domingo, 29 de enero de 2023

CAPITULO II DON QUIJOTE ES ARMADO CABALLERO

 

DON QUIJOTE DE LA MANCHA

CAPITULO II QUE TRATA DE LA PRIMERA SALIDA QUE DE SU TIERRA HIZO EL INGENIOSO DON QUIJOTE.

                                                  

                                                 


Hechas pues las previsiones apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza en salir, según eran los agravios que pensaba deshacer, y entuertos que enderezar y abusos que mejorar, deudas que satisfacer, y así sin dar parte a persona alguna de su intención y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que por cierto era  uno de los más calurosos del mes de julio, se armó con todas las armas, subió sobre su rocinante, puesta su celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa del corral salió al campo, con grandísimo contento y alborozo de ver con cuanta facilidad había dado principio a su buen deseo.

 

Más apenas se vio en el  campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero y que, conforme a la ley de caballería, ni podía, ni debía poder enfrentarse con ningún caballero, y puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas, como novel caballero sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase.

Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito, más pudiendo su locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero a través del primero que se topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según él había leído en los libros de caballerías.

En lo de las armas blancas, pensaba limpiarlas de manera que quedaran más limpias y blancas que un armiño, sin llevar otras  que aquel su caballo quería, creyendo que aquello  consistía en la fuerza de la aventura.

Yendo pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mismo <<¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a la luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, de esta manera?.


Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa sierra. las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus harpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas  y balcones del manchego horizonte a los mortales, se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante; y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel, añadiendo dichosa edad y siglo, dichoso aquel  donde saldrán a la luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas, para memoria del futuro.

Och tú, sabio encantador, quien quiera que seas, a quien  ha de tocar  el cronista desta peregrina historia, te ruego que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno  mío en todos mis caminos y carreras.

Luego volvió diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado, Och princesa Dulcinea, señora dé este  cautivo corazón, mucho agravio  me habedes fecho  en despedirme y repecharme  con el riguroso afincamiento de mandarme no aparecer ante vuestra fermosura..


Con estos soliloquios iba ensartando otros disparates , todos al modo de los que los libros le habían  enseñado, imitando en cuanto podía  su lenguaje, y con esto caminaba tan despacio que los rayos del sol entraban tan aprisa y con tanto ardor, que fuera bastante como para derretirle los sesos, si alguna tuviera.           

 

Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de  contar fuese, de la cual se desesperaba, porque quisiera topar con quien hacer experiencia del valor y  de su fuerte brazo. Autores hay que dicen  que la primera aventura que le vino fue la del Puerto Lápice, otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha, es que anduvo todo aquel  día, y al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y que mirando a todas partes por ver si descubriera algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiera remediar su mucha necesidad vio no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si viera  una estrella que, no a los portales sino a los alcázares de su redención le encaminaba.

Diose prisa a  caminar, y llegó  a ella a tiempo que anochecía, estaban a la puerta dos mujeres mozas, destas que llaman del partido, las cuales iban a Sevilla con unos harrieros  que en la venta aquella noche acertaron a hacer jornada, y como nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo  de lo que había leído, luego cuando se vio en la venta  se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadizo y hondo foso.

A poco trecho de ella detuvo las   riendas a Rocinante, esperando que algún criado apareciese entre las almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba un caballero al castillo, pero como vio que tardaban y  que Rocinante se daba prisa por llegar a la caballeriza,  se llegó a la puerta de la venta y vio a dos mujeres mozas que allí estaban, que a él les parecieron dos hermosas damas que delante de la puerta del castillo se estaban solazando.

En esto, un porquero que por allí  andaba recogiendo unos rastrojos  donde  se encontraba una manada de puercos, tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó a Don Quijote que  era algún criado o enano haciendo  la señal de su venida, y así con gran contento, llegose a las damas. 

Éstas, como vieron venir a un hombre de aquella suerte armado, llenas de miedo se iban a entrar  en la venta, pero Don Quijote les advirtió por su huida  no tuviesen  miedo, alzándose la visera y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada les dijo:

No huyan  sus mercedes ni teman agravio;porque a la orden de caballería que profeso no toca ni atañe hacérselo a nadie, y menos   a tan altas doncellas como sus  presencias  demuestran.



Al oirle , las mozas no pudieron contener la risa, por lo que don Quijote se avergonzó y les dijo:



-Bien parece la mesura en las hermosas y es mucha sandez,  además la risa que de leve   causa  procede; pero no se lo digo para que se apesadumbren o muestren mal talante, que mi deseo no es otro que el de servirlas.,


El lenguaje no entendido por las mozas, y el mal talle de nuestro caballero, acrecentaban en ellas la risa , y ésta en él el enojo, y pasará muy adelante si entonces no saliera el ventero, hombre que, por ser muy gordo, era muy pacifico, el cual, viendo aquella figura contrahecha, estuvo a punto de acompañar a las mozas en su risa, Pero temiendo la máquina de tantos pertrechos, determinó hablarle comedidamente, y así  le dijo:

  


  -Si vuestra merced, señor caballero, busca posada, excepto el lecho , porque en esta venta no hay ninguna, todo lo demás se hallará en ella en mucha  abundancia. 

Y así viendo Don Quijote la humildad del alcalde de aquella fortaleza, que tales le parecieron a él la venta y el ventero, respondió:

       .Para mi, señor castellano, cualquier cosa me vasta, porque mis arreos son las armas, mi descanso el pelear

       Pensó el huésped que el haberle llamado castellano había sido por creerlo de Castilla, aunque él era andaluz, y le respondió:


       

-Según eso, las camas de vuestra merced serán duras peñas, y su dormir, siempre velar; y siendo así, bien se puede apear.   

Y diciendo esto, fue atener el estribo  a Don Quijote, el cual se apeó con mucha dificultad y trabajo, y que en todo aquel día no había probado bocado.

Dijo luego al huésped que tuviese mucho cuidado de su caballo, porque era la mejor pieza que comía sembrado en el mundo.


Mirólo el  ventero y no le parecía tan bueno como Don Quijote decía, ni aun la mitad;, volvió y acomodándolo en la caballería, preguntó para   ver lo que su huésped mandaba, al cual estaban desarmando las doncellas, que ya se habían reconciliado con él. Aunque le habían quitado el peto y el espaldar, jamás supieron , ni pudieron desencajarle la gola, ni quitarle la celada, que traía atada con unas  cintas verdes, y era menester cortarlas  por no poder quitar los nudos, más él no lo quiso consentir de ninguna manera, y así se quedó toda aquella noche con la celada puesta. 

                    Luego le preguntaron si quería comer algun cosa,

                    Cualquiera comería respondió Don Quijote porque a lo que entiendo, me haría mucho bien al caso.,



Como quiera que era viernes no había en la venta otra cosa que unas raciones de trucha, le preguntó el ventero si por ventura la  comería su merced, ya que no había otra pescado que darle.

Si hay muchas truchuelas- respondió Don Quijote, podrán servir ese pescado porque tanto me da recibir ocho reales sencillos como una pieza de a ocho. 

Además podría ser que fuesen esas truchuelas como la ternera,  que es mejor que la vaca, pero sea lo que fuere venga pronto que el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno  de las tripas.

Pusieronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco pronto le trajeron una porción de mal remojado y peor cocido bacalao y un pan tan negro y mugriento como sus armas,  pero era materia de grande risa verle comer, porque, como tenía puesta la celada, no podía entrar nada por la boca con sus manos, si otra persona no se lo daba y ponía, y así una de aquellas mujeres servía para este menester. 

Más el darle de beber no  era posible ni lo hubiera sido si el ventero, tras haber horadado una caña  y puesto un cabo en la boca, no le hubiese echado por el otro el vino. Y todo esto lo recibía con paciencia a cambio de no romper las  cintas de la celada.    

Lo que más le fatigaba era no verse armado caballero; y así, llevado de este pensamiento, abrevió  su venteril y limitada cena; la cual acabada, llamó al ventero y, encerrándose con él en la caballeriza, se hincó de rodillas ante él,  diciéndole.   

      - No me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, hasta que vuestra cortesía  me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundará en alabanza vuestra y en pro del género humano

 

 El ventero, que vio a su huésped a sus pies y oyó semejantes razones, estaba confuso mirándolo, sin saber que hacerse ni decirle, y porfiaba  con él que se levantase, hasta que le hubo de decir que él le otorgaba el don que le pedía. 

         -No esperaba yo menos de vuestra gran magnificencia, señor mío, respondió Don Quijote, y así, os digo que el don que os he pedido y de vuestra liberalidad me ha sido otorgado es que mañana me habéis de armar caballero, y esta noche, en la capilla de este castillo, velaré las armas.

     

 

El ventero que era un poco socarrón y ya tenía algunos barruntos de la  falta de juicio de su huésped, para tener que reír aquella noche, determinó seguirle el humor y le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba y pedía, Díjole también que en aquel castillo no había capilla alguna donde poder velar las armas, porque estaba derribada  para hacerla de nuevo, pero que en caso de necesidad , él sabía que se podían velar donde quisiera, y que aquella noche las podría velar en el patio del castillo; que a la mañana , siendo Dios servido, se harían  las  debidas ceremonias, de manera que él quedase armado caballero, y tan caballero que no pudiese serlo más en el mundo. 

Preguntóle el ventero si traía dineros; respondiendo Don Quijote que no traía ni blanca alguna, y además  no haber leído jamás en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído.

 En este dijo el ventero que se engañaba; que en  las historias no se escribía por haberles parecido a los autores de ellas que no era menester escribir una osa tan clara y tan necesaria de traerse como eran dinero y camisas limpias; y así estuviese por cierto  que todos los caballeros  andantes llevaban provistas las bolsas, por lo que pudiese sucederles, y que asimismo   llevaban camisas y una arqueta pequeña llena de ungüentos para curar las heridas que recibían, porque no siempre en los campos y desiertos donde combatían y salían heridos habñia quien los curase; y por esto  le daba por consejo que no caminase de allí adelante sin dinero y sin las prevenciones referidas..  

Prometió  Don Quijote hacer lo que le aconsejaba con toda puntualidad; y así, se dio orden para que velase las armas en un corral grande que a un lado de la venta había, y recogiéndolas Don Quijote todas,  las puso sobre una  pila que junto a un pozo estaba y, enbrazando su adarga, asió la lanza y, con gentil continente, se comenzó a pasear delante de la pila apunto que comenzaba a cerrar la noche.

Contó el ventero a todos los que entraban en la venta la locura de su huésped, la vela de las armas y la armazón de caballería que esperaba. Admiráronse  de tan extraño género de locura y se fueron a mirar de lejos, y vieron que, con sosegado ademán  unas vece se paseaba; otras, arrimado a su lanza, ponía los ojos en las armas,  sin quitarlos por un buen espacio de ellas.

     Cerrada la noche, antójesele a uno de los arrieros que estaban en la venta dar agua a su recua y hubo de quitar las armas de Don Quijote de encima de la pila; el cual viéndolo llegar, en voz alta le dijo:

                 - ¡Och tú, quienquiera que seas, atrevido caballero,  que llegas a tocar las armas del más valeroso andante que jamás ciñó espada!, mira lo que haces, y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento.

                  No se cuidó el arriero de estas razones; sino que, tirando de las correas, las arrojó lejos de allí. Lo cual visto por Don Quijote soltando la alarga , alzó la lanza  a dos manos y dio con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que lo derribó en el suelo, tan maltrecho que, sí secundara con otro , no tuviera necesidad de médico que lo curara.Hecho esto, recogió  sus amas y tornó a pasearse con el mismo reposo de antes. 

De allí a poco llegó otro con la misma intención de dar agua a sus mulos y, llegando a quitar las armas para desembarazar la pila, sin hablar Don Quijote palabra alguna, soltó otra vez la adarga y alzó  otra vez la lanza y, hacerla pedazos, hizo más de tres la cabeza del segundo arriero, porque se la abrió por cuatro. Al ruido acudió toda la gente de la venta, y entre ellos el ventero. Los compañeros de los heridos, que tales los vieron , comenzaron  desde lejos a llover piedras sobre Don Quijote, el cual , lo mejor que podía se defendía con su adarga , y no osaba apartarse de la pila, por no desamparar las armas..     

El ventero daba voces que lo dejasen, porque ya les había dicho que estaba loco , y que po loco se libraría, aunque los matase a todos- También Don Quijote las daba mayores, llamándoles alevosos y traidores, con tanto brío y denuedo que infundió un terrible temor en los que acometían; y así, por esto como por las persuasiones del ventero, dejaron de tirarle . Él permitió retirar a los heridos y tornó a la vela de sus armas, con la misma quietud y sosiego de antes. 

          No le parecieron bien al ventero las burlas de su huésped y determinó abreviar y darle la negra orden de caballería luego, antes de que otra desgracia sucediese. Llegándose a él, se disculpó de la insolencia que aquella gente baja con él había tenido. Díjole que ya había cumplido con los que tocaba al velar las armas, que con solas dos horas de vela se cumplía, cuanto más él había estado más de cuatro, y que por lo tanto, iba a comenzar el ceremonial para dejarlo armado caballero.   

        Contestándole Don Quijote que él estaba allí presto para obedecerle y que concluyese con la mayor brevedad que pudiese; porque si fuese otra vez acometido, y se viese armado  caballero,  no pensaba dejar persona viva en el castillo, excepto  aquellas que él le mandase, a quienes por respeto dejaría.

    

Advertido y medroso desto el ventero, trajo luego un libro donde anotaba la paja y cebada a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con los dos ya dichas doncellas se vino a donde estaba Don Quijote, lo mandó hincar de rodillas y, leyendo en su manual, en mitad de la lectura alzó la mano y dióle sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su misma espada, un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba. 


Hecho esto mandó a una de aquellas damas la ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, que no fue menester poca para no reventar de risa a cada punto de las ceremonias; pero por las  proezas que ya habían visto del novel caballero les tenían las risas a raya. Luego la otra le calzó las espuelas.

Hechas,pues, de galope y aprisa las hasta allí nunca vistas ceremonias, no vio la hora Don Quijote de verse a caballo y salir buscando aventuras;  y ensillando después a Rocinante, subió en él y, abrazando a su huésped, le dijo las cosas más  extrañas , agradeciéndole la merced de haberlo armado caballero.

     El ventero, por verlo ya fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con más breves  palabras,  respondió a las suyas y, sin pedirle el pago de la posada, le dejó en buen hora.

                                                    


                                  FIN DEL CAPITULO III

   

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