Hizo
Nabucodonosor que se construyese, para honesta holganza de su cónyuge, los famosos jardines de Babilonia,
eran unas hiperbólicas terrazas, eslabonadas por atrevidos arcos de alabastro.
Hortensias,
azahares y claveles de exuberante vegetación rivalizan, exhalando aromas exquisitos, a la
vez que ornaban aquella herbácea umbría donde la Reina evocaba y añoraba los espléndidos
vergeles helénicos.
De una a
otra terraza se subía por sáxeas escaleras con soberbias balaustradas de níveas
incrustaciones nacarinas.
La última
formaba un estrado a guisa de gigantesco y abarquillado búcaro o maravilloso
pebetero.
Los vates
más escogidos esculpieron en sus versos
la ostentosa estructura de este edén de alucinador espectáculo
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