Alfonso II y su esposa Doña Jimena dotan regiamente al santo
patrono y a los monjes de Santiago. Alfonso III derribó la iglesia erigida por
Alfonso el Casto, sustituyéndole por otra más grandiosa y noble en el año 872.
Dos años después los monarcas ofrendaron en honor del apóstol Santiago
una corona de oro desaparecida en 1906.
La Basílica sería consagrada en 899. Alfonso III no se limitó
a crear la iglesia en honor del santo patrono, de sus empresas militares, sino
que se comportó generoso con los monjes.
Estos debían orar para que el santo en la vida presente concediera la
victoria sobre los enemigos. En algunos documentos de finales del siglo IX,
Alfonso III afirma que sus donaciones son también para sustento de los pobres y
de los peregrinos que allí llegan y de aquellos que allí residen.
También nos informa del comienzo de las peregrinaciones antes del año 900, se tienen escasas noticias acerca de la presencia de los romeros.
La
historia posee el testimonio de la peregrinación realizada en 950 por Godescalco,
obispo de Le-Puy-en-Velay, lo cual confirma la existencia de la devoción al apóstol
entre los extranjeros.
Desde mediados del siglo X llegan penitentes franceses, como
el conde de Rouergue, Raimundo II, fue asesinado en el camino de Santiago el
mismo año que peregrinó el inquieto y discutido Hugo Vermandois, 0bispo de
Reims.
Desde Cataluña acudió en 959 el abad Cesáreo de Santa Cecilia
de Monserrat, años más tarde llegaría de Oriente Simeón de Armenia.
Almanzor en el siglo X terminó con la destrucción de la ciudad y sus tropas, mandó retirar las campanas y llevarlas a Córdoba a hombros de cautivos para que sirvieran de lámparas en la Mezquita cordobesa, aunque pronto se repondría y serían devueltas a Compostela igualmente del mismo modo,
Crecieron las visitas y las peregrinaciones y las pretensiones de los prelados compostelanos en clara competición con Roma y otorgaron a Santiago la categoría de Sede apostólica.
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