viernes, 3 de febrero de 2023

CAPÍTULO VI - UN DUELO MUY SINGULAR,


                                                 

Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la señora del coche y le decía: Vuestra hermosura, señora mía, puede hacer de su persona lo que más le viniere en voluntad, porque ya la soberbia de vuestros robadores ya por el suelo derribada por mi fuerte brazo; y porque no ponéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo Don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, cautivo de la sin par Doña Dulcinea del Toboso; y como pago del beneficio que de mi habéis recibido, no quiero otra cosa sino que vayáis al Toboso y de mi parte os presentéis ante esa señora diciéndole lo que por vuestra libertad he hecho.

Todo esto que Don Quijote decía lo escuchaba un escudero de los que el coche acompañaban, que era vizcaino. Viendo que no quería dejar pasar el coche adelante, sino que le decía que se dirigiesen hacía el Toboso, se fue para Don Quijote y, asiéndolo de la lanza, le dijo en mala lengua castellana y peor vizcaína: -Anda, caballero que mal andes; por el Dios que  crióme que, sí no dejas el coche, así te matas como está ahí vizcaino, Don Quijote lo entendió muy bien, y con mucho sosiego  le respondió:

 

     

.-Si fueras caballero, que no lo eres, ya hubiera yo castigado tu sandez y atrevimiento, maligna criatura. 

                     A lo cual le replicó el vizcaino:¿yo no caballero?,  juro que mientes. Si lanza y espada sacas, ¡ verás cuán presto el gato al agua llevas !.

                  -Ahora lo veréis respondió Don Quijote.

Arrojando la lanza al suelo sacó la espada, enlazó, embrazó su rodela y arremetió contra el vizcaino con determinación de quitarle la vida. El vizcaino que así lo vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que por ser de las malas de alquiler no había de fiar en ella, no pudo hacer otra cosa  sino sacar su espada, Tuvo suerte que se hallaba junto al coche, de donde de donde pudo tomar una almohada que le sirvió de escudo, y luego se fueron el uno contra el otro como si fueran dos mortales enemigos.

La demás gente hubiera querido ponerlos en paz pero no pudo porque decía el vizcaino, en su mal trabadas razones, que, si no le dejaban acabar la batalla, él mismo había de matar a su ama y a toda la gente que se lo estorbase.

La señora del coche, admirada y temerosa de lo que veía, mandó al cochero que se desviase de allí un poco, y desde lejos se puso a mirar le rigurosa contienda.

Dio el vizcaino una gran cuchillada a Don Quijote, que sintió la pesadumbre de aquel desaforado golpe, dando una gran voz  diciendo:


Och, señora de mi alma, Dulcinea, flor de la hermosura, socorred a este vuestro caballero, que por satisfacer vuestra gran bondad en este riguroso trance se halla ! Todos los circunstantes estaban temerosos y pendientes de lo que había de suceder de aquellos tamaños golpes con los que amenazaban; la señora del coche y las demás criadas suyas estaban haciendo mil votos porque se librara su escudero de aquel peligro tan grande.

Puestas y levantadas en alto las cortadoras espadas de los dos valerosos y enojados combatientes, no parecía sino que estaban amenazando al cielo y al abismo; tal era el denuedo y continente que tenían.

El primero en descargar el golpe fue el colérico vizcaino, el cual que dado con tanta fuerza que, a no volvérsele la espada en el camino, aquel solo golpe fuera bastante para dar fin a la rigurosa contienda y todas las aventuras de nuestro caballero, pero la buena suerte, que  para mayores cosas lo tenía guardado.

Torció la espada de su contrario y así, aunque lo acertó en el hombro izquierdo, no le hizo otro daño que desarmarle todo aquel lado, llevándose de camino gran parte de la celada con la mitad de la oreja; todo lo cual con espantosa ruina vino al suelo, dejándolo muy mal trecho. ¡Válgame Dios, y quien será aquel que buenamente pueda contar ahora la rabia que entró en el corazón de nuestro manchego!.

Se alzó nuevamente en los estribos y, apretando más la espada con las os manos, con tal furia descargó  sobre el vizcaino acertándole de lleno sobre la almohada y sobre la cabeza, que como si cayera sobre él una montaña , comenzó a echar sangre por las narices, por la boca y por los oídos, y cayera de la mula abajo si no llegar a ser porque se agarrara al cuello del animal.

Pero con todo eso sacó los pies de los estribos y luego soltó los brazos; la mula, espantada del terrible golpe , echó a correr por el campo y a pocos corcovos dio con su dueño en tierra.

Con mucho sosiego estaba mimando Don Quijote, y, como lo vio caer, saltó  de su caballo y con mucha ligereza se llegó a él  poniéndole la punta de la espada en los ojos, le dijo que se rindiese; de lo contario le cortaría la cabeza, momentos aquellos que el vizcaino estaba tan turbado que no podía responder palabra, pasándolo muy mal.

Las señoras del coche le rogaron le pidieron que hiciese la gran merced y favor de perdonar la vida a su escudero, a lo cual respondió Don Quijote con mucho entono y gravedad: - Por cierto, hermosas señoras, yo me siento muy contento de hacer lo que me pedís; más ha de ser con una condición que este caballero me ha de prometer ir al lugar del Toboso y presentarse de mi parte ante la sin par Doña Dulcinea, para que ella haga de él lo que más fuere de su voluntad.

Las temerosas y desconsoladas señoras, sin entrar en cuenta de lo que Don Quijote pedía y sin preguntar quién fuese Dulcinea, le prometieron que el escudero haría todo aquello que de su parte fuese mandado.

Ya en este tiempo se había levantado Sancho, algo maltratado de los mozos de los frailes: Había estado atento a la batalla de su señor Don Quijote,  rogando a Dios en su corazón fuese servido de darle la victoria y en ella ganase algina ínula prometida. Viendo, pues, ya acabada la pendencia y que su ama volvía a subir sobre Rocinante, llegó e tenerle el estribo y, antes de que subiese, se hincó de rodillas delante de él y, asiéndolo de la mano, s la besó y le dijo: Sea vuestra merced servido, señor Don Quijote mío, de darme gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado, que por grande que sea, me siento con fuerzas de saberla gobernar tan bien como otro que haya gobernado ínsulas en el mundo.

A lo cual le respondió Don Quijote: Advierte hermano Sancho que esta aventura y las de estas semejantes no son  aventeas de ´ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza o una oreja menos. Ten paciencia que aventuras se ofrecerán donde no solamente pueda hace gobernador sino más

   Quedó  agradecido mucho Sancho y le ayudó a subir sobre Rocinante , y él sobre su asno y comenzó a seguir a su señor, al paso que le decía. 

    - Paréceme,  señor, que sería acertado irnos a retraer a retraer en alguna iglesia; que, según quedó maltrecho aquel con quien combatisteis, no será mucho que den noticia del caso a la Santa Hermandad y nos prendan.  

  -Calla dijo Don Quijote; y ¿adonde has visto tú o leido jamás que caballero andante haya sido puesto ante la justicia por homicidios que hubiese cometido?. 



Sólo sé - respondió Sancho, que la Santa Hermandad tiene que ver con los que pelean en los campos. -Pues no temas amigo, respondió Don Quijote, porque ¿hs visto más valeroso caballero que yo en todo lo descubierto de la tierra , ¿has  leído en historias otro que tenga ni haya tenido más brío en acometer, más aliento en perseverar, más destreza en herir ni más maña en derribar?.  

 -La verdad es - respondió Sancho - que yo no he leido ninguna  historia jamás, porque yo no sé leer ni escribir, pero lo que osaré apostar es que más atrevido amo que vuestra merced yo no lo he servido en todo los días de mi vida, y quiera Dios que estos atrevimientos no se paguen  donde tengo dicho. Lo que le ruego a vuestra merced es que se cure; que se va mucha sangre de esa oreja; que aquí traigo hilas y un poco de ungüento blanco en las alforjas.  

- Todo eso fuera bien excusado - respondió Do Quijote - si me acordara de hacer una redoma del bálsamo de FIERABRÁS que con una sola gota se ahorraran tiempo y medicinas. 


-Que redoma y que bálsamo es esa?- dijo Sancho Panza. -Es un bálsamo - respondió Don Quijote - del que tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que temer la muerte, y así, cuando yo la haga  y te dé, si vieres que en alguna batalla me han partido por medio el cuerpo (como muchas veces suele suceder), pondrás bonitamente la parte del cuerpo que hubiese caído en  el suelo, con mucha sutileza y antes que la sangre se hiele, sobre la otra mitad que quedare en la silla, advirtiendo de encajarlo igualmente y  al justo tiempo.

 Luego me darás a beber sólo dos tragos del bálsamo que te he dicho, y me verás quedar más sano que una manzana. - eso hay dijo Panza, yo renuncio desde aquí al gobierno de la prometida ínsula, y no quiero otra cosa en pago de mis muchos y buenos servicios sino que tengo para mí que valdrá la onza más de dos reales, y no he menester yo más  para pasar esta vida honrada y sosegadamente, peo interesa saber ahora si cuesta mucho hacerla. 

Con menos de tres reales se hacen tres azumbres respondió Don Quijote. 

    -Pecador de mí respondió Sancho, ¿pues a que aguarda vuestra merced  a hacerlo y enseñarme?. 

-Calla amigo respondió Don Quijote, que mayores secretos pienso enseñarte y mayores mercedes quiero hacerte; y por ahora curémonos que la oreja duele más de lo que yo bien quisiera.  Sacó Sancho de las alforjas hilas y ungüento, después que lo hubo curado, le dijo Don Quijote: Mira si tres algo en esas alforjas que comamos, porque vamos luego en busca de algún castillo donde nos alojemos esta noche y hagamos el bálsamo que te he dicho.


 - Aquí traigo una cebolla y un poco de queso y no sé cuántos mendrugos de pan, dijo Sancho, pero no manjares que pertenezcan a tan valiente caballero como vuestra merced..  

-¡Qué mal lo entiendes respondió Don Quijote- Te hago saber Sancho, que es honra de  caballeros andantes no comer en un mes y, ya que coman, sea de aquello que hallaren más a mano; y has de entender que, como andan lo más del tiempo de su vida por florestas y despoblados y sin cocinero, su más ordinaria comida son viandas rústicas como las que tú ahora me ofreces, si no es que se contentan con algunas hierbas que se hallan por los campos, que ellos conocen y yo también conozco. 

- Virtud es respondió Sancho conocer esas hierbas que, según yo me voy imaginando, algún día será menester usar de ese conocimiento.   Sacando en esto lo que dijo que traía comieron los dos en paz y compañía. Subieron luego a caballo y se dieron prisa  por llegar a poblado  antes de que anocheciese pero les faltó el sol y la esperanza de alcanzar lo que deseaban, junto a unas chozas de unos cabreros, determinaron pasar allí la noche; y cuanto fue de pesadumbre para Sancho no llegar a poblado, pero muy  contento fue para su amo el  dormir a cielo descubierto,  por juzgarlo más acorde con las normas de la caballería andante  que profesaba.  

                                                              



                                                  FIN DEL CAPITULO VI


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