miércoles, 8 de octubre de 2025

EL TRAJE NACIONAL FEMENINO DE 1788

 

           AÑO  1788 UN TRAJE NACIONAL FEMENINO

El Conde de Floridablanca quiso uniformar a las mujeres. Apenas fallecido el rey Carlos III, se produce un hecho insólito en nuestro país que ha pasado prácticamente inadvertido, a pesar de la luz singular que arroja sobre un tema tan importante como es el papel de la mujer en la sociedad, En este caso en la sociedad española de la ilustración. Hay que referirse al intento del Ministro Floridablanca de establecer un traje <<nacional>> femenino con carácter obligatorio

El tema que aparentemente no trasciende del campo de las modas y costumbres, levanta,  una vez visto de cerca toda una polvareda de ideas, actitudes e intereses, manejados a nivel de Estado por el círculo de ilustrados que rodeaban al monarca.

Es curioso que este intento de modificación de la indumentaria  femenina se produjera apenas unos años después del realizado con la masculina, que dio lugar al famoso motín de Esquilache con las capas.

La motivación en este caso no fue, evidentemente, como en el anterior, la seguridad pública, sino la economía. Se pretendía así dar  una nueva orientación a la política de gastos que trataba inútilmente de frenar. Floridablanca, a través de una serie de leyes para frenar el lujo que se había mostrado prácticamente ineficaz.

Tanto el cambio del vestido masculino en tiempos del ministro Esquilache, como este intento de uniformar el femenino, representa dos ejemplos típicos de una misma actitud de espíritu y característica del despotismo ilustrado, el Estado paternalista, pretendiendo resolver con soluciones simples, aparentemente lógicas, desde sui propia óptica, problemas de gran complejidad, como lo son siempre todos los que alteran los usos y costumbres.



Mucho más complejos aún si cabe, en lo que al vestido atañe, en el caso de la mujer por obvias razones psicológicas y culturales.

El origen de la idea hay que buscarlo en el gran cambio que supuso la llegada de los Borbones y que se traduce en el siglo XVIII en una carrera desenfrenada por copiar el modelo francés, disparándose los gastos suntuarios en términos que llegan a incidir gravemente en la economía española, terminando por constituir una preocupación permanente a nivel de Estado.

El cambio es particularmente notable en el mundo de la mujer. No es un cambio profundo, que transforme radicalmente sus funciones sociales, sino más bien una evolución aparencial, ligada al campo de las formas culturales.

Entre los siglos XVII y el XVIII se experimentó una transformación considerable en la manera de vivir las mujeres españolas. Se pasó del recogimiento de la casa y la charla femenina en el estado de las tertulias abiertas, a los bailes y saraos, al paseo por el Prado e, incluso al baño público en el Manzanares.  En el vestir, la sobriedad característica española del tiempo de los Austrias, por lo que éramos conocidos en toda Europa, se transformó  en la sofisticación y en un deseo constante de resaltar, en cualquier ocasión y circunstancia.

Desapareció el <<tontillo>> que en el siglo anterior tapaba los tobillos de las damas y se puso de moda la <<basquiña>> que los mostraba.

Con los tobillos apareció el lujo en las medias y calzado y el escándalo en los pensadores ilustrados y así Don Juan Semper y Guarinos,  decía de ella que <<es una provocación>> esta indecente moda, mientras tanto imperaba el siguiente criterio popular que decía <<lo que se han de comer los gusanos, que lo disfruten los cristianos>>

                  MEJOR CORTEJO QUE MARIDO


Todas las modas que se observan en el siglo XVIII español a excepción del majismo de tipo popular y nacional provenían de Francia.

Para una dama de la época el máximo lujo se cifraba en tener un peluquero francés  y un <<cortejo>> versión española del <<chevalier servant, para entrar y salir.

Estas novedades requerían una base  económica que tanto el país como los particulares distaban mucho de poseer. Se produjo entonces  y la prensa de la época abunda en el tema, un movimiento de rechazo por parte  de los jóvenes hacía el matrimonio.

A la vista de tales gastos era más rentable ser <<cortejo>> y pagar tan sólo las fruslerías, abanicos, batas, flores que ser marido y correr con todo.

Esta huida del matrimonio llegó a convertirse para los contemporáneos en un serio problema, pues se les llegó a achacar un descenso de la natalidad en los grandes centros urbanos.

La escalada del lujo, una vez desatada,  no se ciñe, naturalmente de una manera exclusiva al continuo cambio del adorno y del vestido, sino que alcanza a todas las manifestaciones suntuarias, casa mobiliario, comida, servicio etc. Cayendo en cascada este afán, en orden regresivo a través de todas las clases sociales.

En 1770, con la prohibición de importar muselinas francesas y la obligación de utilizar las nacionales,  comienza  el Estado a promulgar medidas que revelan su preocupación por el tema. 

Paulatinamente estas medidas alcanzan desde la procedencia de los tejidos hasta el número de caballos que pueden llevar las berlinas. Muchas de estas medidas como se ve, van dirigidas a a los grupos sociales privilegiados, que eran quienes gravemente perjudicaban el conjunto de la economía.

Y es preciso resaltar que en tanto que el Estado dictaba estas leyes, era la propia Corona la que promovía afán suntuario, con la creación crítica de los Borbones, de fábrica de artículos tan extraordinarios como lo fueron los cristales de Nuevo Baztán  y La  Granja, las porcelanas del Retiro y los paños de San Fernando de Henares.

Aparece entonces en los ambientes ilustrados, como consecuencia de todo ello, una toma de postura generalizada contra lo que es considerada como un grave defecto nacional, que el país tenía necesariamente que superar.

Las soluciones que se arbitraban rayaban en no pocos casos en la ingenuidad, que es posiblemente, una de las características de la ilustración española.

Es frecuente encontrar entre los escritores ilustrados obras dedicadas expresamente a atacar las costumbres y las modas, en especial de las mujeres.

Considerando a éstas como responsables principales de este afán de lujo. Incluso las propias ilustradas se sumaban a esta crítica. De este modo doña Beatriz de Cienfuegos, autora del primer periódico femenino de muestro país  arremete contra las madonas gastadoras. Publicado en Madrid y Cádiz en 1763.




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