Roma
poseía originariamente un ejército de hoplitas, (soldado de infantería palabra originario de Grecia)), compuesto por ciudadanos
suficientemente ricos como para poderse equipar con todo el armamento
correspondiente a quienes formaban parte de la infantería pesada.
La mayoría
de los hoplitas eran granjeros que solo
se podían permitir participar en algunas semanas de campaña, antes de verse obligados a
regresar a sus campos,
Como consecuencia,
un conflicto entre los ejércitos de hoplitas de las ciudades estado venían a ser era de breve
duración y se decidía por lo común en un único choque entre las falanges rivales.
En Roma
se conservó el principio de la milicia
ciudadana mucho después de que otros
Estados comenzaran a confiar en soldados profesionales.
No obstante, los romanos modificaron el sistema para hacer frente a las demandas que exigían aquellos conflictos que tenían lugar cada vez más lejos de la ciudad, hasta el punto de que acabó por romperse la íntima unión entre el soldado hoplita y el año agrícola.
Desde el principio
del siglo IV a.C. el Estado pagaba a sus soldados por la duración del servicio.
El sueldo no era muy alto y ciertamente no convertía al ejército en una carrera,
pero mantenía al soldado durante su servicio.
En aquel
tiempo, los hombres servían en el ejército hasta que eran licenciados, por lo
general al final de la campaña, que podía durar más de un año.
Se hizo
algún esfuerzo por distribuir las
obligaciones del servicio militar entre toda la población, desde el momento que
fue bastante poco frecuente que se necesitara algo más de una pequeña minoría
de ciudadanos para formar parte del ejército durante un año.
La
legislación señalaba que un hombre no pudiera servir más de dieciséis campañas y
era poco probable que muchos alcanzaran
ese máximo con anterioridad a las Guerras Púnicas.
Efectivamente, el ejército romano había pasado de una milicia ciudadana a algo que se parecía al ejército
de reclutas, similar a aquellos que ejercieron en Europa..
El Estado
podía convocar a los ciudadanos para que sirvieran en el ejército, y les
proporcionaba comida y una paga a lo largo de la duración del
servicio, pero también les obligaba a aceptar la legislación militar y un
riguroso sistema de disciplina.
La buena
voluntad de los ciudadanos romanos para someterse a estas condiciones permitió
a Roma desarrollar un ejército que era
mayor y mejor entrenado y más complejo que aquellos otros formados por
ciudadanos de cualquier otra ciudad Estado.
Polibio
es quien nos presenta el retrato más detallado del ejército romano, pero es difícil
saber si todas las prácticas que él describe se siguieron durante todo el periodo
de las Guerras Púnicas.
Su descripción del ejército parece referirse a la Segunda Guerra Púnica, aunque en ocasiones se ha defendido que habla del mediado del siglo II a.C.
No se sabe si los ejércitos que entraron en combate durante la Primera Guerra Púnica eran
significativamente diferentes a éste en estructura y tácticas, pero las breves
descripciones de la batalla en ese conflicto no sugieren tal cosa.
En su
origen la palabra legio (legión)
significaba sencillamente ejército o leva y hacía referencia a la fuerza total
reclutada por el pueblo romano en un año. No obstante, a medida que fue el número
de ciudadanos que se enrolaban en el servicio militar, la legión se convirtió
en la subdivisión más importante del ejército.
En el
siglo III a.C. la legión se componía de
cinco elementos. Su principal fuerza consistía en tres cuerpo de infantería
pesada. Todos aquellos hombres contaban básicamente con la misma cantidad de
propiedades y se les distribuía según la
edad y la experiencia.
Los más jóvenes
formaban el primer cuerpo y se les conocía
como los Bastati (Lanceros). En el segundo se
encontraban todos cuantos estaban a punto de finalizar la veintena o que
acababan de entrar en la treintena, edad considerada por los romanos como la mejor época de la vida, y quienes se le llamaba Príncipes, estos eran soldados de cierta veteranía que se situaba detrás de los Bastati y entraban en combate inmediatamente después de ellos,
El
tercero, el cuerpo de retaguardia de la infantería pesada, lo formaban los Triati,
siendo los soldados más viejos y experimentados.
Cada uno
de estos tres cuerpos de Infantería pesada
estaba dividido en diez Manípulos Hastati
y de Príncipes que los formaban unos ciento veinte hombres, aunque en tiempos
de crisis, cuando se reclutaban legiones mucho más numerosas, debieron incrementarse
hasta alcanzar incluso los ciento sesenta individuos.
Los Manípulos de los Triari
estaban compuestos por sesenta hombres. todos los Manípulos estaban divididos
en dos Centurias, comandada
cada una de ellas por un Centurión, pero
no luchaban de manera independiente y el manípulo
constituía la unidad táctica básica
de la centuria de la legión.
Si se
encontraban presentes ambos centuriones, entonces el mando de la Centuria de la derecha era el principal
y, por tanto, el que dirigía el manípulo.
Los centuriones
eran elegidos generalmente entre los soldados con experiencia probada, más que
entre los hombres especialmente valerosos, pero no podían ser analfabetos,
puesto que incluso, en esa época el ejército había desarrollado una considerable
burocracia.
El segundo en el mando era el llamado óptimo asistente del Centurión), quien probablemente se situaba en retaguardia de la formación y tenía por función mantener las filas ordenadas.
Otros oficiales del manípulo eran los SIGNIFER, que portaba el estandarte, y los TESSTARIAS, que supervisaban los puestos de centinelas durante la noche y distribuían la contraseña del día en un tésera de arcilla.
En narración de Polibio menciona dos veces una cohorte diciéndonos que es lo que los romanos describen como una unidad de tres manípulos, aunque el griego ligeramente ambiguo.
A finales de la República,
la cohorte formada por un Manípulo
de Hastati , otro de Príncipes y uno de Triari,
había sustituido al manípulo como unidad básica de la legión..
Es probable que cuando se mencionan las cohortes legionarias durante las Guerras Púnicas están cayendo en un acrónimo. No existe indicio alguno para hacernos pensar que, en el siglo III a.C. fuera una subdivisión permanente de la legión, y es más seguro que el término cohorte sirviera simplemente para describir cualquier formación adecuada mayor que un manípulo, aunque quizás eran particularmente común es los dos destacamentos formados por tres manípulos.
El equipo
defensivo es el mismo para los tres cuerpos. El elemento más importante los constituía
el escudo ovalado de forma semicilíndrica, convencionalmente conocido como scutum de 1.2 de longitud y 36 cm. En su
zona más ancha. Estaba formado por tres láminas de contra placado pegadas juntas y cubierto de piel de ternero, combinación
que le convertía en flexible y resistente a un tiempo.
Los
bordes superior e inferior se hallaban protegidos por bandas de metal para
protegerse de los cortes de espada mientras que las láminas de madera eran más
gruesas en el centro. El escudo se sostenía mediante una empuñadura horizontal situada
detrás del cuerpo central, que generalmente era de bronce o hierro, pero que en
ocasiones, quizás fuese de madera.
A juzgar por las reconstrucciones basadas en un modelo del siglo I a.C. encontrado en Egipto, y que ha llegado hasta nuestros días, el escudo romano era muy pesado de unos 10 kgs. Durante los momentos de calma en medio de la lucha se le podía hacer descansar sobre el suelo, pero durante el combate se mantenía rígidamente ante el legionario, ofreciéndole una buena protección para el cuerpo hasta la altura de las rodillas.
Además del escudo, un legionario llevaba un casco de bronce y greba (pieza de la armadura que, cubría desde la rodilla hasta el tobillo), también de bronce y alguna forma de armadura para el cuerpo .
Los más ricos hacían
cotas de malla formadas por anillas de hierro unidas entre si que, si bien
pesadas, eran un tiempo flexibles y ofrecían
una buena protección .
Los
legionarios más pobres se protegían con un peto circular o cuadrangular, una
placa de bronce suspendida mediante correas de piel, que solo cubría la cavidad
torácica. Al contrario que el diseño griego, realizada en bronce flexible y que
se sujetaba a la pierna adquiriendo la
forma de ésta, la greba romana se ligaba directamente.
En
algunos casos había quien vestía una sola greba, normalmente en la pierna
izquierda, que era la más cercana al enemigo en la postura clásica de lucha
romana, ya que el hombre giraba su parte izquierda hacia el enemigo,
protegiendo el cuerpo tanto como fuera posible tras el escudo. Los cascos
romanos más comunes parece que siguieron los diseños montefortino y etrusco-corintio,
puesto que ambos ofrecían buena protección de la parte superior de la cabeza.
Esta zona
se hallaba coronada por una elevada cresta, formada por dos plumas , una púrpura
y otra negra, según Polibio. Esta cresta conseguía hacer aparecer más alto al
soldado y más intimidador ante adversario.
Todos los legionarios hacían uso, por encima de todo, de la espada, y posiblemente fue durante o después de la Primera Guerra Púnica cuando los romanos adoptaron la que dominaban como <<espada hispana>> el corto e inciso gladius, que se convertiría en su arma habitual hasta el siglo III d.C. copiada probablemente de los mercenarios hispanos al servicio de los cartagineses, el gladius tenía una hoja de unos 51-61 cm de longitud y acababa en una larga punta triangular diseñada para agujerear las corazas.
La mayoría de los ejemplos se revelan su elevada calidad artesanal y confirman que la espada era capaz de conservar sus bordes extraordinariamente afilados. Los Triarii mantenían la antigua lanza puntiaguda de los Hoplitas, pero tanto los Hastati como los Príncipes iban equipados con el pilum, la famosa jabalina pesada romana.
Los orígenes de esta arma son tan poco claros como la fecha de su introducción, pero es evidente que se hallaban en uso en el último cuarto del siglo III a.C., y no hay razón alguna para creer que no se utilizara ya en la Primera Guerra Púnica.
Polibio nos dice que cada legionario con dos pila, que han llegado hasta nosotros con nitidez. En todos los casos, un astil de madera de 1,2 cm de longitud se hallaba unido a la parte final de una delgada barra de hierro de 61-75 ctm de larga, coronada por una pequeña pieza de forma piramidal.
El considerable peso de un pilum al arrojarse se concentraba en ese último punto, y el impulso recibido permitía atravesar el escudo del enemigo y conseguía aún que esa estrecha punta continuase avanzando y penetrase en el cuerpo del blanco elegido. Incluso aunque no lograra herir al enemigo, era difícil extraer el pilum del escudo, obligando así al contrario a deshacerse de él y luchar sin protección.
Los ciudadanos más pobres y aquellos que todavía no se podían considerar suficientemente adultos como para unirse a los Hastati que servían como infantería ligera o velites.
Aunque se ha dicho en ocasiones que los velites sólo se introdujeron en 211 a.C. sustituyendo a los peor armados y menos eficientes; la base de esa afirmación es una dudosa interpretación de un único pasaje de Livio, este nos describe a a los velites como armados con un gladius y su haz de jabalinas ligeras.
Estos iban protegidos por un escudo circular de 40 ctm de diámetro y muchos de ellos portaban cascos que cubrían con trozos de pieles de animales, a menudo, pieles de lobo , para hacerse más notables a ojos de sus propios oficiales.
No está claro cómo se organizaban los velites ya ciertamente no constituían manípulos. Seguramente los manípulos estaban adscritos al menos para fines administrativos, a los manípulos de la infantería pesada.
Durante la batalla llevaban a cabo una lucha de escaramuzas en orden abierto, apoyándose en algunos de los tres cuerpos de infantería o en la caballería. Por lo general había hacía mil doscientos velites para dar apoyo a los tres mil componentes de la infantería pesada de la legión, pero su número debía incrementarse en tiempo de crisis.
Al igual que el de los Triviari, el número de componentes de la caballería de una Legión no variaba nunca, siendo siempre trescientos jinetes divididos en diez turmae de treinta, mandada cada una de ellas por tres decuriones. La caballería se reclutaba entre los ciudadanos más ricos del Estado, incluidas las dieciocho centurias, a quienes se les asignaba un equo público, lo que obligaba al Estado a subvencionarles con el coste de una nueva montura en el caso de que su caballo fuese muerto durante el servicio activo.
Catón presumiría más tarde de que a su abuelo le habían matado cinco caballos montados por él en combate y que le habían sido restituidos por el Estado. Este grupo incluía a los hijos de los senadores y fue en la caballería donde muchos de ellos habían servido en alguna de las diez compañías que eran necesarias para poder ser elegido para un cargo público.
El servicio como jinete le ofrecía a una persona la oportunidad de hacerse con un nombre que le ayudaría en su consiguiente carrera. Como resultado de todo ello, la caballería romana se comportaba generalmente con gran bravura y tendía a exponerse dando muestras de valentía mediante combate cuerpo a cuerpo. Su táctica principal consistía en realizar una carga impetuosa en combate cuerpo a cuerpo, pero, en medio de una compañía mostraban escasa habilidad para hacerse con información sobre el enemigo.
Un Polibio disgustado menciona el equipamiento de la caballería romana antes de que adoptara el de estilo griego, pero no se preocupa en describir este último con detalle, suponiendo que su audiencia ya debía estar familiarizado con él. No obstante, los jinetes romanos parece ser que portaban un escudo redondo, llevaban un caso de bronce y una coraza de malla o escamas, e iban armados con una lanza y una espada, un arma posiblemente más larga que el gladius. Es probable que ya emplearan la silla de cuatro cuernos que posteriormente proporcionaría a la caballería romana un asiento firme, cuya car3encia de estribos no les suponía dificultad alguna, copiando quizás la silla posiblemente inventada por los galos.
Cada legión estaba mandada por seis tribunos militares elegidos, a menudo jóvenes aspirantes a políticos pero entre quienes se incluían en ocasiones antiguos magistrados con experiencia. Formando parejas, los tribunos ejercían el mando supremo por turno. Cuando la legión entraba en campaña, normalmente se veía apoyada por un ala compuesta de soldados aliados y que estaba formada más o menos por el mismo número de infantes y por unos novecientos jinetes. El equipamiento de ésta y sus tácticas eran esencialmente a las de la legión, pero se debe reconocer que existen escasos detalles sobre las tropas aliadas.
Cada una de las colonias latinas aportaba una cohorte de infantería y una turma de caballería, no está muy claro si las cohortes tenían un tamaño estándar ya que se ha oído hablar de unidades cuyas fuerzas variaban entre los cuatrocientos y los seiscientos hombres. La flor y la nata de la infantería aliada formada por cohortes de extraorinari, que acampaban cerca de la tienda de campaña del general y se hallaban a su inmediata disposición. Estas tropas encabezan la columna durante el avance y cubrían la retaguardia en la retirada. El ala estaba formada por tres prefectos (prefectis sociorum) que eran ciudadanos romanos .
Llama inmediatamente la tención el hecho de que ninguna unidad del ejército romano, tuviera un mando único. Había seis tribunos en una legión, tres prefectos en el ala, dos centuriones en un manipulo y tres decuriones en una turma de caballería. Solamente en el caso de los centuriones se nos cuenta que había solo un personaje importante por manípulo.
Al parecer en todos los demás supuestos, los romanos extendieron al ejército su arraigado desagrado a confiar el poder político a un solo hombre y su preferencia por los colegios de magistrados..
Desde la perspectiva actual, es sistema parece imperfecto, pero se demostró su adecuación a las tácticas tácticas relativamente sencillas que durante, ese periodo, usaban las legiones.
Ciertamente el elevado número de oficiales hacía más fácil el control de un ejercito romano. Los centuriones elegían entre los soldados más valientes, aunque Polibio insiste en que era normal promocionar al cargo a lideres natos, más que a buenos combatientes a titulo individual.
Se suponía que un centurión debía estar con sus hombres, dirigiéndolos en el frente y ofreciéndoles su ejemplo personal. La obstinación y la negativa a dar un solo palmo de terreno por perdido se consideraban una de sus mayores virtudes. Por lo general el ejército romano hacía también hincapié en la intrepidez del individuo, disponiendo de un complejo sistema de condecoraciones y recompensas.
Un soldado que salvara la vida a un ciudadano recibía la más alta condecoración, la corona cívica, una corona de laurel que portaba en cada festival público de Roma y que imponía un gran respeto. Después de una batalla o al final de una campaña, los mandos romanos hacían galas formales donde se recompensaba el valor manifestado, se leían públicamente las hazañas de cada uno de los soldados y éstas eran admiradas por todo el ejército dispuesto en formación cerrada.
Las mayores recompensas quedaban reservadas a hechos individuales destacados, tales como la lucha cuerpo a cuerpo cuando no había ninguna necesidad de hacerlo . La agrsividad se potenciaba en todos los cuerpos del ejército romano, el que dejaba claro cual era l comportamiento que se esperaba de sus hombres y estaba dispuesto a castigar tanto como a premiar. Una unidad que cayera estrepitosamente en combate y huyera despavorida, es decir golpeado hasta la muerte uno de cada diez de sus miembros.
A los restantes, como la humillación simbólica, se les daba de comer cebada en lugar de trigo y se les obligaba a acampar fuera de las defensas , se oyó contar que a unos legionarios derrotados les obligaba a comer de pie en lugar de hacerlo reclinados a la usual manera romana.
Los niveles disciplinarios a que estaban dispuestos a someterse los ciudadanos romanos su servicio militar eran extremadamente duros y muy parecidos a los de un ejército profesional.
Los centinelas a quienes se descubría durmiendo, apoyados por lo general en sus grandes escudos, sufrían la pena capital, al igual que aquellos que robaban a sus camaradas o quienes realizaban prácticas sexuales.
La disciplina del ejército romano durante ese periodo fue. a menudo, muy dura, hasta el punto de que los ciudadanos perdían buena parte de la protección que la ley ofrecía a los civiles. Ya desde fechas más tempranas, los ejércitos romanos generaban gran cantidad de burocracia y vivían en medio de una rígida rutina diaria.
Esa situación se evidenciaba en los campamentos del ejército en campaña, en la organizada estructura impecablemente desplegada que exhibía cada noche un ejército en marcha. Construido siempre siguiendo el modelo conocido, un campamento tenía cuatro puertas y dos calles principales que se cruzaban en un ángulo de noventa grados ante la principal concentración de las tiendas de mando.
Todo estaba reguilado desde la disposición de las tiendas de cada unidad y los bagajes hasta los servicios que deberían llevar a cabo los diferentes contingentes; por ejemplo los Triarii eran siempre los encargados de montar guardia ante las hileras de caballos.
Casi todos los años la Republica romana contaba en el campo con cuatro legiones y dos Alae, las Alaes fueron unidades auxiliares del ejército romano estas fueron creadas para auxiliar tanto a las tropas de caballería como infantería, en caso de necesidad, estaban formadas por soldados provenientes de los pueblos itálicos aliados con Roma, existía una Ala Sociorum por cada legión de ciudadanos romanos con presencia en unos de estos dos ejércitos, es decir para la Caballería y la Infantería.
Existieron hasta que la Guerra Social se produjo y una vez obtenida la ciudadanía romana para todos los pueblos itálicos, estos fueron reconocidos como ciudadanos romanos de pleno derecho, y se integraron como un contingente más de las regiones romanas.
Por lo general las legiones estaban numeradas, un cónsul mandaba la primera y la tercera, y el otro la Segunda y la Cuarta. Parece ser que todas las legiones existentes se volvían a numerar cada año para que, de esa manera, muy pocas de sus unidades desarrollaran un sentimiento duradero de espíritu de cuerpo o de identidad .
Antes del año 264 era extraño que un pretor recibiera un mando militar, pero durante las Guerras Púnicas se convirtió en un hecho común. Un ejército pretoriano formado normalmente por una solo legión y un ala. Cada año se asignaban en primer lugar a los cónsules las operaciones más importantes y de gran envergadura, y a continuación , se les encargaba a los pretores la ejecución de campañas de menor calado.
Generalmente, una legión romana reunía una formación de cuatro mil doscientos soldados de infantería y trescientos jinetes, pero no constituía una cantidad fija, ni impuesta de manera rígida. De acuerdo con la potencia que dispusiera el enemigo, según la consideración del Senado, el tamaño de la legión podía verse incrementado hasta cinco mil doscientos o incluso hasta seis mil soldados, lo que conseguía aumentando los manípulos de hastari y príncipes, e incrementando el numero de velites. Todo ello no requería ningún cambio significativo en la organización de la legión o del sistema táctico.
Exactamente de la misma forma se podía aumentar el tamaño del ala, o que explicaría en parte la variación en el tamaño registrado de las cohortes latinas. en tiempos de crisis extremas, a cada cónsul se le podía asignar cuatro legiones, en lugar de la habituales..
El ejército romano de ese periodo operaba de la manera más eficaz con el ejército consular formado por dos legiones y dos alae. Estas fuerzas de, cuanto menos, veinte mil hombres se hallaba bien equilibrada, con algo así como un diez por ciento formado de caballería, y con una clara estructura de mando liderada por la indiscutible autoridad del cónsul.
Era suficiente como para llevar a cabo numerosas tareas, pero no existía un mecanismo claro que proporcionara una estructura de mando a un ejército compuesto por las fuerzas de más de un cónsul. El cargo temporal de dictador, cuya autoridad sobrepasaba a la de los demás magistrados, era extremadamente raro.
Cuando dos cónsules unían sus fuerzas, cada uno de ellos detentaba el mando en días alternos.. El sistema no era el ideal y ciertos autores lo utilizaron para explicar algunos tempranos desastres de la Segunda Guerra Púnica. No obstante a principio del siglo III, ambos cónsules habían unido sus fuerzas de manera ocasional y parece ser que operaron sin mayores problemas. Los dos ejércitos consulares participaron también en la victoria de Telamón al año 225; pero en ese caso las acciones de los dos ejércitos no estaban acordadas, sino que fueron el resultado de una feliz casualidad, puesto que ninguno de los cónsules conocía la presencia del otro antes de la batalla.
El sistema de compartir el mundo no era el ideal, pero hubo que esperar a la llegada de un comandante con la enorme capacidad de Aníbal para explotar las oportunidades que tal sistema ofrecía al adversario.
Formar el ejército romano y, a continuación, adiestrarlo y prepararlo hasta alcanzar un nivel razonable llevó tiempo. A lo largo de su historia, el concepto que los romanos tenían del jefe militar ideal era siempre el de un hombre que adiestraba con todo cuidado y que preparaba a su ejercito antes de arriesgarlo en combate.
Las mayores legiones y las alae se mantenían en servicio un periodo tanto más largo cuanto más tiempo hubieran estado adiestrándose y cuanta más experiencia hubieran alcanzado, de esa manera, poco a poco iba aumentando su eficacia. Los ejércitos que habían servido durante la mayor parte de la Segunda Guerra Púnica, no podían diferenciarse posteriormente de los militares profesionales. La debilidad del sistema romano consistía en que cada vez se licenciaba a las legiones y tenía que reclutarse un nuevo ejército, todo el proceso debía empezar de nuevo desde el principio.
La mayoría de las levas de ciudadanos incluían hombres que habían realizado ya servicios previos, pero, aunque eso contribuía a formar un poderoso ejército para el combate, no lo convertía en un elemento imprescindible, puesto que era muy posible que aquellos soldados no hubiera servido juntos en las mismas unidades y a las órdenes de los mismos oficiales.
A partir del siglo III apenas existen pruebas que hagan pensar en alguna clase de oficiales subalternos y de centuriones semiprofesionales que consideraran el ejército como una carrera. No está nada claro el número que suponía aquel grupo y no existen antecedentes de si esa clase existía ya en el siglo III.
En el sentido moderno de la palabra, los generales romanos eran aficionados, ya que no recibían una preparación formal para el mando. El ciclo político de doce meses conseguía que muy pocos disfrutaran alguna vez de largos periodos de mando, una situación común en el caso de sus enemigos púnicos. En este tema sólo Amilcar Barca y Anibal se mostraron mucho más cualificados que sus oponentes romanos. Durante las últimas fases de la Primera Guerra , el electorado romano parecía haber favorecido la reelección de hombres experimentados, situación que se volvería aún mucho más común en la Segunda Guerra, cundo el Senado hizo también un uso extremo del poder para prorrogar el Imperio de un magistrado, uno o más años adicionales..
De esta manera se retuvo a numerosos lideres muy capaces, hasta el punto de que algunos de ellos mandaron el mismo ejército durante varios años hasta el final del conflicto. No obstante, lo mismo que sucedía con el éxito en las elecciones, el hecho de que alguna persona mantuviera el mando militar durante un periodo más largo de tiempo dependía normalmente más de su influencia que de su capacidad política.
El sistema romano dio como fruto algunos incompetentes que llevaron a sus ejércitos al desastre, pero también produjo hombres de un talento excepcional, entre los que destaca por encima de todos Escipión el Africano. En promedio de los mandos romanos parecen, como mínimo, tan buenos como sus colegas púnicos. Ciertamente es probable que fueron mucho más agresivos y, aunque ello conllevaba el riesgo de la precipitación, producía también victorias más espectaculares.
Se ha afirmado habitualmente que el ejército romano conseguía sus victorias a pesar de los defectos de sus oficiales aficionados, cuya experiencia se veía compensada por la cualificación de hombres más jóvenes en especial lo centuriones. Sin embargo los mandos romanos debían tomar numerosas decisiones importantes antes de entrar en combate y se mostraban muy activos durante la lucha, prestando atención a los más mínimos detalles de la acción. Se trataba de un estilo de mando que exigía una cualificación considerable. Aunque no hubiesen recibido una preparación formal, no deberíamos olvidar que la mayoría de los principales oficiales romanos contaban con una dilatada experiencia militar antes de alcanzar los rangos elevados.
Eran también el producto de una clase que valoraba la gloria militar por encima de cualquier otra cosa y que tenía las ideas muy claras de cómo debían de hacer frente a sus miembros al peligro de batalla.
Se esperaba que un senador encarnase las características implícitas en la palabra latina Virtus, que abarcaba no sólo coraje físico, sino también la capacidad técnica y táctica.
La formación romana habitual de combate era la triples acies, basada en los tres cuerpos de la infantería pesada legionaria. Los manípulos de los Hastasi se desplegaban formando entre seis y ocho filas en fondo, dejando entre cada manipulo un intervalo equivalente al frente de la unidad.
La formación de los Príncipes era idéntica pero los manípulos estaban situadas detrás del espacio que quedaban entre las unidades de la segunda línea. Así se creaba como un tablero de damas formado por manípulos, a la manera del quncunx o número cinco en el de los dados.
Polibio nos dice que cada legionario romano ocupaba un frente y un fondo de 1,8 m. y de alrededor de 2 m. de fondo. La distancia existente entre dos filas era indispensable para permitir que los legionarios arrojaron sus pila. (lanzas) . Dando como válido un frente de 90 ct. y una profundidad de seis filas por unidad, entonces un manípulo de bastati o de príncipes ocuparía un frente de 18 ctm. y una profundidad algo superior a los 11 mts..
Una legión completa conformaría un frente de unos 365 m. permitiendo los intervalos entre los manípulos, y la infantería de un ejército consular ocuparía como algo así como a una milla, asumiendo como parece probable que los Alae se despilaran en una formación parecida.
Las fuentes informativas afirman de forma clara que la legión se desplegaba para la batalla dejando amplios intervalos entre los manípulos de cada línea. Las ventajas de tales formaciones abiertas para moverse campo a través eran evidente ya que permitían a las secciones de una línea sortear cualquier obstáculo sin perder su orden, algo que hubiera sido imposible tratándose de una formación cerrada.
La inmensa mayoría de los estudiosos de este tema han rechazado la creencia de que la legión habría combatido de este modo, conservando espacios entre las líneas, puesto que seguramente eso hubiera permitido a una carga enemiga infiltrarse entre lo espacios de la unidad romana, rodeando y arrollando a cada manípulo por separado Por tanto han propuesto varios esquemas que permitirian a la legión alterar su formación y crear una línea sólida e indestructible antes de entrar en contacto con el enemigo. Unido a este problema se halla la pregunta de cómo los tres cuerpos de la triples acies actuaban entre si. Es evidente que el sistema ´táctico romano se bastaba en el principio de que las líneas debían poderse apoyar entre ellas
De alguna forma los príncipes y los triarii actuarían unidos durante el combate, y se ha afirmado y escrito que incluso podían avanzar y sustituir a las tropas de la línea de vanguardia, aunque no sea fácil entender cómo lo conseguían.
El problema es especialmente complejo si se acepta que, una vez en contacto con el enemigo, los manípulos se agrupaban formando un frente sólido de hecho, es mucho más probable que no fuera así, y que se mantuviera en el combate los espacios entre líneas; pero para poder entender el sistema táctico romano hay que observar primero la naturaleza y de las guerras y batallas en ese periodo.
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