viernes, 19 de mayo de 2023

DON QUIJOTE DE LA MANCHA Y UNA DE SUS PRIMERAS AVENTURAS

 

DON QUIJOTE DE LA MANCHA




 

La del alba sería la hora cuando don Quijote salió de la venta tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo.


Más viniéndole a la memoria los consejos de su huésped acerca de las prevenciones tan necesarias que había de llevar consigo especialmente la de los dineros y camisas, determinó volver a su casa  y acomodarse de todo, y de un escudero, haciendo cuenta de recibir a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, pero muy adecuado para el oficio escuderil de la caballería.


Con este pensamiento guió a Rocinante hacia su aldea, el cual casi conociendo la querencia, con tanta gana comenzó a caminar, que parecía que no ponía los pies en el suelo.

No había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí había, salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba, y apenas las hubo oído, cuando dijo:

-Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión, y donde yo  pueda  coger el fruto de mis buenos deseos. Estas voces, sin duda, son de algún menesteroso o menesterosa que requiere mi favor y ayuda.


Volviendo las riendas, encaminó a Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían. A pocos pasos que entró por el bosque, vio atada a una yegua a una encina, y atado en otra a un muchacho, desnudo de medio cuerpo arriba de edad de unos quince años, que era el que las voces daba, y no sin causas porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote lo acompañaba con una represión y consejo, porque decía.

-La lengua quieta y los ojos listos.

Y el muchacho respondía

-No lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios que no lo haré otra vez, y yo prometo tener de aquí en adelante más cuidado con el hato.

Y viendo Don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo:



-Descortés caballero, mal parece enfrentaros con quien defenderse no puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza- que también  tenía un lanza arrimada a la encina donde estaba atada la yegua, que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo.

Todo el mundo, se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo doncella más hermosa que la Emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.



Paráronse  los mercaderes al son de estas razones y a ver la extraña figura que las decía, y por la figura y por las razones echaron a ver la locura de su dueño; mas quisieron ver despacio en qué paraba aquella confesión que se les pedía y uno de ellos, que era un poco burlón, le dijo:

-Señor caballero, nosotros no conocemos quién sea esa buena señora que decís; mostrádnosla, que si ella que si ella fuere de tanta hermosura como     significáis, de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad que         por vuestra no es pedida.        

     -Si os la mostrara replicó Don Quijote ¿que hicierais vosotros en confesar una verdad tan notoria?. La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; y, de lo contario, conmigo sois batalla, gente descomunal y soberbia. Que hora vengáis uno a uno, como pide la orden de la caballería, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razón que de mi parte tengo.   

- Señor caballero -replicó el mercader, suplico a vuestra merced , en nombre de todos estos príncipes que aquí estamos, que, porque no carguemos nuestras conciencias confesando una cosa por nosotros jamás visita ni oída, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora, aunque sea del tamaño de un grano de trigo; y quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado; y aún creo que estamos ya tan  de su parte  que, aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo, por complacer a vuestra merced diremos en su favor todo lo que quisiere.



-¡Canalla infame-respondió Don Quijote, encendido en cólera. No es tuerta ni corcovada, sino más derecha que un huso de Guadarrama. Pero vosotros pagareis la gran blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad como es la de mi señora.



Y, diciendo esto, arremetió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo que si, la buena suerte no hiciera que en la mita del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue rodando su amo buen trecho por el campo; y queriéndose levantar, jamás pudo; tal estorbo le causaban la lanza, la  adarga, espuelas y celada, con el peso de las antiguas  armas. Y entretanto pugnaba por levantarse y no podía, estaba diciendo.

-No fuyais gente cobarde, que no por culpa mía, sino de mi caballo estoy aquí tendido.

Un mozo de mulas de los que allí venían, que no debía de ser muy bien intencionado, oyendo decir al pobre caído tales arrogancias, no lo pudo soportar sin darle la respuesta en las costillas. Llegándose a él, tomó la lanza y, después de haberla hecho pedazos, con uno de ellos comenzó a dar a nuestro Don Quijote tantos palos que, despecho y pesar de sus armas, lo molió como cibera.

 


    

Dábanle voces sus amos que no le diese tanto y que lo dejase; pero estaba ya el mozo picado y no quiso dejar el juego hasta desahogar por completo su cólera; y acudiendo por los demás trozos de la lanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caído, que, con toda aquella tempestad de palos que sobre él veía , no cerraba la boca, amenazando al cielo y a la tierra, y a los malandrines, que tal le parecían  

Cansóse  el mozo y los mercaderes siguieron su camino, llevándose algo qué contar en todo,  él del pobre apaleado; el cual, una vez que se vio solo, tornó a probar si podía levantarse; pero si no lo pudo hacer cuando sano y bueno. ¿Cómo lo haría molido y casi deshecho?.             


 




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