Prostitutas
de mancebía EN LA SEVILLA DEL SIGLO XVI- XVII: izas y rabizas
En su estudio sobre la mujer
sevillana durante los siglos XVI y XVII, la historiadora norteamericana Mary
Elizabeth Perry resalta la importancia social de las
prostitutas y la tolerancia de éstas durante siglos en su sociedad como "un
mal menor" ya que, sin su presencia, se pensaba que muchos hombres
pondrían sus energías en la seducción de mujeres honradas, en el incesto, la
homosexualidad o el adulterio. Esta era la doctrina cristiana que se fue
elaborando desde el siglo XIII en torno a la sexualidad y a la prostitución,
considerada pecaminosa pero necesaria.
La prostitución se hallaba muy extendida en Sevilla, sobre todo en los alrededores del puerto y en determinados barrios de la ciudad, a extramuros. La política era de tolerancia pero de segregación en lugares concretos; estos lugares eran las llamadas mancebías, que se institucionalizaron para acoger y controlar a las mujeres públicas, es decir, a aquellas mujeres definidas en las Partidas de Alfonso X como mujeres "que están en la putería e se dan a todos cuantos a ellas vienen". Eran mujeres "que ganaban por las tabernas e bodegones e otras partes", acompañadas de rufianes y gente de mal vivir, cuya presencia era poco ejemplarizante para las mujeres honestas y desestabilizaba la tranquilidad del vecindario por los escándalos, riñas y robos que con frecuencia se producían.
La prostitución se hallaba muy extendida en Sevilla, sobre todo en los alrededores del puerto y en determinados barrios de la ciudad, a extramuros. La política era de tolerancia pero de segregación en lugares concretos; estos lugares eran las llamadas mancebías, que se institucionalizaron para acoger y controlar a las mujeres públicas, es decir, a aquellas mujeres definidas en las Partidas de Alfonso X como mujeres "que están en la putería e se dan a todos cuantos a ellas vienen". Eran mujeres "que ganaban por las tabernas e bodegones e otras partes", acompañadas de rufianes y gente de mal vivir, cuya presencia era poco ejemplarizante para las mujeres honestas y desestabilizaba la tranquilidad del vecindario por los escándalos, riñas y robos que con frecuencia se producían.
La Mancebía de Sevilla estaba en el llamado "Compás de la Mancebía" -la actual zona de la Plaza Molviedro y calles Castelar y Gamazo-, que entonces se extendía entre la Puerta del Arenal y la Puerta de Triana, la muralla y una tapia que le aislaba del resto de la ciudad.
Hacia el Arenal se comunicaba a través de un postigo -donde luego se alzó el Baratillo- y hacia la ciudad que contaba con otra puerta denominada "el golpe" donde había un portero "guardacoimas" o "guardapostigo".
Era un lugar bajo, que se anegaba con facilidad por su cercanía al río, por lo que se le llamó también "compás de la laguna ". La mayoría de las rameras se concentraban en el Compás aunque solían trabajar en la Resolana, San Bernardo, callejón del Agua, junto al Alcázar, murallas, Hoyas de Tablada y Triana, donde había menos vigilancia y más comodidad para estos entretenimientos.
Pero no olvidemos que la Mancebía
era mucho más que el lugar habitual de prostitución; era el único espacio legal
para ejercerla, casi una institución municipal, con sus propias Ordenanzas y
una Comisión de munícipes supervisores. Los poderes públicos pretenden confinar
la prostitución a un espacio claramente acotado y alejado teóricamente de las
zonas centrales de la ciudad. La política municipal obedecía más a intereses de
orden público que a intereses económicos.
A diferencia del caso malagueño, por
ejemplo, la ciudad de Sevilla no ingresaba renta alguna de la Mancebía, salvo
la derivada del alquiler de algunas de las casas de la misma que eran de
propiedad municipal). Las palabras de los capitulares sevillanos son
enormemente elocuentes de la visión que entonces se tenía de la prostitución
clandestina:
Esta preocupación por aislar el
comercio carnal venía desde el siglo XIV, el Ordenamiento de 1337, (Alfonso
XI). Luego las ordenanzas de Juan II en 1411. El 24 de julio de 1416 es cuando
el Ayuntamiento ordenó cercar la Mancebía en su totalidad. A pesar de ello, el
padrón de 1487 demuestra que numerosas prostitutas residían fuera del Compás de
la Laguna, una situación que fue inherente a lo largo de la vida de la
Mancebía.
En muchas ocasiones se
intentó trasladar la mancebía pero no se pudo lograr hasta el siglo
XVIII. El obispo de Esquilache, don Alonso Fajardo, había querido ya en 1575
extipar los burdeles del puerto de la ciudad alzando allí un convento de la
orden agustina, "porque allí ay falta de otros monesterios y la gente
que allí concurre en el trato del río será muy aprovechada". En 1576
se trató, por el Cabildo, la posibilidad de trasladarla y en su lugar alzar el
edificio de la Aduana.
Hubo acuerdos al respecto, hablándose incluso de
expropiar las casas pagándoles a los dueños su valor. Por su parte, los Jurados
de la ciudad solicitaron que la Mancebía no fuera llevada muy lejos con el fin
de poderla controlar. Un burdel extramuros sería mucho más difícil de vigilar,
aumentándose considerablemente los riesgos de peleas, asesinatos, robos y otros
delitos. Con estas razones, lograron detener el expediente de traslado de la
Mancebía.
A finales de siglo hubo un nuevo
intento de desalojo con el pretexto de edificar un convento, pero no fue
posible eliminar el foco. La política de saneamiento que el Conde de
Puñonrostro llevó a cabo en toda Sevilla afectó a la moralidad pública,
originando algunos cómicos sucesos. Pero lo más que se podía hacer era
controlar el número de rameras en determinadas fechas sagradas como la Semana
Santa, el Corpus y la Asunción; en estas fechas aumentaba escandalosamente la
presencia en Sevilla de izas y rabizas con otras venidas de localidades
cercanas. A finales de siglo, la presión del jesuita Padre León y los congregados
consiguieron hacer cumplir las ordenanzas de 1553 en el sentido de estuvieran
cerrada la Mancebía los domingos y días festivos.
Sobre el número de
meretrices, realmente no hay datos fidedignos. Algunas referencias nos
indican que fueron bastantes para aquella población. El viajero alemán Diego
Cuelbis fijaba en 30 ó 40 el número de mujeres desvergonzadas que vivían en
la putería. El padre Pedro León, que intentaba redimirlas, dice que
tenía unas 120 mujeres arrepentidas en centros de redención
(Casa Pía y Casas de Arrepentidas), que eran una pequeña parte.
Realmente podía haber una centena de mujeres en la Mancebía, pero no era éste el único lugar donde estaban; el licenciado Porras de la Cámara estima en más de tres mil las cantoneras en las calles de Sevilla en 1600, aunque esta cifra pueda ser un poco exagerada:
Realmente podía haber una centena de mujeres en la Mancebía, pero no era éste el único lugar donde estaban; el licenciado Porras de la Cámara estima en más de tres mil las cantoneras en las calles de Sevilla en 1600, aunque esta cifra pueda ser un poco exagerada:
"Lo que más en Sevilla hay son forzantes,
amancebados, testigos falsos, jugadores, rufianes, asesinos, logreros...,
vagabundos que viven del milagro de Mahoma, sólo de lo que juegan y roban,
pues pasan de 300 casas de juego y 3.000 de rameras, y hay hombres que con
dos mesas quebradas y seis sillas viejas le vale cada año la coima 4.000
ducados"
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¿Y quiénes eran sus clientes?
Según el padre León los "contribuyentes" eran de la ciudad,
forasteros y campesinos que "en los días que huelgan sus cuerpos
hacen trabajar a sus tristes almas". La clientela habitual consta
meridianamente en un informe de la Comisión Municipal de la Mancebía, cuando
propone al Ayuntamiento la ampliación del calendario de apertura del
establecimiento basándose en lo siguiente:
"
... por ser mucha la gente que está fuera de ella -de la ciudad- toda la semana trabajando, carpinteros y calafates, en la continua labor de la maestranza, así de las naos de V.M. como de particulares, que están en los puertos del Borrego y Horcadas, en el río de esta ciudad hasta la de Sanlúcar de Barrameda; y asimismo marineros y soldados que en el río de esta ciudad están alojados en muchas naos extranjeras que continuamente tienen dado fondo en él, además de muchos portugueses y gallegos que se ocupan siempre en la labor de las haciendas de viñas y olivares que están en el Aljarafe y Banda Morisca, cerca de esta ciudad; y ganaderos y pastores, de que hay mucho número.
Los cuales todos no vienen a esta ciudad sino los
días de fiesta, unos porque se ocupan de descargar y volver a cargar sus naos
y otros a cobrar sus jornales.
Y por esta causa parece más urgente la necesidad de
permitir, por evitar mayores daños, el uso de las dichas mujeres en los días
que dispone la dicha ordenanza"
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Ya Tomás de Aquino, en su Tratado del matrimonio, establecía la jerarquía de los pecados relacionados con él: es pecado mortal si existe el deseo de placer; venial si es sólo aceptación resignada del placer y si éste se odia, no es pecado. El rechazo del placer es obvio cuando leemos, en El Enquiridion o Manual del caballero cristiano de Erasmo, la Regla XXII:
"Primeramente considera quán suzio, quán hidiondo y quán indigno en fin de qualquier hombre es un tal deleyte, que nos hace yguales y semejantes no solamente a las bestias comunes, mas a los puercos, cabrones y perros y los más brutos de los brutos animales." |
La falta de conocimientos sanitarios y la promiscuidad de este colectivo la hacía presa ideal de enfermedades venéreas. La primera noticia de la sífilis, el mal llamado "mal francés", la dio en 1497 el jurado Diego de Guzmán, que denunció ante el Cabildo la extensión del contagio entre las mujeres de la Mancebía.
Los
capitulares se vieron sorprendidos por la nueva afección, contra la que no se
conocía de momento remedio alguno. En 1504, el Ayuntamiento hispalense tuvo que
comunicar a los Reyes Católicos la pavorosa expansión de las bubas entre la
población, y ya no exclusivamente entre las mujeres de la Mancebía. En 1568 se
produjo otra epidemia a de sífilis que fue llamada el "contagio
de San Gil", porque fue en este barrio de la Macarena donde, al
parecer, se inició.
Aseo de prostitutas en el siglo XVI
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A pesar de todo hasta las Ordenanzas de 1621 no se someterá a las mujeres públicas a un control médico rutinario cada una o dos semanas, con cirujanos contratados por el Ayuntamiento. Bien es verdad que desde los años setenta del siglo XVI el Cabildo se había ocupado de que un facultativo revisase periódicamente a las mundarias, pero parece que su labor fue más bien esporádica. Y es que en las décadas centrales de la centuria la enfermedad empezó a perder su aura de "maldición divina" gracias a los cocimientos del Palo de Indias ("palo santo" o guayaco) o las unciones mercuriales.
Durante la segunda mitad del XVI, la
Ordenanza municipal era fácilmente escamoteable; sólo al final de la centuria
se ejecutaba con más rigor, por la acción de los congregados abanderados
por el famoso jesuita Padre León.
En una inspección que se llevó
a cabo en un burdel en 1620, se le impuso al "padre" -así se les
llamaba a las personas que los regentaban- multa de doce reales por tener una
prostituta sin la debida licencia, y se le ordenó a ésta abandonarlo bajo pena
de cien azotes. Otra fue también obligada a abandonar el burdel porque estaba
infectada y podía contagiar a sus compañeras. También tuvo que salir una
tercera por su avanzada edad.
En cuanto a precios es
difícil conocerlos pero las rameras
solían ganar hasta cinco ducados diarios si estaban pasables y vestían bien
(izas), o 60 cuartos si eran feas, ajadas y con defectos (rabizas). Es decir,
aproximadamente entre 240 y 1800 maravedís. Un servicio podía costar como la
cuarta parte del salario medio cotidiano de un operario o jornalero.
A principios del siglo XVI se expidió en Toledo una Orden que mandaba refundir en un solo volumen todas las Ordenanzas de Sevilla. Este trabajo fue impreso en 1527, en un volumen en folio, y constaba de 37 capítulos. Entre estos había uno dedicado a las mujeres barraganas y deshonestas . He aquí algunas disposiciones referentes a la misma:
"...Otrosí;
por quanto fue denunciado è dicho, que en esta Cibdad de Sevilla avía casas
que se llamaban "monesterios" de malas mugeres que usaban mal de
sus cuerpos en pecado de la luxuria, y que tenían una mayoral a manera de
abadesa, y que aquella como encubiertamente, y como a manera de orden de
luxuria, alquilava á las mugeres malas que allí estaban por usar desta
maldad; é aún que algunas veces acaescia por quanto estas tales malas, que
asi estavan ayuntadas à manera
de colegio faxían sus luxurias é maldades mas encubiertamente que las mundarias públicas: que algunas mugeres casada é viudas é honestas é virgenes que entraban en las tales casas, y que acaescía que facían ende algunos errores, lo cual es gran deservicio a Dios, é cosa de cual exemplo.
E por
que la castidad, en mi tiempo no podía facer tal cosa: Ordeno e mando no
fagan los tales ayuntamientos de mugeres; mas que no quisieron ser buenas e
castas, é quisieren vender sus cuerpos, que se pongan y estén en la mancebía
pública, á do estan las otras mundarias públicas; y las que contra esto
ficieren, que demás de las otras penas ordenadas, que las saquen a la vergüenza y les den veynte azotes;
publicamente; e á la que estuviere por mayoral della, que por la primera
vegada que en este yerro fuere fallada, que le den cincuenta azotes
publicamente, e por la segunda vegada que en este yerro fuerre fallada, que
le den cien azotes publicamente, e por la tercera que le corten las narices e
le echen de la Cibdad para siempre..."
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"Todas
las concubinas en general, y en particular las de los eclesiásticos y las
mujeres de costumbres sospechosas o escandalosa, no podrán llevar vestidos
largos, ni velos, ni prenda alguna que las asemeje a las mujeres honestas. La
misma prohibición alcanza a las mujeres públicas que corren el mundo."
"Mujeres barraganas y deshonestas"
Ordenanzas municipales de Sevilla (1527) |
Adviértase que la ley no proscribía
la prostitución -más bien la legalizaba- sino que lo que prohibía era que se
ejerciera en cualquier lugar y que pudieran confundirse con las mujeres
honestas; más concretamente, prohíbe las casas de citas -monasterios-, porque
allí iban también las mujeres casadas. Llama la atención que en el mismo
paquete se metan las prostitutas y las concubinas, en particular la de los
eclesiásticos; todavía no se había celebrado el Concilio de Trento (1545)
que condenaría taxativamente el concubinato de los clérigos.
La labor de algunos clérigos como el
padre Pedro León y hombres piadosos, llamados "congregados",
que trataban de convencer a las prostitutas de que abandonasen ese género de
vida, sembró la alarma entre los "padres" a partir de 1580,
hasta el punto que llegaron las protestas al Ayuntamiento, por lo que
consideraban una intromisión que iba contra los propios intereses de la ciudad,
y es que la mayoría de las casas de la Mancebía pertenecían al Ayuntamiento, a
hospitales o a instituciones religiosas. Pero estas incursiones fueron el
principio del fin de la Mancebía.
"Salveos Dios, la gran Sevilla
mar de todos los placeres, refugio de mercaderes, joya del rey de Castilla..."
(Torres Naharro, Bartolomé: 1485-1540)
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La institucionalizan de las
mancebías como únicos lugares autorizados para el amor venal no significó
acabar con la prostitución incontrolada. En las ciudades bajomedievales no era
infrecuente la presencia de mujeres que vivían de alquiler entre los vecinos,
trabajando en ocupaciones que no exigían cualificación laboral y siempre mal
remuneradas, que también se prostituían aunque sin hacer de la
prostitución su único medio de vida. Denominadas mujeres enamoradas,
su presencia en las ciudades suponía una desleal competencia para las
trabajadoras de la mancebía.
En algunas ciudades andaluzas como
Málaga se toleraban pues el poder municipal consideraba que desempeñaban una
función de utilidad pública, ya que la mancebía no era lugar apropiado para
determinados hombres pudientes que frecuentaban la ciudad y deseaban conversar con
mujeres, en particular mercaderes, capitanes, maestres y patrones de navíos,
así como otra gente de honra y de las armadas reales. Sin embargo, como hemos
visto en la Ordenanza del Ayuntamiento, en Sevilla se prohibieron a primeros de
siglo las casas de citas o "monasterios de malas mugeres".
En la Sevilla renacentista también
recibieron el nombre de "mujeres enamoradas" las cortesanas o
"mujeres servidas". Son las que tradicionalmente han sido denominadas
como "mantenidas" o "queridas": mujeres que dedican sus
encantos a un solo hombre a la vez mientras éste pueda sufragar sus gastos, su
alojamiento y sus caprichos.
Tradicionalmente fueron muy criticadas por los
predicadores y teólogos, quienes la contemplaban como un peligro mucho más
amenazante para la estructura familiar que a las rameras de burdel, ya que su
trato supone una relación afectiva continuada, un adulterio estable, un
menoscabo para los herederos legítimos, un menosprecio público de la sufrida
esposa.
Igualmente graves eran las consecuencias en caso de haber "pescado" a un joven soltero de buena familia: en ese caso, la cortesana, como las de la parábola del Hijo Pródigo, no se daba por satisfecha hasta sacarle el último maravedí de la herencia. El canónigo sevillano Ferrán Xuárez aprovecha su experiencia en la ciudad para prevenir a los incautos, narrando las desventuras de mozos que consumieron en dos meses lo que sus padres ahorraron en cincuenta años.
Pocas pistas sobre su existencia han
dejado en la ciudad estas prostitutas "estables"; pero la riqueza de
muchas familias hispalenses, junto con la estancia permanente de prósperas
colonias de forasteros, favoreció la floración de esta singular especie de
tusona. A juzgar por un requerimiento real de 1515, parece que fueron los
genoveses los más aficionados a instalar a sus queridas en casas del centro de
la ciudad, quizá en imitación de las costumbres habituales en las ciudades
italianas. El documento dice:
"...que en esa cibdad ay munchos ginobeses e otras personas
estranjeras que son casados e que tienen casas pobladas con mançebas e hazen
vida en uno..."
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El mayor contingente de rameras
clandestinas los nutrían las
cantoneras, busconas de callejón y esquina que iban a la casa de clientes, fuera de día o de noche. Como es de suponer, solían frecuentar la compañía nocturna de elementos poco deseables de la sociedad sevillana que eran, a la vez, sus clientes y sus protectores.
cantoneras, busconas de callejón y esquina que iban a la casa de clientes, fuera de día o de noche. Como es de suponer, solían frecuentar la compañía nocturna de elementos poco deseables de la sociedad sevillana que eran, a la vez, sus clientes y sus protectores.
Pero no sólo eran los hijos de buena
clase los aficionados a las busconas de la noche, sino que, al parecer, también
sus padres eran asiduos frecuentadores de algunas de ellas.
Las cartas de los jesuitas sevillanos desde finales del siglo XVI hasta mediados del XVII hablan de lo extendido que estaba el infamis amor muliercularum, las relaciones ilícitas y más o menos estables entre importantes señores casados y prostitutas clandestinas, relaciones cuya extirpación fue objeto preferente de la acción pastoral de la Compañía.
Mediado el siglo XVI la prostitución
ya no era un recurso al que echaban mano sólo las forasteras que llegaban a la
ciudad. La pretensión de que la regulación de las prostitución serviría para
controlar a las mujeres malas, segregándolas del vecindario para
evitar que el mal ejemplo que daban cundiera entre las buenas mujeres de la
comunidad, había fracasado abiertamente. Ya no se trataba de un vil oficio
ejercido por mujeres estantes y ajenas a la comunidad.
El recurso a la prostitución y a la
tercería, que siempre había sido un modo de remontar la pobreza, se fue
haciendo cada vez más habitual entre las propias vecinas, quienes, a tenor de
las ordenanzas sevillanas de 1553, acudían a la mancebía para ganarse la vida
sin el mínimo reparo, insensibles ante el perjuicio moral que pudieran
ocasionar a la familia y a la comunidad, en particular las mujeres casadas y
las hijas de vecinos.
Tan conscientes eran las autoridades municipales
sevillanas de esta práctica que así lo afirman claramente en las Ordenanzas de
la Mancebía de 1553: "porque se ha visto por expiriencia que de averse
recivido y recivirse en la dicha mancebía mugeres casadas que tengan sus padres
en esta ciudad...ordenamos y mandamos que de aquí adelante no recivan en la
dicha mancebía las dichas mugeres casadas ni que tengan sus padres en la
tierra...". Algunas ejercían incluso en sus propias casas.
Un caso real, basado en el
testimonio del escribano del Crimen de la Audiencia de Sevilla, Cristóbal de
Rivera (5-6-1581). Cuenta que el celo del Asistente, conde de Villar, le había
llevado a meter en la cárcel en vísperas de la Semana Santa de 1581 a unas 70
mujeres, acusadas de mala vida, pese a que algunas eran casadas, otras
doncellas y otras mujeres honradas. Claro que ni su condición de casada ni su
doncellez eran obstáculo para que vivieran deshonestamente, que era de lo que
se les acusaba. En la disputa, los alcaldes de la Audiencia estimaban que
debían de tener su casa por cárcel, aunque podían ir derechamente a la iglesia
si querían incitándoles a vivir honestamente y a no admitir hombres en su
vivienda, so pena de ser sometidas a la vergüenza pública y cuatro años de
destierro. Otras quedaron en la cárcel de Sevilla, aisladas, posiblemente
sin que nadie las defendiera, pues los Procuradores de presos no ejercían su
función.
Por consiguiente, el esfuerzo de los
legisladores promulgando ordenanzas para intentar controlar el aumento de la prostitución
urbana sólo serviría para ocultar los aspectos más visibles y deplorables de un
fenómeno social más amplio e íntimamente relacionado con las estrategias
individuales y familiares de subsistencia, porque era una actividad económica
que se nutría esencialmente de mujeres pobres y desamparadas que para vivir y
sobrevivir entraban y salían de la prostitución del mismo modo que entraban y
salían de otras formas de trabajo, aunque para algunas de ellas esta
circunstancia significaría una ida sin retorno a los bajos fondos de la
prostitución.
Efectivamente, la prostitución dejó
de estar confinada para integrarse de una forma u otra a la vida social de las
ciudades y muchas prostitutas de la época Moderna trabajaban en sus casas sin
ocultarlo, en un escenario bastante doméstico, donde vivían con sus hijos,
madres, hermanas y sirvientes, sin que su pecaminoso trabajo les impidiera
relacionarse de forma habitual con los vecinos a través de su vida familiar.
A esta difusión incontrolable de la
prostitución sevillana no sería ajeno el puritanismo de la Compañía de Jesús a
fines del siglo; la presencia de los congregados, abanderados por
el jesuita padre León, ahuyentando los clientes de la Mancebía, intimidando a
cuantos depravados se acercaban al Compás de la Laguna, terminaron por arruinar
la institución, aunque no era el objetivo del viejo sacerdote. Había llegado el
tiempo de la reformación de costumbres, la nueva política moralista
auspiciada desde la Corte y la nueva estrategia de la Compañía ignaciana a
primeros del XVII, que convirtió el cierre del lupanar público en su objetivo;
sólo queda la lamentación y el recuerdo jocoso de nuestro divino Quevedo:
¡Oh mesón de las ofensas!, ¡oh paradero del vicio! en el mundo de la carne para el diablo baratillo ¿Dónde fue el pecar a bulto, si más fácil menos rico? ¿en dónde los cuatro cuartos han sido por muchos siglos ahorro de intercesiones, atajo de laberintos? Los deseos supitaños, el colérico apetito ¿a dónde irán que no aguarden el melindre o el marido?.
Germanía.-Jerga o manera de hablar de ladrones y rufianes, usada por ellos y compuesta de voces del idioma español con significación distinta de la verdadera y de otros muchos vocablos de orígenes muy diversos.
IZA.- Prostituta de buen parecer- RABIZAS.- Prostitutas muy despreciables.
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