Apenas fallecido el rey Carlos III, se produce un hecho insólito en nuestro país que ha pasado prácticamente inadvertido, a pesar de la luz singular que arroja sobre un tema tan importante como es el papel de la mujer en la sociedad. En este caso en la sociedad española de la ilustración.
Hay que
referirse al intento del Ministro Floridablanca de establecer un traje
<<nacional>> femenino con carácter obligatorio.
El tema que aparentemente no trasciende del campo de las modas y costumbres, levanta una vez visto de cerca toda una polvareda de ideas, actitudes e intereses, manejados a nivel de Estado por el círculo de ilustrados que rodeaban al monarca.
Es
curioso que este intento de modificación de la indumentaria femenina se produzca apenas unos años después
del realizado con el masculino, que dio lugar al famoso motín de Esquilache con las capas.
La motivación en este caso no fue evidentemente, como en el anterior, la seguridad pública, sino la economía. Se pretendía así dar una nueva orientación a la política de gastos que trataba inútilmente de frenar. Floridablanca, a través de una serie de leyes para frenar el lujo que se había mostrado prácticamente ineficaz.
Tanto
el cambio del vestido masculino en tiempos del ministro Esquilache, como el intento de uniformar el femenino, representan dos ejemplos típicos de una misma
actitud de espíritu, característica del despotismo ilustrado, el Estado
paternalista, pretendiendo resolver con soluciones simples, aparentemente
lógicas, desde sui propia óptica, problemas de gran complejidad, como lo son
siempre todos los que alteran los usos y costumbres.
Mucho más
complejos aún si cabe, en lo que al vestido atañe, en el caso de la mujer por
obvias razones psicológicas y culturales.
El origen
de la idea hay que buscarlo en el gran cambio que supuso la llegada de los
Borbones y que se traduce en el siglo XVIII en una carrera desenfrenada por copiar
el modelo francés, disparándose los gastos suntuarios en términos que llegan a
incidir gravemente en la economía española, terminando por constituir una
preocupación permanente a nivel de Estado.
El cambio
es particularmente notable en el mundo de la mujer. No es un cambio profundo,
que transforme radicalmente sus funciones sociales, sino más bien una evolución
aparencial, ligada al campo de las formas culturales.
Entre los siglos XVII y el XVIII se experimentó una transformación considerable en la manera de vivir de las mujeres españolas. Se pasó del recogimiento de la casa y la charla femenina en el estado de las tertulias abiertas, a los bailes y saraos, al paseo por el Prado, e incluso al baño público en el Manzanares.
En el vestir, la sobriedad característica
española del tiempo de los Austrias, por lo que éramos conocidos en toda Europa,
se transformó en la sofisticación y en
un deseo constante de resaltar, en cualquier ocasión y circunstancia
Desapareció
el <<tontillo>> que en el siglo anterior tapaba los tobillos de las
damas y se puso de moda la <<basquiña>> que los mostraba.
Con los
tobillos apareció el lujo en las medias y calzado y el escándalo en los pensadores
ilustrados y así Don Juan Semper y Guarinos, decía de ella que <<es una
provocación>> ésta indecente moda, mientras tanto imperaba el siguiente
criterio popular que decía <<lo que se han de comer los gusanos, que lo
disfruten los cristianos>>
MEJOR
CORTEJO QUE MARIDO
Todas las
modas que se observan en el siglo XVIII español a excepción del Majismo de tipo
popular y nacional provenían de Francia.
Para una
dama de la época el máximo lujo se cifraba en tener un peluquero francés y un <<cortejo>> versión española
del <<chevalier servant, para entrar y salir.
Estas novedades
requerían una base económica que tanto
el país como los particulares distaban mucho de poseer. Se produjo
entonces y la prensa de la época abundaba en el tema, un movimiento de rechazo por parte de los jóvenes hacía
el matrimonio.
A la
vista de tales gastos era más rentable ser <<cortejo>> y pagar tan
sólo las fruslerías, abanicos, batas, flores que ser marido y correr con todo.
Esta huida
del matrimonio llegó a convertirse para los contemporáneos en un serio problema,
pues se les llegó a achacar un descenso de la natalidad en los grandes centros
urbanos.
La
escalada del lujo, una vez desatada, no se ciñe, naturalmente de una manera
exclusiva al continuo cambio del adorno y del vestido, sino que alcanza a todas
las manifestaciones suntuarias, casa mobiliario, comida, servicio etc. Cayendo
en cascada este afán, en orden regresivo a través de todas las clases sociales.
En 1770, con la prohibición de importar muselinas francesas y la obligación de utilizar las nacionales, comienza el estado a promulgar medidas que revelan su preocupación por el tema.
Paulatinamente estas medidas alcanzan desde la procedencia de los tejidos hasta el número de caballos que pueden llevar las berlinas.
Muchas de estas medidas como se ve, van
dirigidas a a los grupos sociales privilegiados, que eran quienes gravemente
perjudicaban al conjunto de la economía.
Siendo preciso resaltar que, en tanto el estado dictaba estas leyes, era la propia corona la que promovía afán suntuario, con la creación crítica de los Borbones, con los artículos tan extraordinarios caros como fueron los cristales de
Nuevo Baztán y de La Granja, las porcelanas del Retiro y los paños
de San Fernando de Henares.
Aparece
entonces en los ambientes ilustrados y como consecuencia de todo ello, se produce una toma
de postura generalizada contra lo que es considerada como un grave defecto
nacional, que el país tenía necesariamente que superar.
Las
soluciones que se arbitraban rayaban en no pocos casos en la ingenuidad, que posiblemente, sea una de las características de la ilustración española.
Es frecuente
encontrar entre los escritores ilustrados obras dedicadas expresamente a atacar
las costumbres y las modas, en especial de las mujeres.
Considerando a éstas como responsables principales de este afán de lujo. incluso las propias ilustradas, se sumaban a ésta crítica.
De este modo doña Beatriz de Cienfuegos,
autora del primer periódico femenino de nuestro país arremete contra las madamas gastadoras. publicado
en Madrid y Cádiz en 1763.
EL PROYECTO
DE TRAJE NACIONAL FEMENINO
Se extiende
así la idea entre los ilustrados que no deja de ser un particular especie de
machismo histórico de que todo lo malo que sucedió a nuestros país en el siglo
XVIII debe ser atribuible a la mujeres,.olvidando que también los hombres
participaron de este gusto por las modas y costumbres francesas, sin que no se se
concebiría figuras como las del <<petimetre>>, el
<<currutaco>>, el mueble etc. tan populares.
En este marco histórico se produce el intento de Floridablanca de establecer un traje femenino nacional. Su antecedente remoto hay que buscarlo como queda dicho, en la modificación del traje masculino por Real Orden 1766 en la que el ministro Esquilache, a fin de impedir el anonimato en las calles y sus perniciosas consecuencias sobre la seguridad pública, favorecido por el uso de la capa larga y el chambergo, obligó a recortar la primera y a sustituir el segundo por el sombrero de TRES PICOS
Exceptuando
tan sólo de esta prohibición a los arrieros, trajineros y aquellos que no
pararan en la Corte, pero si se detuvieran más de tres días, tendrían que
llevar sombrero de tres picos.
De todos son conocidas las violentas consecuencias que se derivaron de estas medidas. El antecedente inmediato es, sin duda, la ley promulgada por Cristian VII de Dinamarca, cinco años antes, en enero de 1783, restringiendo el uso de los géneros extranjeros en su país, en cuya doctrina se inspira el proyecto español.
Este
fue publicado en Madrid, el 15 de febrero
de 1788 en forma de un pequeño en 12º, con el título de Discurso Político económico
sobre el lujo de las Señoras y proyecto de un traje nacional.
El
librillo tarda aún unos meses en salir a la calle y en junio del mismo año la
Gaceta de Madrid comienza ya a anunciar su venta y el Memorial Literario
publica un extracto comentario de su contenido.
El proyecto
es anónimo y figura redactado por una
dama de la Corte, que eleva su idea a la consideración del Conde de
Floridablanca, primer secretario de Estado.
En su estudio preliminar la dama en cuestión se revela como una magnífica economista, al calcular con precisión los costes sociales del lujo de las mujeres y así después de examinar de pasada la legislación comparada europea en materia de leyes suntuarias, nos informa de que el valor de las exportaciones francesas en el capítulo de adornos y modas asciende a ciento y cincuenta millones y medio de mujeres que arroja por entonces el censo de población de nuestro país, gastaría una con otra cada día un tan solo ochavo en comprar géneros extranjeros de lujo con que se visten, calcula en dieciocho millones de reale de vellón las pérdidas que sufre anualmente el erario nacional por este concepto tan sólo en Europa..
LA RESPUESTA DE LA JUNTA DE DAMAS DE HONOR Y MÉRITO
Invocaba Floridablanca, al enviar el proyecto, la participación de la Junta de Damas en su desarrollo y, para estimularlas, anunciaba la posibilidad de convocar un premio de mil reales de vellón a quien presentase el mejor modelo de traje, compuesto con géneros del país... que aúne la honestidad y decencia con la gracia y agilidad de nuestra nación. Para la obtención había de presentarse una muñeca vestida, acompañada de una <<Memoria>> explicativa de las ventajas partes y preposiciones del traje.
Ante la proposición de Floridablanca la Junta de Damas se reunió como solía hacerlo para todas sus actividades y tomó postura. La condesa de Montijo quedó encargada de tramitar la respuesta. Esta fue totalmente negativa.
En respuesta comienza su carta la condesa de Montijo, diciendo claramente: La Junta ha creído que, iría contra los nobles fines que V.E. se propone en orden al mayor bien del Estado, si se le ocultase lo que realmente piensa de este nuevo proyecto y los inconvenientes que cree tendría su ejecución y me ordena que yo lo haga presente. Y analiza, a continuación, cómo sería recibido por las mujeres.
Chocaría, ante todo, contra el deseo del sexo femenino de sobresalir y distinguirse. Las damas de clases elevadas no aceptarían vestir de manera parecida a las otras damas, por muchos galones que se pusieran en los brazos y serán las principales opositoras.
Llevarían a muy mal todo lo que en público se dirija a deprimir la superioridad que se figuren o que efectivamente tengan.
La distinción de las clases por señales exteriores del traje , mediante galones y divisas, parece extremadamente difícil o casi impracticable, será muy odiosa y de arriesgadas consecuencias que deben premeditarse mucho. Existe para ellas, tanto en las mujeres, un deseo de innato para diferenciarse de los demás.
MEJOR EDUCAR QUE CONTROLAR
Esta firme respuesta de las damas dio al traste con el plan de Floridablanca de unificar a todas las españolas. La historia acaba aquí y lo importante de ella reside en la confrontación de éstas dos maneras tan radicalmente opuestas de enfrentarse con un mismo problema, dos instancias ilustradas del siglo: un ministro de Estado, empujado por su camarilla, y una Junta de damas, apoyadas tan solo en las luces de su sentido común. Para las damas la solución de los problemas nacionales - el del lujo, como cualquier otro, no podía venir más que de la educación de la mujer y de su participación en la sociedad de forma que le permitiera tener vida propia y no sólo dedicada al adorno personal. Para los varones ilustrados la solución radicaba en controlar el desenfreno del lujo en la mujer, imponiéndolas una serie de medidas arbitrarias y ridículas en manifiesta contradicción con el papel de ellos mismos las habían asignado previamente. Es una vez más la pescadilla que se muerde la cola.
En una sociedad masculina, en que la mujer no era más que un objeto erótico y de adorno, está por fuerza obligada a <<aparentar>> para no ser rechazada. Estos mismos hombres, que las criticaban y trataban de frenar sus gastos. eran los que las exigían bellas y presentables
Art. de .Paloma Fernández Quintanilla.
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