Expectación en el Teatro Romea de Murcia
Terminaba
el mes de febrero de 1929 cuando Murcia vivió uno de sus acontecimientos más
esperados, fue la primera función de LA PARRANDA, zarzuela de los maestros Ardavín y Alonso, siendo esta la crónica
del estreno.
Artistas
de lujo sobre el escenario Marcos Redondo cantó con verdadero gusto y compartió
su éxito junto a Victoria Racionero, Trini Avelli y los señores Palacios, Marcén
y Arias.
Un Teatro
Romea hasta la bandera fue testigo del estreno de esta zarzuela, familia Alonso,
escuchamos palabras que nuestros huertanos no pronunciaron porque son demasiado
pulidas, digámoslo así.
Con la expectación
que, desde hace ya tiempo, hay en esta capital, se celebró anoche el estreno de
la zarzuela “La Parranda”, original del maestro Luis Fernández Ardavín y el
maestro Alonso.
Cualquiera
que sea el juicio crítico que la obra nos haya sugerido, nosotros, la región ha
de guardar, a los señores Alonso y Ardavín una gratitud evidente.
Un
homenaje que se lleve a cabo, un acto de reconocimiento que se les tribute en
su honor, tiene su procedencia indudable ya lo hemos dicho, la gratitud, pues,
la merece, y muy cumplida, el que uno y otro hayan puesto a servicio del alma y
de la vida de la huerta de Murcia, de tradiciones recias y de personalidad
regional tan firme, suya y delimitada como la primera de las españolas, la fuente
brillantísimas de sus aspiraciones.
De la Redacción
de este periódico, precisamente ha salido la primera llamada, días atrás, en
aquel sentido, y desde luego, en orden espiritual es lo menos que puede hacerse
en obsequio del ilustre literato y del excelente músico.
Sentado
el principio de que la manera de ser y de decir nuestros huertanos no es con facilidad asequible al primer intento
de captación, por muy relevantes que sean las cualidades de literato y
escenificador de un dramaturgo y las musicales de un maestro, La Parranda
constituye hasta cierto punto el logro de la finalidad perseguida por sus
autores.
La obra
entró en el público desde los primeros instantes y fue seguida su curso con
interés y con cariño. Con que esto se haya conseguido en Murcia deben darse por
muy satisfechos de su trabajo Ardavín y Alonso.
El verso
está hecho con mano maestra, la mano del poeta: verso de altura, sonoro, de
nervio, verso que arrancó en más de una ocasión el aplauso entusiasta del
consorcio; y el argumento, que en una zarzuela es en cierto modo lo menos
importante, está suficientemente bien tramado para que la atención del público
no decaiga.
No debe, sin embargo pasarse por alto que el diálogo en más de una ocasión está fuera de ambiente: esto es, anoche escuchamos palabras que nuestros huertanos no pronuncian porque son demasiado pulidas, digámoslo así.
¡Ah! Si Ardavín
hubiese buscado colaboración de algún literato regional, el éxito hubiese sido
completo, absoluto.
Nótese
que hablamos de la pureza panocha del lenguaje, no de la versificación que nos
pareció de factura inmejorable.
El
maestro Alonso, que conoce los resortes de su trabajo y que sabe trabajar con
honradez y con conciencia, ha hecho una partitura clara, sin dificultades,
amena que, en general, agrada y gusta, y en particular, por la que algunos
números afecta implica un acierto indiscutible el himno a Murcia, la canción
del platero, el coro de las solteras del segundo acto, todos ellos repetidos
tres veces y ganas de más, son prueba de ello.
No es
posible en la premura de la última hora en que estas líneas se redactan una detención
más minuciosa. En suma puede decirse que La Parranda gustó, y que los lunares
que pueda acusar se hallan compensados con otras bondades que cuentan en su
haber.
Lástima
que los autores no hayan podido venir al estreno para recoger desde el palco
escénico anoche los testimonios de cálida simpatía que se le hubiese tributado.
El barítono
Marcos Redondo cantó La Parranda con verdadero gusto, poniendo sus cinco
sentidos y obteniendo, por lo tanto, un éxito acabado que compartió con
Victoriano Racionero, Trini Avelli y los señores Palacios, Marcén y Arias por
no citar sino a los principales.
Las
parejas de baile, hermanos Palacios, interpretaron magníficamente La Parranda.
Todos los
artistas, sin excepción, coadyuvaron al mejor suceso de la obra, la cual
presentó con un buen decorado. El vestuario ha debido atraerse a Murcia (justo
es decirlo) más completo.
Ni que
decir tiene que en taquilla no quedó ni
una hojita de papel.
Al dar comienzo la
representación, un actor de la Compañía leyó un telegrama de los señores
Fernández Ardavín y Alonso, en el que se lamentaban de no haber podido estar en
Murcia ayer, y con frases de elogio para esta tierra, enviaban un saludo
sentido y cordial.
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