lunes, 10 de junio de 2024

DIFÍCIL ENTENDIMIENTO ENTRE JUDÍOS, MOROS Y CRISTIANOS.

 

        


LOS JUDÍOS EN CÓRDOBA Y LA PENÍNSULA 

                          UNA INVASIÓN BIEN RECIBIDA


Año 711 Península Ibérica.- La penetración de los primeros ejércitos musulmanes fue posible gracias al ambiente que reinaba en la Península, favorable a una invasión extranjera, siendo una de las causas más importantes la rapidez de su invasión por  ocupación  de los musulmanes y posteriores  capitulaciones con las poblaciones y sus pobladores.

Los musulmanes consideraban a los cristianos y judios <<gente del Libro>> pensando que pronto se adaptarían a sus costumbres y no significarían grandes pérdidas de sus propiedades, la primera llegada musulmana se realizó en el mes de julio de 710, en Tarifa desembarcaron 400 personas, cien de ellos con caballos, a las órdenes de Tarik ben Malluk, desde allí recorrieron el litoral del estrecho de Gibraltar, dejaron una guarnición y regresaron a su pais para informar y también  se repartieron el botín del saqueo. En la Península y con la muerte de Witiza se desencadenaron una serie de luchas peninsulares a causa de la sucesión al trono.

La aristocracia visigoda reconocía a Ákhila, primogénito del monarca muerto pero la mayoría apoyaba a Rodrigo. Ante la victoria de este, Akhila solicitó ayuda de Musa ben Noseir, valí de África para hacerse con el poder. Con este pretexto y con ánimo de expandir el Islán, 

En Abril el gobernador de Tánger Tarik Ben Ziyad  fue enviado al territorio español consiguiendo desembarcar en Gibraltar gracias a la ayuda de los witizanos, seguidamente se enfrentó con Vencía, sobrino de Rodrigo dándole muerte. En vista de los hechos, el monarca visigodo decidió salir al encuentro del invasor y el combate se decidió en favor de las tropas musulmanas en la batalla del Guadalete cerca de la laguna llamada la Janda..

El ejército invasor de Tarik  se dividió en tres partes, una de ellas  con Zeide,  al frente de las tropas se dirigió a Écija, donde se habían refugiado los visigodos, asaltaron la ciudad y confiaron su custodia a los Judíos, también entraron en Málaga, Elvira y otras poblaciones cercanas.

El segundo cuerpo encabezado por Muguet el Rumí, marchó hacía Córdoba que se tomó después de que la ciudad opusiera una heroica resistencia en octubre de 711.,

El tercero iba al mando de Tarik que marchó hacía el norte y se presentó en Toledo  donde los pobladores cristianos ya habían huido y que se sometió fácilmente.

Los musulmanes en su conquista empleaban el sistema de pactos. Según el convenio de capitulación habría una total sumisión a la autoridades islámicas y se entregaban a los árabes determinados bienes, aunque los rendidos conservaban las propiedades, o un derecho de disfrute muy amplio.

Por tratado de paz se daba autonomía jurídica para los que pactaban con el Islam, quienes quedaban en las condiciones de protegidos aliados y gozaban de  libertades personales y de la práctica su religión. 

A las incursiones de Tarik se superpusieron  las del gobernador árabe Muza, quien con el objetivo de reforzar las amplias y frágiles conquistas de Tariq llegó a Algeciras  en junio de 712 con un ejército de 18.000 soldados en su mayor  árabes que emprendió por su cuenta la conquista de la ciudad de Medina Sidonia, Alcalá de Guadaira y por último Carmona. 


Tras realizar esta se dirigió a Sevilla que asedió durante un mes, para pasar después de un mes a Mérida  donde se hallaban reunidos los principales partidarios de Rodrigo , la ciudad se defendió tenazmente y cuyo asedio se prolongó desde el invierno de 712 hasta el 30 de junio del año siguiente .

Finalmente  Muza y Tarik se reunieron en el valle de Arrocampo  entre el Tajo y él Tiétar, mientras Abd al-Aziz, sofocaba la rebelión que había estallado en Sevilla   

                              


La destrucción del Templo de Jerusalén hacía el año 70 a.C.  a manos de los romanos de Tito y la gran represión de Judea, llevó consigo la gran dispersión del pueblo israelita, viéndose en la forzosa necesidad para subsistir de tener que emigrar a otras lejanas y desconocidos tierras donde al menos  pudieran  ser  acogidos .

La historia del pueblo judío desde sus orígenes más remotos se divide en sucesivas etapas que a su vez muestra una fuerza y vitalidad humana que es universalmente reconocida, despertando su desarrollo enorme interés en todo el mundo.

Hay que remontarse a tiempos muy remotos  como  para poder hablar sobre los primeros judíos que llegaran a la península ibérica, dicen los historiadores que los primeros en llegar fueron en el siglo X a.C. al parecer fueron haciendo  la escala   a bordo de las naves fenicias que con frecuencia se dirigían a Tharsis en  Iberia, siendo su desembarco  en la desembocadura de los ríos Tinto y Odiel en Huelva.

Cuando Claudio Marcelo en el año 169 llega a korduba Turdetana funda la ciudad de la Córdoba Romana, al parecer ya tenían  noticias que con anterioridad ya habían llegado los hebreos

En tiempos de la ocupación romana los judíos eran libres de practicar su religión,  llegando  a ser protegidos por  el estado de Roma.

Los judíos  se dividían en comunidades y se administraban  disponiendo de jerarquización propia.

En el  siglo IV se sucederían las invasiones de los bárbaros del norte de Europa y años después  los Godos y Visigodos, estos  al menos fueron estables llegando a formar una extensa monarquía hereditaria

Los primeros años del siglo VII fueron difíciles llagándose a promulgar edictos de expulsión para quienes no aceptaran el cristianismo, pero apareció la figura de San Isidoro de Sevilla en el siglo IV y en el Concilio de Toledo del 633,  se prohibió presionar a los judíos con medidas  violentas  para que se convirtieran al cristianismo.

El problema de las medidas opresoras, era que tarde o temprano se volverían en contra del opresor ya que los antecedentes indican que suele suceder   en la mayoría de los casos y  los judíos vieron con buenos ojos la invasión musulmana  del año 711 en España.

 Muchos de  los sefardíes que se asentaron en  el comercio, incluso en los propios zocos, otros se dedicaron a las finanzas, incluso hubo encargados de proveer el mercado de Córdoba, los había de todos los oficios,  panaderos, tenderos, tundidores, fundidores, plateros, alfareros curtidores, vidrieros, aladreros, herreros, carpinteros. etc.

La judería en época musulmana estaba a extramuros al norte de la muralla ocupando lo que hoy es el Campo de La Merced, los Jardines de Colón y parte del Barrio de Santa Marina.

Durante el Califato Omeya llegó  alcanzar gran auge debido al continuo comercio de mercaderías procedentes de Oriente  Medio.

Hacia el año 1120 surgió un nuevo movimiento musulmán religioso en el norte  de África, cuyos miembros fueron conocidos como los Almohades que en árabe significa defensores, si bien con anterioridad estuvieron los almorávides

La Judería fue destruida por la invasión Almohade en 1148 cuando sus tropas ocuparon la ciudad

En  1236 con la llegada al trono de Fernando III el Santo y hasta la expulsión de los moriscos en  1492 por los Reyes Católicos, los judíos en Córdoba, ocuparon la zona comprendida entre la calle del Arquillo, el Alcázar Omeya y el Muro Este de la Medina (ciudad), lo que hoy se conoce como  la judería actual, con sus calles estrechas y  casas de una o dos plantas.

El día 31 de marzo de 1492  los Reyes Católicos firmaban en Granada el edicto de expulsión de los judíos de la Corona de Castilla, mientras otro documento con ligeras variaciones era  firmado sólo por Fernando para los judíos  de la Corona  de Aragón,  ambos documentos  partían de un borrador elaborado pocos días antes por el inquisidor general, fray Tomás de Torquemada.

Los argumentaciones oficiales  de tan rigurosa medida eran fundamentalmente religiosas: combatir la herética pravedad de los judíos que se extendían       

El trascendental paso de una dominación musulmana a otra cristiana produjo una profunda conmoción en la vida de los judíos españoles. Sólo fueron unos pocos los que supieron sacar provecho de la nueva situación, recorriendo los campos de lucha con fines comerciales, a veces incluso traficando con seres humanos y ocupándose en el rescate de cautivos, bien para obtener beneficios económicos, bien por motivos piadosos o humanitarios.

Es cierto que después de la destrucción y pillaje de la mayoría de las comunidades judías pervivía sus restos y quienes heredaron a los ministros de los autócratas del pasado intentaron seguir los pasos de sus mayores al servicio de los vasallos y oficiales del Imperio de los Almorávides.

La historiografía árabe posterior nos habla de la evidente exageración de un gran número de combatientes judíos que lucharon junto a los cristianos en las grandes batallas decisivas y sabido es que todavía en el siglo XIV se armaban los judíos de las ciudades fronterizas contra el enemigo musulmán. 

En realidad los judíos se contentaron con defender sus casas y barrios y no se adhirieron a ninguno de los dos bandos, sino que fuero la comunidad paciente y acosada por todas partes y en todas las circunstancias.

En el sur de España se desmontaron los fundamentos de la vida judía.



Los Almorávides pusieron fin a la existencia de los pequeños Estados de al-Ándalus y por tanto a la vida despreocupada e ilustrada que había reinado en la corte de sus monarcas. 

Muchos fueron los cortesanos judíos que se habían comprometido con los anteriores regímenes y se vieron obligados a huir. La suerte de la familia Ibn Ezra nos ofrece un ejemplo caracterizado. 

Cuando en 1090 el almorávide Ibn Tasufin conquistó Granada y la comunidad judía fue destruida, los miembros de dicha familia perdieron sus cargos. Yosef ibn Ezra y su hijo Yahuda marcharon a Toledo y allí nuevamente lograron nuevamente una posición elevada. También Ishac Ibr Exra se estableció según parece en Toledo.

Su nombre se mencionada en documentos de 1118 y 1119 interviniendo en negocios de dicha ciudad, pero poco después debió abandonar la urbe cristiana quizá por los desórdenes que tuvieron lugar por entonces en  toda Castilla. En 1121 fallecía solitario en Lucena.

Mosé Ezra el célebre poeta que había alcanzado el título cortesano de Sahib al Sorra ostentado a la vez el  de Rabí capaz de escribir cantos de amor sensuales y eróticos a la vez que una poesía religiosa que fue considerada un prodigio por los hombres piadosos de las generaciones siguientes, perdió su cargo y su fortuna y no pudo huir rápidamente como habían hecho sus hermanos. En dos cartas ciertos amigos suyos se queja de las falsedades de su generación… que le tienden trampas a su vida:

No me quejé de que robaran mi fortuna, no me importó  que se desvaneciera y evaporara. No me lamenté de que se acabara la opulencia, ni me sentí enfermo cuando mis servidores desertaron…¿Cómo no voy a mofarme del destino de sus jugarretas? Toda mi vida había conocido el éxito  y mi fortuna emprendió el vuelo como águila que se remonta; al trabajo de mis manos le salieron alas a fin de poner de manifiesto que la mano e Dio es poderosa. Pero sin embargo las lágrimas fluyen de mis ojos y el dolor me vence por haberme quedado solo en mi tierra natal, sin un amigo a mi lado. Me siento como extranjero y advenedizo; no veo a mi alrededor a nadie de mi familia, a nadie de la casa de mí padre…Sigo en Granada como si fuera un extranjero, soy en esta ciudad, cuyo bullicio y esplendor han declinado, como un gorrión que ha perdido su nido; y en esta generación descarriada y corrompida, soy como un pájaro desterrado; no hay refugio para mí y no queda nadie que se acuerde de mi persona y se interese por mi salud.

El poeta alude claramente a uno de los hermanos, culpando de su triste suerte. Son las suyas malas acciones como se habían cometido desde que el mundo es mundo; con sólo escucharlas nos zumban los oídos… Mientras yo reposo en los abismos de la cólera del destino, ellos viven seguros bajo su ala benéfica. Finalmente en el año 1095 conseguirá también Mosé huir a tierras cristianas; y desde entonces hasta su muerte en 1135 anduvo solitario y errante por la España del norte, según atestigua el mismo en alguno de sus poemas.

Parece ser que los judíos  que emigraron de al-Ándalus a los reinos del norte se adoptaron pronto a la manera de vivir de los cristianos y lo mismo que aprendieron de ellos el modo de transformar la tierra boscosa en campos fértiles y en ciudades.

Las vivencias de Mosé Ibn Ezra, son similares a las de muchos humanos italianos del Renacimiento. Es la suya la triste figura del cortesano caído de su grandeza que busca consuelo en la filosofía. Hubo sin duda otros judíos con  parecidas experiencias en su misma generación. En general esta sociedad cortesana, producto del régimen político, de los pequeños estados de al-Ándalus, se esforzó por conseguir que su modo de vivir continuara en vigor con los almorávides, o bien que se ensayara de nuevo bajo la égida de los conquistadores cristianos. De esta manera pusieron los fundamentos de la compleja historia de los judíos en la España cristiana de los siguientes siglos. 

Hoy por hoy no se conocen con detalle las condiciones políticas en que se desarrollaba la vida en la corte de los Almorávides. Por otro lado, al amparo de los reyes cristianos se abría ante los magnates judíos toda una época de ascenso y grandeza. 

Muchos de esos magnates defendieron con firmeza a su pueblo y su fe, pero los hubo también que volvieron la espalda al primero y traicionaron a la segunda.

 La sofisticada cultura de los ricos y poderosos estaba enormemente lejos de la sencilla fe de las masas y la oposición entre unos y otros acabó por degenerar en lucha abierta.

Los cortesanos a la vez ortodoxos y racionalistas en su fe, creyeron su deber aniquilar a la secta caraíta (se trata de un grupo del judaísmo hebreo), la cual ya muchos antes, durante la dominación musulmana se había visto obligada primero a retirarse a las regiones fronterizas con el territorio cristiano y finalmente buscar refugio en las fortalezas de Castilla.

Por aplastar a los caraítas se esforzaron tres generaciones de cortesanos judíos al servicio de los reyes Alfonso VI , Alfonso VII y Alfonso VIII, consiguiendo exterminar a la mencionada secta con ayuda del poder gobernante.



En el  siglo IV se sucederían la invasiones de los  bárbaros del norte de Europa y años después  los Godos y Visigodos, estos  al menos fueron estables llegando a formar una extensa monarquía electiva.   

Los primeros años del siglo VII fueron difíciles llagándose a promulgar edictos de expulsión para quienes no aceptaran el cristianismo, pero apareció la figura de San Isidoro de Sevilla y  en el Concilio de Toledo en el 633 y  se prohibió presionar a los judíos con medidas  violentas  para que se convirtieran al cristianismo.

El problema de las medidas opresoras, era que ni más menos tarde que temprano se vuelven las tornas contra el que oprime, o al menos sucede  en la mayoría de los casos, y  eso fue   lo que sucedió,  ya que los judíos vieron con muy  buenos ojos la invasión musulmana  del año 711.

 

Ésta invasión permitió  a los judíos practicar su religión, siendo  muchos  los sefardíes que se asentaron en  el comercio, incluso en los propios zocos, otros se dedicaron a las finanzas, incluso hubo encargados de proveer el mercado de Córdoba, los había de todos los oficios y gremios, panaderos, pañeros, zapateros, agricultores, prestamistas, tenderos, tundidores, curtidores, vidrieros, herreros, aladreros, tintoreros, plateros. etc.


La judería cordobesa  en época muusulmana se encontraba en extramuros al norte, ocupando lo que hoy es el Campo de La Merced, buena parte de  los Jardines de Colón y parte del Barrio de Santa Marina.

Durante el Califato Omeya llegó  alcanzar gran auge debido al continuo comercio de mercaderías procedentes de Oriente  Medio.

Hacia el año 1120 surgió un nuevo movimiento musulmán religioso en el norte  de África, cuyos miembros fueron conocidos como los Almohades que en árabe significa defensores.  

La Judería fue destruida por la invasión Almohade en 1148 cuando sus tropas ocuparon la ciudad 

 


En el año 1217 con la llegada al trono de Fernando III el Santo y hasta la expulsión  de los moriscos en  1492 por los Reyes Católicos, los judíos ocuparon la zona comprendida entre la calle del Arquillo, el Alcázar Omeya y el Muro Este de la Medina (ciudad), lo que hoy conocemos por la judería actual, con sus calles estrechas y sinuosas y casas de una o dos plantas.

El trascendental paso de una dominación musulmana a otra cristiana produjo una profunda conmoción en la vida de los judíos españoles. Sólo fueron unos pocos los que supieron sacar provecho de la nueva situación, recorriendo los campos de lucha con fines comerciales, a veces incluso traficando con seres humanos y ocupándose en el rescate de cautivos, bien para obtener beneficios económicos, bien por motivos piadosos o humanitarios .

La historiografías árabes posteriores  nos habla con evidente exageración de un gran número de combatientes judíos que lucharon junto a los cristianos en las grandes batallas decisivas y sabido es que todavía en el siglo XIV se armaban los judíos de las ciudades fronterizas contra el enemigo musulmán. Pero en realidad los judíos se contentaron con defender sus casas y barrios y no se adhirieron a ninguno de los dos bandos.,

Los Almorávides pusieron fin a la existencia de los pequeños  reinos de taifas  de al-Ándalus y por tanto a la vida despreocupada e ilustrada que había reinado en la corte de sus monarcas.

 


También la situación de los judíos se puso en peligro ya que el 31 de marzo de 1492 los Reyes Católicos firmaban en Granada el edicto de expulsión de los judíos de la Corona de Castilla, mientras otro documento con ligeras variaciones  era firmado sólo por Fernando para los judíos de la Corona de Aragón,  ambos textos  partían de un borrador elaborado pocos días antes por el Inquisidor General, fray Tomás de Torquemada.

 

LAS REFORMAS DEL CLERO 

  


En la  Edad Media, el estado de la relajación y progresivo decaimiento de la vida religiosa en su forma monacal, canónica y mendicante, era muy generalizada en el occidente cristiano.

Alejamiento del ideal religioso motivado entre otras causas por las repercusiones del cisma de Occidente, los trastornos sociales y económicos de la llamada crisis bajomedieval y  los intereses económicos que dominaban la vida religiosa y la frecuente de vocación en los miembros del clero regular.


Como reacción frente a la degeneración de la vida religiosa y la frecuente falta de vocación en los miembros del clero regular, nació el movimiento llamado observancia que en un principio no fue sino un impulso de vivir la religión con exactitud disciplinar. En el ámbito hispánico con los Reyes Católicos, estos ímpetus reformistas adquirieron un carácter sistemático, institucional y jerarquizado.

 


En los primeros años del reinado ya existió un programa por Hernando de Talavera, defensor de una reforma que, dirigida por los prelados de confianza de los reyes, corrigiese las costumbres desarregladas de los religiosos y sanase la la administración de los monasterios. Pero las embajadas del obispo de Tuy, Diego de Muros, del abad de Sahagún, Rodrigo de la Calzada, y del canónigo de Sevilla, Juan de Arias, en 1479 ante la curia pontificia de Sixto IV, y las gestiones diplomáticas después por el conde de Tendilla en 1486 ante Inocencio VIII, no arrancaron de Roma las pretensiones que tenían los reyes en recibir la facultad de designación de los reformadores, ni sus peticiones de que los abades y priores fuesen elegidos por los monjes de sus monasterios con una duración trienal en vez de designación papal de carácter perpetuo.



 

En 1487, la inasistencia de delos Reyes y la presión de los elementos ya reformados  de Castilla y Aragón vencieron al menos parcialmente, las barreras de la curia romana en la defensa de la superioridad de jurisdicción eclesiástica y en los intereses sobre la posesión de los monasterios .

 

Con la bula Quanta in Dei Ecclesia de diciembre de 1487, Isabel y Fernando consiguieron que Inocencio VIII nombrase obispos de Ávila, Córdoba, Segovia y León para implantar la reforma en los monasterios cistercienses, benedictinos y los canónigos regulares de San Agustín de las diócesis de Galicia, donde muy especialmente se sentía la necesidad de introducir reformas radicales que liberasen a las iglesias de la opresión de los señores y reajustasen la anárquica vida de las ordenes monacales. 

El acceso al pontificado del papa valenciano Rodrigo de Borja en 1492 y el protagonismo alcanzado en las medidas coleccionadas del clero por Francisco Jiménez de Cisneros marcan la segunda etapa de la política reformista de los Reyes Católicos, la cual, merced  diversos breves y bulas otorgadas por Alejandro VI, los reyes consiguieron que la reforma de los religiosos quedase  estrechamente vinculada a su acción personal y a la de sus íntimos colaboradores.

 


Por las facultades otorgadas por el breve Exposuerunt nobis de marzo de 1493 gestionado por la embajada de don Diego López de Haro, los reyes iniciaron sus proyectos reformistas por los monasterios y conventos femeninos, intentando implantar a través  de las visitas de reformadores la clausura efectiva, la guarda de los votos profesados y la reglamentación de las economías de los monasterios entre otras medidas. 

La resistencia a la reforma fue extrema en el Principado de Cataluña, produciéndose numerosos incidentes. Así la  Abadesa de San Pere de les Puelles de Barcelona, Constanza de Peguera asesorada por algunos juristas apeló a Roma contra los visitadores, y muchas monjas de distintos conventos se hicieron fugitivas y tuvieron que ser capturadas por la justicia reales.

Aunque muchas veces el celo de los visitadores llevaba exceso como los denunciados por los concelleres de Barcelona a Fernando lamentándose de ver monjes, filles, germanes e parentes nostres axí cruelment per frases e mossos esser azotados.

Para la reforma de las órdenes religiosas masculinas los poderes obtenidos por los reyes de la Santa Sede fueron más limitados, y por este motivo se impuso el camino de apoyar a los elementos observantes de las  distintas órdenes con el objetivo de que fuesen capaces de atraer a la parte no reformada de la propia orden.

Destacaron en esta labor Diego de Deza en la orden dominica, Pedro de Nájera y García Jiménez de Cisneros en los franciscanos, a cuyo impulso se deben también numerosos proyectos para la renovación teológica, cultural y espiritual.


 

No cabe, sin embargo, magnificar peligros de la reforma llevada a término por los Reyes Católicos. Los ideales reformistas se propagaron sobre todo a través de los sínodos provinciales y diocesanos, y de nueva imprenta difundió textos litúrgicos y manuales para confesores y predicadores, pero el absentismo, la simonía y el escándalo no desaparecieron de un plumazo de la vida eclesiástica.


En 1500 la reina Isabel se quejaba al obispo de Calahorra de que en su diócesis la mayor parte de la clerecía dice que son y están concubinarios públicamente, y si la nuestra justicia se entremete en castigar, se ponen en revuelta y escándalos.

 

Tal como ha concluido José García Oro, lo más significativo de la reforma del clero en tiempo de los Reyes Católicos estriba en haber creado las condiciones jurídicas y políticas en las cuales pudiera desarrollarse y crecer por su fuerza  interna la reforma que había comenzado antes de su reinado y que debía perdurar después de él.

 

                LA INQUISICIÓN EN SU QUINTO                                                       CENTENARIO


En otro trabajo, el profesor Vicente Llorens, analiza algunos aspectos de la represión cultural propiciada por la  omnipresencia de la inquisición.

 


El 1º de noviembre de 1478 el Papa Sixto IV cedía ante las presiones de los Reyes Católicos  y promulgaba una bula (documento pontificio de concesión de gracia y privilegio), mediante la cual se aprobaba la creación de la inquisición con plena independencia de la Santa Sede.


Los forcejeos diplomáticos de los reyes de Castilla les permitieron la puesta en marcha de un tribunal inquisitorial al servicio de la unidad religiosa y política de la península, creada para resolver el problema de los falsos conversos, la inquisición se iría adentrando progresivamente en la vida religiosa y  política administrativa y social española creando un siniestro entramado que tardaría tres siglos  y medio en desmontarse.

La monarquía española y hasta nuestra historia más dorada quedarían para siempre atrapadas por esta negra institución  que sin embargo, no fue invento nuevo.

La inquisición como tribunal eclesiástico  para la represión de la herejía y demás delitos contra la fe cristiana  (superstición, brujería, iluminismo, apostasía, etc,  nació en Francia a mediados del siglo XIII,  extendiéndose rápidamente hacía el resto de Europa. 

Dominicos y franciscanos según los casos y regiones, se encargaría de inquirir, juzgar y sentenciar a los herejes, dejando después en manos del poder civil la ejecución de las penas impuestas. 


El tribunal de la inquisición alcanzaría al reino de Aragón, donde San Raimundo de Peñafort por ejemplo, llegaría incluso a redactar  un manual práctico para inquisidores. 

El establecimiento de la inquisición en Castilla será obra de los Reyes Católicos, como queda dicho, pero será una institución esencialmente diferente de la que había funcionado anteriormente en Europa. 

Ahora coincidiendo con el quinto centenario de <<nuestra inquisición,  el nº 31 de la Revista Historia 16, noviembre de 1978 publicó un amplio telón de fondo donde el profesor Tarsicio Azcona, estudió los orígenes y primeros pasos de la inquisición que se dirigieron  a la clase exclusiva de  los judíos.

 

SIGAMOS CON LA PAZ Y EL DIFÍCIL ENTENDIMIENTO ENTRE JUDÍOS, MOROS Y CRISTIANOS.

Con la bula antes expresada por el papa Sixto IV en 1478 se otorgaba la carta fundacional a la inquisición en España. La bula pontificia señalaría no sólo el comienzo de una difícil convivencia entre las distintas minorías religiosas de los reinos de España, sino, lo que es más importante, el punto de arranque para una historia siniestra de represiones, confiscaciones y destierros.

 


Dejemos por  ahora de lado la minoría islámica integrada por el grupo morisco, por el mudéjar y por el reciente conquistado reino de Granada. Eso es  harina de otro costal, que fue mal digerida por la sociedad peninsular española del siglo XVI.

Ahora vamos a centrarnos en la minoría israelita o hebrea: no es nada fácil captarla al primer golpe de vista, circunstancia por la que hace necesario abordarla con mucho y mayor detalla.:

 


                 El bloque mayor fiel a la ley mosaica y no comprometida con el cristianismo, donde era más numeroso en Castilla, aunque ocupaba buenas posiciones en la Corona de Aragón y en el reino de Navarra.

 

A falta  de censos precisos ya no son  verificables, se podrá barajar la cifra de 200.000  como número máximo y no sin reparos. Esa minoría vivía en varios cientos de aljamas bajo un estatuto social reconocido; un cuerpo de súbditos y de vasallos de la corona acudía con contribuciones pecuniarias a los reyes como dueños y señores y gozaba del apoyo social de los mismos. 

Situación social, al parecer, avanzada, pero que se quebraba, como una caña, en la realidad. Consiguieron oficios públicos, arrendaban las rentas del reino, eran clarividentes en política y en economía. 

Esta situación desataba no pequeñas iras de los nativos. Y venían las restricciones y las discriminaciones, sobre todo aquella de que <<traigan sus señales por donde sean conocidos>>, las de vivir en distritos separados y no vestir telas preciosas.

Esta minoría, al darse cita una serie  coincidente de causas, sufrió el exilio de 1492, ya que se prefirió el destierro al abandono de su religión. Luego no pocos consiguieron volver a sus lares. Es claro que este bloque israelita no conoció la inquisición, que no fue pensada para ellos. 

Este bloque israelita se vio escindido desde principio del siglo XV por numerosas defecciones: los conversos, o convertidos al catolicismo. Fueron no pocos. ¿Por qué se convertían?. Debido a la acción pastoral  de los cristianos, imbuidos del principio de que fuera de la iglesia no existía salvación. Así día a día, sobre todo s raíz de las compañas de evangelización llevadas a  cabo por San Vicente Ferrer y otros, fueron bautizados muchos hebreos. Aunque no todo era fruto de la persecución evangélica. En muchos  casos influían la coacción y el miedo. 

Es claro que no les agradaba, ni les aprovechaba, la situación de discriminación y de impopularidad ya insinuada. Por contario, reportaba ventajas sociales la conversión. No es que los teorizantes aprobasen la coacción, pero en la práctica el medio ambiente empujaba hacía el bautismo. Con razón se planteó la cuestión de la sinceridad de estas conversiones incluso en el nombre impuesto por sus connacionales. A unos les llamaban Anusim o forzados, a otros Me sumad, adheridos voluntariamente.

 

Este dato social nos podría llevar a distintas apreciaciones. Se ha afirmado muchas veces, incluso en estos mismos días, que ningún judío fue converso sincero, todos eran forzados y fingidos. No es posible escrutar la raíz de la conciencia  y de la libertad, pero existen manifestaciones muy significativas. 

Es difícil achacar fingimiento a grandes conversos, que llegaron al ápice de la jerarquía católica  y que escribieron importantes tratados defendiendo la libertad de conversión; tampoco a sencillos conversos practicantes, que jamás fueron molestados. La historia de entonces admitió, y la de ahora debe admitir que muchas conversiones fueron sinceras, sobre todo a partir de la segunda generación, puesto que los interesados jamás lo desmintieron, no crearon ningún problema y fueron aceptados con plenitud en la sociedad cristiana. 

La misma tensión creada entre ellos es sintomática; los peores adversarios de los conversos fueron los mismos judíos y por lo contrario fueron conversos quienes atacaron con fuerza a sus hermanos de sangre. Pero nos queda todavía  otro sector de israelitas hispánicos, los judaizantes, que en apariencia se habían convertido y en secreto, seguían viviendo al estilo judío. Se les apodaba marranos, apodo que se propagó por Europa, sin eufemismo y sin dudas sobre la semántica del mismo. Estos judaizantes existieron y al tratar de ellos nos acercamos al punto visceral del problema. 

 


Por ello y para ellos nació la inquisición moderna española. Se les ha querido presentar como un peligro tan abultado que hubiera hecho tambalear al cristianismo ibérico. No lo admitimos. Más fácil es entenderlo como un grupo social inadmisible por la situación política que se iba imponiendo en Castilla y Aragón. Creemos que fueron rechazados por inaceptación del Estado nuevo y de los cristianos viejos.

Desde otro ángulo se trata de un grupo de interés para la psicología que estudia la práctica yuxtapuesta de dos religiones.

 Ahora vamos a centrarnos en la minoría israelita o hebrea: no es nada fácil captarla al primer golpe de vista, circunstancia por la que hace                                              necesario abandonarla                            


El bloque mayor fiel a la ley mosaica y no comprometida con el cristianismo, donde era más numeroso en Castilla, aunque ocupaba buenas posiciones en la Corona de Aragón y en el reino de Navarra.

A falta de censos precisos ya no verificables, se podrá barajar la cifra de 200.000  como número máximo y no sin reparos. Esa minoría vivía en varios cientos de aljamas bajo un estatuto social reconocido; un cuerpo de súbditos y de vasallos de la corona acudía con contribuciones pecuniarias a los reyes como dueños y señores y gozaba del apoyo social de los mismos.

Situación social, al parecer, avanzada, pero que se quebraba, como una caña, en la realidad. Consiguieron oficios públicos, arrendaban las rentas del reino, eran clarividentes en política y en economía. 

Esta situación desataba no pequeñas iras de los nativos. Y venían las restricciones y las discriminaciones, sobre todo aquella de que <<traigan sus señales por donde sean conocidos>>, las de vivir en distritos separados y no vestir telas preciosas. 

Esta minoría, al darse cita una serie  coincidente de causas, sufrió el exilio de 1492, ya que se prefirió el destierro al abandono de su religión. Luego no pocos consiguieron volver a sus lares. Es claro que este bloque israelita no conoció la inquisición, que no fue pensada para ellos. 

Este bloque israelita se vio escindido desde principio del siglo XV por numerosas defecciones: los conversos, o convertidos al catolicismo. Fueron no pocos. ¿Por qué se convertían?. Debido a la acción pastoral  de los cristianos, imbuidos del principio de que fuera de la iglesia no existía salvación. Así día a día, sobre todo s raíz de las compañas de evangelización llevadas a  cabo por San Vicente Ferrer y otros, fueron bautizados muchos hebreos. Aunque no todo era fruto de la persecución evangélica. En muchos  casos influían la coacción y el miedo.

Es claro que no les agradaba, ni les aprovechaba, la situación de discriminación y de impopularidad ya insinuada. Por contario, reportaba ventajas sociales la conversión. No es que los teorizantes aprobasen la coacción, pero en la práctica el medio ambiente empujaba hacía el bautismo. Con razón se planteó la cuestión de la sinceridad de estas conversiones incluso en el nombre impuesto por sus connacionales. A unos les llamaban Anusim o forzados, a otros Me sumad, adheridos voluntariamente.

 

Este dato social nos podría llevar a distintas apreciaciones. Se ha afirmado muchas veces, incluso en estos mismos días, que ningún judío fue converso sincero, todos eran forzados y fingidos. No es posible escrutar la raíz de la conciencia  y de la libertad, pero existen manifestaciones muy significativas.

 

Es difícil achacar fingimiento a grandes conversos, que llegaron al ápice de la jerarquía católica  y que escribieron importantes tratados defendiendo la libertad de conversión; tampoco a sencillos conversos practicantes, que jamás fueron molestados. La historia de entonces admitió, y la de ahora debe admitir que muchas conversiones fueron sinceras, sobre todo a partir de la segunda generación, puesto que los interesados jamás lo desmintieron, no crearon ningún problema y fueron aceptados con plenitud en la sociedad cristiana.


La misma tensión creada entre ellos es sintomática; los peores adversarios de los conversos fueron los mismos judíos y por lo contrario fueron conversos quienes atacaron con fuerza a sus hermanos de sangre. Pero nos queda todavía  otro sector de israelitas hispánicos, los judaizantes, que en apariencia se habían convertido y en secreto, seguían viviendo al estilo judío. 

Se les apodaba marranos, apodo que se propagó por Europa, sin eufemismo y sin dudas sobre la semántica del mismo. Estos judaizantes existieron y al tratar de ellos nos acercamos al punto visceral del problema.

Por ello y para ellos nació la inquisición moderna española. Se les ha querido presentar como un peligro tan abultado que hubiera hecho tambalear al cristianismo ibérico. No lo admitimos. Más fácil es entenderlo como un grupo social inadmisible por la situación política que se iba imponiendo en Castilla y Aragón. Creemos que fueron rechazados por inaceptación del Estado nuevo y de los cristianos viejos.

 

Desde otro ángulo se trata de un grupo de interés para la psicología que estudia la práctica yuxtapuesta de dos religiones.



 

 

 

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