Este mocito llamado Hixen II era poeta y poco guerrero, no le gustaban las trifulcas y pendencias, mucho menos salir de gazúa y algarada, se sentía a gusto con la gente de letras en su jaula de oro, fue patente y manifiesto que su desconocimiento en el arte de la guerra era palmario, nada de guerras contra el infiel, además siempre estaba ignaro de cuanto acontecía en su Estado (vamos que no se enteraba nada, de nada), su madre la vascona Subh le hostigaba, con frecuencia le reprendía tratando de corregir su pasivo carácter, en su cara le decía era un títere, ya estaba bien de gandulerías y demás cosas de poca entidad e importancia, le recordaba una y otra vez haber traspasado esa barrera que supone la mayoría de edad.
El muchacho ya había rebasado
las treinta primaveras no habiendo dado
todavía ni un golpe en la pelea, ni
tampoco un palo al agua, se mostraba
indiferente, no había nacido para la guerra ni tampoco para llevar el peso de estado,
estaba a gusto en palacio, allí se sentía realizado con la poesía y admirando las genialidades de músicos, escritores y
rapsodas.
Subh su madre, (Aurora en
cristiano), urdió un golpe de estado
para establecer la autoridad que por derecho le correspondía a su niño; mediante
el manejo del tesoro, no era lógico
tener que soportar la regencia de Almanzor, que solo era un intruso en palacio
a pesar de ser su amante.
Cuando Almanzor se enteró de
la trama a través del chivateo pronto puso remedio para abortar la treta, era
demasiado listo e inteligente como para dejarse engañar por esta dama.
Pronto dispuso lo
conveniente para que el oro de palacio pasase a las arcas del tesoro público,
anulando de este modo la añagaza tramada por Subh, quedando sin efecto posible, además hizo recriminar su conducta; el asunto fue tratado por el Consejo de
Gobierno incoándole expediente disciplinario, teniendo que declarar por
escrito en aquellos tétricos y antiguos modelos donde con gruesos caracteres en
la parte superior indicaba, DECLARACIÓN.-¿Es usted antiguo caballero mutilado,
o enlace sindical?.
Mientras tanto los
ciudadanos cordobeses desconocían a su Califa,
estaban quejosos no lo habían visto en su vida, ni tampoco en los desfiles militares, ni en las fiestas
del mayo cordobés, menos aún en los
Patios, Rejas y Balcones a que tanta afición existe en la población de
la ciudad milenaria.
Para calmar la inquietud de los ciudadanos Almanzor que era un lince, dispuso lo conveniente para realizar un gran desfile militar lleno de fastuosidad, las calles fueron engalanadas con alfombras persas, gallardetes y papelines de variopinto y alegre color, el suelo cubierto con pétalos de rosas frescas procedentes de Jericó, se conmemoró día de fiesta local para que todo el personal pudiese asistir y conocer a su califa, en las principales calles se montaron palcos para la aristocracia y sus familiares, también proscenios para la nobleza de palacio.
Aquel día memorable desfilaron todas las fuerzas armadas, la caballería iba delante abriendo el cortejo, sus jinetes lucían vistosas capas de vivos y refulgentes colores, mucho lució la gran parada militar siendo aclamada con entusiasmo por la abigarrada muchedumbre, con asombro observaban el paso marcial de la guardia eslava de Almanzor, quienes desfilaron realizaron asombrosos y variados movimientos malabares con sus alfanjes, después sería la camellería montada quienes desfilaron ante un público jubiloso, entusiasta y vehemente, a continuación pasó un cortejo de más de cien camellos dotados de jamugas y palanquines donde iban sentadas dos damas por cada artiodáctilo rumiante, ocultando la belleza de sus rostros bajo velos de alegres y variados colores.
Por fin aparecería el Califa montado en un gran trono sobre un enorme elefante, en la mano izquierda portaba el cetro como símbolo de mando en Al-Andalus, iba tocado con un gran turbante color rojo-cartagena, desde esa especie de atalaya o cúspide iba haciendo continuas salutaciones ante un enfervorecido público que lo aclamaba con continuos vítores, seguidamente lució el paso de más de una cincuentena de elefantes bien adiestrados y adornados con bellos aparejos, el califa Hixam II repartía bendiciones a los de origen cristiano los que se distinguían de los moruchos y beréberes por sus ropas harapientas, la multitud aclamaba y aplaudía dando muestra de inusitado entusiasmo ante la presencia de su joven príncipe Jefe Supremo y descendiente de Mahoma.
Fue la primera vez que Hixam II salió a la calle al menos oficialmente, los ciudadanos jamás lo habían visto, de este modo quedaron conformes, satisfechos muy contentos, así como prendados ante el lujo y ostentación del joven califa y su séquito.
Al regreso a palacio Almanzor hizo constar a Hixam en un documento los requisitos legales donde se declinaba toda responsabilidad del Gobierno y Estado en el Amirí, quedando Hixam exonerado de este humillante trabajo impropio para un califa, ahora estos asuntos serían tratados en el Palacio de Medina Alzaira, como es consiguiente se produjeron nuevos nombramientos y destituciones, a los cesantes les dieron trabajo como aguadores y albañiles en el gremio de los alarifes.
Los pensamientos del amirí era que, un hombre de estado debía tener cualidades de indiscutible líder y el califa carecía de ellas, no tenía coraje y decisión para adoptar medidas ante las distintas situaciones que en cada momento interesaba a su gobierno, ante esta perspectiva Almanzor asumió toda la responsabilidad, considerando beneficiaba al Gobierno de Al-Andalus.
Los reinos cristianos
estaban sobresaltados y temerosos ante el poder de este iluminado hombre, tanto
es así que el rey Bermudo II de León
temiendo lo peor se hizo vasallo suyo
dependiendo del califato cordobés
para todo aquello que fuese necesario e hiciese falta.
El rey de Navarra Sancho Abarca le envió como presente de buen gusto a su moza hija en estado de virgo-virgorum, la estuvo engordando un año entero para ponerla bien jampona y hermosa, admitiendo a priori compartir el lecho matrimonial con las otras mujeres del Amirí; de aquella coyunda nacería aquel Sancho conocido por la historia como Sanchuelo que tantos desastres causó al Califato.
Como las razzias o gazúas tenían lugar al menos una vez al año ya estábamos en el 997 más o menos y llegó la hora de jugar contra los gallegos, y a Galicia traspuso el bueno de Almanzor con sus tropas y su gente, por el camino se les fueron uniendo los condes y reyes sometidos a vasallaje.
Cuando los gallegos se enteraron de lo que les venía encima muy temerosos pusieron pies en polvorosa dejando alguna gente de armas para presentar batalla, el resto se marchó a lejanas y escondidas playas a marisquear y pescar pulpos, otros prefirieron la pesca con palangres de este modo quedaban un poco más al resguardo por si había que salir huyendo de la que les podía venía encima.
Almanzor y sus gentes entraron en Iría Flavia que así se llamaba por aquellos años Santiago de Compostela, lo primero que hicieron fue saquear y medio destruir la catedral, respetaron el sepulcro del Apóstol y a su guardián, descolgaron las campanas menores y las puertas porteándolas a Córdoba con los cautivos que hicieron en aquella gazúa, posteriormente servirían de bellas lámparas en la gran Mezquita-Aljama.
Acabada la recaudación y
saqueo como es habitual en estas contiendas,
decidió regresar con sus gentes a Córdoba para seguir administrando
justicia y atender los intereses y gobierno de Al-Andalus.
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