Una vez al año se celebra la Semana Santa conmemorando la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesús de Nazaret, el hijo del carpintero quien su vida hizo muchos milagros, hizo recobrar la vista a los ciegos, resucitó a los muertos y convirtió el agua en vino, hizo el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, decían que era el enviado de Dios en la tierra, fue crucificado, muerto y sepultado, al tercer día resucitó entre los muertos y subió a los cielos, fue el hijo de Dios hecho hombre.
Un fúnebre y triste redoble de tambores rompía el sepulcral silencio callejero, mientras tanto un desfile interminable de penitentes nazarenos, llevaban la cara cubierta mediante capuces, estos portaban velones y velas, así como hachas o antorchas encendidas, los había quienes iban cargados sobre los hombros con varias cruces de madera, que les arrastraban por el suelo, ello requería gran esfuerzo, no faltaban penitentes que iban descalzos, mientras otros se fustigaban la espalda con un azote de cuero como signo de penitencia.
Los grupos de costaleros llevaban el paso a hombros sobre una especie de gran trono tallado en madera policromada y dorada con
pan de oro, allí arriba iban colocadas las imágenes cuál estatuas
pétreas, éstas eran diseñadas por grandes maestros escultores que van desde la
época del Renacimiento y Barroco, hasta nuestros días; la
nómina de escultores podría ser interminable anteriormente cité
los más destacados del pasado y mejores especialistas en el arte y
manejo de la gubia.
Las imágenes reflejaban en sus rostros tristeza, dolor y amargura por la muerte del Mesías. El paso iba exornado con bellísimos juegos florales que realzaba la belleza imaginera, en la parte de abajo iban colocados largos varales sostenidos sobre los hombros de vigorosos costaleros, quienes obedecían a la voz del capataz que dirigía el paso, éstos les daban tan rítmico movimiento que las imágenes parecía que iban caminando con todo verismo y por propia voluntad, todo ello se hacía bajo un silencio sepulcral y con gran solemnidad.
A su paso por las calles se paralizaban la circulación de vehículos y la multitud se apiñaba para contemplar con dilección el procesional desfile.
Las ventanas de las casas estaban colmadas de
fervientes observadores quienes solían echar una lluvia de pétalos de
frescas rosas sobre las divinas imágenes a
su paso. A veces y de forma espontánea se oía algún cante
saetero de buen timbre acústico para regalo del oído, estos cantes tienen una
declamación y tono quejumbroso, lastimero y desgarrador, al momento de
iniciarse el cante el paso y su procesional cortejo se detiene hasta finalizar
la interpretación canora, la cual es premiada con un atronador y respetuoso
aplauso, momentos después prosigue la procesión con su rítmico y lento paso. .
Esta forma de interpretar el cante de la saeta requiere
notas y semitonos muy difíciles de interpretar, pasando a velocidad de vértigo
de los tonos muy agudos a los graves, es necesario tener cualidades muy
especiales para ese difícil arte de interpretación canora, sin perjuicio de
requerir otros muchos valores que exige dominar la muy importante técnica
de la respiración adecuada en evitación del imprevisto ahogo por
falta de aire en los pulmones o la vulgar e imprevista desafinación.
Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
La saeta por antonomasia es el genuino cante
andaluz de Semana Santa, ello contribuye notablemente a exaltar la devoción y
penitencia del fervoroso público asistente, como antes indiqué y para ser
reiterativo porque siempre lo fui y lo sigo siendo, finalizada su interpretación, el procesional
cortejo reanuda y continúa la silente marcha, no sin antes hacer la “levantá” con tanto
arte y gracia que arranca una
entusiasta y atronadora salva de aplausos.
Como colofón de este desfile procesional va una banda de música quienes interpretan sonatas y marchas que invitan al recogimiento y a la oración y al silencio, detrás les seguirán todo un río de fieles y devotos de la Cofradía, y por último también van las autoridades más significativas e importantes de la ciudad.
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