LA GRUTA DE LOS MANUSCRITOS
El
descubrimiento de los antiguos manuscritos hebreos se produjo en 1947 y casualmente se hizo en el
interior de una gruta de los alrededores de Jericó, en los acantilados que
bordean el Mar Muerto, siendo seguramente, uno de los acontecimientos más
sorprendentes de la larga historia arqueológica del Próximo Oriente.
Los
descubrimientos que ya se han hecho en ella, y de los que antiguamente tanto se
esperaba para iluminar los textos de la Biblia, han sido, en general,
notablemente decepcionantes, Asiria, Egipto y Anatolia nos han proporcionado
las verdades bíblicas.
Palestina ha
permanecido casi muda. Sólo en estos últimos años, con el descubrimiento de los
manuscritos hebreos de que ahora se trata, este país ha revelado por vez
primera, después de muy largas y vastas exploraciones, unos documentos de
importancia capital.
Una vez más,
como a menudo sucede en arqueología, el descubrimiento de la Gruta de los
Manuscritos se ha debido exclusivamente al azar.
He sido el azar
quien ha conducido hacía esta gruta los pasos de un pastor que buscaba un
cordero extraviado; ha sido el azar quien ha querido que fuese precisamente en
esta región, la única realmente árida de toda Palestina, cuyo clima recuerda al
del Alto Egipto, donde unos hombres escondiesen un día sus libros sagrados que determinadas
condiciones climatológicas los han preservado.
Relatar la historia del descubrimiento significa hacer una elección entre numerosas, demasiado numerosas, versiones que han llegado.
Los mismos hombres que vivieron
el hecho y que rescataron los manuscritos parece ser que nunca han conocido más
que una parte de la historia. Vamos a intentar reconstruirla, partiendo de los
elementos dispares y a veces contradictorios que ellos mismos han
proporcionado.
Al norte del
Desierto de Judea, entre el Mar Muerto y las montañas sobre las que se levantan
Jerusalén, Belén y Hebrón por los torrentes de Cedrón y del Kerith, se
encuentran las ruinas de algunos edificios construidos en el flanco de los
acantilados que se precipitan sobre el Mar Muerto.
Tales ruinas llevan
hoy el nombre de Khirbert Qumrán (Ruinas>) de Gomorra).
Se elevan sobre
una especie de plataforma natural que se sostiene a unos 50 metros sobre el Mar
Muerto.
Nos hallamos en
un mundo perdido, un paisaje lunar, formado por piedras y rocas, sin un solo
árbol, quemado por el sol; refugio eterno para los profetas, para los
revolucionarios y para los proscritos.
Aquí, escondido
cerca del torrente de Kerith, se refugió el profeta Elías y fue nutrido por los
cuervos.
Aquí a orillas
del Jordán, Eliseo y sus discípulos establecieron su demora. Aquí, por fin, los
últimos héroes de la última revolución judía contra Roma encontraron su postrer
cobijo. Este mundo del destierro se separa de Palestina por los acantilados;
quienes por gusto o por necesidad han escogido tales parajes para vivir tan
adrede que han estado dando la espalda al mundo y a la civilización.
Miran hacía del
desierto sobre el mar interior; la vista se extiende sin fin, nada la detiene,
los espejismos nacen de las brumas del mar y de los montes; el paisaje crea la
meditación. Los que viven aquí serán quemados por un fuego interior; el
profeta, perseguido por Dios, el héroe que meditará y preparará aquí su
revolución; el maldito como Herodes, que levantará al borde del precipicio la
fortaleza de Massada.
Según las épocas, algunos tribus árabes aún conducen en la actualidad rebaños a través del desierto de Judea. Una de estas tribus es la de los Talamiré, que en 1947 apacentaba sus ovejas por las orillas del Mar Muerto, al sur de Jericó, se indica 1947 sin precisar con más detalle porque las relaciones difieren sobre la fecha, lo que dicho sea de paso debería extrañar.
Ya que existen
tres versiones distintas de las circunstancias del descubrimiento, hasta
el final de la primavera de de 1947, informó el director del Servicio de
Antigüedades del reino de Jordania, lo siguiente: Unos rebaños
pastaban cerca de Khirbet Qumrán, una tarde, un cordero se extravía y su
amo se dedica a buscarlo, escalando los peñascos por las grietas
practicadas por el agua de las lluvias, y echando ojeadas en todas las
grutas que encuentra en su camino, pasando cerca de una estrecha abertura
de la roca, se inclina hacia ella y distingue vagamente una caverna.
El sitio
antiguo más cercano es Khirbet Qumrán, que dista un solo kilometro de la gruta;
en él se ven unas ruinas de las que más adelante se hablará, están muy cerca de
un cementerio. La gruta en cuestión ha sido descrita por el P. de Vaus, de
la Escuela Bíblica de Jerusalén, este dice que se trata de una simple
cavidad natural, de ocho metros de largo por unos dos de ancho, a la que sólo
se penetra por una estrecha ventana y por una abertura muy baja que los
saqueadores han ensanchado.
Estos han
revuelto todo el lecho arqueológico, han derramado fuera de la gruta gran parte
de los restos históricos y han roto las vasijas. Es seguro que los beduinos que
han descubierto el escondrijo y han recogido los primeros manuscritos han
sido seguidos a unos meses de distancia por excavadores clandestinos que
han sido los principales de este desastre.
Por el camino
de Belén, el centro más próximo, donde los beduinos tendrán la suerte de
desembarazarse por poco precio de su hallazgo, los dos hombres caminan
disimulando bajo sus ropajes los rollos que transportan.
Piden veinte
libras a un mercader anticuario musulmán por el cuero más grande:
<<Demasiado caro>> les responde éste. Los beduinos se dirigen ahora
al competidor, un mercader sirio. El hombre duda, no sabe decidirse .Sin
embargo acepta, y habla de la oferta que le han hecho a uno de sus colegas de
Jerusalen, quien a su vez, advierte el metropolitano sirio del convento de San
Marcos, Mar Athanasio Samuel.
Días más tarde,
los dos mercaderes sirios se presentan ante la puerta del convento llevando uno
de los rollos, y enseñan al metropolitano. Este se declara decidido a comprar
el lote entero, por lo que ambos mercaderes vuelven a Belén y hallan otra vez a
los beduinos, y regresan con ellos a Jerusalén.
Desgraciadamente
cuando llegan a la puerta, el portero desconocedor de toda la historia, no
permite penetrar a dos beduinos de aspecto patibulario, portadores de unos
rollos extremadamente sucios, envueltos en paños mugrientos y cubiertos por
sustancia negruzca, y los aleja, tanto más cuanto que los rollos ni estaban
escritos en sirio, después de esta triste escena, el metropolitano interroga a
uno de los mercaderes sirios, interesándose por lo ocurrido a los beduinos.
Este explica que, después de haber abandonado el convento, los pastores pasaron
por el mercado que está situado cerca de la puerta de Jaffa, donde
encontraron a un comerciante judío que les ofrecía una buena cantidad por su
mercancía.
El sirio,
entonces viendo desvanecerse en humo su comisión, consiguió impedir la venta, y
y los dos beduinos, asustados huyeron a Belén. Allí se fue el mercader y,
volviéndoles a encontrar, pudo convencer a uno de ellos para que le dejase sus
escritos. El segundo rehusó. Días después, el mercader sirio reconduce a su
beduino a Jerusalén donde el metropolitano le compra los manuscritos que
retenía. El otro beduino habría aparentemente vendido los suyos en Belén.
Y fueron estos los que más tarde, adquirió la Universidad judía de Jerusalén.
La historia de los manuscritos desde su descubrimiento en la cueva de Ain Feshkha hasta el momento de su parcial publicación resulta siempre más y más oscura, y el relato de las más desagradables operaciones que precedieron y siguieron a su compra que concuerda cada vez menos.
A lo que parece, cuando el metropolitano del
convento de San Marcos estuvo en posesión de sus rollos habló de ellos a uno de
sus amigos judios, el Dr. Braun, quien informó a la Universidad hebrea de
Jerusalén.
Entretanto,
profesor Sukenik, de la misma Universidad, había sabido por un anticuario de
Jerusalén que ciertos beduinos habían vendido recientemente a ciertos mercaderes
de Belén unos rollos que contenían escrituras hebreas y que habrían sido
descubiertas en una cueva en las cercanías de Jericó.
El 29 de noviembre, el profesor Sukenik se traslada a
Belén y consigue ponerse en contacto con el mercader; le compra los cuatro
rollos que posee, así como dos de las jarras intactas que los contenían cuando
los beduinos los descubrieron. Se trata, probablemente, del lote que conservaba
el seg8undo pastor, el mismo día 29 de noviembre, las Naciones Unidas deciden
dividir a Palestina en una zona judía y una zona árabe, las hostilidades van a
empezar.
A pesar de la
tensión que crece de hora en hora, Sukenik puede transportar su preciosa carga
a Jerusalén, donde la deja en lugar seguro, hasta enero de 1948, no se entera
de que el convento de San Marcos había adquirido también cierto número de
rollos y, suponiendo que emboas lotes un origen común, se pone en contacto con
el mercader que les había proporcionado el convento para poderlos consultar. Se
organiza una entrevista en territorio neutro y se le facilitan los manuscritos
por unos días; Sukenik copia algunas columnas del texto de uno de ellos e
inmediatamente reconoce que se trata de un manuscrito del profeta Isaías.
Otro de los
rollos contiene la Regla de una secta judía, cuya identidad no aparece muy
clara. Días más tarde el profesor devuelve los escritos al convento, cuyas
autoridades eclesiásticas parecen estar dispuestas a venderlos; pero las
hostilidades y la dificultad para mantener las relaciones entre las dos zonas
de Jerusalén ponen fin al proyecto.
Pero, de
hecho, parece que la venta no se realiza debido a muy diferentes motivos. Uno
de los monjes de San Marcos se había puesto en relaciones con la Escuela
americana de Jerusalén Mr Trever, su director adjunto que ignoraba por
completo la historia de los manuscritos, recibió una buena mañana de febrero de
1948 un despacho telefónico que le informaba que haciendo el catálogo de la
biblioteca del convento de San Marcos se habían descubierto cinco rollos
escritos de caracteres hebreos arcaicos y se le pedía su asistencia para
identificarlos, y aquí debemos preguntarnos que es lo que más hemos de admira,
si la astucia, la ignorancia o la avaricia.
He aquí una
consagración de monjes orientales que, aquí en congregación de mojes orientales
que, aparte de una muy vaga impresión de que los textos que poseen están
escritos en hebrero, no tienen ni la mínima idea de lo que tales textos
contienen, y han de dirigirse a la Universidad hebrea para poder saber de qué
ser trata; unos monjes, que se declaran inmediatamente dispuestos a
venderlos y que, después de haberlo pensado muy bien estiman que es preferible
comercial con lo americanos porque, sin duda pagaran mejor. Habiéndolo decidido
y a pesar de estar ya perfectamente enterados del contenido de los
textos, inventan una grosera historia de descubrimiento fortuito en su biblioteca,
solicitando una nueva peritación.
Como dice el
profesor Dupont Sommer; ¡Cuanta astucia hay en estos hijos de Oriente!.
Naturalmente cuando el monje está en presencia del doctor Trever ya no es capaz
de mantener por más tiempo la ficción y revela todo lo que sabe al respecto de
la procedencia de los rollos.
Trever solicita la autorización para fotografiarlos a fin de poderlos estudiar. Respuesta, imposible; tenemos que comerciar.
El americano debe recordar entones a su interlocutor que cuando el contenido de los manuscritos sea conocido es indudable que éstos aumentaran automáticamente el valor. En tal caso, de acuerdo.
Los manuscritos
son confiados por fin a los americanos quienes van a proceder a su
edición. mientas duren las hostilidades en Palestina y se ponen al amparo en Los Estados Unidos.
En septiembre de 1948, Sukenik publica la primera noticia científica sobre los manuscritos en poder de la Universidad hebrea; los salmos de acción de gracias de la secta de la Nueva Alianza, el texto del relato de las Guerras de los hijos de la luz contra los hijos de las Tinieblas y el cuero que contiene el texto del profeta Isaías.
En 1950 la Escuela americana
publicaba dos de los rollos del convento de San Marcos; el segundo escrito de Isaías
y el comentario sobre el profeta Habacuc, y en 1951, el Manual de disciplina de la secta
de la Nueva Alianza. El metropolitano de San Marcos rehusaba entonces
bruscamente, y sin ninguna justificación, autorizar la publicación del texto
del último roll, el Apocalipsis de Lamech, y pedía su restitución.
Puede juzgarse e inmenso interés que estos textos han suscitado por el hecho de que desde 1948 hasta 1954 se les ha consagrado más de 600 volúmenes y articulo. Las controversias más violentas se han dirigido a cuestiones de fecha, de paleografía, y a la identificación de la secta a que pertenecían los manuscritos. en algunos medios se expresaban dudas sobre su autenticidad, dudas legitimas reforzadas antes de las investigaciones oficiales que se han realizado en Khibert Qumrám.
Por las
circunstancias del descubrimiento, las fechas indicadas variaban según los
expertos entre extraños límites desde 165 antes de Jesucristo hasta la
conquista árabe de Palestina en 637. Alguien hablado incluso de la Edad Media.
Se han recordado las falsificaciones famosas en la historia del orientalismo,
tales como el manuscrito del Deuteromio ofrecido en 1885 al Britsh Museum, enteramente
escrito en caracteres de la estela de Mesha y datado el siglo IX de nuestra Era.
Antes que nada era necesario hacer una exploración en el
propio sitio del descubrimiento por lo que importaba en primer lugar hallar la
gruta del descubrimiento; por lo que importaba en primer lugar hallar la gruta
de los manuscritos.
Aquí entra en juego uno de estos arqueólogos aficionados, como los hay tantos y que tan a menudo han hecho lo mismo, sino más, que muchos más que arqueólogos profesionales.
Se trata
del lugar teniente Lippens del ejército belga, que en este momento se hallaba en
Ammán (Jordania), cumpliendo una misión para la O.N.U. Según ciertas
indicaciones facilitadas por uno de los monjes de San Marcos que había ido
acompañado por uno de los beduinos, la gruta debería hallarse en algún sitio
cercano de Ain Feshkia.
Bajo la presión del lugarteniente Lippsens, la Legión árabe
mandó un destacamento a la región. En tres días la gruta fue hallada e
identificada sin duda por los fragmentos de jarros que tapizaban el suelo y por
fragmentos de otros rollos.
Estamos a 28 de enero de 1949. En febrero y marzo del mismo año, una misión dirigida por Mr. Lankaster Harding, del Servicio de Antigüedades de Jordania, y entre cuyos miembros contaba al P. de Vaux, director de la Escuela bíblica de Jerusalén, empezó a sus exploraciones en la cueva. Sería vano creer que estos últimos resolvieron en el acto los problemas planteados por el descubrimiento de los manuscritos.
Unas de las primera comprobaciones que se hicieron en la gruta
fue que, pocos meses antes de la llegada de la misión, una banda de
exploradores clandestinos (sin duda inspirados por un representante del
convento de San Marcos), había vuelto al lugar del hallazgo y cometió allí las mayores
atrocidades; todo el piso arqueológico del suelo de la gruta apareció a tal extremo
revuelto que fue imposible señalar la secuencia cronológica. Pérdida en verdad
irreparable, que fue causa de que durante mucho tiempo la mayoría de los
debates quedasen en suspenso y de que las búsquedas en la gruta de Ain Feshkha
no revolviesen ningún problema, confirmado tan solo que los rollos procedían,
en efecto de su interior.
Después de un largo y paciente trabajo, la misión pudo
recuperar, a pesar de todo, algunos centenares de fragmentos de rollos; unos minúsculos,
no aportaban a veces más que una sola letra, otros daban varias líneas d texto.
Ciertos fragmentos pertenecían a los rollos
de San Marcos y de la Universidad judía. Al mismo tiempo que se recogían los
restos de manuscritos también se recuperaron los paños que ungidos con cera y resina
de pez, sirvieron para envolverlos en gran número de fragmentos de cerámica
procedentes de los jarros de los que habían sido colocados.
Entre ellos se encontraban algunos cascos de época romana, siendo estos últimos los que desorientaron a los arqueólogos, cuando quisieron fijar la fecha del escondite. El examen de los fragmentos de jarros reveló que la gruta debía de haber escondido a casi medio centenar de ellos de unos 60 ctm, de alto por 25 de diámetro. Como sea que en cada uno caben perfectamente de cinco a seis rollos de cuero se calcula que en la gruta se conservaban unos doscientos manuscritos.
De común acuerdo, la misión resolvió terminar sus trabajos
anunciando; jarros de época helénica, especialmente fabricados para guardar los
rollos, fecha siglo II antes de nuestra era, en rigor principios del I; primera
violación del escondrijo; en la época romana, según testimonio de la lámpara
hallada en los jarros.
Tal vez sea conveniente citar las palabras de uno de los
miembros de la misión, pues nos revelan un estado de ánimo y una tendencia por
desgracia demasiado corriente en los arqueólogos.
Nota.- Leemos.-
He recogido los fragmentos de jarros que
habían contenido los manuscritos, lo he reconstruido pacientemente y los he
estudiado. Todos los arqueólogos que los han visto están de acuerdo sobre su
fecha. Son anteriores al periodo romano en Palestina. Yo he llegado a la
conclusión de que los manuscritos más recientes no podían ser de una fecha
mucho más baja, y que databan, a lo sumo de principios del siglo I antes de
nuestra era.
No se desprende que nadie haya observado que es muy posible poner lejos manuscritos dentro de jarros nuevos y manuscritos recientes dentro de antiguos jarros. Se puede tener la edición original de los Ensayos en una biblioteca moderna, así como la última novela de moda en una biblioteca Luis XVI. En un uno y otro caso lo que puede concluirse de este hallazgo se resume a esto: estrictamente nada.
Se ha visto enseguida que tales conclusiones eran insostenibles. Se precisaban oros argumentos y no éstos para poder señalar la fecha en que se había escondido los manuscritos. en cuanto a la de los rollos en sí mismos, depende de otras consideraciones.
Es en este momento cuando el profesor Kahle emitió la brillante sugerencia de que la comunidad religiosa a la que habían podido pertenecer los rollos podría ser la misma que se había instalado en Khirbet Qumrán, a un kilómetro apenas de la gruta.
Los rollos, en efecto , sólo podían haber sido transportados a la cueva por gente que viviese muy cerca de ella; además, el número de manuscritos eran en origen en torno a los doscientos, ello suponía que debían de haber formado parte de una biblioteca bastante importante.
Vámonos, pues, a Khirbet Qumrán a fines del siglo pasado, en 1873, el arqueólogo francés Clermont Ganneu que regresó de sus viajes de exploración en Palestina con la famosa estela de Mesha, actualmente uno de los mayores tesoros del Louvre, había pasado por Khirbet Qumrán, unas ruinas insignificantes que consisten en unos pocos muros estropeados de piedras bajas y una pequeña cisterna a la que conducen algunos peldaños , el suelo está sembrado de numerosos fragmentos de cerámica de todas clases.
Si jamás ha asistido aquí a una ciudad propiamente dicha, escribe, debe haber sido muy pequeña... Su rasgo más interesante son las tumbas, que en número de casi un millar, cubren la gran meseta y los montículos adyacentes. Estas tumbas, sin embargo, se distinguen netamente de las musulmanas más modernas en su eje longitudinal está orientado de Norte a Sur y no de Este a Oeste.
Tal desusada disposición ya había sido indicada por las guías musulmanas del Señor Rey, quienes hicieron hicieron idénticas observaciones a las de nuestros hombres, a saber: que eran tumbas de Kuflar, eso es, de incrédulos, de no musulmanes. La gran meseta, que contiene la mayoría de las tumbas, está atravesada de Este a Oeste por una especie de sendero que separa los sepulcros, los cuales están dispuestos con notable regularidad en dos grupos desiguales.
A este sitio se trasladó la misión Harding, en 1951, sigamos el relato que su jefe ha hecho de los trabajos.
<<Actualmente, parece ya muy claro que el sitio ha sido objeto de tres ocupaciones sucesivas, aunque todavía nos sea imposible indicar la fecha de la primera>>.
A través de los tiempos, la construcción sufrió profundas modificaciones, habiendo sido destruida por un temblor de tierra hacía la primera mitad del siglo I de nuestra era, la violencia del golpe provocó que el edificio se desmoronaron, las cisternas quedaron inutilizables y el suelo se hundió a casi medio metro.
Se trabajó con mucha rapidez para levantar las ruinas; se construyó una gran torre en la parte nordeste, reforzada por contrafuertes, y se hicieron nuevas cisternas. Estas últimas construcciones fueron arrasadas por los romanos durante la primera revolución judía, que terminó con la destrucción del templo por Tito y sus legiones, en el año 70 de nuestra era. Testigo de esta destrucción: una capa de ceniza recubre las ruinas. Las habitaciones aún estaban llenas hasta más de un metro de escombros procedentes de los muros derrumbados. El segundo periodo de ocupación está fechado de forma bien precisa por las monedas que se han hallado entre los escombros.
Testigo
de esta destrucción: una capa de ceniza recubre las ruinas. Las habitaciones
aún estaban llenas hasta más de un metro de escombros procedentes de los muros
derrumbados. El segundo periodo de ocupación está fechado de forma bien precisa
por las monedas que se han hallado entre
los escombros.
Las más
antiguas pertenecen a Alejandro Janeo,
Janeo de las familia de los Macabeos, que reinó en Judea del 105 a 76 antes de
nuestra era.
Les
siguen las monedas de Herodes el Grande, y luego una serie romana en la que
figuran piezas que llevan la inscripción
Judea Capta, del año 70 de nuestra era.
Finalmente,
asociadas al tercer periodo de ocupación, algunas piezas del siglo II de Jesucristo,
en especial una docena de piezas emitidas por el Gobierno judío de Barcoquebas,
en guerra contra Roma.
Estas monedas
y los ejemplos de cerámica recogidos en Khibert Qumrám han
permitido fijar la secuencia cronológica del sitio y asociarlo a la gruta de
Ain Feshkha.
La pieza
capital a este respecto ha sido un jarro hallado en Qumrán, del mismo tipo que
los descubiertos en la gruta. Los dos
sitios de Qumrán y Ain Feshkha no sólo son contemporáneos, sino que están
directamente relacionados entre sí. Las vasijas de Qumrán datan del siglo I de
nuestra Era y los manuscritos fueron depositados en la gruta hacía esta época.
En consecuencia, el escondrijo que cobijaba los manuscritos habría sido preparado por los habitantes de una comunidad religiosa, evidentemente, a juzgar por el carácter de sus libros. en un momento de peligro, se transportaron precipitadamente los libros a una gruta de los acantilados cercanos.
Se pensaba volver a recogerlos, naturalmente cuando el peligro hubiese pasado. ¿Cuál fue la suerte de la comunidad, se lee a la perfección en las ruinas de Qumrán: fue aniquilada, y sus miembros dispersados o degollados?.
Después del paso de los ejércitos romanos, allí donde crean un desierto, ellos lo llaman paz, nadie volverá a retirar los libros sagrados de su escondite.
Los rollos permanecerán disimulados en una falla de la montaña durante diecinueve siglos, envueltos en sus paños encerados, reposando en el interior de los jarros que los protegían, desconocidos e inimaginados hasta el día en que un pastor acierta a pasar por allí, buscando a un cordero que se ha extraviado.
Desde el día del descubrimiento de los manuscritos no se ha dejado de hacer mención (y esto desde antes de la exploración de la gruta de su procedencia)a otros hallazgos similares y se ha aludido una y otra vez a manuscritos hebreros descubiertos antiguamente en otras grutas.
A uno de estos descubrimientos se asocia el nombre de Orígenes, el gran exegeta cristiano. Se trata del descubrimiento de un manuscrito de los Salmos que se había hecho, precisamente en la región de Jericó.
Eusebio, en su historia eclesiástica que Orígenes que, vivió entre 185 y 254, habría añadido una versión a los textos paralelos a los salmos, basándose en un manuscrito descubierto dentro de un jarro en Jericó del tiempo del Emperador Romano Antonino Pio, hijo de Severo, es decir bajo el reinado del emperador Caracalla (211-217). Resulta inútil decir, aunque alguien lo haya hecho que los restos de cerámica romana y la lámpara descubiertos en la caverna de Ain Feshkha han podido ser abandonados en aquel lugar por Orígenes.
Dicen que existen trazas indiscutibles de una visita a la gruta, efectuada a principios del siglo III y otros manuscritos hebreos en la misma región descubiertos por los siglos VIII y IX de los que se habla en una carta escrita por Timoteo I (726-819) patriarca sirio de Seleucia y dirigida a Sergio, metropolitano de Élam; en ella (ya conocida desde hace mucho) y, según el profesor Eishkha, se lee el siguiente pasaje:
<<Hemos sabido por unos judios dignos de fe, actualmente profesan los principios de la religión cristiana, que hace unos diez años se descubrieron unos libros antiguos en una caverna de las cercanías de Jericó. La historia del hallazgo es, según se cuenta, que el perro de un cazador árabe penetró en una cueva persiguiendo a su presa y no volvió a salir de ella, El árabe penetró en la cavidad en pos de su perro y descubrió un ancho aposento en el que se hallaban numerosos libros>>.
El cazador se fue a Jerusalén y explicó su historia a unos judios, que le acompañaron hasta la gruta y encontraron libros del Antiguo Testamento con otras obras escritas en hebraico.
Finalmente y para concluir el largo relato con alguna que otra laguna sin mucha importancia, al parecer existe un documento histórico que proviene de una de las grutas de Uadi Murabat con algunos textos originales y contemporáneos de los acontecimientos que vieron la última tentativa para restablecer la soberanía de Israel sobre la tierra de sus antepasados.
CENTAUROS, HEROES , DRUIDAS DE MARURICE BELL
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