martes, 7 de febrero de 2023

CAPÍTULO IX EL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA.

                                            


                      

Mientras caminaban muy poco a poco, porque el dolor de las quijadas de Don quijote, no lo dejaba sosegar ni atender a darse prisa, Sancho le iba dando conversación a su amo. En sus pláticas los sorprendió la noche en mitad del campo, sin tener ni descubrir dónde aquella noche se recogiesen; y lo que no había de bueno en ello, era que perecían de hambre; que con la falta de las alforjas que se quedó el ventero. Les faltó toda la despensa.


Y como complemento a esta desgracia, les sucedió una aventura que, sin artificio  alguno, verdaderamente lo parecía. La noche cerró con alguna oscuridad: pero caminaban creyendo Sancho que, pues aquel camino era real, a una o dos leguas hallaría en él alguna venta,  yendo pues, de esta manera, el escudero hambriento y el amo con gana de comer, vieron  que por el mismo camino que venían hacía ellos una gran multitud de luces, que no parecían sino estrellas que se movían .


   Pasmóse Sancho al verlas,  y Don Quijote no las tuvo todas consigo; tiró el uno del cabestro de su asno, el otro de las riendas de su rocín, y estuvieron, quietos mirando atentamente lo que podía ser aquello. 


Vieron que las luces se iban acercando a ellos, y mientras más se acercaban, mayores parecían; a cuya vista Sancho comenzó a temblar como un azogado, y los cabellos de la cabeza se le erizaron a Din Quijote, el cual, animándose un poco, dijo:

 


  -Esta sin duda Sancho, debe ser grandísima y peligrosísima aventura donde será necesario todo mi valor y esfuerzo. ¡Desdichado de mí!-respondió Don Quijote- Si acaso aventura fuese de fantasmas, como me lo va pareciendo, ¿donde habrá costilla que la sufran?.

-Por más fantasmas que sean - dijo Don Quijote- no consentiré yo que te toquen en el pelo de la ropa; que si la otra vez se burlaron contigo,  fue porque no puede yo saltar las paredes del  corral, pero ahora estamos en campo raso, donde podré yo como quisiera mi espada.

-Y si lo encantan y entumecen, como la otra vez hicieron, ¿de que servirá estar en campo abierto? - dijo Sancho. -Con todo- replicó Don Quijote- te ruego que tengas buen ánimo; que la experiencia te dará a entender el que yo tengo.  

 

- Sí tendré, si Dios place- respondió Sancho.  Apartándose los dos a un lado del camino, tornaron a mirar atentamente lo que aquello de aquellas luces que caminaban podía ser. De allí a muy poco descubrieron muchos encamisados cuya temerosa visión de todo punto remató el ánimo de Sancho Panza que comenzó a dar diente con diente como el que  tiene frío de cuartana; y creció más el batir y dentellear cuando vieron detrás de los encamisados a caballo y con hachas encendidas en las manos, una litera cubierta de luto, a la cual seguían otros seis de a caballo, enlutados hasta los pies de las mulas, que bien vieron que no eran caballos en el sosiego con que caminaban.

 


Iban los encamisados murmurando entre sí con la voz baja y compasiva. Esta extraña visión, a tales horas y en tal despoblado bien bastaba para poner miedo en el corazón de Sancho, y aun en el de su amo, sí en aquel punto no se le representara en su imaginación al vivo que aquella era una de las venturas de sus libros.

 


Figurósele   que la litera eran andas donde debía ir algún malherido o muerto caballero, cuya venganza a él solo estaba reservada, y sin hacer otro discurso, enristró su lanzón, púsose bien en la silla y, con gentil brío y continente, se puso en la mitad del camino por donde los encamisados forzosamente habían de pasar. Cuando los vio cerca, alzó la voz y dijo. Deteneos, caballeros, quienquiera que seáis, y dadme cuenta de quienes sois, de donde venís, adonde vais y qué es lo que en aquellas andas lleváis.   

 


Que según las muestras que  vosotros habéis hecho u os han hecho algún desaguisado y conviene y es menester que yo lo sepa, bien para castigaros del mal que hicisteis, bien para vengaros del agravio que os hicieron.   

-Vamos de prisa respondió uno de los encamisados, está la venta lejos y no nos podemos detener a dar tanta cuenta como pedís. Y picando a la mula, pasó delante. Molestole grandemente esta respuesta a Don Quijote, quien, trabando el freno dijo.

-Deteneos y sed más bien criado  y dadme cuenta de lo que os he preguntado; si no conmigo sois todos en batalla.

 


Era la mula asustadiza y , al tomarla del freno, se espantó, de tal manera que alzándose de pies, dio con su dueño en el suelo.

Un mozo que iba a pie viendo caer al encamisado, comenzó a insultar a Don Quijote, el cual ya encolerizado, sin esperar más , enristrando su lanzón, arremetió  contra uno de los enlutados y, mal herido dio con él en tierra. Volviéndose por los demás, era cosa de ver la presteza con que los acometía y desbarataba, que no parecía sino que en aquel instante le habían nacido alas a Rocinante , según andaba de ligero y orgulloso.

 


Todos los encamisados eran gente medrosa y sin armas, y así con facilidad, en un  momento dejaron la refriega y comenzaron a correr por aquel campo con las hachas encendidas, que no parecían sino las máscaras que en noche de regocijo y fiesta corren.

 



Los enlutados, asimismo envueltos en sus faldamentos, no se podían mover, así que muy a su salvo Don Quijote los apaleó  todos y les hizo dejar el sitio mal de su grado, porque todos pensaron que aquel no era hombre, sino diablo del infierno que les salía a quitar el cuerpo muerto que en la litera llevaban. Todo lo miraba Sancho, admirado del ardimiento de su señor y decía entre sí: "Sin duda, este mi amo es tan valiente y esforzado como dice". 

 

Estaba un hacha ardiendo en el suelo, junto al primero que derribó la mula, a cuya luz lo pudo ver Don Quijote. Llegándose entonces a él, le puso la punta del lanzón en rostro, diciéndole  que se rindiese; si no la materia. A todo lo cual respondió el caído; harto rendido estoy, pues no me puedo mover; que tengo una pierna quebrada.

 


Suplico a vuestra merced, si es caballero cristiano, que no me mate; que cometerá un gran sacrilegio,  que  soy licenciado y tengo primeras órdenes. -Pues  quién diablos os ha traído aquí, dijo Don Quijote, siendo hombre de Iglesia?.. 

¿Quién señor? replicó el caído, mi desventura.

 


-Pues otra mayor os amenaza, dijo Don Quijote, sino me satisfacéis a todo cuanto antes os pregunté. -Con facilidad será vuestra merced satisfecho, respondió el que era licenciado, y así sabrá vuestra merced que antes dije que era licenciado, sino bachiller y llomomé Alonso López; soy natural de Alcobendas; vengo de la ciudad de Baeza, con otros once sacerdotes que son los que huyeron con las hachas, vamos a la ciudad de Salamanca, acompañaos de un cuerpo muerto, que va en aquella litera y que es de un caballero que murió en Baeza, onde fue depositado; y ahora como digo, llevamos sus huesos a su sepultura, que está en Segovia de donde es natural.

                                                                            
                                                                                       

¿Y quien lo mató, preguntó Don Quijote.?. -Dios por medio de unas calenturas pestilentes que le dieron, respondió el bachiller 

-De esa suerte dijo Don Quijote, nuestro señor me ha quitado el trabajo que había de tomar en vengar su muerte, si otro alguno lo hubiera muerto. Y quiero que sepa vuestra merced que yo soy un caballero de La Mancha, llamado Don Quijote, y es mi oficio y ejercicio andar por el mundo enderezando entuertos  y agravios..

 


-No sé como pueda ser eso de enderezar tuertos- dijo el bachiller, pues a mi de derecho me habéis vuelto tuerto, dejándome una pierna quebrada, la cual no se verá derecha en todos los días de mi vida; y el agravio que en mi habéis deshecho ha sido dejarme agraviado de manera que me quedarme agraviado para siempre; y harta desvenara ha sido topar con vos, que vais buscando aventuras.

-No todas las cosas, respondió Don Quijote suceden de un mismo modo.

-El daño estuvo, señor bachiller Alonso López en venir, como veníais, de noche, vestidos con aquellas sobrepellices, con las hachas encendidas, rezando, cubiertos de luto, que propiamente parecíais cosa mala y del otro mundo, y de eta ,amera, yo no puede dejar de cumplir con mi obligación acometiendoos, y os acometiera aunque verdaderamente supiera que erais los mismos satanases  del infierno; que por tales os juzgué y tuve siempre.

 


- Ya que así lo ha querido mi suerte, dijo el bachiller, suplico a vuestra merced, señor caballero andante que tan mala andanza me ha dado, me ayude a salir de debajo de esta mula, que me tiene atrapada  una pierna entre el estribo y la silla. 

- ¡Hablara yo para mañana! dijo Don Quijote, ¿y hasta cuando aguardaba a decirme vuestro afán?. - dio luego voces a Sancho que viniese; fue en vano porque andaba ocupado desvalijando una acémila de repuesto que traían aquellos buenos señores, bien abastecida de cosas de come. Hizo Sancho como un saco con su gabán y, recogiendo todo lo que pudo y cupo en el talego, cargó su jumento..

 


- Acudió luego a las voces de su amo y ayudó a sacar al señor bachiller de la opresión de la mula, poniéndolo encima de ella le dio el hacha; Don Quijote, le dijo que siguiese a sus compañeros y de su parte les pidió perdón del agravio, que no había sido en su mano dejar de hacerlo. dijo también Sancho:.

-Si quisieren saber esos señores quién ha sido el valeroso que tales los puso, dígales vuestra merced que es el famoso Don Quijote de la Mancha, que por otro nombre se llama el Caballero de La Triste Figura. -

Con esto se fue el bachiller, y don Quijote peguntó a Sancho que le había movido a nombrarlo de aquella manera:. -Yo le diré, respondió Sancho , porque le he estado mirando un rato a la luz de aquel hacha que lleva aquel malandante,  verdaderamente tiene vuestra merced le peor figura que jamás he visto, y débelo de  haber causado ya el cansancio de este combate, ya la falta de las muelas y dientes.

 


No es eso respondió don Quijote, sino que el sabio a cuyo cargo debe de estar el escribir la historia de mis hazañas, le habrá parecido bien que yo tome algún nombre apelativo, como lo tomaban todos los caballeros pasados. Y así él habrá puesto ahora en la lengua y en el pensamiento que me llamase el Caballero de la Triste Figura, como pienso llamarme desde hoy en adelante.

 Quisiera luego Don Quijote mirar si el cuerpo que venía en la litera eran huesos o no, pero no lo consintió Sancho, diciéndole -Señor, vuestra merced ha acabado esta peligrosa aventura lo más a su salvo de todas las que yo he visto; esta gente, aunque vencida y desbaratada, podría ser que cayese en la cuenta de que los venció una sola persona y, corridos y avergonzados  de esto, volviesen a rehacerse y a buscaros, y nos diesen en que entender.

El jumento está como conviene; la montaña, cerca, el hambre carga, y no hay que hacer sino retirarnos y, como dicen, váyase el muerto a la sepultura y el vivo a la hogaza.  Y tomando el cabestro a su asno, rogó a su señor que lo siguiese, el cual pereciéndole que Sancho tenía razón, sin replicar lo siguió.

 


Apoco trecho, se hallaron en un espacioso y escondido valle, donde se apearon. Sancho alivió al jumento y tendidos sobre la verde hierba, con la salsa de su hambre almorzaron, comieron, merendaron y cenaron a un mismo punto, satisfaciendo sus estómagos con más de una fiambrera que lo señores clérigos del difunto,  en la acémila de repuesto trían.

 


Más sucediéndoles otra desgracia, que Sancho tuvo por la peor de todas, siendo que tenían poco  vino que beber, ni aun agua que llevar a la boca.

                                                                                 


 

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