viernes, 4 de febrero de 2022

LA DAMA DE ELCHE

 

ESTUDIO DE LA DAMA DE ELCHE  POR  LOS ARQUEOLOS Y BIBLIOTECARIOS SRS. GONZALEZ NAVARRETE Y A. BLANCO FRIJEIRO.

Valle de Alcudia (Elche)

En 1897 apareció la <<Dama de Elche>> en las excavaciones del Valle de Alcudia ilicitano que inmediatamente después iban encaminadas más que a saber cómo y en qué ambiente surgió, a descubrir otras <<damas>> más. Por ello, los problemas de su destino y cronología se encuentran aún sin resolver de un modo definitivo.


Naturalmente, ello ha hecho que sean muchas y muy dispares las opiniones emitidas sobre este hallazgo. La fecha que convenga a la <<Dama>> no puede fundarse, pues sino en el estudio de ella misma y en los elementos de comparación que hoy día poseemos o surjan en el futuro. Pero antes de entrar en este debatido tema, describamos el busto de la <<Reina Mora>>, título que le adjudicó el vulgo tan pronto la conoció.



Es un protomo de mujer laborado en piedra caliza. Tiene una pátina de color moreno, en parte debido quizás a la descomposición del enlucido polícromo que la cubría y del que aún quedan restos de rojo acarminado en los labios, toca y manto. Mide una altura de 56 ctm es decir, que corresponde poco más o menos al tamaño natural, cosa no frecuente en la escultura ibérica, que se queda, por lo general, un poco bajo de él.

El rostro de la dama de la Alcudia llama la atención sobre todo por la fuerte personalidad de sus facciones. Nariz larga y delgada, de aletas breves, la boca cuidadosamente modelada, de labios finos, cerrados, herméticos. El ligero prognatismo de la mandíbula inferior, el pliegue vertical del labio superior y la ligera asimetría del rostro acaban de caracterizar y personalizar su expresión.

Las mejillas enjutas dejan destacados los pómulos, dándole una delgadez casi ascética y hasta enfermiza. Su mirada parece abstraída en la contemplación vaga e inconsciente de algún objeto cercano, a ello contribuye la posición de los párpados superiores, que caen pesadamente sobre los ojos, disminuyendo su abertura  e imprimiéndoles esa mirada ligeramente  vaga, esa expresión meditativa, absorta, estática. Iba policromada como hemos dicho, y los restos  del color comprueban. Pero además, sus ojos tuvieron la pupila y el iris postizos, probablemente de pasta o alguna piedra apropiada que no conocemos por no quedar de ello más que el alvéolo que la contuvo.

La especie de tiara puntiaguda que corona su cabeza hubo de estar montada sobre una armadura o apoyo semejante a la <<peineta>> que aún usan las mujeres españolas en ciertas solemnidades. Dicha armadura cubre con una toca o mantilla que arranca de la frente y cuyos bordes están ornados de varios pliegues. Sobre esta mantilla se ciñó una ancha diadema que sujeta la toca, ajustándola a la cabeza y a la peineta; parece tejida con hilos de oro o plata, o hecha de lámina de estos mismos metales.

A ambos lados del rostro y encuadrándolo destacan dos grandes ruedas o rodetes, quizás <<estuches>> metálicos de oro o plata, que debía de encerrar el cabello trenzado y enrollado en espiral, según se ve en multitud de ejemplos similares no sólo de la antigüedad, sino incluso en la Edad Media y Moderna. El círculo externo presenta un disco central, rodeado concéntricamente por tres circunferencias  atravesadas por una serie de dobles flejas o varillas radiales, que forman una serie de alvéolos de gran efecto decorativo.

Para sujetar este aparatoso tocado, cuyo peso había de ser de considerable, las ruedas o rodetes iban afianzados a la diadema por medio de un doble tirante uniforme. En la cara interna de estas ruedas, la decoración es la misma, salvo el aditamento de ciertas plaquitas alargadas que coronan dos pares de volutas superpuestas que recuerdan cosas fenicias.

De este raro elemento cuelga un manojo de cordones largos y flexibles de los que penden anforillas. Unos cortes a modo de sectores se abren en la parte posterior de las  ruedas que parecen destinados a sostener por detrás las alas de la toquilla.

El manto cubre la espalda y hombros y cruza por delante del busto, plegándose en ángulos escalonados. Bajo el manto se ve cruzar el pecho una serie de pliegues sesgados que parecen pertenecer a una especie de chal, bajo el cual asoma la túnica interior que se ajusta al cuello por medio de una fíbula de anillo, conocida en multitud de originales.

La apariencia de corcova tan clara y tan  extraña,  probablemente se debe a que siendo el peso de este complicado atavío mayor que el que normalmente puede sostenerse, necesitaba para su equilibrio y estabilidad un aparato que de ir apoyado en los hombros  cubriendo toca y manto.

Sus collares son tres y penden escalonados, sosteniendo una serie de piececillas colgantes, unas parecen bullas y las demás anforillas, sin duda todo sería de oro.

La investigación ha puesto en claro que la <<Dama de Elche>> es una más entre varios ejemplos similares y coetáneos, hoy conocidos y oriundos de la misma región  Los hay de piedra, de bronce e incluso de barro. Hay también representaciones figuradas en pinturas de vasos de idéntico origen y filiación. La Dama de La Alcudia, no es pues, un hápax, un  unicum, aunque  si sea una pieza excepcional entre todas las de su especie.



Tanto en las esculturas  del Cerro de Los Sanos (Albacete) y en los broncecitos de los santuarios de Sierra Morena como en las figurillas de barro de la Serreta de Alcoy y en los vasos pintados de Liria, hay evidentes paralelos de este suntuoso y barroco tocado. Además al hablar de indumentaria  de las mujeres indígenas los escritores griegos de época helenística lo describieron también en sus distintas variedades. Artemídoros, sabio polígrafo griego que nos visita a comienzo del siglo I antes de J.C  dice lo siguiente: << En ciertas regiones llevan collares de hierro con  garfios que se doblan sobre la cabeza, saliendo mucho por delante de la frente. En estos garfios pueden a voluntad bajar el velo, que al desplegarlo por delante sombrea el rostro, lo que tienen por cosa de adorno.



En otros lugares   se tocan con una especie de pandereta (tympánion) redondeada por la parte de la nuca y ceñido a la cabeza por la parte de las orejas, la cual disminuye poco a poco de alto y de ancho. Finalmente otras se colocan encima de la cabeza una especie de columnilla (styliskum) de un pie de altura, alrededor del la cual enrollan sus cabellos, que luego cubren con un manto negro. La descripción de Artemídoros, aunque un tanto imprecisa, es lo bastante para darnos a conocer no sólo estos tocados, si no el modo de llevarlos. El tympániom parece eludir a las ruedas, y el styliskon, sería la armadura que explicase como ejemplo, el alto y el cónico tocado de las damas del Cerro de Los Santos reproducidas aquí en la figura. Número 42.



Los collares de la Dama tienen también abundantes paralelos, los muestran las figuras del Cerro de los  Santos y del Llano de la Consolación  figura nº 43 y los broncecitos de los santuarios de Despeñaderos figura 125, que exhiben con frecuencia aderezos idénticos o muy semejantes  los que exornan el pecho de la dama ilicitana. Es más, la suerte nos ha deparado la posibilidad de poderlos ver y tocar en ejemplares reales, como procedentes de la Aliseda, que forman parte de un lote de joyas de carácter fenicio, o los de Galera (Granada), Carmona (Sevilla) y los aparecidos recientemente en San Lúcar de Barrameda, en la desembocadura del Guadalquivir.



Estas joyas, todas de oro como lo serían también las de la Dama, presentan una especie de <<bulla>> en forma de lengüeta del mismo tipo que las que exhibe el busto. Algunas son joyas que pueden fecharse aún en el siglo VII-VI, como las de la Aliseda, Carmona y Sanlúcar. Otras han de ser posteriores. En todo caso, la moda de collares múltiples con dijes pendientes estuvo muy extendería  por todo el Mediterráneo occidental hacia los siglos V-IV antes de J.C.  Los hallamos en la terracotas de los santuarios sikeliotas y cartagineses, principalmente, y en España, en los hallazgos de Ibiza. Como se ve no hay nada en la Dama de Elche que no conozcamos por otras figuras e incluso, en piezas reales y tangibles.



Hay, empero, dos particularidades que son hasta ahora únicas y privativas de la Dama; su forma de busto y la gran concavidad abierta en la espalda figura 59. Respecto a la primera, en efecto, no hay paralelo aducible en la plástica ibérica. Ya hemos dicho que las cabezas y bustos del Cerro de los Santos parecen haber sido antes figuras enteras que han llegado a nosotros mutiladas. Ésta debió ser la regla  en la que pudiera haber alguna excepción que explicaría la hipótesis de que el busto de Elche haya sido también un fragmento reutilizado de una estatua entera. Sin embargo, tal suposición, aunque ingeniosa, no es viable, pues es evidente que la concepción del busto tal como hoy la vemos, se muestra como una unidad tan cerrada que excluye toda adaptación. Debió ser siempre un busto.



Ello plantea otro problema. El busto no es concepto que haya nacido en Grecia, que concibió siempre al hombre como un todo indivisible. Lo contario era una mutilación para la mente griega. Pero el origen del retrato romano hizo posible tal concepto, apareciendo desde entonces esta forma nueva, a la cual nos hemos habituado de tal modo que no reparamos en su monstruosidad esencial.



Ahora preguntémonos: ¿Tendría que ver la forma del busto en el protomo de Elche con este concepto romano?. Tampoco es fácil despejar esta sospecha. Últimamente, arqueólogos eminentes han querido suplir esta ignorancia, suponiendo que la  forma protómica de la Dama de Elche, sería imitación de otras, corrientes en terracotas funerarias griegas y púnicas de las que precisamente la necrópolis cartaginesa de Ibiza ha suministrado muchos ejemplos. No cabe negar este antecedente, pero uno se resiste a admitir que un arte menor y humilde como el de coroplasta, influyera en la escultura monumental en piedra hasta el punto de imponerle una forma nueva y completamente opuesta a la unidad formal e integral de la estatuaria clásica. Sería un hecho tan insólito que habría que buscarle a su vez otra explicación.

                                                            


En lo concerniente a la concavidad abierta en la espalda no hay paralelos aducibles. Sin embargo, es posible que en él resida la solución de muchos de los enigmas que plantea el busto ilicitano y entre ellos el principal, el referente al destino o propósito d esta singular escultura. El hoyo mide de diámetro 18 cm. Y de fondo 16. Hay que desechar la suposición de que fuera el agujero preparado para una gafa que sujetara  el busto a la pared. Su tamaño, su cuidada labra y la ausencia de restos de cal y óxidos excluyen esta posibilidad. Sólo a título de hipótesis ha venido sosteniendo que el busto en sí mismo pudo ser el recipiente antropomorfo de las cenizas de un cadáver. Es decir, algo similar a los <<canopos<< de Ciusi: unas cinerarias con la imagen del muerto informando el recipiente. Sí, como parece claro, la Dama de Elche no es una figura ideal, abstracta, sino un retrato más o menos individualizado, tendríamos explicado con más razón el destino de este hoyo




y  con él, el de todo el busto. Por otra parte, conviene subrayar que el busto apareció protegido por unas losas puestas a modo de caja, formando una especie de capilla u hornacina. ¿Sería una figura funeraria al modo de las imágenes mayores romanas, destinadas como ellas a ser custodiadas en armarios dentro de la casa?.

Aunque no sea posible responder hoy a estas preguntas queda claro que no hemos de ver en el busto de la Dama una imagen de sacerdotisa y menos de una deidad. No se percibe en el extenso panorama religioso ibérico, hoy conocido a través de sus esculturas y pinturas, nada que permita pensar en imágenes de culto ni en figuras de sacerdotes o sacerdotisas.  No hay por el momento más que figuras de oferentes y exvotos figurados.


Todo esto va estrechamente ligado al problema de su data. Sobre ella se mantienen todavía criterios bastante dispares. Las deducciones inmediatas surgidas de la simple contemplación de la Dama llevaron a los arqueólogos de comienzos de siglo a fechar la pieza en los últimos tiempos del arcaísmo griego. El estilo de sus paños, de sus plegados en zigzag, señalaban con claridad  los primeros decenios del siglo V si no se preferían los últimos del VI. Algunos, pensando que las modas griegas tardarían algún tiempo en llegar y pasar, concedían un cierto retardo, admitiendo que la Dama fuera incluso un producto del siglo IV. En todo caso siempre se juzgaba el arte de la Dama como un derivado directo o poco mediatizado del griego y, en consecuencia, había que aplicar a aquél las leyes de éste, ello era tanto como juzgar el arte ibérico desde Grecia.



Las dudas más serias y más meditadas no han surgido sino medio siglo después de hallazgo ilicitano. Hoy día tenemos una idea más clara de la cronología del arte ibérico, y aunque no hayamos logrado aún una precisión absoluta, sí tocamos a veces la relativa. Hoy sabemos que las esculturas del Cerro de los Santos, los bronces de Despeñaperros, así como la cerámica de Azaila y Liria y las inscripciones ibérica y otras manifestaciones similares son fenómenos que se pueden datar  entre el siglo IV antes de J.C y los comienzos del Imperio, sin que esto excluya casos aislados más antiguos, como las esculturas de animales teratomorfos que inducen a suponer, al menos desde un punto de vista tipológico, una data más antigua. Ahora bien; es típica en este ate la persistencia de fórmulas muy primitivas. Hay rasgos arcaicos aún vivos cuando el arcaísmo había sido superado siglos ha. El plegado de paños, plano y anguloso, no procede en la Dama de Elche, como tampoco en la Gran Dama Oferente del Cerro de los Santos, de influjos arcaicos griegos, (lo que sería tan fácil como peligroso deducir) sino de fórmulas


 nacidas del mismo arte ibérico y conservadas a lo largo del tiempo no de un modo consciente y previsto, es decir, por  una  voluntad de arte. Sino por puro primitivismo, por incapacidad innovadora y, sobre todo por la repetición rutinaria de una receta técnica. Una comparación de la Dama de Elche con otras del Cerro de los Santos nos convencerá de una coetanidad, siquiera sea esta de gran amplitud. Los pliegues son idénticos no sólo en la caída escalonada sino en particular tan curioso como el estriado recto formado por dos labios paralelos (figuras 56 y 36). El modo de modelar el ojo en la Dama es muy característico de las estatuas del Cerro. Consiste en tratar la parte carnosa del torus supraorbitalis como un plano que enlaza morfológicamente mal con la frente y los temporales con los que forma arista. Ello hace que el ojo en la Dama no se halle situado y que se su propia forma sea convencional. Es esta zona ocular la peor tratada en la Dama, no obstante ser con mucho los ojos mejor hechos de todo el arte ibérico. En cambio, la parte de la boca es excelente, en especial el perfil neto y preciso de los labios. Nótese que ésta es también la parte mejor trabajada en las cabezas masculinas.



No creo, por lo dicho, que haya una gran distancia cronológica  entre la Dama de Elche y las piezas femeninas del Cerro de Los Santos. Es más la Dama representa, a mi modo de ver, no el comienzo de un arte, sino precisamente su fin, y ello tanto por la sabiduría técnica de que hace gala como  por la concepción general preciosista y barroca. La Dama de Elche es el arte ibérico lo que el Laokoone al griego; su broche final, su último alarde.




Al conjugar todos estos datos y observaciones resulta probable la idea de que el protomo femenino de Elche haya sido una especie de recipiente cinerario, labrado para una dama ilustre que vivió al modo tradicional indígena, pero dentro de un ambiente ya romanizado, tanto por el siglo y medio de ocupación militar como por los colonos romanos deducidos. La idea del canopo y del retrato en forma de busto pudiera obedecer a falta de antecedentes indígenas conocidos a influjos de los colonos itálicos. La costumbre de conservar restos mortales en la casa de los vivos está atestiguada en la península ibérica  en la Lex Coloniae Genitivae Iuliae, dada por César a Urso, precisamente por el tiempo en que pudo esculpirse la Dama, y es recordada siglos después por San Isidoro de Sevilla. En cuanto a la vestimenta, la Dama seguía la tradición ibérica y en las joyas el gusto barroco y un tanto bárbaro de púnicos, iberos incluso griego popular y provincial.



 

 

 

 

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