¡Téngase a la justicia!!! ténganse a la Santa Hermandad!!!. y el primero con quien topó  fue con don Quijote, que estaba en su derribado lecho, tendido boca arriba, sin sentido alguno; y echándole a tiento mano a las barbas, no cesaba de decir : ¡favor a la justicia!  pero viendo que el que tenía asido no se bullía ni se meneaba, se dio a entender que estaba muerto, y que los que allí dentro estaban eran sus matadores, y, con esta sospecha reforzó la voz diciendo: 
                           
 ¡Cierrese la puerta  de la venta! ¡Miren no se vaya nadie, que han muerto aquí a un hombre!.
                                                      
  Esta voz sobresaltó a todos, y cada cual  dejó la pendencia en el grado que le tomó la voz. Retirose el ventero a su aposento, el arriero al suyo, la moza a su rancho ; solos los desventurados don Quijote y Sancho, no se pudieron mover  de donde estaban.Soltó en esto el cuadrillero la barba de don Quijote, y salió a buscar luz, para buscar y prender los delincuentes; más no los halló, porque el ventero, de industria, había apagado la lámpara cuando salió con mucho trabajo para ir en busca  de un candil para él y otro para el cuadrillero.  



lunes, 30 de marzo de 2020

CUENTO Nº 12 LUNES DÍA 30 DE MARZO DE 2020 ABDERRAMÁN III CALIFA DE CÓRDOBA


                                        



ABDERRAMÁN III 

Nacimiento.-Córdoba, día 07 de enero de 891.

Nombre.-Abd al Rahman ibn Muhammad al Nasir.      

Predecesor.-Abd Allah

Emir de Córdoba.- De 16 de octubre de 912 a 16 de enero de 929.
Califa de Córdoba.- De 16 de enero de 929 al 15 de octubre de 961.

Sucesor.- Alhakem II.


Fue  una de las figuras más importantes de la Edad Media española, proclama en el año 929 el califato de Córdoba y toma el título de los creyentes (emir al muminin).


Miembro de la dinastía omeya, a los 21 años había sucedido a su abuelo, el emir Abdalá el 16 de octubre del 912 para ponerse al frente de una España musulmana asolada por la guerra civil, desunida por los movimientos independentistas de los diferentes reinos y expuesta de este modo a la creciente expansión del reino cristiano  de León.


Abderramán  III estaba llamado a dar nuevo impulso a la situación  musulmana en la península y por un siglo a esta fase de la historia de preponderancia  mahometana  de agresividad y de grandeza. 
                                                    
                                                 
El nuevo monarca había elaborado un programa de gobierno cuyos objetivos principales eran la restauración de la autoridad  y del prestigio omeya en al-Andalus, la reconquista de los territorios disidentes y sobre todo la supresión definitiva de los levantamientos muladíes, impulsados desde Bobastro, y cuyo adalid era Omar Ben Haffsun.
                                              
                                              
Una vez trazadas las metas de su reinado, Abderramán III empezó por asegurarse la lealtad de sus súbditos más cercanos y mandó a las provincias a sus hombres de confianza con el fin de que recogiera juramentos de fidelidad  entre los vasallos sometidos al emirato: al mismo tiempo realizó numerosas sustituciones y nuevos nombramientos en los cargos más importantes del Estado, para iniciar a partir de entonces diversas campañas.
                                                
                                               
Antes de que terminara el año 912, el omeya conseguía su primer éxito militar, su ejército restablecía el orden en  la sierra de Almadén, continuando  hasta Caracuel  y el Campo de Calatrava  en Ciudad Real que se  hallaba en poder bereber.
                                                  
                                              
En un encuentro guerrero entre el  general omeya Abbas ben Abd al-Azic al-Quarshi y al Fatch ben Zennur, aliado de los bereberes, este fue derrotado  teniendo que refugiarse en el castillo de Uclés.
                                             
Posteriormente se ocupó en la tarea de acabar con los partidarios de Ben Haffsun, el 1 de enero de 913, las tropas de de Badrben Ahmad lograron cortar el contacto  por el noroeste al recobrar Ecija, poniendo al frente al gobernador Hamdum ben Basil.   


En ese mismo año Abderramán emprendió la campaña llamada Muntilum para atacar a los rebeldes en Andalucía occidental, consiguiendo vencer a los jienenses Ben Hudayl-Ben-al Saliya y el señor de Manrisa, (La Guardia),  después de un largo asedio tomó Fiñana y ocupó Salobreña y Juviles, conteniendo de este modo a los rebeldes de las Alpujarras.
                                            
                                             

El número de castillos que conquistó en esta campaña se eleva a setenta y a ellos se añadían  las dependencias y  alcazabas de sus jurisdicciones.
                                             
Aunque la oposición de Jaén no quedaría totalmente sofocada hasta el 925, aumentaba el aislamiento de Ben Hafsum y solo faltaba reducir el número de la revuelta muladí y La Ajerquía malagueña.


Parece que esta decisiva campaña se inició en el 914 en la costa de Málaga, donde las tropas omeyas derrotaron a los hafsuinies en Torrox e incendiaron unas naves (posiblemente fatimíes) que suministraban  víveres a los rebeldes, la expedición prosiguió por el litoral y debió ascender por el cauce del río Guadiaro  sometiendo al enclave de Gaucín y Ronda. 



De regreso Abderramán III  sitió Carmona y comenzó de este modo la descomposición del principado sevillano, ya débil por la división del territorio entre los hijos de Ibrahim Ben Hayay.


Un suceso importante modificó la marcha de los acontecimientos: la muerte de Haffsun en el 917 y la división de sus territorios entre sus cuatro hijos, al mayor de los cuales Yafar le cedió la custodia de Bobastro.

Dos años más tarde el omeya inició sus ataques contra Yafar, tomó la Plaza de Balda y cercó Bobastro hasta conseguir la rendición de Yafar.    
                                           
                                         
En los años siguientes ocupó el castillo de Turrus Husayn, en  Alfajn de gran importancia estratégica, sometió en el 922 el castillo de Munt Ruwi (Monterrubio) en los confines de Jaén y Elvira desde donde  realizó expediciones hacia Granada  para someter el castillo de Jete, el puerto de Almuñecar y el castillo de Moscaril.


Tras estas victorias regresó a Bobastro que se había alzado de nuevo, y que sometería de nuevo hasta el 927, cuando se hallaba bajo el gobierno del cuarto hijo de Ben Haffsun.

En la última campaña contra Bobastro Abderramán ocupó los castillos próximos a Olías, Santopitar, Comares y Jotron obligando a Hafs a capitular.

Los focos de disidencia (muladíes, mozárabes, árabes, bereberes y maulas), habían sido reducidos.
                                                   
                                           
El Príncipe de los creyentes fue un hombre dotado de inteligencia, tenacidad y ambición haciendo una  política de tolerancia que le valió el reconocimiento de cristianos y judíos.     


En el año 929 poco después de la caída de Bobastro adoptó el título de califa, decisión de algunos magnates y poetas de su corte, adoptando  para ello el calificativo de <<Quien combate Victoriosamente por la religión de Dios>>.
                                               
                                               
En 929 decide recuperar Badajoz donde el poder de los Banu Meruan había  sufrido una notable disminución desde la muerte del hijo del Gallego, el 5 de julio ordena  a sus tropas sitiar la ciudad pacense. Saquea los arrabales pero antes de ordenar el ataque de la Medina asalta Beja y Ossonoba que no tardan en rendirse.
                                               
Convencidos de la inutilidad de ofrecer resistencia, el príncipe de Badajoz Abdalá Ben Meruan entrega la ciudad y al año siguiente se instala en Córdoba con su familia.

A continuación Abderramán fija su atención en Toledo que está en manos de Thalaba ben Mohammed ben Abd al-Warich.


A las tropas acampadas en primavera cerca de la ciudad del Tajo, se suman otras en julio a cuyo frente va el propio Abderramán, a fin de dar a entender a los toledanos que está dispuesto a seguir y  prolongar  el asedio  todo el tiempo necesario ordenando la transformación del campamento en un conjunto de construcciones al que bautiza con el nombre de Madinat al-Fatah (ciudad de la Victoria). 
                                               

Tras  aceptar la sumisión de los señores de los castillos de Alamín y Canales, el soberano se retira a Córdoba.

El asedio se prolonga durante dos años y en varias ocasiones han de enviarse refuerzos para aumentar la presión sobre la población.
                                                 
 
Toledo  solicita la ayuda del rey Ramiro II de León, pero al ser derrotado este por las tropas omeyas cuando intentó socorrerla la ciudad toledana hubo  de valerse de sus propios recursos.
                                           
                                           



Cuando los ciudadanos empiezan a dar muestras de hambre y cansancio, el califa viene de Córdoba (julio 932) para presenciar su victoria,  Abderramán III  y Thalaba entran triunfales en Toledo el 2-2-932 y se  no marcha hasta dejar organizada una nutrida guarnición así como  la ocupación permanente de los puntos más  estratégicos de la comarca.
                                                 

Tras haber sometido igualmente  a Badajoz  el califa vuelve los ojos hacia la marca Superior, pero no quiere precipitarse en su política hacia esa zona excéntrica de sus dominios.


Ahora opta por apoyarse en un vasallo fiel, mientras su propia soberanía siga reflejándose en el ingreso anual de un importante tributo en las arcas del tesoro cordobés. 
                                               

El califa mantiene relaciones amistosas con el tuchibi de Zaragoza que  confirma ser un  verdadero protector de la Marca Superior.    


Esta consolidación de su poder atrajo una gran prosperidad para la España Musulmana y ello se evidenció por la creación de una ceca para acuñar moneda de oro y plata de gran pureza.


También trasladó su poder a la ampliación de la gran mezquita de Córdoba y a la construcción del palacio de Medina Azahara.


Fue benigno con las comunidades judías y cristianas en sus reinos, que florecieron en un ambiente de convivencia, pese a ser el defensor de la fe musulmana. 


Córdoba se enriqueció y pasó a tener en aquella época tanta fama y consideración como Constantinopla en el mundo mediterráneo.
                                             
                                                
En este aspecto recibió embajadas de otros reinos poderosos, como la de Otón de Alemania y el emperador bizantino, le prestó ayuda  a la reina de Navarra Doña Toda para que su nieto  Sancho El Craso pudiera ser tratado por los galenos de Medina Azahara a fin de rebajar  su inmensa gordura que hasta  le impedía subir al caballo, en una carreta lo tuvieron que traer.      
     
                                              
      Las constantes incursiones en el Norte, le proporcionaron  al califa prestigio,  botín y sumisión  de sus súbditos, pero en 939 la suerte le va a cambiar: La unión de fuerzas coaligadas de León, el condado de Castilla y Navarra, le harían frente en Simancas que le infringen a  los musulmanes una terrible derrota.

Este acontecimiento supuso a   Abderraman un duro golpe hasta el extremo  que decidió no  salir de gazua ni dirigir jamás personalmente a su ejército en campaña guerrera. 

Señor galán, si es que vuestra merced lleva el camino que  nosotros y no importa el  darse prisa, merced recibiría en que nos fuésemos juntos.

En verdad respondió el de la yegua que no me pasara tan de largo si no fuera por el temor que con la compañía de mi yegua no se alborotara ese caballo.

Bien puede, señor respondió a la sazón Sancho, bien puede tener las riendas a su yegua; porque nuestro caballo es el más honesto y bien mirado del mundo; jamás en semejantes ocasiones ha hecho vileza alguna, y una vez que se demandó la pagamos, bien cara.

Detuvo la rienda el caminante, admirandose de la apostura y rostro de don Quijote, el cual iba sin celada, que la llevaba Sancho como maleta en el arzón delantero de la albarda del rucio; y sí mucho más  miraba el de lo verde a Don Quijote, mucho más miraba Don Quijote al de lo verde, pareciéndose hombre de gran condición.