AÑO 1788 UN TRAJE NACIONAL FEMENINO
El Conde
de Floridablanca quiso uniformar a las mujeres. Apenas fallecido el rey Carlos
III, se produce un hecho insólito en nuestro país que ha pasado prácticamente
inadvertido, a pesar de la luz singular que arroja sobre un tema tan importante
como es el papel de la mujer en la sociedad, En este caso en la sociedad
española de la ilustración. Hay que referirse al intento del Ministro
Floridablanca de establecer un traje <<nacional>> femenino con
carácter obligatorio
El tema
que aparentemente no trasciende del campo de las modas y costumbres,
levanta, una vez visto de cerca toda una
polvareda de ideas, actitudes e intereses, manejados a nivel de Estado por el
círculo de ilustrados que rodeaban al monarca.
Es
curioso que este intento de modificación de la indumentaria femenina se produjera apenas unos años después
del realizado con la masculina, que dio lugar al famoso motín de Esquilache con
las capas.
La
motivación en este caso no fue, evidentemente, como en el anterior, la
seguridad pública, sino la economía. Se pretendía así dar una nueva orientación a la política de gastos
que trataba inútilmente de frenar. Floridablanca, a través de una serie de
leyes para frenar el lujo que se había mostrado prácticamente ineficaz.
Tanto el
cambio del vestido masculino en tiempos del ministro Esquilache, como este
intento de uniformar el femenino, representa dos ejemplos típicos de una misma
actitud de espíritu y característica del despotismo ilustrado, el Estado paternalista,
pretendiendo resolver con soluciones simples, aparentemente lógicas, desde sui
propia óptica, problemas de gran complejidad, como lo son siempre todos los que
alteran los usos y costumbres.
Mucho más complejos aún si cabe, en lo que al vestido atañe,
en el caso de la mujer por obvias razones psicológicas y culturales.
El origen
de la idea hay que buscarlo en el gran cambio que supuso la llegada de los
Borbones y que se traduce en el siglo XVIII en una carrera desenfrenada por
copiar el modelo francés, disparándose los gastos suntuarios en términos que
llegan a incidir gravemente en la economía española, terminando por constituir
una preocupación permanente a nivel de Estado.
El cambio
es particularmente notable en el mundo de la mujer. No es un cambio profundo,
que transforme radicalmente sus funciones sociales, sino más bien una evolución
aparencial, ligada al campo de las formas culturales.
Entre los
siglos XVII y el XVIII se experimentó una transformación considerable en la
manera de vivir las mujeres españolas. Se pasó del recogimiento de la casa y la
charla femenina en el estado de las tertulias abiertas, a los bailes y saraos,
al paseo por el Prado e, incluso al baño público en el Manzanares. En el vestir, la sobriedad característica
española del tiempo de los Austrias, por lo que éramos conocidos en toda Europa,
se transformó en la sofisticación y en
un deseo constante de resaltar, en cualquier ocasión y circunstancia.
Desapareció
el <<tontillo>> que en el siglo anterior tapaba los tobillos de las
damas y se puso de moda la <<basquiña>> que los mostraba.
Con los
tobillos apareció el lujo en las medias y calzado y el escándalo en los
pensadores ilustrados y así Don Juan Semper y Guarinos, decía de ella que <<es una
provocación>> esta indecente moda, mientras tanto imperaba el siguiente
criterio popular que decía <<lo que se han de comer los gusanos, que lo
disfruten los cristianos>>
MEJOR
CORTEJO QUE MARIDO
Todas las
modas que se observan en el siglo XVIII español a excepción del majismo de tipo
popular y nacional provenían de Francia.
Para una
dama de la época el máximo lujo se cifraba en tener un peluquero francés y un <<cortejo>> versión española
del <<chevalier servant, para entrar y salir.
Estas
novedades requerían una base económica que
tanto el país como los particulares distaban mucho de poseer. Se produjo
entonces y la prensa de la época abunda
en el tema, un movimiento de rechazo por parte de los jóvenes hacía
el matrimonio.
A la
vista de tales gastos era más rentable ser <<cortejo>> y pagar tan
sólo las fruslerías, abanicos, batas, flores que ser marido y correr con todo.
Esta
huida del matrimonio llegó a convertirse para los contemporáneos en un serio
problema, pues se les llegó a achacar un descenso de la natalidad en los
grandes centros urbanos.
La escalada del lujo, una vez desatada, no se ciñe, naturalmente de una manera
exclusiva al continuo cambio del adorno y del vestido, sino que alcanza a todas
las manifestaciones suntuarias, casa mobiliario, comida, servicio etc. Cayendo
en cascada este afán, en orden regresivo a través de todas las clases sociales.
En 1770,
con la prohibición de importar muselinas francesas y la obligación de utilizar
las nacionales, comienza el Estado a promulgar medidas que revelan su
preocupación por el tema.
Paulatinamente
estas medidas alcanzan desde la procedencia de los tejidos hasta el número de
caballos que pueden llevar las berlinas. Muchas de estas medidas como se ve,
van dirigidas a a los grupos sociales privilegiados, que eran quienes
gravemente perjudicaban el conjunto de la economía.
Y es
preciso resaltar que en tanto que el Estado dictaba estas leyes, era la propia
Corona la que promovía afán suntuario, con la creación crítica de los Borbones,
de fábrica de artículos tan extraordinarios como lo fueron los cristales de
Nuevo Baztán y La Granja, las porcelanas del Retiro y los paños
de San Fernando de Henares.
Aparece
entonces en los ambientes ilustrados, como consecuencia de todo ello, una toma
de postura generalizada contra lo que es considerada como un grave defecto
nacional, que el país tenía necesariamente que superar.
Las
soluciones que se arbitraban rayaban en no pocos casos en la ingenuidad, que es
posiblemente, una de las características de la ilustración española.
Es frecuente encontrar entre los escritores ilustrados obras dedicadas expresamente a atacar las costumbres y las modas, en especial de las mujeres.
Considerando a éstas como responsables principales de este afán de lujo. Incluso las propias ilustradas se sumaban a esta crítica. De este modo doña Beatriz de Cienfuegos, autora del primer periódico femenino de muestro país arremete contra las madonas gastadoras. Publicado en Madrid y Cádiz en 1763.
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