Cuando hablamos de Galerna, hablamos de un fuerte temporal de viento violento, rayos y truenos que sopla de oeste a noroeste, siendo usual en la costa de Vizcaya, en particular y del Cantábrico en general.
Se vislumbró un majestuoso relámpago, cuya proyección hendió el plúmbeo cielo como una arista enrojecida y zigzagueante que encendió la noche.
El rayo agujereó
la agreste montaña, que se estremeció en un zumbido espectral, enervante y estentóreo,
de explosión volcánica, y los rimbombantes ecos rebotaron en una extensa área,
por valles, barrancos y abismos, cual si el orbe fuera a derrumbarse
por inestabilidad.
En la tierra sonaron los gélidos aquilones silbaron removiendo espeluznantes tolvaneras, que astillaron las helicoidales aspas de los molinos, el mar se embraveció de tal modo que muchas fueron las naves que perdieron el rumbo ante aquel imprevisto tifón tropical.
Se recogieron
los pájaros esquivando el temporal, se
ovillaron las gaviotas acobardadas en
las oquedades abruptas, la tempestad en
su apogeo turbulento, adquirió ambiente apocalíptico,
hasta que el aluvión en tromba, cayó sobre caminos y atajos, inundándolas. Anegó
y desbastó ubérrimos vergeles y sepultó
en la aldea débiles covachas de adobe.
El mar, embravecido, balanceaba una endeble corbeta de velas henchidas por el batiente torbellino, la cual fue a encallar en brusco envite o embestida en un escollo, que horadó el estrave (remate de la quilla que va en línea curva hacía la proa), resultando con importantes abolladuras.
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