LA SIERRA DE CABRA
Don Juan Valera,
egabrense de pro, localiza en estas montañas egabrenses bastantes episodios en
sus obras Pepita Jiménez, las ilusiones del Doctor Faustino y Juanita La
Larga, estos párrafos son de esta obra <<los gorriones, los jilgueros,
las golondrinas, y otras cien especies de pintados y alegres pajarillos salen a
la campiña con el alba, a coger semillas, cigarrones y otros bichos con que
alimentarse; pero todos anidan en el término de Villalegre (Cabra), y vuelven a
él, después de sus excursiones, para guarecerse en sus sotos y umbrías, para
beber en sus cristalinos arroyos y acequias y para regocijar aquel oasis con
sus chirridos, trinos y gorjeos.
Aquellos peñascos áridos y desnudos se diría que forman como un enorme vaso lleno de la tierra más fértil, La Nava es una meseta que tendrá por la parte más ancha dos leguas de extensión.
En las laderas que se inclinan hacia La Nava hay viñas,
almendros, acebuches y encinas, en la misma Nava, prados cubiertos de hierbas y
mil flores silvestres.
En las
orillas de los arroyos se han formado sotos frondosos donde resplandecen los
alisos, los álamos blancos y negros, los fresnos y los mimbrones.
Cuando un
arroyo hace remanso crecen los juncos, las espadañas y la juncia, y por todas
las orillas embalsaman el ambiente los mastranzos, el toronjil y la mejorana.
Pronto
nos fuimos introduciendo por algunas sendas que dividen las huertas que hay en
torno de la villa. La primavera con todas sus galas nos muestra su hermosura y
sus atractivos con todas sus galas. En el borde de las acequias, por donde
corría con grato murmullo al lado de la senda el agua fresca y clara, había
violetas y mil silvestres no cultivadas flores.
Los
manzanos y otros frutales estaban también en flor y la hierba nueva en el suelo
y los tiernos renuevos en los álamos y en otros árboles lo esmaltaban todo de
alegre y brillante verdor. Los pajarillos cantaban; el sol naciente doraba ya con
vivo resplandor en los más altos picos de los montes y un ligero vientecillo
doblegaba la hierba y agitaba con leve susurro el alto follaje.
No se
tardó en cambiar el paisaje al salir de las huertas entre olivares y viñedos
para tomar las no frecuentadas veredas dirección hacía la sierra peñascosa
donde la capa vegetal no permite el cultivo, donde no hay gente está pelada la
tierra y sólo cubierta a trechos de malezas y ásperas jaras, de amarga retama,
de tomillo oloroso y de ruines acebuches, chaparros, quejigos.
Andando
entre una estrecha cañada que se extiende entre los cerros formando declive,
iba saltando por él un arroyuelo y sonando al chocar en las piedras. El arroyuelo
al llegar al sitio llano y más hondo se dilataba formando remanso circundado de
espadañas y de verdes juncos, algunos alerces y gran abundancia de mimbrones y
de frondosas adelfas cubiertas de flores rojas, y no pocos espinos, escaramujos
y rosales silvestres, llenos de blancas y encarnadas mosquetas, este sitio tan
apacible convidaba al reposo y también a beber el agua limpia del remanso.
El sol,
que se había elevado ya sobre el horizonte y se acercaba el cenit, difundía
mucho calor y luz sobre la tierra y nos pusimos a contemplar el agua antes de
beberla.
He aquí
lo que es la sierra cual rico esmalte o cual bordado primoroso; los lirios
morados, la savia purpúrea, la amarilla gualda y las blancas margaritas, las
marimoñas y las mosquetas, las adelfas arbóreas…el romero…el tomillo….las
violetas, y las aves con sus alegres cantos de pitirrojos, vegetas, oropéndolas,
verderones, jilgueros y ruiseñores, que en la noche cantan en la espesura.
Es una hermosa y bella descripción la que nos hace don Juan Valera de estos lugares, a veces desconocidos por muchas personas, son rincones serranos de la Subbética cordobesa. que desluego nos invita a conocerlos.
Cabra de Córdoba. |