lunes, 30 de marzo de 2020

CUENTO Nº 12 LUNES DÍA 30 DE MARZO DE 2020 ABDERRAMÁN III CALIFA DE CÓRDOBA


                                        



ABDERRAMÁN III 

Nacimiento.-Córdoba, día 07 de enero de 891.

Nombre.-Abd al Rahman ibn Muhammad al Nasir.      

Predecesor.-Abd Allah

Emir de Córdoba.- De 16 de octubre de 912 a 16 de enero de 929.
Califa de Córdoba.- De 16 de enero de 929 al 15 de octubre de 961.

Sucesor.- Alhakem II.


Fue  una de las figuras más importantes de la Edad Media española, proclama en el año 929 el califato de Córdoba y toma el título de los creyentes (emir al muminin).


Miembro de la dinastía omeya, a los 21 años había sucedido a su abuelo, el emir Abdalá el 16 de octubre del 912 para ponerse al frente de una España musulmana asolada por la guerra civil, desunida por los movimientos independentistas de los diferentes reinos y expuesta de este modo a la creciente expansión del reino cristiano  de León.


Abderramán  III estaba llamado a dar nuevo impulso a la situación  musulmana en la península y por un siglo a esta fase de la historia de preponderancia  mahometana  de agresividad y de grandeza. 
                                                    
                                                 
El nuevo monarca había elaborado un programa de gobierno cuyos objetivos principales eran la restauración de la autoridad  y del prestigio omeya en al-Andalus, la reconquista de los territorios disidentes y sobre todo la supresión definitiva de los levantamientos muladíes, impulsados desde Bobastro, y cuyo adalid era Omar Ben Haffsun.
                                              
                                              
Una vez trazadas las metas de su reinado, Abderramán III empezó por asegurarse la lealtad de sus súbditos más cercanos y mandó a las provincias a sus hombres de confianza con el fin de que recogiera juramentos de fidelidad  entre los vasallos sometidos al emirato: al mismo tiempo realizó numerosas sustituciones y nuevos nombramientos en los cargos más importantes del Estado, para iniciar a partir de entonces diversas campañas.
                                                
                                               
Antes de que terminara el año 912, el omeya conseguía su primer éxito militar, su ejército restablecía el orden en  la sierra de Almadén, continuando  hasta Caracuel  y el Campo de Calatrava  en Ciudad Real que se  hallaba en poder bereber.
                                                  
                                              
En un encuentro guerrero entre el  general omeya Abbas ben Abd al-Azic al-Quarshi y al Fatch ben Zennur, aliado de los bereberes, este fue derrotado  teniendo que refugiarse en el castillo de Uclés.
                                             
Posteriormente se ocupó en la tarea de acabar con los partidarios de Ben Haffsun, el 1 de enero de 913, las tropas de de Badrben Ahmad lograron cortar el contacto  por el noroeste al recobrar Ecija, poniendo al frente al gobernador Hamdum ben Basil.   


En ese mismo año Abderramán emprendió la campaña llamada Muntilum para atacar a los rebeldes en Andalucía occidental, consiguiendo vencer a los jienenses Ben Hudayl-Ben-al Saliya y el señor de Manrisa, (La Guardia),  después de un largo asedio tomó Fiñana y ocupó Salobreña y Juviles, conteniendo de este modo a los rebeldes de las Alpujarras.
                                            
                                             

El número de castillos que conquistó en esta campaña se eleva a setenta y a ellos se añadían  las dependencias y  alcazabas de sus jurisdicciones.
                                             
Aunque la oposición de Jaén no quedaría totalmente sofocada hasta el 925, aumentaba el aislamiento de Ben Hafsum y solo faltaba reducir el número de la revuelta muladí y La Ajerquía malagueña.


Parece que esta decisiva campaña se inició en el 914 en la costa de Málaga, donde las tropas omeyas derrotaron a los hafsuinies en Torrox e incendiaron unas naves (posiblemente fatimíes) que suministraban  víveres a los rebeldes, la expedición prosiguió por el litoral y debió ascender por el cauce del río Guadiaro  sometiendo al enclave de Gaucín y Ronda. 



De regreso Abderramán III  sitió Carmona y comenzó de este modo la descomposición del principado sevillano, ya débil por la división del territorio entre los hijos de Ibrahim Ben Hayay.


Un suceso importante modificó la marcha de los acontecimientos: la muerte de Haffsun en el 917 y la división de sus territorios entre sus cuatro hijos, al mayor de los cuales Yafar le cedió la custodia de Bobastro.

Dos años más tarde el omeya inició sus ataques contra Yafar, tomó la Plaza de Balda y cercó Bobastro hasta conseguir la rendición de Yafar.    
                                           
                                         
En los años siguientes ocupó el castillo de Turrus Husayn, en  Alfajn de gran importancia estratégica, sometió en el 922 el castillo de Munt Ruwi (Monterrubio) en los confines de Jaén y Elvira desde donde  realizó expediciones hacia Granada  para someter el castillo de Jete, el puerto de Almuñecar y el castillo de Moscaril.


Tras estas victorias regresó a Bobastro que se había alzado de nuevo, y que sometería de nuevo hasta el 927, cuando se hallaba bajo el gobierno del cuarto hijo de Ben Haffsun.

En la última campaña contra Bobastro Abderramán ocupó los castillos próximos a Olías, Santopitar, Comares y Jotron obligando a Hafs a capitular.

Los focos de disidencia (muladíes, mozárabes, árabes, bereberes y maulas), habían sido reducidos.
                                                   
                                           
El Príncipe de los creyentes fue un hombre dotado de inteligencia, tenacidad y ambición haciendo una  política de tolerancia que le valió el reconocimiento de cristianos y judíos.     


En el año 929 poco después de la caída de Bobastro adoptó el título de califa, decisión de algunos magnates y poetas de su corte, adoptando  para ello el calificativo de <<Quien combate Victoriosamente por la religión de Dios>>.
                                               
                                               
En 929 decide recuperar Badajoz donde el poder de los Banu Meruan había  sufrido una notable disminución desde la muerte del hijo del Gallego, el 5 de julio ordena  a sus tropas sitiar la ciudad pacense. Saquea los arrabales pero antes de ordenar el ataque de la Medina asalta Beja y Ossonoba que no tardan en rendirse.
                                               
Convencidos de la inutilidad de ofrecer resistencia, el príncipe de Badajoz Abdalá Ben Meruan entrega la ciudad y al año siguiente se instala en Córdoba con su familia.

A continuación Abderramán fija su atención en Toledo que está en manos de Thalaba ben Mohammed ben Abd al-Warich.


A las tropas acampadas en primavera cerca de la ciudad del Tajo, se suman otras en julio a cuyo frente va el propio Abderramán, a fin de dar a entender a los toledanos que está dispuesto a seguir y  prolongar  el asedio  todo el tiempo necesario ordenando la transformación del campamento en un conjunto de construcciones al que bautiza con el nombre de Madinat al-Fatah (ciudad de la Victoria). 
                                               

Tras  aceptar la sumisión de los señores de los castillos de Alamín y Canales, el soberano se retira a Córdoba.

El asedio se prolonga durante dos años y en varias ocasiones han de enviarse refuerzos para aumentar la presión sobre la población.
                                                 
 
Toledo  solicita la ayuda del rey Ramiro II de León, pero al ser derrotado este por las tropas omeyas cuando intentó socorrerla la ciudad toledana hubo  de valerse de sus propios recursos.
                                           
                                           



Cuando los ciudadanos empiezan a dar muestras de hambre y cansancio, el califa viene de Córdoba (julio 932) para presenciar su victoria,  Abderramán III  y Thalaba entran triunfales en Toledo el 2-2-932 y se  no marcha hasta dejar organizada una nutrida guarnición así como  la ocupación permanente de los puntos más  estratégicos de la comarca.
                                                 

Tras haber sometido igualmente  a Badajoz  el califa vuelve los ojos hacia la marca Superior, pero no quiere precipitarse en su política hacia esa zona excéntrica de sus dominios.


Ahora opta por apoyarse en un vasallo fiel, mientras su propia soberanía siga reflejándose en el ingreso anual de un importante tributo en las arcas del tesoro cordobés. 
                                               

El califa mantiene relaciones amistosas con el tuchibi de Zaragoza que  confirma ser un  verdadero protector de la Marca Superior.    


Esta consolidación de su poder atrajo una gran prosperidad para la España Musulmana y ello se evidenció por la creación de una ceca para acuñar moneda de oro y plata de gran pureza.


También trasladó su poder a la ampliación de la gran mezquita de Córdoba y a la construcción del palacio de Medina Azahara.


Fue benigno con las comunidades judías y cristianas en sus reinos, que florecieron en un ambiente de convivencia, pese a ser el defensor de la fe musulmana. 


Córdoba se enriqueció y pasó a tener en aquella época tanta fama y consideración como Constantinopla en el mundo mediterráneo.
                                             
                                                
En este aspecto recibió embajadas de otros reinos poderosos, como la de Otón de Alemania y el emperador bizantino, le prestó ayuda  a la reina de Navarra Doña Toda para que su nieto  Sancho El Craso pudiera ser tratado por los galenos de Medina Azahara a fin de rebajar  su inmensa gordura que hasta  le impedía subir al caballo, en una carreta lo tuvieron que traer.      
     
                                              
      Las constantes incursiones en el Norte, le proporcionaron  al califa prestigio,  botín y sumisión  de sus súbditos, pero en 939 la suerte le va a cambiar: La unión de fuerzas coaligadas de León, el condado de Castilla y Navarra, le harían frente en Simancas que le infringen a  los musulmanes una terrible derrota.

Este acontecimiento supuso a   Abderraman un duro golpe hasta el extremo  que decidió no  salir de gazua ni dirigir jamás personalmente a su ejército en campaña guerrera. 

Señor galán, si es que vuestra merced lleva el camino que  nosotros y no importa el  darse prisa, merced recibiría en que nos fuésemos juntos.

En verdad respondió el de la yegua que no me pasara tan de largo si no fuera por el temor que con la compañía de mi yegua no se alborotara ese caballo.

Bien puede, señor respondió a la sazón Sancho, bien puede tener las riendas a su yegua; porque nuestro caballo es el más honesto y bien mirado del mundo; jamás en semejantes ocasiones ha hecho vileza alguna, y una vez que se demandó la pagamos, bien cara.

Detuvo la rienda el caminante, admirandose de la apostura y rostro de don Quijote, el cual iba sin celada, que la llevaba Sancho como maleta en el arzón delantero de la albarda del rucio; y sí mucho más  miraba el de lo verde a Don Quijote, mucho más miraba Don Quijote al de lo verde, pareciéndose hombre de gran condición. 

     
            


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