sábado, 21 de marzo de 2020

CUENTO V SABÁDO DÍA 21 DE MARZO DE 2020


                                             
        



Hoy es sábado día 21 de marzo, ayer creo que dió comienzo la nueva estación primaveral, a mi me ha cogido por sorpresa pero bueno, siempre es bien    acogida y con alegría, salvo este año  que ha sido con  tristeza   por la que tenemos encima con  la pandemia del  puto Coronavirus COVID 19; lamentablemente  está causando estragos en todos los aspectos que se quiera, especialmente por la pérdida de tantas vidas a pesar de los esfuerzos médicos sanitarios, pero haber que hacer,  aquí proseguimos con el encierro habiendo iniciado esta mañana a las 7,20  el octavo día de permanencia en el claustro.  

Los árboles comienzan a cubrirse con sus brotes para echar sus nuevas hojas, así como toda suerte de flores  que ya despiertan del letargo del invierno para mostrar sus bonitas y alegres florecillas, esta noche ha llovido un poco y ayer lo hizo con intermitentes chaparrones, hoy ha amanecido con 10º de temperatura y cielo totalmente cubierto y amenazante que en cualquier momento puede comenzar a llover que buena falta hace a los campos y a las embalses, en cuanto  a mi imaginario primo insiste que prosiga contándole el siguiente cuento histórico y con mucha guasa  en cuyo caso será el V, de modo que más abajo doy comienzo,


                                                    
                                     
                                                                     


Otra de las  raras costumbres  de los mozárabes que por cierto fueron muchas  consistía en no  descalzarse al entrar a la iglesia, estos entraban calzados con abarcas, botas, zapatos o zuecos, los más humildes llevaban silenciosas esparteñas o alpargatas de yute, los zuecos eran unos enormes zapatones puestos encima de los que ya llevaban, impidiendo que el barro alcanzase al débil calzado que había debajo, no se reprimían en andar despacio y silenciosamente al objeto de impedir el choque del zapato contra el suelo produciendo un desagradable eco que rompía el sepulcral silencio del templo, esta gente se jactaba presuntuosamente con ademán airoso y la cabeza levantada, no tenían ese respeto de bajar y humillar la testa en un lugar de culto, oración y meditación,  lo hacían como si entrasen a una fiesta  formando estruendosos y extemporáneos ruidos, ellos mismos reconocían ser molestos y se llamaban a moderar el ruido y guardar silencio haciendo   un sonoro “chisss”.

                                                           



Cuando defecaban las gentes se limpiaban el ano con un trapujo y después lo                                               guardaban en aquello                                     que ellos llamaban la                      faltriquera y desprendían un hedor insoportable, de              ahí vino el invento de la colonia al objeto de moderar los pestilentes olores, también inventaron los abanicos para despedir hacia otro lado el mal olor bajo  pretexto de hacer mucho calor.  


La gente de pueblo, huertas, campos y villorrios lo hacían unas veces en el corral de sus casas, otras en pleno campo después con una piedra se desprendían de las inmundicias acumuladas, ellos les decían el “sieso”  a la zona anal, no solían darse baños de asiento para asear tan recóndito lugar del organismo. 
                                                             
                                                                     



Solían tener un vocabulario soez y soberbio, hablaban siempre en alto tono con voz de gravedad y agudo tono, todos creían ser gentes de abolengo aunque se tratase del mismísimo señor Monipodio y su cuadrilla de habilidosos en el vil arte de hurtar lo ajeno, blasfemaban como verdaderos carreteros cuando se les atranca la burra en el cenagal y se resiste a seguir tirando, eso sí tenían mucha fe en su  religión, no comprendo cómo siendo tan religiosos pudieran decir esos disparates que rayaban en la blasfemia, creo era  costumbre propia de su educación.
                                                                 
                         
                                             


                                        

Bebían vino en unos sitios que les llamaban las tabernas  se moleaban con alguna  frecuencia y formaban grandes tanganas entre ellos mismos, a causa de los efectos vinícolas, no fumaban marihuana ni kifi,  ni otras yerbas y yerbajos de las que nosotros acostumbramos a consumir con mucha frecuencia, esta nos aporta fe, esperanza, caridad, euforia, valor y fuerza en  la guerra contra el enemigo y a su vez  compasión con el vencido.
                           
                                                           

                                             
 
Nada más tenían una mujer de modo que cuando  veían a la del prójimo se les ponían las orejas encanutás, las miraban   con descaro acosador,  tenían un sentido del humor muy raro, fíjate como sería  que cuando veían a un mozuelo solían decir ¿niño, tienes mucha mascaura de bellota en el capullo? y todos los presentes se hartaban de reír -  esto quería decir si  acaso el jovenzuelo tenía residuos  ínfimos de semen reseco en el prepucio del glandes, que tú sabes se suele acumular debido a la precocidad en la eyaculación  involuntaria motivado por la erección del pene y su manifiesta falta de higiene; que cosas tan raras tenía esta gente, no les circundan al nacer como establece la ley de Alá, algunos cuando ingresaban en el servicio de la milicia les hacían un corte en el frenillo del pene, glandes o bellota que ellos le llamaban  la operación de la fimosis.
                   
                                                 


Otra rara y molesta costumbre era la de cantar bajo la ventana a altas horas de la noche a la mujer de sus sueños, iban acompañados de unos pocos amiguetes y le llamaban la serenata, aquello parecía una francachela nocturna despertando al vecindario entero en lo mejor del sueño, más de una vecina molesta les vaciaba un jarro lleno de agua cuando no era  de otra cosa parecida a los orines   desde lo alto del balcón.  
                                          

                                       
                                      

Las mujeres circulaban por la calle con la cara destapada con todo descaro, la melena suelta a los cuatro vientos sin  cubrir con el pañuelo, no usaban velo ni bulka, algunas usaban faldas muy estrechas y cortas ceñidas sobre las caderas que llegaban a provocar  la mirada involuntaria  del transeúnte callejero, más de uno se cayó del camello al distraerse absorto al fijar la mirada en tan rítmico movimiento de los glúteos del trasero,  había damiselas que lo hacían con tal gracia y  con tan gentil donaire que  atraían la mirada de los viandantes.
                                                           
Eludían nuestra amistad y mutua convivencia buscaban la reyerta por cualquier cosa, no les gustaba fumarse una pipa de agua con el vecino en son de paz, ¿pero así se puede vivir?, pasado algún tiempo los tuvimos que trasladar a “Trassierra” en evitación de peores males.    
                                                               
                             
                                        

                                      
                                            



¡¡¡Qué cosas pasan en esta puñetera vida al menos aquí no había gente de esa clase, nosotros todos éramos musulmanes de distintas procedencias como  sirios, egipcios, yemeníes, argelinos, libios y bereberes!!!. Árabes de la Arabia Saudí en verdad que pocos había, aquí  los problemas eran de distinta naturaleza, sobre todo por las trampas que hacían  en los pesajes de las mercaderías, ello siempre fue costumbre muy frecuente en nuestra civilización por ello tuvieron que reforzar la vigilancia con  almotacenes en todos los zocos.    

                                                 
                                                                 
En la Orihuelica del Señor y Cartagena también pasaban esas cosas, estaban entremezclados entre cristianos, bizantinos, moros, visigodos, y judíos entraban y salían por la costa con mucha frecuencia, cada cual campeaba con arreglo a sus costumbres y  sus normas, vivían independizados  en sus barrios, rezaban sus oraciones según su religión y costumbre de vez en cuando habían enzarzamientos y peleas.   

Cuando terminaron de construir la nueva ciudad surgió el dilema de  cuál sería su nombre, cuestión que resultó bastante discutida y discutible.


El emir  un buen día al levantarse de la cama   dijo como un iluminado, el nombre de la nueva ciudad será el de Medina Mursiya pero  cuando se enteraron los de Orihuela y Cartagena  de este nombre se reían  a casquillo quitado de aquel  simpático  nombrecito, pues  más bien  parecía derivarse de alguna chacina embutida y  fabricada artesanalmente con los restos mortales del cerdo,  normalmente conocido con el nombre de morcillas.

                                                       
Para aclarar  cosas tan serias y no permitir tal menoscabo en detrimento de tan apreciado nombre  acordaron enviar un Bando escrito y hecho público por los correspondientes pregoneros de todas las pedanías y pueblos  para general conocimiento, haciendo saber al pueblo oriolano y cartagenero que en  nuestro mundo árabe y creyentes de la  verdadera fe tal  nombre quería decir La Afortunada”, entonces estas gentes de Orihuela y Cartagena incluso de Alicante y Albacete sintieron  inquietud- curiosidad  y anhelante deseo de conocer la nueva medina.

Al poco tiempo solicitó permiso un Jeque orcelitano para venir con su trupe a visitar  la nueva medina, fue un caciquillo llamado Yafar-Bal-al-Qushayri quien hizo la petición, por cortesía le fue concedido el permiso.


                                         

                 

                                        
                                      

Un buen  día Yafar envió a un emisario anunciando la llegada, no se hizo esperar la visita, al día siguiente asomó el cortejo por el camino de Espinardo dejando atrás el Cabezo de Torres, en primera línea venía  unos seis o siete caballos de pura raza bellamente enjaezados, sobre ellos montaban esbeltos y bizarros jinetes como avanzadilla anunciadora, a distancia de prudencia veinte buenos mulos dotados de magníficas  cabalgaduras ensillados y embridados siendo montados por la servidumbre,  a continuación 30 acémilas cargadas de impedimentas conteniendo multitud de albricias y  fútiles bagatelas para repartir entre la muchedumbre murciana como símbolo de amistad y entendimiento.
                                                           
 También traían varias recuas de tranquilas mulas con jamugas a ambos lados, algunas llevaban literas y palanquines adornados con cortinas de vistosos colores, colchas y cobertores llenos de variado colorido donde se ocultaban las mujeres de este jeque.                                      
                                      
                                              
Se detuvieron  a la altura de la Redonda entre la vieja cárcel y la estación antigua de Zaraiche allí acampó aquel numeroso séquito, seguidamente procedieron a montar lujosas tiendas con amplios pabellones y tenderetes.
                                                         
Más bien un zoco parecía todo aquello,  poco después quedó convertido en una especie de circo americano de los tiempos presentes y modernos, pronto la gente joven acudió a ver el espectáculo, máxime al enterarse que regalaban juguetes y así nació la afición  de echar juguetes a los zagales en esa fiesta del Entierro de la Sardina y del Bando de la Huerta  algunos siglos después.                
                                                                       
Bueno hombre así al menos quedó bien aclarado aquello del nombre de la ciudad con esa acertada decisión de enviar el bando, pero sigamos con los cristianos te doy la razón,  eran estas  gentes de extrañas y raras costumbres, no está bien andar las mujeres por la calle sin velo con la cara descubierta, la falda bien ceñía y  enseñando los tobillos e incitando las miradas de los infieles haciéndoles berrear cual si fueran  ciervos cuando están en celo, pobres mundanos pecadores, estos comportamientos  me hacían recordar los rebuznos de un asno que yo tenía cuando oía el paso  del carro  del tío Antón de la huerta de Capuchinos tirado por una borriquilla, ¡¡¡qué barbaridad como rebuznaba aquel asno, cuando de lejos  veía a la hembra de su misma casta!!!.
                                                           
Bueno sigamos y te sigo contando cosas de aquella Murcia aborigen y primigenia, de modo que  hicieron el malecón  para contener mis embestidas acuíferas cuando por fin  llovía y me salía de madre, amurallaron la ciudad y le pusieron siete puertas,  dicen los de buen caletre y mejor mollera  y me parece recordar que se llamaban Al-Mumen, Al Muna, Al-Farrikach, Al-Faradí, Ibn-Ahmad, Al-Yahuza y Arrixaca, también hicieron algunos torreones con sus revellines desde donde podían disparar flechas al enemigo, delante había un balsón con tres metros de profundidad cubierto de agua a pesar de su escasez, estaba protegido el paso por un gran  portalón que se cerraba desde el torreón por una gruesa de doce docenas, de cadenas de crasa grosura. 
                                        

                                
                                        

Al menos con estas medidas de seguridad  podíamos dormir tranquilos evitando la tentación de las gentes de armas de Orihuela y Cartagena, a quienes  no les sentó nada bien que la capital pasara a la nueva Medina, siendo  quien regía los designios de toda aquella extensa zona por orden del emir cordobés Abderramán II de la serie califal.


Para dar mayor empaque y aspecto señorial  construyeron los Alcázares de Kibir-Nasir y el de Siguir, la Mezquita Mayor  con su alminar y minarete  para el cantaor o almuédano,  tres arrabales fuera del recinto de la población en terreno no cultivado susceptible de ser puesto algún día en producción, agruparon al personal por gremios   en relación con sus oficios donde se les facilitó vivienda gratuita, también mandó hacer una mezquita pequeñica en los suburbios o arrabales y en las alquerías de las huertas, al quedar bastante alejadas del conjunto de calles que componían la ciudad.

Algún siglo después de su inauguración hicieron el Palacio de Darar Xarife,  que sirvió de residencia a Sa´ Ben- Mardinex conocido como el rey Lobo de Murcia de las crónicas cristianas,  también hicieron la torre de Calat-Majul en el Barrio de San Juan, junto al hospital del mismo nombre que allí substió hasta el siglo IX.     
                                                               
                                                                         
     
En Monteagudo construyeron  dos alcazabas con  sus  castillos, uno se llamaba al-Faray, hay quien  lo identifica como el Castillejo), desde ese punto se divisa las proximidades de Orihuela, pudiendo advertir la presencia del contrincante por si acaso se ponía en marcha, dando tiempo a calentar el aceite para la defensa, el otro tiene un nombre muy significativo se llama oficialmente Larache.

Aquí en Córdoba cuando llegó el Abderramán I ya había muralla era obra de  los romanos y visigodos resultando insuficiente por lo que fue menester traer piedras  canteranas de  la carretera de Trassierra y acometer pronto la obra, poco se tardó había mucha gente, respecto a las puertas he tenido que consultar las actas capitulares de aquella época y me han resultado en el recuento al menos catorce, ahora te las voy a endilgar una por una para recordarlas, Bab-al-Wadi, Bab-Aljadra, Bab-Alhadid, Bab al-Chabbar, Bab-Arrumia, Bab-Thalabira, Bab-amir-al-Quarysi, Bab-Bathalius, Bab-Ixbilia, Bab-al-Yahud, Bab-al-Atarin, Bab-al-Hadid, Bab-al-Yawz, también hicieron otra para que desde el palacio del emir pudiese pasar a la Aljama a través de un paso superior  esta  se llamaba Bab-Aljama.

 Hicieron jardines, parques  y paseos donde se percibían aromáticas fragancias a hierbabuena, lavanda, tomillo y romero, jazmineros como príncipes de amaneceres tempraneros, mirtos, cipreses  y arrayanes, abundaban las plantaciones aromáticas que  deleitaban  al transeúnte callejero, letrinas públicas para  hombres y mujeres  en evitación de la micción y evacuación estomacal  en las calles del urbanismo, una delicia  suponía dar un plácido y sosegado paseo por aquella ciudad.


Infinidad de baños había para refrescarse del tórrido calor canicular veraniego, mezquitas una cada tres pasos para el rezo y oración,  abundantes fuentes de fresca y cantarina agua, bajo la protección de naranjos y limoneros y de higueras y granados. 

Abderramán trajo una palmera de su tierra la plantó en el palacio de la Arruzafa y un día que estaba triste le vino al pensamiento su musa con aquello de “Tu también, insigne palmera, del Algarve de las dulces auras, en fecundo suelo arraigas, tu también eres aquí forastera.”

Aquello llegó a ser era el no va más de la modernidad,  todo empezó a crecer de tal manera que fue  haciéndose una ciudad grandiosa con un millón de habitantes, pero como siempre hay inconformistas salió un jovenzuelo guerrillero de la sierra de Ronda y tuvo en jaque mate a todo el Califato. 
En el cuento siguiente te contaré algo de este joven llamado Omar Ben Haffsun, dando por finalizado el presente cuento con el número V de la serie.


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