EL RESURGIR DE UNA FRONTERA: LORCA Y EL
LEVANTAMIENTO DE LAS ALPUJARRAS
(1568-1571)
Fueron los Muladíes habitantes de la España invadida en el año 711 por los musulmanes y que por razones diversas abandonaron el cristianismo, se convirtieron a la religión musulmana. Entre ellos hubo grandes historiadores, personajes diversos que se asimilaron sin reserva a los musulmanes. Otros sin embargo se sintieron unidos a los mozárabes cristianos
.
Francisco Bueno, en su libro los Moriscos, nos ofrece abundante información de aquella época, asimismo los profesores llamados Valeriano Sánchez Ramos de la Universidad de Granada y Juan Jiménez Alcázar de la Universidad de Murcia e Internet Explorer quienes han facilitado abundante información respecto a la sublevación de las Alpujarras de 1568, permitiendo conocer un poco más sobre este tema tan interesante
LAS "NAVIDADES DE SANGRE". Del 23 al 28 de diciembre de 1568, los moriscos de las Alpujarras se alzaron contra la autoridades castellanas, degollando a todo cristiano a su alcance.
El marqués de Mondéjar, capitán general del reino, comenzó de inmediato al apaciguamiento de los moriscos rebelados internándose en el sector alpujarreño. Sus medidas poco represivas fueron muy criticadas, ya estas imprimían una lentitud táctica a las operaciones militares.
Las críticas, encabezadas por D. Pedro Deza, presidente de la chancillería granadina, consideraban que el sector oriental -actual provincia de Almeria- sin una rápida intervención, quedaba expuesta al control enemigo, máxime en una tierra en la que los desembarcos corsarios eran una constante.
El Concejo de Almería y García de Villarroel, su gobernador, escriben al marqués de Mondéjar pidiendo socorro por el evidente peligro, éste no les podía socorrer con la brevedad que el caso requería, solicitando a su vez la intervención del adelantado de Murcia, no estaba del todo claro, ya que el reino de Granada competía a la Capitanía de Hurtado de Mendoza, para cruzar la frontera con un ejército que significaba interferir en las actuaciones de unos y otros.
El 29 se lee una carta en el cabildo del marqués, en la que notifica el suceso. Por su condición de alcaide de la fortaleza lorquina así como por ser capitán general del reino de Murcia, ordena que estén atentos a su llamada y que organice estancias de guardas. La respuesta del concejo no se hace esperar con nombramientos de capitanes, y que se tiendan banderas y se toquen tambores y nombren oficiales para que luego hagan la gente.
Prohíban la salida de la ciudad para comprobar la tropa disponible.
Se manda poner guardas en la fortaleza y hacer ahumadas para estar en comunicación con las que pusiera el marqués en Montebriche.
De todo ello se le da buena cuenta a Fajardo, acerca de cruzar la frontera con un cuerpo armado, pues la orden real no existe.
Muestra de esto son las numerosas cartas que el marqués envía a la ciudad del Guadalentín.
El 30 llega una; reunión al cabildo a las diez de la noche, ordenando a los capitanes la salida inmediata hacia Vélez.
Parten a las tres de la mañana 1.500 infantes y 100 caballeros, retornando al mediodía tras una contraorden del adelantado.
Entre tanto le ha llegado al marqués otra carta de Almería solicitando ayuda. El primer día de 1.569, el adelantado se dirige a Lorca pidiéndole de nuevo gente y anunciando la llegada de su hermano D. Juan Fajardo, quien explicó en el cabildo, celebrado a la una del mediodía, la situación de la capital almeriense
Al día siguiente se presenta Diego Mateo de Guevara, comisario de la milicia del reino de Murcia, entregando una carta del hermano del marqués quien manifestaba se había vuelto por la escasa gente encontrada.
Por ello, ordena el Concejo la salida de la tropa a las órdenes de Juan Navarro de Álava y por fin el Marqués se decidió a cruzar la frontera. Su justificación y`por Por fin el marqués se decidió a cruzar la frontera. (Su justificación nos la da Mármol): "ateniéndose a lo que dice una ley tercera, título diez y nueve de la Segunda Partida, qué deben hacer los vasallos por sus reyes en caso de rebelión" . Si esto respondía a derecho, de hecho fue que el marqués por una parte y el de Mondéjar por otra tratan que presto, aquellas guerras civiles acabasen
t
Por fin el marqués se decidió a cruzar la frontera. ateniéndose a lo que dice una ley tercera, título diez y nueve de la Segunda Partida, que deben hacer los vasallos por sus reyes en caso de rebelión.
Almería se da arrebato el día 2 mismo y las tropas lorquinas se hallan en Vélez Blanco a la espera del resto del ejército. Como Maese de Canpo del contingente marcha Juan Fajardo.
Dos días después, salía el marqués de los Vélez en dirección a Oria donde espera recibir la orden real de intervención. La vanguardia la ocuparan las milicias lorquinas.
LA ENTRADA EN EL REINO DE GRANADA
No quiso Luis Fajardo tomar el ejemplo de otros ni el consejo de Deza, acerca de mantener el ejército con el gasto en los pueblos, como ocurría en otros reinos .
Por el contrario, organizó el apoyo con su propia hacienda y de sus amigos y clientes, puso el campo en la casa del margen donde llaman la Boca de Oria. que el carta del Padre Morote califica como sitio muy peligroso.
Aquí recibió según Cabrera de Córdoba- una segunda carta de Deza, instándole a estar atento a la inmediata carta real; el mismo autor dice que pareciendole sería a su costa el sustento, quiso fuese a la de los enemigos y paso adelante. ¿Será éste el plan logístico llevado a cabo por el marqués en las jornadas venideras? ya veremos con posterioridad.
Al día siguiente marchó a Olula, donde se le unieron cien
caballeros de Juan Enríquez, de Baza. En la jornada posterior atraviesa
la sierra de los Filabres pasando a Tabernas, donde llega el día 7,
permaneciendo allí cinco días para que la gente descansase como según él
nos dijo para guardar orden de su majestad y las compañías que habrán de venir
del reino de Murcia.
El adelantado tiene el
visto bueno de la Corona; con él, se lanza sin reservas a presentar batalla.
El día 12 levanta el campo y se acerca al río Almería. Morote alude a su estancia en Santa Cruz, sin entrar en más detalles . Sin embargo, Hizo lo preciso en mayor medida. Ni Mármol ni Hurtado recogen este suceso, aunque no lo consideramos importante, pues representa la primera jornada oficial de lucha.
Nada más
llegar, las tropas se desmandaron saqueando los lugares y apresando moriscas.
No precisamos el término esclavitud, pues no está del todo clara la
justificación del mismo, cuestión que se debate en esos momentos en los órganos
de gobierno.
Paга sorpresa de los lorquinos, el adelantado les tomó las moras (mujeres) y lo demás que habían robado, y las moras las mandó el marqués llevar con escolta a Cantoria para que allí las guardasen.
Llamamos la atención sobre este hecho ya que fenómenos como los vistos, saqueo y represión se repetirán en las jornadas; por un lado, los lorquinos acostumbrados a los usos de las cabalgadas, reproducen los hábitos de las huestes que formaron sus padres y abuelos. Por su parte, el marqués, hombre de su tiempo, pretende formar un ejército moderno, sujeto a unas directrices de disciplina más rígida que la libertad de actuación a la que predisponía la hueste.
Enterados de que los moriscos se concentraban en Huécija, puso el marqués el campo en Terque, para comenzar poco después el asalto a la villa.
En esos momentos contaba con 5.000 infantes y 300 jinetes la mayor parte arcabuceros y ballesteros, gente ejercitada en los rebatos de la costa del reino de Murcia y acostumbrada a los trabajos de la guerra. Durante la batalla, el Gorri, cabecilla morisco, huyó a la cercana sierra sin ser perseguido, ya que los soldados estaban embebecidos y embaraçados con el saco; añade a esta apreciación Hurtado que si un capitán morisco hubiera atacado en esos instantes, hubiera podido hacer daño a los nuestros.
No quiso entrar el marqués en Huécija, para que no se disolviera la hueste y así mandó echar bando que ningún soldado del real saliese so pena de la vida; más muchos hubo que salieron a los lugares y no volvieron, porque los moros los mataban, y otros que cargaban de lo que hallaban y se volvían a Lorca" . Aclara Mármol que fue en vano su diligencia, pues luego se comenzaron a desmandar cuadrillas por los lugares del Boloduy y del condado y cargadas de ropa, yendo bien provisto de esclavas y de bagajes, se volvían a sus casas. El botín de esta desmandada lo requisó el marqués y lo envío a sus señoríos de Vélez, Cantoria y Mula para que lo guardasen.
Al mismo tiempo dio aviso a la justicia de Lorca y Murcia, haciéndoles saber lo que pasaba, que los soldados que fuesen castigados y les mandase volver al campo, y assi la justicia tenia gran cuidado desto y assi desta suerte muchos temían dexar las banderas y estaban en el real.
Este hecho causó bastante enojo a la tropa, por lo que los más juraron que de aquí adelante no dejaran moro, mora, ni muchachos con las vidas y que todo lo llevarían a sangre y fuego, como lo cumplieron viendo no les permitían tomar lo que ganaban a costa de tantos trabajos y peligros.
El control que pretendía el marqués sobre su tropa indica claramente la idea de un ejército moderno y disciplinado. No sólo se enfrentaba a los moriscos, sino también al uso y costumbre medieval de su tropa.
Cinco días estuvo reorganizándose, a pesar de la urgencia que precisaba la coyuntura. Por fin decide marchar.
El 18 duerme en la Sierra de Gádor, a mitad de camino y enterado el gobernador almeriense García de Villarroel, del plan del Fajardo, decidió salir sobre para que los moriscos al verle llegar, creyeran ver la vanguardia de D. Luis, y podría robarles antes que el marqués llegase.
Este hecho avala nuestra
teoría, que el saqueo estuvo generalizado en los primeros meses de la guerra.
No acertó esta vez Villarroel y los moriscos presentaron batalla, teniendo que refugiarse
en el
campo del Marqués.
El 19 hubo un encarnizado enfrentamiento y los lorquinos dieron palabra a su juramento y la matanza fue una de las más importantes de toda la guerra.
Nuevamente se ganó mucho botín, repartido entre los soldados .
Al día siguiente las tropas salieron de nuevo al campo de donde trajeron despojos de los muertos: ropas, collares, sarcillos, manillas y armas.
La deserción continúa; el marqués volvió a enviar cerca a las justicias
murcianas para que castigasen a los huidos. A la vez, .decidió erradicar la
indisciplina: es el caso de Palomares . Esto provocó que el marqués perdiera
el carisma de caudillo medieval al que seguían los lorquinos, sin paga, sin
sueldo ni avituallamiento.
Hasta el 30 esperó Luis Fajardo en dar nuevas órdenes del rey, pues Almería ya no estaba en peligro y no había necesidad de mantener su campo en los alrededores. Informado de la concentración morisca en la taha de Andarax, y siendo su presencia en el río de Almería innecesaria, se dirigió a Cangallar, poniendo su campo en el Barranco Hondo, también conocido como Barranco de Maraelhambre.
En la mañana del 31 ahorcó a varios soldados, porque sin orden habían salido del campo, ese mismo día pasan al Losar de Cangallar, enterándose que en Ohanes los moriscos están fortificados.
El primer día de febrero lanza el ataque siendo significativo que durante el enfrentamiento los lorquinos sufrieron mucho, teniendo que ser reforzados por Totana y Alhama.
Las pérdidas por parte morisca se registraron unos índices casi absolutos . Dos días después de la batalla llega una compañía de Lorca con 400 peones al mando de Alonso Leiva Marin.
Desfilaron ante el marqués; y en el transcurso de la revista, se produjo un incidente que sólo refiere Pérez de Hita: "estando mirando su excelencia con mucho gusto desde una ventana cómo pasaba el escuadrón salió de él desmandada una bala y fue a dar en el borde de la ventana, y si acertara a llegar un poco más arriba, allí matara al marqués, que se retiró disimulando el susto; quiso el capitán hacer pesquisa sobre este hecho, pero jamás se supo sacar en claro de dónde salió aquella bala, porque había otras compañías que al tránsito hicieron salva a la de Leiva. ¿Atentado? el hecho es que tras batalla e incidente, el marqués sufre un cambio significativo en su forma de actuar, pues las trescientas moriscas cautivadas las tuvieron los soldados que las tomaron a su voluntad más de quince días, al cabo de los cuales mandó el marqués que las llevase a la iglesia.
También repartió entre sus soldados la presa que por su parte
hubieron quedado todos muy contentos, no obstante, añade Morote, que el
ejército siguió pasando necesidad sin haber logrado el marqués le
hubiesen socorrido, no obstante haberse quedado desta falta tanto el gobierno de
Granada como el marqués de Mondéjar, desertaron mucha soldadesca de sus cuerpos pasando a
otros lugares.
Quiso el marqués avanzar por Andarax y el de Modéjar se había retirado a Granada, y su ejército estaba descansado y brioso con el refresco de Mohanes.
La entrada no se produjo, ya que los soldados satisfechos de botín. pero fue peor el remedio que la enfermedad. El fenómeno se acrecienta con la escasez de bastimentos ya no les quedaba nada que hacer o donde sacar.
Fueron tantos los desertores, que cuando vino a darse cuenta le faltaba gran parte de su gente, y muy pesaroso de la deserción, recelando que el reyecillo le acometiese con ventaja en aquella sierra, mandó que bajase Losado de Canjáyar.
Aquí sigue faltando la vitualla y los socorros que pedía no llegaban, por lo que de aquí también se le fue más gente, y de tal forma que quedó reducido el ejercito del marqués; entonces los moros le acometieran sin ninguna dificultad le desbarataron.
Marchó a Terque, con un ejército deshecho y falto de todo para que desde Almería le proveyesen.
Allí escribió nuevamente a las justicias de Lorca para que lo socorran y castiguen a los desertores.
Cuando el marqués rehaga su campo
será otro ejército muy distinto el que entre en la Alpujarra
CONCLUSIONES.
La rebelión de la Alpujarra reabre la memoria fronteriza de Lorca su rapidez de intervención está suficientemente clara: estancias y guardas protegen la frontera, y 1.500 hombres con 100 jinetes se disponen en menos de un día al grito de guerra del marqués, su caudillo militar.
El Concejo organiza la milicia, pero ellos, a título particular, lo asumen como hueste y como tal se comportan. Desempolvan los lorquinos los viejos recuerdos de cabalgadas en Granada.
Por otro lado el marqués de los Vélez, descendiente de carismáticos adelantados, es un hombre de su época, con una concepción militar moderna.
Los tiempos son otros y las cabalgadas pertenecen al campo de los libros de caballerías. Esta es la clave del período analizado: la dialéctica que se produce entre los hábitos medievales de la hueste lorquina, y la idea del ejército moderno que pretende mandar el Fajardo.
Dos cronistas, Mármol y Hurtado de Mendoza definen muy bien estas jornadas. El primero vio salir a los lorquinos muy bien en orden como lo suelen siempre hacer los de aquella ciudad.
El segundo, al orden lorquino le contrapone la idea del marqués en torno a la empresa y sin dineros, sin munición, ni vituallas, con poca gente y esa concejil mal pagada y por ello mal disciplinada mantenida del robo y del trueque para poder alcanzar y conservar la mucha libertad, poca vergüenza y menos honra .
Las justificaciones son diversas: Pérez de Hita atribuye este carácter a que era esta gente toda belicosa y malísima al trabajo de las armas, el padre Marote dice que faltando los bastimentos de boca, para nada sirven los de la guerra en una batalla.
Lo cierto es que mala cabalgada es llevar un caballo sin cebada.
Concluyen con palabras del marqués que resume muy bien la opinión que tenía de su hueste: "gente inútil y sin armas que ha venido a este campo para solo el efecto de robar".
Pensamiento individual, el de D. Luis contra la idea
colectiva de los soldados.
Escudo de Cantoria
A partir de 1489 se producirán profundos
cambios en una sociedad que durante siete siglos había tenido como horizonte el
Islam.
Por un lado la conquista por parte de los
Reyes Católicos del Valle del Almanzora y por otro la dura convivencia e
incluso podríamos hablar de lucha en todos los niveles entre los cristianos
viejos y los moriscos por la propiedad del mayor número posible de terreno de
regadío.
Terreno que era la base de la alimentación
familiar, del crédito personal, del prestigio social.
Todo ello hay que unir la difícil inserción de las actividades económicas moriscas en la economía castellana provocan un retroceso económico afectando a la industria de la seda, de gran importancia en Cantoria.
Pero Los motivos que
originaron la guerra aparte de los citados anteriormente cabe citar la
presión ejercida sobre la comunidad morisca, intentando que abandonaran sus
costumbres y tradiciones. Sin olvidar las malas condiciones económicas -la
cosecha de 1567 fue mala- y la situación de desventaja y agravio económico y
social con respecto a los cristianos viejos, la prohibición de vestir a
la morisca, obligación de aprender castellano desde los cinco años, prohibición
de los Baños, de los ritos y ceremonias propias, de residir a menos de cinco
leguas de la costa, prohibición de celebrar los Viernes, etc.
La guerra se originó en las Alpujarras
lideradas por Aben Humeya y extendidas al Valle del Almanzora. En Cantoria la
proporción moriscos-cristianos viejos, era muy favorable a los primeros. En
1570, doscientos cincuenta vecinos moriscos por cincuenta cristianos viejos.
El encargado de aplacar la rebelión en el Valle fue el Marqués de los Vélez, este contaba con la ayuda de su servidor Martín de Falces y su cargo un grupo armado de gentes de Lorca. La siguiente Crónica de Luis de Mármol y Carvajal está recogida en libro Séptimo, Capítulo XX de su “Historia de la rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada” que relata el saqueo de Cantoría por estas gentes de Lorca:
Habiendo los de Lorca socorrido la fortaleza de Oria, y sacado la gente inútil que allí había, quisieran mucho ir luego sobre la villa de Galera, sabiendo que los moriscos de allí estaban alzados, y el daño que habían hecho en los de Huáscar; y juntándose con los capitanes a consejo, no vinieron en ello, diciendo que no habían salido por aquel efecto, ni era bien poner el estandarte de su ciudad debajo del de don Antonio de Luna sin orden de su majestad.
Y siendo avisado, que en la villa de Cantoria había muchas mujeres, ropa y ganados, y que tenían los moros una casa de munición, donde hacían pólvora, acordaron de ir sobre ella; y repartiendo munición a los arcabuceros, a media noche salieron de Oria con propósito de llegar a darles una alborada, por estar Cantoria cuatro leguas de allí; mas es tan áspero el camino, que no pudieron llegar hasta que ya era alto el día, porque les amaneció en Partaloba, y hallando los moros apercibidos, pasaron con la gente en ordenanza por las huertas, y caminando por el río abajo, descubrieron la fortaleza de Cantoria,
Vieron estar en la muralla y sobre los terrados mucha gente haciendo algazaras con instrumentos y voces que atronaban aquella tierra, y muchas banderas tendidas por las almenas; los cuales comenzaron luego a tirar con dos tirillos de artillería que tenían.
El alcalde mayor envió una compañía de arcabuceros por una ladera arriba a que tomase un peñón que está a caballero de la fortaleza; y con toda la otra gente se arrimó a la puerta del , y comenzó a pelear con los de dentro, que se defendían con ballestas y hondas.
Duró la pelea desde las siete de la mañana basta las dos de la tarde. En este tiempo nuestra gente ganó el peñón, y teniendo desde allí la muralla y los terrados a caballero, que no se podía encubrir nadie de los que andaban de dentro, mataron algunos moros, y tuvieron lugar de poder llegar los que estaban con el alcalde mayor a desquiciar las puertas primeras del rebellin con rejas de arados y con hazadones y hachas, donde los moros tenían metido todo el ganado. Y entrando dentro, aunque de las saeteras y traveses del muro principal herían algunos soldados, se metieron en la casa de la munición que estaba entre los dos muros, y desbarataron el ingenio de refinar el salitre y de hacer la pólvora, y pegaron fuego al edificio y lo quemaron todo.
Y porque no se podía entrar la fortaleza sin artillería o escalas, sacaron dos mil y setecientas cabezas de ganado menudo y trescientas vacas, y se retiraron. Y enviando delante a Martín de Molina con treinta caballos y trecientos peones, que se alargase con la cabalgada y procurase llegar aquella noche al lugar de Güércal de Lorca, porque se tuvo entendido que acudirían muchos moros, según las grandes ahumadas que hacían, llamándose unos a otros por todo el río de Almanzora, caminó luego el alcalde mayor con toda la otra gente; y como cerca del lugar de Alboreas se descubriesen cantidad de enemigos, que venían al socorro de Cantoria, del río de Almanzora, y hallando nuestra gente retirada, la seguían, estuvo un rato hecho alto para que el ganado tuviese lugar de alargarse; y entre tanto envió algunos caballos a reconocer qué gente era la que parecía,
Tras dellos fue él propio, y reconoció cuatro banderas de moros que iban algo arredradas, y parecía que caminaban a meterse en las huertas de Alboreas, donde había un paso peligroso por la espesura de las arboledas y de las acequias que cruzaban de una parte a otra sin puentes. Y temiendo que si los moros tomaban aquel paso podrían hacerle daño, porque de necesidad habían de ir las hileras desbaratadas, hizo muestra de aguardarlos para pelear a la entrada de las huertas. A este tiempo había pasado ya la presa de la otra parte de las huertas, y los moros, teniendo entendido que pues aquella gente hacía alto para pelear, debía tenerles armada alguna emboscada, dejando el camino del río, que llevaban, subieron a gran priesa por encima de una venta que dicen de Bena Romana, y desde allí comenzaron a arcabucear a nuestra retaguardia.
En este lugar quisieran los de Lorca dar
Santiago en los enemigos; mas el alcalde mayor no lo consintió, diciendo que
pasasen adelante; que él les daría orden para ello en hallando disposición de
sitio donde los caballos se pudiesen revolver. Y habiendo pasado la venta y
atravesado el río y un lodazar grande que se hacía par della, llegando como
media legua adelante cerca de donde dicen el Corral, puso toda la gente en
orden de batalla.
Los enemigos llegaron hechos una grande
ala, y como prácticos en la tierra, enviaron tres turcos de a caballo y cinco
moros de a pie que descubriesen nuestras ordenanzas y viesen la orden que
llevaban y el sitio y disposición en que estaban puestos; porque, como habían
venido hasta allí algo arredrados, aún no sabían bien con quién habían de
pelear.
Y habiéndolos reconocido y descubierto una emboscada de infantería y de caballos que el capitán Diego Mateo les había puesto a un lado del camino, pareciéndoles que era poca gente, según la mucha que ellos traían, acometieron con grandes alaridos, disparando sus escopetas y ballestas; más los hombres de Lorca, acostumbrados a no temer, habiendo hecho su oración y encomendándose a Dios, dieron Santiago en ellos, y la caballería procuró atajarlos y entretenerlos con su acometimiento mientras llegaba la infantería; y fue tan grande el ímpetu de los unos y de los otros, que no tuvieron lugar de tirar más que una rociada de arcabucería, porque llegaron luego a las manos; y peleando esforzadamente caballos y peones, mataron algunos turcos y moros que venían de vanguardia, y pusieron los otros en huida, y les tomaron cinco banderas.
Peleó este día un moro que llevaba la una
destas banderas admirablemente, el cual estando pasado de dos lanzadas y
teniéndole atravesado con la lanza el alférez de la caballería, con la una mano
asida de la lanza del enemigo, y la otra puesta en la bandera, estuvo gran rato
lidiando, hasta que el alcalde mayor mandó a un escudero que le atropellase,
con el caballo, y caído en el suelo, jamás pudieron sacarle de las manos la
bandera mientras tuvo el alma en el cuerpo. Estas banderas eran de los
lugares de Códbar, Líjar, Albanchez, Purchena, Serón, Tabernas, y Benitagla, y
venía con ellas un hijo del Maleh (Capitán de los Moriscos de la
Alpujarra).
Siendo pues los moros vencidos, y muertos
más de cuatrocientos y cincuenta de ellos, los otros se derribaron por unas
ramblas abajo, y por ser ya noche, no pudieron seguir los nuestros el alcance.
Murieron de nuestra parte dos soldados, y hubo heridos treinta y siete, y entre ellos cinco escuderos y catorce caballos muertos: algunos desbarrigó un moro al pasar por junto a una paredeja de piedra, estando cubierto con ella, con una lanzuela en la mano. Y siendo ya anochecido, caminaron a paso largo hasta alcanzar a Martín de Molina, y aquella noche se alojaron en Güércal de Lorca con buenas guardas y centinelas. Allí recibió el alcalde mayor una carta de su cabildo, encargándole que volviese a poner cobro luego en aquella ciudad, porque había cada hora rebatos de moros; a la cual no quiso responder más de enviar a Martín de Molina y a Pedro de Oliver con las nuevas del buen suceso.
Otro día a 13 de noviembre caminó la vuelta de Lorca, donde fueron todos alegremente recibidos de los ciudadanos; y las banderas que se ganaron a los moros quedaron por trofeo en aquella ciudad en memoria desta vitoria, y votó el cabildo de los regidores de celebrar cada año la fiesta de señor san Millán, por haber sido en el día de su festividad”.
El final de la guerra fue trágico para los moriscos, La revuelta fue aplacada por Don Juan de Austria y en marzo de 1570 Felipe II ordena la expulsión de los mismos del Reino de Granada. Los moriscos del Valle del Almanzora son deportados a Cuenca donde malviven y muchos mueren, los que no de enfermedades, de hambre. En 1610 se ordena la expulsión definitiva de todos los reinos de España.
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