miércoles, 4 de octubre de 2023

LA PÚNICA QART-HADAST CARTAGENA

 

                                CARTAGENA PÚNICA Y ROMANA




La Qart-hadast (Cartagena), que significa Ciudad Nueva, fue fundada por el bárquida Asdrúbal en torno al año 229 a.C. constituyendo el primer proyecto de establecimiento urbano en el sureste ibérico, dotado de estructuras políticas y administrativas de dominio sobre la población y sobre los territorios circundantes.


El modelo fue la Carthago africana, por entonces muy helenizada y gobernada por la familia bárquida, cuyas actuaciones político militares denotaban, cada vez más, una fuerte tendencia hacia la exaltación de su linaje y la autonomía de su poder.



Los historiadores coinciden en que la fundación de Cartagena se llevó a efecto por varios motivos; para controlar las minas de plata existentes en sus proximidades, con la finalidad  de afrontar el gasto militar de los cartagineses en su lucha contra Roma, asimismo para garantizar una nueva zona de expansión territorial, una vez perdidas las posesiones del Mediterráneo central a manos de los romanos.


Sin embargo, la magnitud del proyecto político desarrollado durante tan sólo durante dos décadas por Asdrúbal y Aníbal en la ciudad – del que son buenos ejemplos las obras arquitectónicas y las monedas emitidas, parece confirmar la progresiva independencia de su poder respecto a la metrópoli y la idea de organizar el territorio conquistado en función de la nueva ciudad.

En este sentido, la conquista de Cartagena en el año 209 a.C  por los romanos más que una ruptura significa  la continuación de aquellos proyectos púnicos, desarrollados ahora por sus enemigos.



Cartagena fue el centro de las operaciones militares y comerciales de los cartagineses en el sureste y punto de abastecimiento e invernada de sus ejércitos durante las campañas realizadas por el interior de la península y contra la Italia romana.

Estuvieron interesados en la extracción y exportación de los minerales existentes en torno a Qarthadast (desde la zona de la actual Unión y Escombreras hasta Mazarrón y su tráfico comercial propició el auge de la explotación del esparto, además de permitirla expansión de abundantes especies agrícolas y de algunas técnicas agrarias y constructivas; fue el caso del olivo y la higuera, de la palmera, del granado (todavía denominado “malum punicum”), de la cebada  y de la trementina de Cartago Nova, muy productiva como disolvente para pinturas y barnices y como limpiador de pinceles,  cosechada en primavera.



Por otra parte sustentaron la expansión de la lengua púnica, en dialecto tardío del fenicio del que se conservan algunos textos epigráficos.

Todo ello constituye un claro exponente de que existían elementos de aculturación suficientes para permitir a los bárquidas consolidar el dominio político sobre las comunidades autóctonas, aunque esto no llegara a materializarse por lo efímero de su presencia. Aun así con ellos se implantó la noción de Estado en el territorio y comenzaron a proliferar las propiedades estatales y se generalizó la entrada de numerosos grupos indígenas en el estado servil, procesos que se afianzará en siglos posteriores.



En el año 209 a.C., las tropas dirigidas por Escipión conquistaron la ciudad tras dos días de asedio, lo que supuso el fin del dominio cartaginés en el sureste y el inicio de su decadencia en toda la península. El botín obtenido por los romanos tras la conquista de la ciudad es significativo del papel económico y logístico que ésta representaba para los cartagineses; grandes cantidades de oro y plata- en pasta y acuñada, preparadas para la exportación, trigo y cebada en demasía almacenados para abastecimiento de los ejércitos, numerosas naves fondeadas en el puerto y cargadas con trigo, armas, velas y cuerdas de esparto para equipamiento de flotas, y en gran número de prisioneros, unos liberados y otros esclavizados.

SOMETIDOS A ROMA

Conquistada la ciudad, los romanos denominaron Cartago-Nova, un topónimo redundante ya que la palabra Nova lleva implícito el significado de Nueva. El núcleo urbano se había desarrollado considerablemente en tan solo veinte años y representaba la única ciudad importante en toda la costa mediterránea desde Gades (Cádiz) hasta Tarraco (Tarragona). En sus proximidades, ningún vestigio urbano, únicamente Illice (Elche) y Lucentum (Alicante) mantienen instituciones propias. Tras la conquista Cartago Nova quedó convertida en una ciudad tributaria de Roma y su territorio pasó a ser propiedad del Estado. 


Durante las primeras décadas de ocupación romana, la ciudad experimentó un fuerte proceso de militarización. Caracterizada como una plaza militar, puente de los ejércitos romanos en su paso al interior peninsular, toda la ciudad quedó organizada para servir de retaguardia en los frentes de guerra abiertos, de centro de abastecimiento de las legiones y de puente de financiación militar. 

Estos hechos motivaron que, durante todo el siglo II a.C., Cartago Nova fuera cambiando su fisonomía púnica de manera radical, convirtiéndose en un potente polo de corrientes inmigradoras a la continua entrada de soldados, se unió la llegada de numerosos grupos itálicos atraídos por la explotación de sus fuentes de riqueza, negociantes, comerciantes  e intermediarios que se establecieron en la ciudad con el reclamo de un enriquecimiento rápido.

Los arrendatarios de bienes y de empresas estables, la recaudación de impuestos de bienes y de empresas estatales, la recaudación de impuestos y el propio tráfico marítimo con el resto del Mediterráneo fueron las bases de la prosperidad de estos inmigrantes que pronto comenzaron a ocupar los principales puestos en la administración ciudadana.



Pero los movimientos de inmigración procedían, también, del interior peninsular, gran número de indígenas vieron en la amplia oferta de empleo que aseguraba la ciudad y su entorno minero la mejor forma de mejorar sus niveles de vida; a ellos se añadieron algunos miembros de élite locales fascinados con el ambiente urbano y pronto considerados, pero sin duda, los contingentes más importantes estuvieron constituidos por esclavos indígenas , procedentes de las guerras que se desarrollaban en el interior peninsular. 

Esta amalgama de procedencias fue originando un tejido social nuevo y heterogéneo, es escasamente cohesionado en estas primeras décadas de ocupación romana, cuando únicamente las estructuras políticas de la dominación eran las que sustentaban todo el proyecto social que iniciaba por entonces su andadura histórica.



A partir del siglo II a.C. se desarrolla un proceso de aculturación que tendrá como resultado final la generalización por el sureste de una cultura común, básicamente romana. Este proceso de romanización, que algunos autores consideran inacabado, no fue más que el camino de integración de las comunidades indígenas en las estructuras del Estado romano, entendiendo siempre que este fenómeno integrador no tuvo que resultar positivo para todos los grupos sociales.

Su inicio puede situarse, para la región, en las revueltas del año 175 a.C. sofocadas por Tito Sempronio Graco, que supusieron el fin de muchas poblaciones indígenas situadas a lo largo del curso del Río Segura y la romanización de otras aliadas con Roma; un ejemplo de esto último ocurrió en los poblados de Villares y Villaricos, en las proximidades de la actual Caravaca, donde se constata la construcción del Templo romano de la Encarnación, sobre un templo íbero, como símbolo de su alianza con Roma, lo que las integraba en las estructuras del Estado dotándolas de autonomía en la gestión de los recursos locales, como parece haber ocurrido con Eliocroca (Lorca), y posiblemente con Arcila (Archena).

El éxito de este proceso se sustentó en algunas políticas concretas. Primero, la progresiva expansión de la administración romana, que involucró paulatinamente a Cartago Nova en la organización estatal.

Al principio de manera tímida, como una de las ciudades de su provincia Citerior, con capacidad en Tarraco pero con residencia temporal de autoridades, después con la concesión del grado de colonia, en la mitad del siglo I a.C.; más tarde, como cabeza de un convento jurídico  que la convirtió en centro de un amplio territorio peninsular, y finalmente como capital de la provincia Cartaginense.


En esta evolución de Cartagena dentro de las estructuras administrativas del Estado, no se percibe todavía ningún atisbo de organización territorial que vincule, exclusivamente, el sureste peninsular con la ciudad. Sus límites jurisdiccionales fueron mucho más amplios y su entorno más próximo lo que se podría denominar el Campo Espartano, siempre fue entendido como parte integrante de Hispania.



Las legiones romanas trasvasadas a la península por el puerto de Cartagena aseguraron el control del territorio. La propia economía ciudadana se organizó en muchas ocasiones en función de las actividades de estas tropas, y cuando finalizaron los periodos de guerras, muchos soldados permanecieron en el sureste instalados por el Estado y sustentados con magníficos concesiones territoriales.

El papel romanzador del ejército aumentó al incluir en sus filas a habitantes indígenas y al ser un continuo generador de mano de obra esclava, que se movilizaba desde los frentes hasta la ciudad y hacia los puntos de extracción minera o actividad agraria.

Entre los siglos II y I a.C. y I d.C. Cartagena se configuró como una típica ciudad romana, con alto grado de urbanización y de monumentalidad arquitectónica establecida sobre las laderas de cinco colinas, que la dotaban de cierta similitud con Roma, su urbanismo se organizaba en torno al foro, en su parte norte se localizaba el Capitolio con los templos de Júpiter, Juno y Minerva, mientras que al sureste se edificaron la curia o centro de gobierno del senado local y la basílica o sede de los tribunales.

Hacía la primera mitad del siglo I, ya se encontraban edificadas al oeste del foro las termas y se asistía por entonces, a la construcción del teatro y a las reformas del anfiteatro y sobre las colinas existieron templos dedicados a las divinidades de Neptuno, Minerva, Diana y Juno.

Si la influencia política de Cartago Nova se expandía hacía zonas cada vez más alejadas, fue debido a la construcción de excelentes vías de comunicación, que integraron la ciudad con el arco mediterráneo y con el interior peninsular, siendo la más importante la denominada Vía Hercúlea o Augusta, que desde Marsella se introducía en Hispania para llegar a Tarraco y descender a Cartago Nova para continuar hasta Itálica y Gades.

A su vez desde Cartagena partía otra ruta hacía el centro peninsular, por Minateda con desvíos importantes hacía las zonas de producción minera de Cástulo en los cordilleras marianicos (mons-marianus).

La romanización fue rápida en las poblaciones costeras como ocurrió en Ficaria (Mazarrón) y Urci (Águilas) y avanzó sobre las situadas junto a la red viaria, pero en la zonas rurales progresó con mayor lentitud, la presencia de cerámicas indígenas nos delata las dificultades que el poder romano encontró más allá de las costas y de las vías de comunicación, no obstante hasta finales del siglo I a.C. fue alcanzando cierto nivel de pacificación del país y el cambio cultural progresó hacía estas zonas del interior. Desde el siglo I hasta el siglo II será el momento de expansión de las villas documentadas

                                          LA CRISIS

Finalizado el siglo II, las explotaciones mineras comenzaron a mostrar síntomas de agotamiento circunstancia por la que  hubo que realizar  muchas  reformas  fundamentalmente en el  sistema de administración pasando  a ser controlado por delegados directos de los emperadores,  el inicio de esta crisis coincide también con una reorientación de la demanda romana hacía las provincias orientales del Imperio pero la crisis no había hecho nada más que empezar y se prolo0ngorá hasta la segunda mitad del siglo IV.


Entre los años 171 y 176, grupos de mauritanos, procedentes del norte de África, se introducen por el sureste peninsular asolando el Este de la Bética y penetrando hasta Cartago Nova, muy posiblemente, sus acciones se encuentren en la base de la decadencia de algunas empresas económicas y en la aparición de un sentimiento generalizado de inseguridad que lleva a fortificar más aún la ciudad y el territorio.

Invasiones de este tipo no volverán a producirse hasta el siglo V, en el 415 cuando los vándalos saquean Cartagena; los historiadores actuales han replanteado la vieja idea de que fuera destruida por completo, aunque parece evidente que la ciudad quedó bloqueada en su desarrollo social y económico por estas acciones destructivas.


 

                                                


 

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