Sevilla,
6 de febrero de 1482.- El recién creado tribunal de la Inquisición realiza su
primer auto de fe contra los falsos conversos.
La reina
Isabel, asustada por la noticia sobre el gran número de conversos judaizantes
en Sevilla, nombra en 1480 a dos inquisidores para acabar con ellos, Miguel de
Morillo y Juan de San Martín.
Las
denuncias sobre los judaizantes surgen principalmente de los cristianos viejos,
y también de algunos judíos, que temen las
represalias cristianas sí los conversos se apartan de su nueva fe.
Basándose
en denuncias anónimas un procedimiento
que favorece las arbitrariedades, los inquisidores inician sus pesquisas entre
lo más florido de la burguesía sevillana, compuesta básicamente por conversos.
Mediante la
tortura, los inquisidores descubren o inventan una supuesta sublevación y
arremeten contra los más ricos conversos.
En este
proceso la codicia desempeña un importante papel ya que las riquezas de los conversos pasan a manos de
sus jueces.
En el
auto de fe celebrado en Sevilla son quemados seis conversos, entre ellos tres
de los principales y más ricos de la ciudad, Diego de Susán, Manuel Sauli y
Bartolomé de Torralva.
También
se prende a Pero Fernández de Benadeva, de quien se dice que tenía en su casa
armas para cien hombres, y a Juan Fernández Abolalsia, que había sido durante
mucho tiempo alcalde de la justicia, así como otros muchos <<muy
principales y muy ricos>>.
Los
conversos huyen a Portugal y a los reinos musulmanes, a pesar de estar
ello prohibido bajo la pena de muerte;
varios miles son apresados durante la huida.
La gran
represión contra los conversos se atribuye a la hija de Diego Susan, Susana
conocida por la “fermosa fembra”, que denuncia la conjura conversa al temer por
la suerte de su amante, cristiano viejo.
Al ver el
resultado de su traición, Susana se retira a un convento y luego se dedica a la
prostitución. Cuando muere pide que su cráneo sea colocado sobre la puerta de
su casa para ejemplo de otros.
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