11-12-925.- Cuando fallece el rey
Sancho Garcés I de Navarra, su único hijo varón, García Sánchez, cuenta con seis años.
Durante los
cinco años siguientes, Jimeno, hermano de Sancho, se hace cargo de
la regencia, que tras la muerte el 31-3-931, es ocupada por la reina madre,
Doña Toda Aznar, nieta del rey Fortuño, esta fue una hábil política, que
fortaleció la posición del reino navarro mediante los enlaces matrimoniales de sus hijas.
En 931 surge un movimiento
independentista en Aragón, anexionado a Navarra por Sancho. Doña Toda
Aznar es la reina de Navarra y manda construir el castillo de
Altares, desde donde se controla el valle de Jaca y casa a García
Sánchez con Andregoto, hija del último conde aragonés, Galindo Aznar.
Navarra, año 934.- Abderramán III cesa a la reina Doña Toda o Tota de Navarra y coloca en su lugar a su hijo García Sánchez I.
La reina prefiere la diplomacia para luchar contra los defensores de la antigua dinastía navarra, muchos de los cuales se han refugiado en al-Andalus tras destruir Burgos y Cardeña.
Abderramán III se dirige a Pamplona en 934, con el objetivo de convertirse en árbitro de las diferencias dinásticas, probablemente a su ejército se le han unido los hombres del hermano de Sancho Iñigo Garcés, que desea arrebatar el trono a Doña Toda, pero ella con gran habilidad se somete al califa cordobés, que es sobrino suyo, la reina acepta el vasallaje de Navarra e inviste a García Sánchez como nuevo soberano
La intervención del califa es también decisiva en la entronización del rey Sancho el Gordo o el Craso de León. Tras ser vencido por los nobles leoneses en 958, este monarca se ve obligado a huir de su reino, refugiándose en la corte navarra de su abuela Doña Toda Aznar.
Antes de iniciar la reconquista de León, Doña Toda aconseja a Sancho que inicie un tratamiento para curarse de su tremenda obesidad, que le causa verdaderos problemas para montar a caballo y le hace ridículo a los ojos de sus súbditos.
Poco después, Sancho el Craso, Doña Toda y García Sánchez se encaminan a Córdoba al palacio de Medina Azahara, aquí son invitados para ultimar acuerdos: Sancho recobrará su aspecto,tras haber sido sometido a una cura de adelgazamiento y recupera su reino con la ayuda de los andalusíes, luego se encamina a Zamora y en 959 su autoridad es reconocida por casi todo el reino, la capital leonesa cae en sus manos al año siguiente, mientras las tropas navarras atacan Castilla para distraer a Fernández Gonzalez.
LARGAS NOTAS QUIJOTESCAS
El ventero, que vio a don Quijote atravesado en el asno, preguntó
a Sancho que qué mal traía. Sancho le respondió que no era nada , sino que
había dado una caída de una peña abajo, y que venía algo brumadas las costillas
.
Tenía el
ventero por mujer a una, no de la condición que suelen tener las de semejante
trato, porque naturalmente era caritativa y se dolía de las calamidades de sus
prójimos; y así, acudió luego a curar a don Quijote, y hizo que una
hija suya doncella, muchacha de muy buen parecer, le ayudase a curar al
huésped. Servía en la venta asimismo una moza asturiana, ancha de cara, llana
de cogote, de nariz roma, de un ojo tuerta y del otro no muy sana.
Verdad es que
la gallardía del cuerpo suplía las demás faltas: no tenía siete palmos de los
pies a la cabeza, y las espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar
al suelo más de lo que ella quisiera. Esta gentil moza, pues ayudó a la
doncella, y las dos hicieron una muy mala cama a don Quijote, en un camaranchón
que en otros tiempos había servido de pajar muchos años; en el cual
también alojaba un harriero, que tenía su cama hecha un poco más allá de la de
nuestro don Quijote,
Y aunque era de las albardas y mantas de sus machos, hacía mucha ventaja a la de don Quijote, que solo contenía cuatro mal lisas tablas sobre dos no muy iguales bancos, y un colchón que en lo sutil parecía colcha, lleno de bodoques, que a no mostrar que eran de lana por algunas roturas, al tiento, semejaban de guijarro, y dos sábanas hechas de cuero de adarga, y una manta tejida y peluda cuyos hilos, si se quisieran contar, no se perdiera uno solo de la cuenta.
En esta maldita cama se acostó don Quijote, y luego la ventera y
su hija le le hicieron curas y emplastes de arriba abajo, alumbrando con el candil
Maritornes, que así se llamaba la asturiana; y al aplicarle los emplastos viese
la ventera tan acardenalado a parte a don Quijote, dijo que aquellos más
parecían golpes que caída.
- No fueron golpes dijo Sancho; sino que la peña tenía muchos
picos y tropezones, y que cada uno había hecho su cardenal.
Y también dijo: Haga vuestra merced. Señora, de manera que queden
algunas estopas, que no faltará quien las haya menester que también me duele a
mí un poco los lomos.
-De esa manera respondió la ventera también debisteis vos
de caer.
-No caí dijo Sancho, sino que del sobresalto que tomé de ver caer
a mi amo, de tal manera me duele a mí el cuerpo, que me parece que me han dado
mil palos.
- Bien podrá ser eso dijo la doncella que a mí me ha
acontecido muchas veces soñar que caía de una torre abajo, que nunca llegaba al
suelo, y cuando despertaba del sueño, hallarme tan molida y quebrantada como si
verdaderamente hubiera caído.
- Despierto que ahora estoy, me hallo con pocos menos
cardenales que mi señor don Quijote. Ahí está el toque señora respondió
Sancho Panza, que yo, sin soñar nada, sino estando má
- ¿Cómo se llama este
caballero? preguntó la asturiana Maritornes.
-Don Quijote de la
Mancha, respondió Sancho Panza, y es caballero
aventurero, y de los mejores y más fuertes que de mucho tiempo acá ha visto el
mundo.
-¿Qué es caballero
aventurero?- replicó la moza.
- ¿Tan nueva sois en el
mundo que no lo sabéis vos?, respondió Sancho Panza, pues sabed, hermana
mía, que caballero aventurero es un cosa que en dos palabras se ve
apaleado y emperador: hoy es la más desdichada criatura del mundo y la más
menesterosa, y mañana tendrá dos o tres coronas de reinos que dar a su
escudero.
-Pues ¿Cómo vos, siéndolo deste tan buen señor – dijo
la ventera – no tenéis, a los que parece, siquiera algún candado?.
-Aún es temprano respondió Sancho, porque no ha un mes que andamos buscando las aventuras, y hasta ahora no hemos
topado con ninguna que lo sea, tal vez hay veces que se busca una cosa y se
halla otra, verdad es que mi señor don Quijote sana esta
herida o caída y yo quedo tullido y estropeado y no cambiaría mis esperanzas
con el mejor título de España.
Todas estas pláticas estaba escuchando muy atento don
Quijote, y sentándose en el lecho como pudo, tomando de la mano a la ventera,
le dijo:
-Creedme
famosa señora, que os podéis llamar venturosa por haber alojado en este vuestro
castillo a mi persona, que es tal, que si yo no lo alabo, es por lo que suele
decirse que la alabanza envilece; pero mi escudero os
dirá quién soy. Solo os digo que tendré eternamente escrito en mi
memoria el servicio que me habedes fecho, para
agradecéroslo mientras la vida me durare, y pluguiera a los altos
cielos que el amor no me tuviera tan rendido y tan sujeto a sus
leyes, y los ojos de aquella fermosa ingrata que fuera dueña de mi libertad.
Confusas estaban la ventera y su hija y la buena de Maritornes oyendo las razones del andante caballero, que ellas entendían como si les hablara en griego, aunque bien alcanzaron que todas se encaminan a ofrecimiento y requiebros; y, como no acostumbradas a semejante lenguaje, mirábanle y admirábanse, les parecía a otro nombre de los que se usaban y con tan venteriles razones de sus ofrecimientos, le dejaron, y la asturiana Maritornes curó a Sancho que no menos lo había menester que su amo.
Había concertado el harriero concertado con ella que aquella noche se refocilarían juntos, y ella le había dado su palabra de que, en estando sosegados los huéspedes y durmiendo sus amos, le iría a buscar y satisfacerle el gusto en cuanto le mandase. Aquella buena moza jamás dió palabra alguna que no cumpliese aunque la hubiese dado en pleno monte y sin testigo alguno, ella presumía de muy hidalga, no teniendo por afrenta estar en aquel ejercicio de servir en la venta, ella decía que desgracias y malos sucesos la había traído a aquel estado.
El duro y estrecho lecho de don Quijote estaba situado en medio del establo y junto a él el de Sancho, que solo tenía una estera de enea y una raída manta y en aquel pajar estaba el del arriero que después de haber visitado su recua y de haber dado un segundo pienso, se tendió en sus enjalmas y se dio a esperar a su puntualisima Maritornes.
Ya estaba Sancho acostado y aunque procuraba dormir, no lo consentía el dolor de sus costillas; y don Quijote, con el dolor de las suyas, tenía los ojos abiertos como liebre. Toda la venta estaba en silencio, y en toda ella no había otra luz que la quedaba una lámpara encendida en medio del portal.
Confusas estaban la ventera y su hija y la buena de Maritornes oyendo las razones del andante caballero, que ellas entendían como si les hablara en griego, aunque bien alcanzaron que todas se encaminan a ofrecimiento y requiebros; y, como no acostumbradas a semejante lenguaje, mirábanle y admirábanse, les parecía a otro nombre de los que se usaban y con tan venteriles razones de sus ofrecimientos, le dejaron, y la asturiana Maritornes curó a Sancho que no menos lo había menester que su amo.
Había concertado el harriero concertado con ella que aquella noche se refocilarían juntos, y ella le había dado su palabra de que, en estando sosegados los huéspedes y durmiendo sus amos, le iría a buscar y satisfacerle el gusto en cuanto le mandase. Aquella buena moza jamás dió palabra alguna que no cumpliese aunque la hubiese dado en pleno monte y sin testigo alguno, ella presumía de muy hidalga, no teniendo por afrenta estar en aquel ejercicio de servir en la venta, ella decía que desgracias y malos sucesos la había traído a aquel estado.
El duro y estrecho lecho de don Quijote estaba situado en medio del establo y junto a él el de Sancho, que solo tenía una estera de enea y una raída manta y en aquel pajar estaba el del arriero que después de haber visitado su recua y de haber dado un segundo pienso, se tendió en sus enjalmas y se dio a esperar a su puntualisima Maritornes.
Ya estaba Sancho acostado y aunque procuraba dormir, no lo consentía el dolor de sus costillas; y don Quijote, con el dolor de las suyas, tenía los ojos abiertos como liebre. Toda la venta estaba en silencio, y en toda ella no había otra luz que la quedaba una lámpara encendida en medio del portal.
Esta maravillosa quietud y los pensamientos que siempre nuestro caballero traía de los sucesos que a cada paso se cuentan en los libros autores de su desgracia, le trajo a su imaginación una de las extrañas locuras que buenamente puedan imaginarse. fué que él se imaginó haber llegado a un famoso castillo y que la hija del ventero lo era del señor del castillo, la cual vencida de su gentileza, se había enamorado de él y que aquella noche vendría a yacer con él un buen rato, comenzando a pensar el peligroso trance en que su honestidad se había de ver, entonces propuso en su corazón de no cometer alevosía a su señora Dulcinea del Toboso, aunque fuera la misma reina Ginebra con su dama Quintañona que se le pusieran por delante.
Pensando, pues, en estos disparates, llegó el tiempo y la hora de la venida de la asturiana, la cual, en camisa y descalza, cogidos los cabellos en una albanega de fustán (tela de algodón), con sigilo entró al aposento donde los tres se alojaban, en busca del harriero; pero apenas llegó a la puerta, cuando don Quijote la sintió, y, sentándose en la cama, a pesar de sus dolores en las costillas, tendió los brazos para recibir a su hermosa doncella. La asturiana, que, toda recogida y callando, iba con las manos delante buscando a su querido harriero pero toó con los brazos de don Quijote, el que la asió fuertemente de una muñeca, y tirándola hacía sí, sin que ella osase hablar palabra la hizo sentar sobre la cama.
Tentó Don Quijote la camisa que era de arpillera, pero a él le pareció que era de finísimo y delgado cendal, traía en las muñecas unas cuentas de vidrio; pero a él le dieron vislumbres de preciosas perlas orientales. Los cabellos, que de alguna manera tiraban a crines, él los tomó como si fueran hebras de lucidisímo oro de Arabia, cuyo resplandor al del mismo sol oscurecía. El aliento, que, sin duda alguna olía a ensalada fiambre y trasnochada, a él le pareció que arrojaba de su boca un olor suave y aromático; y finalmente él la pintó en su imaginación de la misma traza y modo que lo había leído en sus libros de la otra princesa que vino a ver al mal herido caballero, vencida de sus amores, tanta era la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto, ni el aliento , ni otras cosas que traía la buena doncella, no le desengañan, las cuales podían hacerle vomitar a otro, pareciendole que tenía entre sus brazos a la diosa de la hermosura, teniéndola bien asida, con voz amorosa y baja. le comenzó a decir:
Quisiera hallarme en términos, fermosa y alta señora, de poder pagar tamaña merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura me habedes fecho; pero ha querido la fortuna, que no sea causa a los buenos, ponerme en este lecho, donde yago tan molido y quebrantado, que, aunque de mi voluntad quisiera satisfacer a la vuestra fuera imposible. Y más que se añade a esta imposibilidad otra mayor, que es la prometida fe que tengo dada a la sin par Dulcinea del Toboso, única señora de mis más escondidos pensamientos; que si esto no hubiera de por medio, no fuera yo tan sandio caballero, que dejara pasar en blanco la venturosa ocasión que vuestra bondad me ha puesto.
Maritornes estaba acongojadisíma y trasudando de verse asida de don Quijote, y, sin entender, ni estar atenta a la razones que le decía, procuraba, sin hablar palabra, desasirse. El bueno del harriero, que estaba despierto pudo escuchar todo lo que Don Quijote le decía, ahora celoso de que la asturiana le hubiese faltado a la palabra por otro, se fue acercando más al lecho de Don Quijote, estuvo escuchando , hasta ver en qué paraban aquellas razones, que él no podía entender, pero como vió que la moza forcejeaba por desasirse y don Quijote trabajaba por tenella, pareciendole mal la burla, enarboló el brazo en alto y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas quijadas del enamorado caballero, que le bañó toda la boca en sangre y no contento sele subio encima de las costillas, y con los pies más que al trote, se los paseó de cabo al rabo.
El lecho que era un poco endeble y no de firmes fundamentos, no pudiendo sufrir no pudiendo sufrir la añadidura del arriero, dio consigo en el suelo, a cuyo gran ruido despertó al ventero, luego imaginó que debían de ser pendencias de Maritornes, porque habiendola llamado a voces, no respondía. Con esta sospecha, se levantó y, encendiendo un candil, se fue hacía donde había sentido la pelea.
La moza, viendo que su amo venía , y que era de condición terrible, llena de miedo se acogió a la cama de Sancho Panza que aún dormía, y allí se acurrucó y se hizo un ovillo. El ventero entró diciendo:
- ¿A donde estás, puta? A buen seguro que son tus cosas éstas.
La moza, viendo que su amo venía , y que era de condición terrible, llena de miedo se acogió a la cama de Sancho Panza que aún dormía, y allí se acurrucó y se hizo un ovillo. El ventero entró diciendo:
- ¿A donde estás, puta? A buen seguro que son tus cosas éstas.
En esto despertó Sancho, y, sintiendo aquel bulto casi encima de sí, pensó que tenía la pesadilla y comenzó a dar puñadas a una y otra parte, y, entre otras alcanzó con no se cuántas a Maritornes, la que sentida de dolor, echando a rodar la honestidad, dió al retorno a Sancho con tantas que, a su despacho le quitó el sueño; el cual, viéndose tratar de aquella manera , y sin saber de quién, alzándose como pudo, se abrazó con Maritornes, y comenzaron entre los dos la más reñida y graciosa escaramuza del mundo.
Viendo, pues, el harriero, a la lumbre del candil del ventero, cuál andaba su dama, dejando a do Quijote, acudió a dalle el socorro necesario. Lo mismo hizo el ventero pero con intención diferente, porque fué castigar a la moza, creyendo, sin duda, que ella sola era la ocasión de toda aquella armonía. Y como suele decirse <<el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda al palo, daba el harriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a él, el ventero a la moza, y todos menudeaban con tanta priesa que no se daban punto de reposo; siendo lo bueno que al ventero se le apagó el candil y como quedaron a oscuras se daban palos sin compasión y sin tino, todos a bulto que donde ponían la mano no dejaban cosa sana.
Se alojaba aquella noche en la venta un cuadrillero de los de la Santa Hermandad vieja de Toledo , el que oyendo asimismo aquel estruendo de pelea, asió de su media vara y de sus títulos, entró oscuras en el aposento diciendo: ¡¡¡Téngase a la justicia!!! ténganse a la Santa Hermandad!!!. y el primero con quien topó fue con don Quijote, que estaba en su derribado lecho, tendido boca arriba, sin sentido alguno; y echándole a tiento mano a las barbas, no cesaba de decir : ¡favor a la justicia! pero viendo que el que tenía asido no se bullía ni se meneaba, se dio a entender que estaba muerto, y que los que allí dentro estaban eran sus matadores, y, con esta sospecha reforzó la voz diciendo:
¡Cierrese la puerta de la venta! ¡Miren no se vaya nadie, que han muerto aquí a un hombre!.
Esta voz sobresaltó a todos, y cada cual dejó la pendencia en el grado que le tomó la voz. Retirose el ventero a su aposento, el arriero al suyo, la moza a su rancho ; solos los desventurados don Quijote y Sancho, no se pudieron mover de donde estaban.Soltó en esto el cuadrillero la barba de don Quijote, y salió a buscar luz, para buscar y prender los delincuentes; más no los halló, porque el ventero, de industria, había apagado la lámpara cuando salió con mucho trabajo para ir en busca de un candil para él y otro para el cuadrillero.