Año 844 muere
el emir omeya Abdalá en Córdoba, al que el calificativo de emir del desorden
define plenamente, tanto desde el punto de vista político como en su vida
privada.
Desde el
inicio de su reinado, se producen continuos enfrentamientos entre los
diferentes pueblos musulmanes y la nobleza árabe, principalmente en Elvira y
Sevilla. En muchos casos es el mismo Abdalá quien fomenta estos enfrentamientos
para afianzar su emirato.
También se produce la aparición de multitud de señoríos independientes.
Este problema
alcanza tal magnitud que en el 891 casi todos los señores de al-Ándalus gobiernan
sus propios territorios libres de la autoridad del emir.
Así Attaf
domina en Montesa, Abensalin en Sidonia; los Beniferanic en Trujillo,
Abengudach en Lorca y los berberiscos Mallahí en Jaén. Es el imperio del
desorden.
La
oposición a Abdalá tiene un ejemplo claro y bastante perseverante en Omar Ben
Hafsun que pretende arrebatarle el emirato. En 891 se enfrenta con Polei, donde
vence Abdalá.
Un año
después Omar recupera todos los territorios perdidos, salvo Écija y Polei y
trata de aliarse con Ben Muhammad ben Lope, alianza que se frustra con la
muerte de este.
Ante el
nuevo fracaso Omar busca la alianza con la nobleza sevillana, tras haberse
convertido al cristianismo pero los nobles entonces deciden reconciliarse con
el emir.
A pesar
de estos contratiempos Abdalá realiza algunas campañas triunfantes como la de
903 en que se logra una nueva ocupación
de la isla de Mallorca, a cargo de Isam al-Jaulani.
La vida
familiar de Abdalá tampoco está exenta de conjuras políticas. Primero el
asesinato de su hermano al-Munndir, que le deja expedito el paso al trono.
Luego, su hijo al-Mutarrif, buen discípulo
logra deshacerse de su hermano mayor Mohammed, y aspira a derrocar a su propio padre.
Sin
embargo la reacción de Abdalá no se hace esperar y al-Mutarrif es condenado a
ser decapitado. Desde este momento aumenta la desconfianza y el miedo de
Abdalá y de tal modo se acentúan sus
recelos que diversos miembros de la familia real caen asesinados, simplemente
por la sospecha de que no profesan el suficiente afecto hacía el emir.

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