UNA PROCESIÓN DE SEMANA SANTA
Una semana al
año se celebra la Semana Santa conmemorando la muerte y Resurrección de Jesús
de Nazaret el hijo del carpintero, quien en su vida muchos milagros hizo,
decían era el Mesías, el ungido el hijo y
la encarnación de Dios hecho hombre resucitando al tercer día después de su
muerte, y prosigo con la procesión.
Salen los cofrades
con túnicas de diversos colores
dependiendo de la Hermandad o Cofradía a
que pertenezcan, filas interminables de penitentes o nazarenos, estos caminan
con lentitud parsimoniosa y en
silencio sepulcral, los mayordomos van en el centro manteniendo el orden en la
formación al objeto de guardar la debida
simetría del enorme cortejo procesional.
Un fúnebre
redoble de tambor invita al silencio callejero, los nazarenos llevan la cara
cubierta mediante caperuzas o capuces portando velas encendidas,
otros como signo de penitencia cargan sobre sus hombros enormes y pesadas
cruces de madera que les arrastra por el suelo, otros grandes velones
encendidos.
Ello requiere tremendo esfuerzo, algunos van
descalzos en cumplimiento de alguna penitencia impuesta por propia voluntad o
dando gracias por los favores recibidos,
no faltando algunos penitentes que se fustigan la espalda de forma reiterada con un azote de cuero, lo
más benigno es portar un largo y pesado cirial en la mano derecha.
Los grupos de
costaleros llevan a hombros una especie
de gran trono tallado en madera policromada dorada con pan de oro, donde van
colocadas las imágenes cual estatuas pétreas, estas diseñadas por grandes
maestros escultores que van desde la época del renacimiento y barroco hasta
nuestros días; la nómina de escultores podría ser interminable según los siglos siendo muy destcados, Juan Martinez Montañés, Juan de Mesa y Salzillo de la escuela murciana, que destacan como
especialistas en el arte y manejo de la gubia.
Las imágenes
en sus rostros reflejan tristeza, dolor y amargura por la muerte del Mesías.
El paso
va exornado con bellísimos juegos
florales que realza su belleza, en la
parte de abajo van los costaleros sosteniemdo sobre los hombros el paso
quienes obedecen a
la voz del capataz que dirige la procesión, estos suelen algunas veces dar al paso
un rítmico movimiento que con todo verismo parece hacer andar a
las imágines por propia voluntad,
todo se realiza bajo un silencio sepulcral y con gran con solemnidad.
La muchedumbre
se apiña en las calles para ver con
devoción el procesional desfile, las
ventanas y balcones de las casas se colman de fervientes observadores quienes
suelen echar una lluvia de pétalos de
frescas rosas sobre las divinas imágenes a su
paso.
A veces y de
forma espontánea se escucha algún cante
saetero de buen timbre acústico para regalo del oído, estos cantes tienen tono quejumbroso,
lastimero y desgarrador, al momento de iniciarse el cante el paso y su
procesional cortejo se detiene hasta finalizar la interpretación, la cual es
premiada con un atronador y respetuoso aplauso.
Esta copla o
cante para quien lo prefiera requiere notas y semitonos muy difíciles de
interpretar, pasando a velocidad de vértigo de los tonos muy agudos a los
graves, siendo necesario tener
cualidades muy especiales para ese difícil arte de interpretación canora, sin
perjuicio de requerir otros muchos valores que
exige dominar la muy importante
técnica de la respiración adecuada en evitación del imprevisto ahogo por falta de aire en los
pulmones o la vulgar desafinación.
Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
La saeta
por antonomasia es el genuino cante andaluz de Semana Santa, ello
contribuye notablemente a exaltar la devoción y penitencia del fervoroso
público asistente, finalizada su interpretación, el procesional
cortejo continúa la silente marcha, no
sin antes hacer la “levantá” con tanto arte y gracia que arranca una entusiasta y atronadora salva de
aplausos.
Como colofón
de este desfile procesional va una banda de música quienes interpretan sonatas
y marchas que invitan al recogimiento a
la oración y al silencio, detrás les seguirán todo un río de fieles y devotos
de la Cofradía y algunas veces
también las autoridades más significativas e importantes y algún que
otro de los muchos caciques y caciquillos siempre prestos a sacar pecho y
barriga ante la multitud callejera.
¡¡¡HASTA OTRA OCASIÓN!!!