jueves, 23 de febrero de 2023

LA CIUDAD DE LEÓN HACE MIL AÑOS

 

LA CIUDAD DE LEÓN HACE MIL AÑOS POR DON CLAUDIO SANCHEZ DE ALBORNOZ

 

Edificada León para albergar a la LEGIÓN VII GÉMINA, fue quizás asiento del Dux de ésta que como legado augustal gobernó a veces Asturias y Galicia. Se desconoce su historia tras la ruina de la dominación romana en España.


Hubo de ser conquistada por Muza en su campaña del Noroeste, acaso sirvió de asiento  al prefecto musulmán de los astures cismontanos, mientras el bereber Muza, residía en la ciudad marítima de Gijón reconquistada mediado el siglo VIII, en las grandes campañas de Alfonso I.

En pie sus viejos muros, construidos por el pueblo romano, que edificaba para la eternidad, y hoy más o menos arruinadas sus termas y algunos otros monumentos de idéntico abolengo, debió ser morada de las sombras durante casi un siglo por cuanto,  lo que creo, la halló vacía el vencedor del Conde palatino Nepociano, cuando sentado en el trono de Asturias, pudo continuar la reconquista.  El esfuerzo en tomarla debió ser tan pequeño, que ni su nieto el rey cronista, ni la crónica atribuida sin razón a un monje de Albeada, mencionan la ocupación de la ciudad por don Ramiro.


Es indudable que se estableció aquí la población cristiana durante su reinado, existen antecedentes de diversos historiadores musulmanes que  hablan de ella , en el ataque de los islamitas en 846. Estas mismas fuentes nos declaren el origen de los muros en pie, al referirnos que, tras haber incendiado la ciudad, los sarracenos intentaron destruir su recinto murado, pero hubieron de retirarse de León sin lograr su propósito, ante el grosor y la resistencia de la cerca.

El incendio y el fracasado intento de arrancar las murallas son buena prueba de que las tropas cordobesas no pensaron siquiera en guarecer la plaza conquistada, y ésta debió, por tanto continuar desierta. Así la encontró en efecto el rey Ordoño, cuando abandonada la barrera montañosa que defendía el reino astur y sintiéndose seguro en la llanura, restauró Astorga y Amaya     al pie de los montes y ocupó León en 856. La repobló como en general  todas las nuevas tierras, con cristianos del norte, venidos a correr fortuna en la frontera, y con mozárabes que huían de las persecuciones y de las discordias civiles de la España musulmana.


El rey Ordoño restauró los destrozos ocasionados en las murallas leonesas por los sarracenos en los días de su padre Ramiro; erigió la ciudad por primera vez en un obispado, se instaló su palacio en las antiguas termas. Reinaba Alfonso l Magno cuando hacia el año 875, tres antes de lav victoria jornada de Polvoraria, como dicen los textos, se dio nuevo empuje a la repoblación de la ciudad. 

Sus habitantes tomaron entonces agua del río Bernesga para ella y repoblación de la ciudad y después levantaron torres y fortalezas en la campiña próxima, construyeron presas y molinos en los ríos cercanos, edificaron granjas e iglesias en los campos vecinos y se desparramaron  en aldeas por los valles de los ríos Porma, Bernesga y Torio, apoyado en las recias murallas de León. Alfonso III en los años 882 y en 883 esperó la acomedida  del Príncipe sarraceno Al-Mundzir y del general Háxim Ben Abd Aziz, que al cabo volvieron  atierras andaluzas  sin combatir con el ejército cristiano. 

Después mientras el emirato cordobés parecía extinguirse en medio de persecuciones religiosas, alzamientos locales, odios de raza y discordias civiles, el rey Magno, en salto de tigre, extendió sus estados hasta el Montego, el Duero y el Pisuerga y León dejó de ser amenazada al desplazarse hacía el Sur y la raya fronteriza pasó a ser centro político reino, y en adelante se convirtió en la capital de la nueva y fuete monarquía, en que se fundieron sangres, ideas, costumbres, normas jurídicas, instituciones y formas artísticas de abolengo romano, raigambre visigoda y de origen árabe.

Durante el siglo X, León  fue la población más importante de la España cristiana. No cómo una gran ciudad, era reducido su perímetro, tenía la forma de un rectángulo casi perfecto, su eje mayor iba de Sur a Norte, desde el mercado fronterizo a San Martín hasta el castillo, y en su eje menor cruzaba desde la Puerta del Obispo la Curialense situada a la altura del espléndido palacio que levantaron más tarde los Guzmanes, Ceñida por por la antigua cerca que edificaron los romanos, daban acceso a ella cuatro puertas; la llamada Archo de Rege conducía al mercado  y se abría en la calle donde se alzaba el palacio del rey, enclavado a espaldas de la iglesia actual del Salvador. 

Al oriente, no lejos de la Torre Cuadrada, se encontraba la puerta del Obispo, como tal conocida hasta hace pocos años. La del Conde, al septentrión de la ciudad, después la Puerta del Castillo, debía su nombre al gobernador de León por el monarca, cuyo palacio y fortaleza "castrum o castellum", le denominaban los diplomas y se hallaba junto a ella. 

Por último  la puerta Caurisense que  hacía frontera a San Marcelo, de extramuros, en el lugar citado arriba, esta conducía a llamada por las escrituras de la época, Cerrera Fagildo.

En su historia la cruzaban, en direcciones diferentes, numerosas vías,  calles, carrales y carreras, registradas en diversos diplomas, cuyos textos permiten trazar el plano que acompaño de cómo era la ciudad alrededor del año mil. Las antiguas termas se convirtieron en sede episcopal por el rey Ordoño II, trasladó éste el olio regio a un palacio situado junto a la Puerta del Mercado, desde entonces tal vez llamada Archo de Rege, y en el curso del siglo que estudiamos se alzaron León,  fuera y dentro de sus viejas murallas, diversas iglesias y numerosos monasterios. De monjes unos, de religiosas otros y varios dúplices, 

Según las antiguas reglas españolas de San Francisco o de San Isidoro, ora se regían por la de San Benito, extranjera pero ya se propaga en la Península. 


También los clérigos  de la iglesia episcopal, complotaban el cuadro de los habitantes de León algunos infanzones y diversos nobles. De estos, unos eran peones y caballeros otros. Pero todos trabajaban en diversos oficios  o labraban el campo; ya cultivando sus propias heredades, ya explotando las tierras de los otros juniores, o mediante diversos tipos de contratos agrarios. 


El proceso de la colonización había creado en lo páramos leoneses numerosas y medianas propiedades que hacían de León y su alfoz tierra de hombres libres o ingenuos, a veces acogidos a la benefactora de un patrono. 

Había,  en las medinas, grandes propiedades y una numerosa masa de tributarios, colonos o juniores, dueños ya de su libertad de movimiento, pero a quienes la miseria ataba  a las heredades del señor. Existía también una clase de júniores de capite o cabeza, constituida por los hijos jóvenes, sin tierra, de los tributarios, júniores de hereditate u homines mandatémonos; y algunos pocos, sin tierra de los tributarios; y algunos pocos siervos ascripticios, en los campos y diversos siervos personales, que servían como criados o domésticos en las cortes de los más ricos leoneses.

El Conde gobernaba a la ciudad, auxiliado por el merino y el sayón. El concilium o asamblea general de vecinos de León y su alfoz se reunía bajo la presidencia de aquél;para hacer justicia, para presenciar actos jurídiciçom voluntaria, donaciones, testamentos, cartas, profiliatonis o contratos de variada especie, para fijar las medidas de pesos, líquido, y áridos, el precio de los jornales, y la tasa de las mercaderías, y para elegir los zabazoques o jueces del mercado, primeros funcionarios autónomos de la ciudad futura.


León vivía a ras de la tierra, sin otro acicate que la sensualidad y sin otra inquietud espiritual que una honda y ardiente devoción, mística espiritual guerrera y campesina, la ciudad toda dividía sus horas entre el rezo y el agro, el amor y la guerra, los laicos  empuñaban la espada para luchar con los infieles, o el arado para labrar la tierra; los monjes , la azada para cada momento, las obras de los santos padres más famosos de la Iglesia cristiana o los libros litúrgicos al uso. Todos o casi todos amaban y rezaban, sólo una minoría de escogidos mantenía encendida la mortecina llama de la cultura clásica, al leer, y al copiar de tarde en tarde, los divinos versos de Horacio y Virgilio.

Tratemos ahora de sobreponer algunos instantes de la vida de León durante este siglo de su historia. esforcemos un poco nuestra potencia evocadora y trasladémonos  a la ciudad que nos ocupa, no para asistir a escenas llenas de dramatismo y de pasión, sino para presenciar la monotonía de su vivir diario para acudir a su mercado, recorrer sus calles, carrales y carraras, penetrar en sus casas, escuchar sus diálogos , sorprender sus yantares, verla    animada y curiosa en horas de bullicio cortesano, marcial, devota  de fonsado o de guerra, y quieta, silenciosa y recogida en días de paz y sosiego..


        

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