CARTAGENA
PÚNICA Y ROMANA
La Qart-hadast
(Cartagena), que significa Ciudad Nueva, fue fundada por el bárquida Asdrúbal
en torno al año 229 a.C. constituyendo el primer proyecto de establecimiento
urbano en el sureste ibérico, dotado de estructuras políticas y administrativas
de dominio sobre la población y sobre los territorios circundantes.
El modelo
fue la Carthago africana, por entonces muy helenizada y gobernada por la
familia bárquida, cuyas actuaciones político militares denotaban, cada vez más,
una fuerte tendencia hacia la exaltación de su linaje y la autonomía de su
poder.
Los
historiadores coinciden en que la fundación de Cartagena se llevó a efecto por
varios motivos; para controlar las minas de plata existentes en sus
proximidades, con la finalidad de
afrontar el gasto militar de los cartagineses en su lucha contra Roma, asimismo
para garantizar una nueva zona de expansión territorial, una vez perdidas las
posesiones del Mediterráneo central a manos de los romanos.
Sin
embargo, la magnitud del proyecto político desarrollado durante tan sólo
durante dos décadas por Asdrúbal y Aníbal en la ciudad – del que son buenos
ejemplos las obras arquitectónicas y las monedas emitidas, parece confirmar la
progresiva independencia de su poder respecto a la metrópoli y la idea de
organizar el territorio conquistado en función de la nueva ciudad.
En este
sentido, la conquista de Cartagena en el año 209 a.C por los romanos más que una ruptura
significa la continuación de aquellos
proyectos púnicos, desarrollados ahora por sus enemigos.
Cartagena
fue el centro de las operaciones militares y comerciales de los cartagineses en
el sureste y punto de abastecimiento e invernada de sus ejércitos durante las
campañas realizadas por el interior de la península y contra la Italia romana.
Estuvieron
interesados en la extracción y exportación de los minerales existentes en torno
a Qarthadast (desde la zona de la actual Unión y Escombreras hasta Mazarrón y
su tráfico comercial propició el auge de la explotación del esparto, además de
permitirla expansión de abundantes especies agrícolas y de algunas técnicas
agrarias y constructivas; fue el caso del olivo y la higuera, de la palmera,
del granado (todavía denominado “malum
punicum”), de la cebada y de la trementina
de Cartago Nova, muy productiva como disolvente para pinturas y barnices y como
limpiador de pinceles, cosechada en
primavera.
Por otra
parte sustentaron la expansión de la lengua púnica, en dialecto tardío del
fenicio del que se conservan algunos textos epigráficos.
Todo ello
constituye un claro exponente de que existían elementos de aculturación
suficientes para permitir a los bárquidas consolidar el dominio político sobre
las comunidades autóctonas, aunque esto no llegara a materializarse por lo
efímero de su presencia. Aun así con ellos se implantó la noción de Estado en
el territorio y comenzaron a proliferar las propiedades estatales y se
generalizó la entrada de numerosos grupos indígenas en el estado servil,
procesos que se afianzará en siglos posteriores.
En el año
209 a.C., las tropas dirigidas por Escipión conquistaron la ciudad tras dos
días de asedio, lo que supuso el fin del dominio cartaginés en el sureste y el
inicio de su decadencia en toda la península. El botín obtenido por los romanos
tras la conquista de la ciudad es significativo del papel económico y logístico
que ésta representaba para los cartagineses; grandes cantidades de oro y plata-
en pasta y acuñada, preparadas para la exportación, trigo y cebada en demasía almacenados
para abastecimiento de los ejércitos, numerosas naves fondeadas en el puerto y
cargadas con trigo, armas, velas y cuerdas de esparto para equipamiento de
flotas, y en gran número de prisioneros, unos liberados y otros esclavizados.
SOMETIDOS
A ROMA
Conquistada
la ciudad, los romanos denominaron Cartago-Nova, un topónimo redundante ya que
la palabra Nova lleva implícito el significado de Nueva. El núcleo urbano se
había desarrollado considerablemente en tan solo veinte años y representaba la
única ciudad importante en toda la costa mediterránea desde Gades (Cádiz) hasta
Tarraco (Tarragona). En sus proximidades, ningún vestigio urbano, únicamente
Illice (Elche) y Lucentum (Alicante) mantienen instituciones propias. Tras la
conquista Cartago Nova quedó convertida en una ciudad tributaria de Roma y su
territorio pasó a ser propiedad del Estado.
Durante las primeras décadas de ocupación romana, la ciudad experimentó un fuerte proceso de militarización. Caracterizada como una plaza militar, puente de los ejércitos romanos en su paso al interior peninsular, toda la ciudad quedó organizada para servir de retaguardia en los frentes de guerra abiertos, de centro de abastecimiento de las legiones y de puente de financiación militar.
Estos hechos motivaron que, durante todo el siglo II a.C., Cartago Nova fuera
cambiando su fisonomía púnica de manera radical, convirtiéndose en un potente
polo de corrientes inmigradoras a la continua entrada de soldados, se unió la
llegada de numerosos grupos itálicos atraídos por la explotación de sus fuentes
de riqueza, negociantes, comerciantes e
intermediarios que se establecieron en la ciudad con el reclamo de un enriquecimiento
rápido.
Los
arrendatarios de bienes y de empresas estables, la recaudación de impuestos de
bienes y de empresas estatales, la recaudación de impuestos y el propio tráfico
marítimo con el resto del Mediterráneo fueron las bases de la prosperidad de
estos inmigrantes que pronto comenzaron a ocupar los principales puestos en la
administración ciudadana.
Pero los movimientos de inmigración procedían, también, del interior peninsular, gran número de indígenas vieron en la amplia oferta de empleo que aseguraba la ciudad y su entorno minero la mejor forma de mejorar sus niveles de vida; a ellos se añadieron algunos miembros de élite locales fascinados con el ambiente urbano y pronto considerados, pero sin duda, los contingentes más importantes estuvieron constituidos por esclavos indígenas , procedentes de las guerras que se desarrollaban en el interior peninsular.
Esta amalgama de procedencias fue
originando un tejido social nuevo y heterogéneo, es escasamente cohesionado en
estas primeras décadas de ocupación romana, cuando únicamente las estructuras
políticas de la dominación eran las que sustentaban todo el proyecto social que
iniciaba por entonces su andadura histórica.
A partir
del siglo II a.C. se desarrolla un proceso de aculturación que tendrá como
resultado final la generalización por el sureste de una cultura común,
básicamente romana. Este proceso de romanización, que algunos autores
consideran inacabado, no fue más que el camino de integración de las
comunidades indígenas en las estructuras del Estado romano, entendiendo siempre
que este fenómeno integrador no tuvo que resultar positivo para todos los
grupos sociales.
Su inicio
puede situarse, para la región, en las revueltas del año 175 a.C. sofocadas por
Tito Sempronio Graco, que supusieron el fin de muchas poblaciones indígenas
situadas a lo largo del curso del Río Segura y la romanización de otras aliadas
con Roma; un ejemplo de esto último ocurrió en los poblados de Villares y
Villaricos, en las proximidades de la actual Caravaca, donde se constata la
construcción del Templo romano de la Encarnación, sobre un templo íbero, como
símbolo de su alianza con Roma, lo que las integraba en las estructuras del
Estado dotándolas de autonomía en la gestión de los recursos locales, como
parece haber ocurrido con Eliocroca (Lorca), y posiblemente con Arcila
(Archena).
El éxito
de este proceso se sustentó en algunas políticas concretas. Primero, la
progresiva expansión de la administración romana, que involucró paulatinamente
a Cartago Nova en la organización estatal.
Al
principio de manera tímida, como una de las ciudades de su provincia Citerior,
con capacidad en Tarraco pero con residencia temporal de autoridades, después
con la concesión del grado de colonia, en la mitad del siglo I a.C.; más tarde,
como cabeza de un convento jurídico que
la convirtió en centro de un amplio territorio peninsular, y finalmente como
capital de la provincia Cartaginense.
En esta
evolución de Cartagena dentro de las estructuras administrativas del Estado, no
se percibe todavía ningún atisbo de organización territorial que vincule,
exclusivamente, el sureste peninsular con la ciudad. Sus límites
jurisdiccionales fueron mucho más amplios y su entorno más próximo lo que se
podría denominar el Campo Espartano, siempre fue entendido como parte
integrante de Hispania.
Las
legiones romanas trasvasadas a la península por el puerto de Cartagena
aseguraron el control del territorio. La propia economía ciudadana se organizó
en muchas ocasiones en función de las actividades de estas tropas, y cuando
finalizaron los periodos de guerras, muchos soldados permanecieron en el
sureste instalados por el Estado y sustentados con magníficos concesiones
territoriales.
El papel
romanzador del ejército aumentó al incluir en sus filas a habitantes indígenas
y al ser un continuo generador de mano de obra esclava, que se movilizaba desde
los frentes hasta la ciudad y hacia los puntos de extracción minera o actividad
agraria.
Entre los
siglos II y I a.C. y I d.C. Cartagena se configuró como una típica ciudad
romana, con alto grado de urbanización y de monumentalidad arquitectónica
establecida sobre las laderas de cinco colinas, que la dotaban de cierta
similitud con Roma, su urbanismo se organizaba en torno al foro, en su parte
norte se localizaba el Capitolio con los templos de Júpiter, Juno y Minerva,
mientras que al sureste se edificaron la curia o centro de gobierno del senado
local y la basílica o sede de los tribunales.
Hacía la
primera mitad del siglo I, ya se encontraban edificadas al oeste del foro las
termas y se asistía por entonces, a la construcción del teatro y a las reformas
del anfiteatro y sobre las colinas existieron templos dedicados a las
divinidades de Neptuno, Minerva, Diana y Juno.
Si la
influencia política de Cartago Nova se expandía hacía zonas cada vez más
alejadas, fue debido a la construcción de excelentes vías de comunicación, que
integraron la ciudad con el arco mediterráneo y con el interior peninsular,
siendo la más importante la denominada Vía Hercúlea o Augusta, que desde
Marsella se introducía en Hispania para llegar a Tarraco y descender a Cartago
Nova para continuar hasta Itálica y Gades.
A su vez
desde Cartagena partía otra ruta hacía el centro peninsular, por Minateda con
desvíos importantes hacía las zonas de producción minera de Cástulo en los
cordilleras marianicos (mons-marianus).
La
romanización fue rápida en las poblaciones costeras como ocurrió en Ficaria
(Mazarrón) y Urci (Águilas) y avanzó sobre las situadas junto a la red viaria,
pero en la zonas rurales progresó con mayor lentitud, la presencia de cerámicas
indígenas nos delata las dificultades que el poder romano encontró más allá de
las costas y de las vías de comunicación, no obstante hasta finales del siglo I
a.C. fue alcanzando cierto nivel de pacificación del país y el cambio cultural
progresó hacía estas zonas del interior. Desde el siglo I hasta el siglo II
será el momento de expansión de las villas documentadas
LA CRISIS
Finalizado
el siglo II, las explotaciones mineras comenzaron a mostrar síntomas de
agotamiento circunstancia por la que hubo
que realizar muchas reformas fundamentalmente en el sistema de administración pasando a ser controlado por delegados directos de los
emperadores, el inicio de esta crisis
coincide también con una reorientación de la demanda romana hacía las
provincias orientales del Imperio pero la crisis no había hecho nada más que
empezar y se prolo0ngorá hasta la segunda mitad del siglo IV.
Entre los años 171 y 176, grupos de mauritanos, procedentes del norte de África, se introducen por el sureste peninsular asolando el Este de la Bética y penetrando hasta Cartago Nova, muy posiblemente, sus acciones se encuentren en la base de la decadencia de algunas empresas económicas y en la aparición de un sentimiento generalizado de inseguridad que lleva a fortificar más aún la ciudad y el territorio.
Invasiones
de este tipo no volverán a producirse hasta el siglo V, en el 415 cuando los
vándalos saquean Cartagena; los historiadores actuales han replanteado la vieja
idea de que fuera destruida por completo, aunque parece evidente que la ciudad
quedó bloqueada en su desarrollo social y económico por estas acciones destructivas.
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