lunes, 20 de febrero de 2023

CAPÍTULO XVI DON QUIJOTE Y SANCHO REGRESAN A SU ALDEA HABIENDO SUCEDIDO INCIDENCIA CON LOS DISCIPLINANTES.

 

  CAPÍTULO XVI del ingenioso hidalgo DON QUIJOTE DE LA MANCHA

                                        los disciplinantes

                                 


Dos días hacía que toda aquella ilustre compañía estaba en la venta y pareciéndoles  que ya era tiempo de partirse dieron orden para que, sin ponerse al trabajo de volver Dorotea, con Don Quijote a su aldea, con la invención de la libertad de la reina Micomicona, pudiesen el cura y el barbero llevárselo y procurar la sanación de su locura en su pueblo. 



Se concertaron con un carretero de bueyes, que acertó a pasar por allí, para que llevasen a Don Quijote a su pueblo,  metido en aquella  carreta,  para su comodidad improvisaron con palos lo más  parecido a una jaula de madera, de modo que pudiese caber holgadamente, luego todos se cubrieron los rostros y se disfrazaron de tal modo que Don Quijote no los pudiera reconocer y creyese ser gente de aquel castillo que había visto. 

Hecho esto, con grandísimo silencio, entraron donde él estaba durmiendo y descansando de las pasadas refriegas, y asiéndolo fuertemente, le ataron las manos y los pies, de modo que, cuando despertó con sobresalto, no pudo moverse, ni hacer movimiento alguno, quedando admirado al ver tan extraños rostros. Creyó que todas aquella figuras eran fantasmas del castillo y que, sin duda  alguna, él ya  estaba encantado, al no poderse defender.

Trajeron allí la jaula, lo encerraron dentro y clavaron los maderos tan fuertemente, que no se pudieran romper a varios tirones, luego lo tomaron en hombros, y al salir del aposento se oyó una voz temerosa, que decía. ¡¡Och, Caballero de la Triste Figura!!, no te de cuidado la prisión en que vas, porque así conviene para acabar más presto la aventura en que tu gran esfuerzo te puso, al acabar la profecía, alzó la voz de tono y disminuyéndola después, con un tierno acento, que aún los sabedores de la burla estuvieron por creer que era verdad lo que oían. 

Quedó don Quijote consolado con la profecía y creyéndola firmemente, levantó la voz y dando un gran suspiro dijo: ¡¡Och tú quienquiera que seas, que tanto bien me has prometido!!, te ruego que pidas de mi parte al sabio encantador que no me deje perecer en esta prisión donde ahora me llevan, después agregó; muchas y muy graves historias he leído de caballeros andantes, pero jamás he leido, ni visto, ni oído que los caballeros encantados los lleven de esta manera y con la lentitud que prometen estos perezosos y tardíos animales ¡¡Vive Dios que me pone en confusión!!. 

Ya en esto, el cura había concertado con los cuadrilleros que los acompañasen hasta su lugar, dándoles un tanto más cada día, mientras tanto Cardenío colgó el arzón de la silla de Rocinante, la adarga y la bacía, luego por señas mandó a Sancho  que subiese en su asno y tomase por la riendas al caballo de Don Quijote, mandando a poner a los lados del carro a los cuadrilleros con sus escopetas. Antes que se moviese el carro salieron la ventera y su hija a despedirse, fingiendo que lloraban de dolor por su desgracia, Don Quijote les dijo:

           

-No lloréis, mis buenas señoras, que todas esta desdichas  son anejas a los que profesan aquello que yo profeso; y si estas calamidades  no me acontecieran, no me tuviera yo por famoso caballero andante. A los caballeros de poco nombre y fama nunca les suceden semejantes cosas,  porque no hay en el mundo quien se acuerde de ellos; a los valerosos sí, que tienen envidiosos de virtud  y valentía a muchos príncipes y a muchos otros caballeros.    

                   -Subió el cura al caballo y también su amigo el barbero, con sus antifaces para no ser reconocidos por Don Quijote, y pusieronse a caminar tras el carro.



La orden que llevaban era ésta: iba primero el carro guiándolo su dueño, a los dos  lados iba los cuadrilleros con sus escopetas, seguía luego  Sancho Panza sobre su asno, llevando de la rienda a Rocinante, detrás de todo esto iban el cura y el barbero sobre sus poderosas mulas, con grave y reposado continente, no caminando más de lo que permitía el paso tardo de los bueyes. Don Quijote iba sentado en la jaula, las manos atadas, tendidos los pies y arrimado a las verjas, con tanto silencio y tanta paciencia como si no fuera hombre de carne y hueso, sino estatua de piedra.


Despacio y en silencio caminaron como dos leguas, hasta llegar a un valle que le pareció al bueyero ser lugar acomodado para reposar y dar pasto a los bueyes.



Desataron  las manos a Don Quijote y bajo su juramento de no escapar lo bajaron de la jaula, lo cual  él se alegró de gran manera, los primero que hizo fue estirarse todo el cuerpo, luego se fue donde estaba Rocinante y dándole dos palmadas en las ancas dijo: Aún espero  en Dios y en su bendita Madre, flor y espejo de los caballeros, que presto nos hemos de ver los dos cual deseamos, tú con tu señor a cuestas, y, yo encima de ti, ejercitando el oficio para el que Dios me echó al mundo

    

 Dicho esto, Don Quijote se apartó  de donde estaba y en un discreto lugar  se apartó para hacer sus necesidades fisiológicas, luego vino  más aliviado y con mejor semblante,  luego haciendo mesa de una alfombra y de   la verde hierba del prado y a la sombra de unos árboles se sentaron y comieron.  


En aquel momento sonaba una trompeta  que  al oírla Don Quijote,  se puso en pie viendo a deshora a muchos hombres vestidos de blanco, a modo de disciplinantes, era el caso que aquel año las nubes se había negado a dar  su rocío a la tierra y por todos los lugares de aquella comarca se hacían procesiones, rogativas y disciplinas, pidiendo a Dios abriese las manos de su misericordia y lloviese; para este efecto, era la gente de una aldea que allí al lado había, venían en procesión a una devoto ermita que en un recuesto de aquel valle había.. 

Don Quijote que vio los extraños trajes de los disciplinantes, sin pasarle por la  memoria las  muchas veces que los debía de haber visto, se imaginó que era cosa de aventura y que a él solo tocaba resolver como caballero andante él  acometería, confirmóle más esta imaginación pensar que una imagen que traían cubierta de luto fuese alguna principal señora que llevaban por la fuerza aquellos follones y descomedidos malandrines, con gran ligereza arremetió a Rocinante que paciendo andaba, quitándole el arzón del freno y  en un punto lo enfrenó: pidiendo a Sancho su espada, subió sobre Rocinante, embrazó su adarga  y dijo en alta voz a todos los que presentes estaban:

-Ahora valerosa compañía, veréis cuánto importa que haya en el mundo caballeros que profesen la orden andante de la caballería; ahora veréis en la libertad que dejo  aquella buena señora que allí va cautiva, si se han de estimar los caballeros andantes. 

 Diciendo esto, apretó los talones a Rocinante, porque espuelas no las tenía, y a todo galope , se fue a encontrar con los disciplinantes, si bien el barbero y el cura trataron de detenerlo mas no fue posible, ni menos lo detuvieron las voces que Sancho le daba diciendo. - ¿A donde va señor Don Quijote?, ¿que demonios lleva en el pecho que le incita a ir contra nuestra fe católica ?.



Advierta que aquello es una procesión de disciplinantes, y que aquella señora de la peana es la imagen benditisímo de la Virgen, sin mancilla; mire, señor lo que hace, que esta vez se puede decir que no es lo que cree. Fatigóse en vano Sancho porque su amo iba tan puesto en llegar a los ensabanados y en librar a la señora enlutada, que no oyó palabra..  

Llegó pues, a la procesión y paró a Rocinante, que ya llevaba deseos de aquietarse un poco, y en turbada y ronca voz dijo: Vosotros, que quizá por no ser buenos os encubrís los rostros, atended y escuchad lo que deciros quiero.

Los primeros que se detuvieron fueron los que la imagen llevaban deseos de aquietarse un poco, y uno de los clérigos que cantaban las letanías, viendo la extraña catadura de Don Quijote, le respondió diciendo:

-Señor hermano, si nos quiere decir algo, dígalo presto, porque se van estos hermanos abriendo las carnes y no podemos ni es razón que nos detengamos a oír cosa alguna, si ya no es tan breve que en dos palabras se diga.

-En una sola la diré replicó Don Quijote, y es ésta que al punto dejéis libre a esa señora, cuyas lágrimas  y triste semblante dan claras muestras de que la lleváis contra su voluntad y que algún notorio desaguisado le habéis hecho, y yo, que nací en el mundo para deshacer semejantes agravios, no consentiré que un solo paso adelante pase sin darle la deseada libertad que merece. - 


Por estas razones cayeron todos los que le oyeron en que Don Quijote, que sin decir más palabra debía ser algún hombre loco, y se echaron  a reír de muy buena gana.


Aquella risa supuso poner pólvora a la cólera de Don Quijote, que sin decir más palabras, sacó la espada y arremetió contra las andas . Uno de aquellos las llevaban, dejando la carga a sus compañeros, salió al encuentro de Don Quijote, enarbolando una horquilla o bastón con que sustentaba las andas en tanto que descansaban, recibió en ella una gran cuchillada que le tiró Don Quijote, con la que hizo dos partes, y con el último tercio que le quedó en la mano, dio tal golpe a Don Quijote encima de un hombro, por el mismo lado de la espada, que el pobre Don Quijote vino a caer al suelo y mal parado.


En esto llegaron todos los de la compañía  de Don Quijote a donde él estaba , más los de la procesión, que lo vieron venir corriendo, temieron algún mal suceso, e hicieronse todos un remolino al rededor de la imagen; alzados los capirotes, empuñando las disciplinas, y los clérigos los ciriales, esperaban el asalto con determinación de defenderse y aun de atacar, si pudiesen a sus atacadores. 

-Pero la fortuna lo hizo mejor que se pensaba; Sancho no hizo otra cosa que arrojarse sobre el cuerpo de su señor, haciendo sobre él el más doloroso y risible llanto del mundo, creyendo que estaba muerto; el cura fue conocido por otro cura que en la procesión venía, y este conocimiento puso en sosiego a los dos escuadrones. 


-El primer cura dijo al segundo, en cuatro palabras cuenta de quién era Don Quijote, y así  como toda la turba de los disciplinantes, fueron a ver si estaba muerto el pobre caballero, y oyeron que Sancho Panza, con lágrimas en los ojos decía:   -¡Och flor de la caballería, que con solo un garrotazo acabaste la carrera de tus también gastados años! 


¡Och, honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, aun de todo el mundo, el cual faltando tú en él, quedará lleno de malhechores sin temor de ser castigados de sus malas fechorías!, Och liberal sobre todos   los Alejandros, pues  por solo ocho meses de servicio me tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodeo, Och humilde con los soberbios y arrogante acometedor de peligros, sufridor de afrentas, imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines. 

-Con las voces y gemidos de Sancho revivió Don Quijote y la primera palabra que dijo fue: -Ayúdame,  Sancho amigo a ponerme sobre el carro encantado; que yo no estoy para oprimir la silla de Rocinante, porque tengo todo el hombro hecho pedazos. Eso haré yo de muy buena gana, señor mío,  respondió Sancho , volvamos a nuestra aldea en compañía de estos señores que su bien desean, y de allí daremos orden de hacer otra salida que nos sea  de más provecho y fama que ésta. 

-Bien dices, amigo Sancho, respondió Don Quijote, y será gran prudencia dejar pasar el mal influjo de las estrellas que ahora corre. -El cura y el barbero le dijeron que haría muy bien en hacer lo que decía; y así, habiendo recibido gran gusto de las simplicidades de Sancho Panza, pusieron a Don Quijote en el carro como antes venía.

La procesión volvió a ordenarse y a proseguir su camino; los cuadrilleros no quisieron seguir adelante, y el cura les pagó lo que se les debía.

El bueyera unció sus bueyes y acomodó a Don Quijote sobre un haz de heno, y con su acostumbrada flema siguió el camino que el cura quiso.

Al cabo de seis días, llegaron a la aldea de Don Quijote, adonde entraron en la mitad del día, que acertó a ser domingo, y la gente estaba toda en la plaza, por la mitad de la cual atravesó el carro de don Quijote y acudieron todos a ver lo que en el carro  venía y cuando conocieron a su vecino quedaron maravillados. 

Un muchacho fue corriendo a dar las nuevas al ama y a la sobrina de que su tío y señor venía  flaco y amarillo, tendido sobre un montón de heno y sobre un carro de bueyes. 




Cosa de lástima fue oír los gritos que las dos pobres señoras y las  bofetadas que se dieron, las maldiciones que de nuevo echaron a los malditos libros de caballerías, todo lo cual se renovó cuando vieron entrar a Don Quijote por sus puertas.           

               

A las nuevas de esta avenida de Don Quijote, acudió la mujer de Sancho Panza, que ya sabía que había ido con él sirviéndole de escudero, y, así  como vio a Sancho, lo primero que le preguntó fue que si venía bueno el asno.

Sancho respondió que venía mejor que su amo.




-Gracias sean dadas a Dios replicó ella que tanto bien me ha hecho; pero contadme ahora marido ¿que bien habéis sacado de vuestra escuderías, ¿Que saboyana me traéis a mi y que zapaticos a vuestros hijos.

No traigo nada de eso dijo Sancho, mujer mía, aunque traigo cosas de más momento y consideración.

De eso recibo yo de mucho gusto, respondió la mujer, mostradme esas cosas de más consideración y momento, amigo mío que las quiero ver para que se me alegre este corazón, que tan triste y descontento ha estado en todos los siglos de vuestra ausencia. 


-En casa os las mostraré, mujer dijo Panza, y por ahora estad contenta, que siendo Dios servido de que otra vez que salgamos en viaje a buscar aventuras, vos me veréis pronto conde o gobernador de una ínsula, y no de las de por ahí, sino la  mejor que pueda hallarse.

Quiéralo así el cielo, marido mío, que bien lo habemos de menester. Mas decidme ¿qué es eso que decis de ínsulas, que no lo entiendo.  

No es la miel para la boca del asno, respondió Sancho, a su tiempo lo verás, mujer y aun te admirarás de oírte llamar señoría por todos los vasallos.

¡Que decís Sancho, de señorías, ínsulas y vasallos?, respondió Teresa Panza , así también llamada por costumbre en la Mancha al tomar las mujeres el apellido de sus maridos.

No te acucies, Teresa, por saber todo esto tan de prisa, basta que te diga la verdad, y cose la boca, solamente te sabré decir, así de paso, que no hay cosa más gustosa en el mundo que ser un hombre honrado  escudero de un caballero andante, buscador de aventuras.  

Todos estas pláticas pasaron  entre Sancho Panza y su mujer, en tanto que el ama y sobrina de Don Quijote lo recibieron, lo desnudaron y lo tendieron en su antiguo lecho.  Mientras tanto el las miraba con los ojos atravesados y no acababa  de entender en que parte de la casa estaba .

El cura encargó a la sobrina tuviese gran cuenta de cuidar con esmero a su tío y que estuviera alerta para que otra vez no se les escapase, contando lo que había sido menester para traerla su casa. 

Aquí alzaron las dos de nuevo los gritos al cielo, renovaron las  maldiciones de los libros de caballerías y pidieron a Dios que confundiese en el centro del abismo a los autores de tantas mentiras y disparates.



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