Hoy es sábado día 21 de marzo, ayer creo que dió comienzo la nueva estación primaveral, a mi me ha cogido por sorpresa pero bueno, siempre es bien acogida y con alegría, salvo este año que ha sido con tristeza por la que tenemos encima con la pandemia del puto Coronavirus COVID 19; lamentablemente está causando estragos en todos los aspectos que se quiera, especialmente por la pérdida de tantas vidas a pesar de los esfuerzos médicos sanitarios, pero haber que hacer, aquí proseguimos con el encierro habiendo iniciado esta mañana a las 7,20 el octavo día de permanencia en el claustro.
Los árboles comienzan a cubrirse con sus brotes para echar sus nuevas hojas, así como toda suerte de flores que ya despiertan del letargo del invierno para mostrar sus bonitas y alegres florecillas, esta noche ha llovido un poco y ayer lo hizo con intermitentes chaparrones, hoy ha amanecido con 10º de temperatura y cielo totalmente cubierto y amenazante que en cualquier momento puede comenzar a llover que buena falta hace a los campos y a las embalses, en cuanto a mi imaginario primo insiste que prosiga contándole el siguiente cuento histórico y con mucha guasa en cuyo caso será el V, de modo que más abajo doy comienzo,
Otra de las raras costumbres de los mozárabes que por cierto fueron muchas consistía en no
descalzarse al entrar a la iglesia, estos entraban calzados con abarcas,
botas, zapatos o zuecos, los más humildes llevaban silenciosas esparteñas o
alpargatas de yute, los zuecos eran unos enormes zapatones puestos encima de
los que ya llevaban, impidiendo que el barro alcanzase al débil calzado que
había debajo, no se reprimían en andar despacio y silenciosamente al objeto de
impedir el choque del zapato contra el suelo produciendo un desagradable eco
que rompía el sepulcral silencio del templo, esta gente se jactaba
presuntuosamente con ademán airoso y la cabeza levantada, no tenían ese respeto
de bajar y humillar la testa en un lugar de culto, oración y meditación, lo hacían como si entrasen a una fiesta formando estruendosos y extemporáneos ruidos,
ellos mismos reconocían ser molestos y se llamaban a moderar el ruido y guardar
silencio haciendo un sonoro “chisss”.
Cuando
defecaban las gentes se limpiaban el ano con un trapujo y después lo guardaban en
aquello que ellos llamaban la faltriquera y desprendían un hedor insoportable,
de ahí vino el invento de la colonia al objeto de moderar los pestilentes
olores, también inventaron los abanicos para despedir hacia otro lado el mal
olor bajo pretexto de hacer mucho calor.
La gente de
pueblo, huertas, campos y villorrios lo hacían unas veces en el corral de sus
casas, otras en pleno campo después con una piedra se desprendían de las
inmundicias acumuladas, ellos les decían el “sieso” a la zona anal, no solían darse baños de
asiento para asear tan recóndito lugar del organismo.
Solían tener
un vocabulario soez y soberbio, hablaban siempre en alto tono con voz de
gravedad y agudo tono, todos creían ser gentes de abolengo aunque se tratase
del mismísimo señor Monipodio y su cuadrilla de habilidosos en el vil arte de
hurtar lo ajeno, blasfemaban como verdaderos carreteros cuando se les atranca
la burra en el cenagal y se resiste a seguir tirando, eso sí tenían mucha fe en
su religión, no comprendo cómo siendo
tan religiosos pudieran decir esos disparates que rayaban en la blasfemia,
creo era costumbre propia de su educación.
Bebían vino en
unos sitios que les llamaban las tabernas
se moleaban con alguna frecuencia y formaban grandes tanganas entre ellos
mismos, a causa de los efectos vinícolas, no fumaban marihuana ni kifi, ni otras yerbas y yerbajos de las que
nosotros acostumbramos a consumir con mucha frecuencia, esta nos aporta fe, esperanza, caridad, euforia, valor y fuerza en
la guerra contra el enemigo y a su vez compasión con el vencido.
Nada
más tenían una mujer de modo que cuando
veían a la del prójimo se les ponían las orejas encanutás, las miraban con descaro acosador, tenían un sentido del humor muy raro, fíjate
como sería que cuando veían a un mozuelo solían decir ¿niño, tienes mucha
mascaura de bellota en el capullo? y todos los presentes se hartaban de reír - esto quería decir si acaso el jovenzuelo tenía residuos ínfimos de semen reseco en el prepucio del
glandes, que tú sabes se suele acumular debido a la precocidad en la
eyaculación involuntaria motivado por la
erección del pene y su manifiesta falta de higiene; que cosas tan raras tenía
esta gente, no les circundan al nacer como establece la ley de Alá,
algunos cuando ingresaban en el servicio de la milicia les hacían un corte en
el frenillo del pene, glandes o bellota que ellos le llamaban la operación de la fimosis.
Otra rara y
molesta costumbre era la de cantar bajo la ventana a altas horas de la noche a
la mujer de sus sueños, iban acompañados de unos pocos amiguetes y le llamaban la
serenata, aquello parecía una francachela nocturna despertando al vecindario
entero en lo mejor del sueño, más de una vecina molesta les vaciaba un jarro lleno de agua cuando no era de otra cosa parecida a los orines desde lo alto del balcón.
Las mujeres
circulaban por la calle con la cara destapada con todo descaro, la melena
suelta a los cuatro vientos sin cubrir
con el pañuelo, no usaban velo ni bulka, algunas usaban faldas muy estrechas y
cortas ceñidas sobre las caderas que llegaban a provocar la mirada involuntaria del transeúnte callejero, más de uno se cayó del
camello al distraerse absorto al fijar la mirada en tan rítmico movimiento de
los glúteos del trasero, había damiselas
que lo hacían con tal gracia y con tan gentil donaire que atraían la mirada de los viandantes.
Eludían
nuestra amistad y mutua convivencia buscaban la reyerta por cualquier cosa, no
les gustaba fumarse una pipa de agua con el vecino en son de paz, ¿pero así se
puede vivir?, pasado algún tiempo los tuvimos que trasladar a “Trassierra” en
evitación de peores males.
¡¡¡Qué cosas
pasan en esta puñetera vida al menos aquí no había gente de esa clase, nosotros
todos éramos musulmanes de distintas procedencias como sirios, egipcios, yemeníes, argelinos, libios
y bereberes!!!. Árabes de la Arabia Saudí en verdad que pocos había, aquí los problemas eran de distinta naturaleza,
sobre todo por las trampas que hacían en
los pesajes de las mercaderías, ello siempre fue costumbre muy frecuente en
nuestra civilización por ello tuvieron que reforzar la vigilancia con almotacenes en todos los zocos.
En la Orihuelica del Señor y
Cartagena también pasaban esas cosas, estaban entremezclados entre cristianos,
bizantinos, moros, visigodos, y judíos entraban y salían por la costa con mucha
frecuencia, cada cual campeaba con arreglo a sus costumbres y sus normas, vivían independizados en sus barrios, rezaban sus oraciones según
su religión y costumbre de vez en cuando habían enzarzamientos y peleas.
Cuando
terminaron de construir la nueva ciudad surgió el dilema de cuál sería su nombre, cuestión que resultó bastante discutida y discutible.
El emir un buen día al levantarse de la cama dijo como un iluminado, el nombre de la
nueva ciudad será el de Medina Mursiya pero cuando se enteraron los de Orihuela y
Cartagena de este nombre se reían a casquillo quitado
de aquel simpático nombrecito, pues más bien
parecía derivarse de alguna chacina embutida y fabricada artesanalmente con los restos
mortales del cerdo, normalmente conocido
con el nombre de morcillas.
Para
aclarar cosas tan serias y no permitir
tal menoscabo en detrimento de tan apreciado nombre acordaron enviar un Bando escrito y hecho
público por los correspondientes pregoneros de todas las pedanías y
pueblos para general conocimiento,
haciendo saber al pueblo oriolano y cartagenero que en nuestro mundo árabe y creyentes de la verdadera fe tal nombre quería decir “La Afortunada ”,
entonces estas gentes de Orihuela y Cartagena incluso de Alicante y Albacete
sintieron inquietud- curiosidad y anhelante deseo de conocer la nueva medina.
Al poco tiempo
solicitó permiso un Jeque orcelitano para venir con su trupe a visitar la nueva medina, fue un caciquillo llamado
Yafar-Bal-al-Qushayri quien hizo la petición, por cortesía le fue concedido el
permiso.
Un buen día Yafar envió a un emisario anunciando la
llegada, no se hizo esperar la visita, al día siguiente asomó el cortejo por el
camino de Espinardo dejando atrás el Cabezo de Torres, en primera línea
venía unos seis o siete caballos de pura
raza bellamente enjaezados, sobre ellos montaban esbeltos y bizarros jinetes
como avanzadilla anunciadora, a distancia de prudencia veinte buenos mulos
dotados de magníficas cabalgaduras
ensillados y embridados siendo montados por la servidumbre, a continuación 30 acémilas cargadas de impedimentas
conteniendo multitud de albricias y
fútiles bagatelas para repartir entre la muchedumbre murciana como
símbolo de amistad y entendimiento.
También traían varias recuas de tranquilas
mulas con jamugas a ambos lados, algunas llevaban literas y palanquines
adornados con cortinas de vistosos colores, colchas y cobertores llenos de
variado colorido donde se ocultaban las mujeres de este jeque.
Se
detuvieron a la altura de la Redonda entre la vieja
cárcel y la estación antigua de Zaraiche allí acampó aquel numeroso séquito,
seguidamente procedieron a montar lujosas tiendas con amplios pabellones y
tenderetes.
Más bien un
zoco parecía todo aquello, poco después
quedó convertido en una especie de circo americano de los tiempos presentes y
modernos, pronto la gente joven acudió a ver el espectáculo, máxime al
enterarse que regalaban juguetes y así nació la afición de echar juguetes a los zagales en esa fiesta
del Entierro de la Sardina y del Bando de la Huerta algunos siglos después.
Bueno hombre
así al menos quedó bien aclarado aquello del nombre de la ciudad con esa
acertada decisión de enviar el bando, pero sigamos con los cristianos te doy la
razón, eran estas gentes de extrañas y raras costumbres, no
está bien andar las mujeres por la calle sin velo con la cara descubierta, la
falda bien ceñía y enseñando los
tobillos e incitando las miradas de los infieles haciéndoles berrear cual si
fueran ciervos cuando están en celo,
pobres mundanos pecadores, estos comportamientos me hacían recordar los rebuznos de un asno
que yo tenía cuando oía el paso del
carro del tío Antón de la huerta de
Capuchinos tirado por una borriquilla, ¡¡¡qué barbaridad como rebuznaba aquel
asno, cuando de lejos veía a la hembra
de su misma casta!!!.
Bueno sigamos
y te sigo contando cosas de aquella Murcia aborigen y primigenia, de modo
que hicieron el malecón para contener mis embestidas acuíferas cuando
por fin llovía y me salía de madre,
amurallaron la ciudad y le pusieron siete puertas, dicen los de buen caletre y mejor
mollera y me parece recordar que se
llamaban Al-Mumen, Al Muna, Al-Farrikach, Al-Faradí, Ibn-Ahmad, Al-Yahuza y
Arrixaca, también hicieron algunos torreones con sus revellines desde donde
podían disparar flechas al enemigo, delante había un balsón con tres metros de
profundidad cubierto de agua a pesar de su escasez, estaba protegido el paso
por un gran portalón que se cerraba
desde el torreón por una gruesa de doce docenas, de cadenas de crasa grosura.
Al menos con
estas medidas de seguridad podíamos
dormir tranquilos evitando la tentación de las gentes de armas de Orihuela y
Cartagena, a quienes no les sentó nada
bien que la capital pasara a la nueva Medina, siendo quien regía los designios de toda aquella
extensa zona por orden del emir cordobés Abderramán II de la serie califal.
Para dar mayor
empaque y aspecto señorial construyeron
los Alcázares de Kibir-Nasir y el de Siguir, la Mezquita Mayor con su alminar y minarete para el cantaor o almuédano, tres arrabales fuera del recinto de la
población en terreno no cultivado susceptible de ser puesto algún día en
producción, agruparon al personal por gremios
en relación con sus oficios donde se les facilitó vivienda gratuita,
también mandó hacer una mezquita pequeñica en los suburbios o arrabales y en
las alquerías de las huertas, al quedar bastante alejadas del conjunto de
calles que componían la ciudad.
Algún siglo
después de su inauguración hicieron el Palacio de Darar Xarife, que sirvió de residencia a Sa´ Ben- Mardinex
conocido como el rey Lobo de Murcia de las crónicas cristianas, también hicieron la torre de Calat-Majul en
el Barrio de San Juan, junto al hospital del mismo nombre que allí substió hasta el
siglo IX.
En Monteagudo
construyeron dos alcazabas con sus
castillos, uno se llamaba al-Faray, hay quien lo identifica como el Castillejo), desde ese
punto se divisa las proximidades de Orihuela, pudiendo advertir la presencia
del contrincante por si acaso se ponía en marcha, dando tiempo a calentar el
aceite para la defensa, el otro tiene un nombre muy significativo se llama
oficialmente Larache.
Aquí en Córdoba cuando llegó el Abderramán I ya
había muralla era obra de los romanos y
visigodos resultando insuficiente por lo que fue menester traer piedras canteranas de
la carretera de Trassierra y acometer pronto la obra, poco se tardó
había mucha gente, respecto a las puertas he tenido que consultar las actas
capitulares de aquella época y me han resultado en el recuento al menos catorce,
ahora te las voy a endilgar una por una para recordarlas, Bab-al-Wadi,
Bab-Aljadra, Bab-Alhadid, Bab al-Chabbar, Bab-Arrumia, Bab-Thalabira,
Bab-amir-al-Quarysi, Bab-Bathalius, Bab-Ixbilia, Bab-al-Yahud, Bab-al-Atarin,
Bab-al-Hadid, Bab-al-Yawz, también hicieron otra para que desde el palacio del
emir pudiese pasar a la Aljama
a través de un paso superior esta se llamaba Bab-Aljama.
Hicieron jardines, parques y paseos donde se percibían aromáticas
fragancias a hierbabuena, lavanda, tomillo y romero, jazmineros como príncipes
de amaneceres tempraneros, mirtos, cipreses
y arrayanes, abundaban las plantaciones aromáticas que deleitaban al transeúnte callejero, letrinas públicas
para hombres y mujeres en evitación de la micción y evacuación estomacal en las calles del urbanismo, una delicia suponía dar un plácido y sosegado paseo por
aquella ciudad.
Infinidad de
baños había para refrescarse del tórrido calor canicular veraniego, mezquitas una cada
tres pasos para el rezo y oración, abundantes fuentes de fresca y cantarina agua,
bajo la protección de naranjos y limoneros y de higueras y granados.
Abderramán
trajo una palmera de su tierra la plantó en el palacio de la Arruzafa y un día que
estaba triste le vino al pensamiento su musa con aquello de “Tu también,
insigne palmera, del Algarve de las dulces auras, en fecundo suelo arraigas, tu
también eres aquí forastera.”
Aquello llegó a ser era el
no va más de la modernidad, todo empezó
a crecer de tal manera que fue
haciéndose una ciudad grandiosa con un millón de habitantes, pero como siempre hay inconformistas salió un
jovenzuelo guerrillero de la sierra de Ronda y tuvo en jaque mate a todo el
Califato.
En el cuento siguiente te contaré algo de este joven llamado Omar Ben
Haffsun, dando por finalizado el presente cuento con el número V de la serie.
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