El Jefe de la Plaza
de Huesca, enviado a Toledo para acabar con rebelión de la ciudad,
decapita a unos 700 u 800 sublevados poniendo drástico fin
al motín de los muladíes, que no desean someterse al dominio de
al-Hakam I.
Al estallar la revuelta, la ciudad se declara contra la autoridad del emir y proclama como soberano al rebelde Obeid Allach ben Jamir.
Ante esta situación el emir pide a Amrús, jefe de la plaza de
Huesca, que resuelva el conflicto y este acaba rapidmente con el cabecilla de
la revuelta, tendiéndole una emboscada, pero decide además
escarmentar a la ciudad.
Con este fin manda construir en una loma cercana a Toledo una ciudadela de muro de tapial, donde asegura que piensa residir con sus soldados. Una vez terminado el recinto el emir envía un ejército con su hijo al frente siendo recibido por Amrús y las principales personalidades de la ciudad.
El hijo de al-Hakam I acepta la
hospitalidad de Toledo y, en su honor, Amrús invita a los principales de la
ciudad a una fiesta que se piensa celebrar precisamente en
la ciudadela recién construida.
A medida que acuden los invitados son
conducidos por un estrecho corredor, al final del cual se llega al borde de un
inmenso foso. Allí los soldados de Amrús decapitan a los invitados, arrojando
luego sus cuerpos al foso del foso.
El hecho conmueve profundamente al mundo árabe
acabando con la fama de al-Hakam I como rey bondadoso. Aunque
algunas crónicas afirman que son ejecutadas cinco mil ciudadanos,
parece más fiable la cifra de 700 u 800 muertos.
el expeditivo procedimiento de Amrús pone fin a
la rebelión de los toledanos, así como con la de las demás
ciudades muladíes de la Península, pero no por mucho tiempo ya que en
el año 811 Toledo se vuelve a levantar contra la autoridad del omeya.
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