Fallece en Toledo a los 60 años el emir de Córdoba Abderramán II, hijo y sucesor de al-Hakam I; tras ocupar el trono el 17 de
mayo de 822, consigue convertir a al-Ándalus en una potencia mediterránea,
gracias a la reorganización del aparato estatal, según los moldes iraníes adoptados
por los abasíes.
Potenció la urbanización del territorio tanto con la ampliación de las antiguas
ciudades como con la creación de otras nuevas (Madrid, Murcia, Úbeda etc.).
Todo ello
repercute en la paz interior, aunque probablemente aumentó la presión fiscal,
sobre todo la mozárabe.
El
reinado de Abderramán II significó también la ausencia
de importantes movimientos de revuelta, salvo en los territorios de las Marcas,
que por su carácter fronterizo siempre son propicios a escapar de la autoridad
central también significó la apertura de al-Ándalus hacía el exterior.
El mismo emperador
bizantino llegó a pedirle ayuda para luchar contra los abasíes. Con todo lo más
importante del reinado es el levantamiento de los mozárabes cordobeses hacía mediados
de siglo.
Se trata
de una protesta contra la fuerte imposición fiscal de que fueron objeto, al tiempo
que se produce una rebelión de carácter religioso, ante la islamización
creciente que Abderramán impone en el país.
Los
cristianos no encuentran mejor respuesta a la actitud de Abderramán que ofrecer
su martirio voluntario.
El
problema llega a alcanzar tales dimensiones que el propio emir tiene que convocar
inclusive un concilio metropolitano, a cargo del obispo de Sevilla para
condenar el martirio voluntario.
La muerte
de Abderramán aparece envuelta en misterios. En principio se desconocen las
causas exactas de su muerte, que algunos atribuyen a un veneno administrado por
algunos de sus propios alquimistas.
Su muerte se mantuvo oculta al pueblo cordobés hasta que se clarifica la sucesión al trono que recae en su hijo Mohammed I que siempre había mostrado predilección y lo nombró sucesor.
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