lunes, 20 de octubre de 2025

ABDALÁ EL EMIR DEL DESASTRE

 

Año 844 muere el emir omeya Abdalá en Córdoba, al que el calificativo de emir del desorden define plenamente, tanto desde el punto de vista político como en su vida privada.

Desde el inicio de su reinado, se producen continuos enfrentamientos entre los diferentes pueblos musulmanes y la nobleza árabe, principalmente en Elvira y Sevilla. En muchos casos es el mismo Abdalá quien fomenta estos enfrentamientos para afianzar su emirato.

También se produce la aparición de multitud de señoríos independientes. 

Este problema alcanza tal magnitud que en el 891 casi todos los señores de al-Ándalus gobiernan sus propios territorios libres de la autoridad del emir.

Así Attaf domina en Montesa, Abensalin en Sidonia; los Beniferanic en Trujillo, Abengudach en Lorca y los berberiscos Mallahí en Jaén. Es el imperio del desorden.

La oposición a Abdalá tiene un ejemplo claro y bastante perseverante en Omar Ben Hafsun que pretende arrebatarle el emirato. En 891 se enfrenta con Polei, donde vence Abdalá.


Un año después Omar recupera todos los territorios perdidos, salvo Écija y Polei y trata de aliarse con Ben Muhammad ben Lope, alianza que se frustra con la muerte de este.

Ante el nuevo fracaso Omar busca la alianza con la nobleza sevillana, tras haberse convertido al cristianismo pero los nobles entonces deciden reconciliarse con el emir.

A pesar de estos contratiempos Abdalá realiza algunas campañas triunfantes como la de 903 en que se  logra una nueva ocupación de la isla de Mallorca, a cargo de Isam al-Jaulani.

La vida familiar de Abdalá tampoco está exenta de conjuras políticas. Primero el asesinato de su hermano al-Munndir, que le deja expedito el paso al trono. Luego, su hijo al-Mutarrif,  buen discípulo logra deshacerse de su hermano mayor Mohammed, y aspira a derrocar a su propio padre.

Sin embargo la reacción de Abdalá no se hace esperar y al-Mutarrif es condenado a ser decapitado. Desde este momento aumenta la desconfianza y el miedo de Abdalá  y de tal modo se acentúan sus recelos que diversos miembros de la familia real caen asesinados, simplemente por la sospecha de que no profesan el suficiente afecto hacía el emir.



 

 

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