miércoles, 8 de febrero de 2023

DON QUIJOTE DE LA MANCHA LOS GALEOTES CAPÍTULO XI

 

CAPÍULO XI

LOS GALEOTES

Don Quijote alzó  los ojos y vio que por el camino que llevaban venían hasta doce hombres a pie ensartados por los cuellos como cuentas en una gran cadena de hierro, y todos con esposas, venían con ellos dos hombres de a caballo y dos de a  pie, los de a caballo, con escopetas, y los de a pie con dardos y espadas Tan pronto como Sancho Panza los vio dijo:



Así es dijo Don Quijote, pues de esta manera  encaja la ejecución de  mi oficio, deshacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.   

         

En resolución replicó Don Quijote como quiera que ello sea, esta gente, aunque los llevan de por fuerza y no por su voluntad. 


-Advierta vuestra merced, dijo Sancho que la justicia, que es el mismo Rey, no hace fuerza, ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos. Llegó en esto la cadena de los galeones y Don Quijote, con muy corteses razone, pidió a los que iban en su guardia fuesen servidos de informarle y decirle la causa o causas por que llevaban aquella gente de aquella manera.

Uno de los guardas de a caballo respondió que eran galeotes gente de su Majestad, que iban a galeras, y que no había más que decir ni él tenía más que saber.


Con todo  replicó Don Quijote, quería saber de cada uno de ellos en particular la causa de su desgracia.

Añadió a  éstas y otros detalles y tan cometidas razones para moverlos a que le dijesen lo que deseaba que el otro guarda de a caballo le dijo,

Aunque llevamos aquí el registro y el certificado de la sentencia de cada uno de estos malaventurados, no es  tiempo éste de detenernos  a sacarlas. ni tampoco a leerlas, vuestra merced se acerque y se lo pregunte ellos mismos, a cada uno lo suyo que ellos lo dirán  si quisieren.


Con esta licencia que Don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegó a la cadena y al primero le preguntó que porqué pecados iba de tan mala guisa.


Quise tanto a una canasta de colar, atestada de ropa blanca, y la abracé conmigo tan fuertemente, que, de no quitármela  la justicia por la fuerza, aún hasta ahora no la hubiera dejado, de mi voluntad, fue en flagrante, no hubo lugar a tormento, concluyó la causa, acomodarme las espaldas con cien azotes y por añadidura tres años de gurapas. ¿Qué son gurapas preguntó Don Quijote?. Gurapas son galeras, respondió el galeote, el cual era un mozo de unos veinticuatro años.


 Lo mismo le preguntó Don Quijote, ¿por músicos y cantores van también a galeras? –Si señor respondió el galeote, que no  hay peor cosa que cantar en el ansia,


-Siempre he oído decir, dijo Don Quijote, que quien canta, sus males espanta. Acá es al revés, dijo el galeote que quien canta una vez llora toda la vida.

No lo entiendo dijo Don Quijote, más uno de los guardas le dijo: Señor caballero, cantar el ansia se dice al confesar el tormento.      

                   


A este pecador le dieron tormento y confesó su delito, que era ser cuatrero, que es ser ladrón de bestias; y por haber confesado, lo condenaron por seis años a galeras, amén de doscientos azotes que ya lleva en las espaldas; y siempre pensativo y triste porque los demás ladrones que allá quedan y aquí lo maltratan, aniquilan, escarnecen y tienen en poco porque confesó. Tras éstos venía un hombre de muy bien parecer, de edad de unos treinta años, salvo que al mirar metía un ojo en el otro. Este venía diferentemente atado de los demás porque traía una cadena al pie, tan grande, que se la liaba por todo el cuerpo, y dos argollas  la garganta: una en la cadena, y otra de la que descendían dos hierros que le llegaban a la cintura, en los cuales se asían dos esposas donde llevaba las manos.
  

Preguntó Don Quijote  como iba aquel hombre con tantas prisiones más que los otros. Respondió el guarda que tenía aquel solo más delitos que los otros tres juntos, y que era tan atrevido y tan bellaco, aun llevando de aquella manera, no iban seguros de él.

 ¿Qué delitos puede tener, dijo Don Quijote, si no ha merecido más para que echarlo a las galeras.

- Ya por diez años, replicó el guarda, que es como muerte civil. No se quiera saber más sino que este buen hombre es el famoso Ginés de Pasamente, que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla.


Señor comisario dijo entonces el galeote, váyase poco a poco, no andemos ahora deslindando nombres y sobrenombres, Ginés me llamo y no Ginesillo y Pasamonte es mi alcurnia y no Parapillo.     

 Menos tono replicó el comisario, señor ladrón de más de la marca, sino quiere que se le haga callar mal que le pese. Bien parece respondió el galeote, que va el hombre cómo Dios es servido; pero algún día sabrá alguno si me llamo Ginesillo de Parapillo o no. Pues no te llaman así embustero, dijo el guarda.        

 

   Así me lo llaman, respondió Ginés,  más yo haré que no me lo llamen. -Señor caballero, si tiene algo que darnos, dénoslo y vaya con Dios, que ya enfada tanto querer saber de vidas ajenas; si la mía quiere, sepa que soy Ginés de Pasamente, cuya vida está escrita por estos lugares. - Dice verdad dijo el comisario que él mismo ha escrito su historia y deja empeñado el libro en la cárcel, en doscientos reales. Y los pienso rescatar dijo Ginés.

Hábil pareces dijo Don Quijote.

 


-De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer  no os dan mucho gusto y que vais a ellas de muy mala gana y muy contra de voluntad. .

Quiero rogar a estos señores guardianes y comisarios sean servidos de desataros y dejar ir en paz.

¡Donosa majadería, respondió el comisario - ¡Bueno está el donaire con que ha salido al cabo de rato!. ¡Los forzados del Rey quiere que le dejemos, como si tuviéramos autorizad para soltarlos o él tuviera para mandárnoslo!. Váyase vuestra merced señor, por el que es su camino y no ande buscando tres  pies al gato..

 



-Vos sois el gato y el rato y el bellaco,  respondió entonces Don Quijote. - Y diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto, que in darle tiempo de ponerse en defensa, dio con él en el suelo malherido de una lanzada.

Le favoreció a éste era el de la escopeta. Los demás guardas quedaron atónitos y perplejos ante el no esperado acontecimiento; pero, volviendo sobre sí, pusieron mano a la espadas los de a caballo, y los de a pie  a sus dardos arremetiendo contra Don Quijote, que con mucho sosiego los aguadaba.

Sin duda lo pasara mal si los galeotes, viendo la ocasión que se les ofrecía  alcanzar la libertad, no lo aprovecharan procurando romper la cadena donde venían ensartados.

-Fue la revuelta de manera que los guardas, ya por acudir a los galeotes que se desataban, ya por acometer a Don Quijote que los acometía , no hicieron cosa de provecho..

                                                                              


-Ayudó Sancho, por su parte, a la soltura de Ginés de Pasamonte, que, arremetiendo contra el comisario caído, le quitó la espada y la escopeta; apuntando al uno y señalando al otro, sin dispararla jamás, hizo que no quedara guarda en todo el campo, porque fueron huyendo, así de  la escopeta como de las muchas pedradas que los ya vueltos galeones le tiraban. 

 


 


Entristecióse  mucho Sancho de este suceso, porque se imaginaba que los que iban huyendo habían de dar noticia del caso a la Santa Hermandad, la cual saldría a buscar los delincuentes. Así se lo dijo a su amo, y le rogó que luego de allí partiesen y se emboscaron en la sierra que estaba cerca -Bien está eso dijo Don Quijote, pero yo sé lo que ahora conviene que se haga. Y llamado a todos los galeotes, que andaban alborotados y había despojado al comisario les dijo: -

 

De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud , lo digo porque ya habéis visto, señores, con manifiesta experiencia, el que de mi habéis recibido; en pago el cual quería y es mi voluntad, que cargados con esa cadena que quité de vuestros cuellos , os pongáis en camino y vayáis a la ciudad del Toboso; allí os presentéis ante la señora Dulcinea del Toboso, le digáis que  su caballero, el de la Triste Figura, se le envía a encomendar; y le contéis, punto por punto, todos los detalles de esta famosa aventura hasta poneros en la deseada libertad.

 


Hecho esto, os podéis ir a donde quisierais a la buena ventura respondió por todos Ginés de Pasamonte, y dijo:

                                                                    


Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es imposible de toda imposibilidad cumplirlo, porque  no podemos ir juntos por los caminos, si no solos y divididos y cada uno por su parte, procurando meterse en las entrañas de la tierra, por no ser hallado de la Santa Hermandad, que sin duda alguna ha de salir en nuestra busca.

 


Lo que vuestra merced puede hacer es mudar ese servicio y montazgo de la señora Dulcinea del Toboso en alguna cantidad de avemarías y credos, que nosotros diremos por la intención de vuestra merced;  Esta es cosa que se podrá cumplir de noche y de día, huyendo o reposando en paz o en guerra; pero pensar en ponernos en camino del Toboso, es pensar  que ahora es  de noche, que aún no son las diez del día, y es pedir a nosotros eso, como pedir peras al olmo.

-Pues ¡voto a tal!- dijo Don Quijote, ya puesto en cólera , don Ginesillo de Paropillo , o como os queráis llama, que ha habéis de ir solo, rabo entre las piernas, con toda la cadena a cuestas. 

 


Pasamonte que no era nada de bien sufrido, estando ya enterado de que Don Quijote: no era muy cuerdo, pues tal disparate había cometido como el de querer darles la libertad, viéndose tratar  de aquella manera, guiñó un ojo a los compañeros y apartándose, comenzaron a llover tantas piedras  sobre Don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela, el pobre Rocinante no hacía más caso de la espuela, que si fuera hecha de bronce.

                                         


Sancho se puso tras de su asno, y con él se defendía de la nube y pedrisco que sobre ambos llovía. No pudo escudar tan bien Don Quijote que no le acertasen no sé cuantos guijarros en el cuerpo, con tanta fuerza que al final dieron con él en el suelo. Solo quedaron jumento y rocinante, Sancho y Don Quijote; el jumento, cabizbajo y pensativo, sacudiendo de cundo en cuando las orejas, pensando que aún no había cesado la borrasca de las  piedras que le perseguían los oídos, Rocinante, tendido junto a su amo, que también vino al suelo de otra pedrada; Sancho, temeroso de la Santa Hermandad. Don Quijote, movidísimo de verse tan mal parado por los mismos a quienes tanto bien había hecho, dijo su escudero.

 


-Siempre, Sancho, lo he dicho, que hacer bien a villanos es echar agua al mar. Si yo hubiera creído lo que me dijiste, yo hubiera excusado esta pesadumbre; pero ya está hecho,  Paciencia  y escarmentar para desde aquí en adelante.

 


- Así escarmentará vuestra merced. respondió Sancho, como yo soy turco, pero, pues dice que sí me hubiera creído  se hubiera excusado este daño, le hago saber que con la Santa Hermandad no hay que usar de caballerías, y sepa que ya me parece que sus saetas me zumban por los oídos. - Eres cobarde por naturaleza, Sancho, dijo Don Quijote, pero porque no digas que soy contumaz y que jamás hago lo que me aconsejas, por esta vez quiero tomar tu consejo y apartarme de la furia que tanto temes.

 


-Señor, respondió Sancho, que el retirar no es huir ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja la esperanza, y de sabios es guardarse hoy para mañana y no aventurarse todo en un día.

 


Subió Don Quijote sin replicarle más palabras y guiando,  Sancho sobre su asno, se adentraron por una parte de la Serra Morena, que allí cerca estaba. Llevaba Sancho intención de atravesarla e ir a salir al Viso o Almodóvar del Campo y esconderse algunos días por aquellas asperezas, por no ser hallados si la Hermandad los buscase. 

 


Aquella noche llegaron a la mitad de las entrañas de Sierra Morena, y allí decidieron pasarla, entre dos peñas y muchos alcornoques, pero la suerte fatal, que, según opinión de los que no tienen lumbre de la verdadera fe, todo lo guía, guisa y compone a su modo, ordenó que Ginés de Pasamonte, llevado del miedo de la Santa Hermandad, acordara esconderse en aquellas mismas montañas,  en coincidencia de la misma parte donde había llevado a Don Quijote y a Sancho Panza, ahora y tiempo que los pudo conocer y los dejó dormir.


Y como siempre los malos son desagradecidos,  Ginés, que no era  ni agradecido, ni bien intencionado, hurtó el asno a Sancho Panza, no fijándose en Rocinante por ser prenda tan mala para empeñarla como para ser vendida.

Y Antes de que amaneciese, el galeote se halló bien lejos de poder ser hallado.

 


Salió la aurora alegrando la tierra y entristeciendo a Sancho Panza, porque enseguida echó en falta a su rucio. Viéndose  sin él, comenzó a hacer el más triste y doloroso llanto del mundo. -Don Quijote que vio el llanto y supo la causa, consoló a Sancho con las mejores razones que pudo y le rogó que tuviese paciencia, prometiéndole darle una cédula de cambio para que le diesen tres de su casa, de cinco que había dejado en ella.

-Consolóse Sancho con esto y limpió sus lagrimas, templó sus sollozos y agradeció a don Quijote la merced que le hacía; al cual tan pronto como entró por montañas, se le alegró el corazón, pareciéndole aquellos lugares acomodados para las aventuras que buscaba. 


Veníanle a la memoria los maravillosos acontecimientos que en semejantes soledades y asperezas habían sucedido a caballeros andantes, e iba pensando en estas cosas, tan embebido y transportado en ellas, que de ninguna otra se acordaba. - Ni sancho llevaba otro cuidado, una vez que le  pareció que caminaba por parte segura, sino el de satisfacer su estómago; y así ib tras su amo, cargado con todo lo que había de llevar el rucio, sacando de un costal y embaulando en su panza. 

 


-En esto alzó los ojos y vio que su amo estaba parado, procurando con la punta del lanzón alzar no sé que bulto que estaba caído en el suelo, por lo cual se dio prisa a llegar a ayudarle, si fuese menester, y cuando llegó fue a tiempo que alzaba con la punta del lanzón un cojín y una maleta asida a él, medio podridos y deshecho; mas pesaban tanto que fue necesario que Sancho se acercase a tomarlos, y mandole su amo que viese lo que en la maleta venía.

- Hízolo Sancho con mucha presteza y, aunque la maleta venía cerrada con una cadena  su candado, por lo roto y podrido vio lo que había, que eran cuatro camisas del delgada holanda, otras cosas de lienzo no menos primorosas que limpias y, en un pañuelo un buen montoncito de escudos de oro..

¡¡Bendito sea  todo el cielo, que nos ha deparado una aventura que sea de provecho!!.

 


 Buscando más, halló un cuaderno de nota ricamente guarnecido. Éste lo pidió Don Quijote y mandole que guardarse el dinero y lo tomase para él. Besóle las manos Sancho por la merced y desvalijando la valija de su lencería, y la puso en el costal de la despensa.               

 

                                                                             


 

                              

 

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Lo mismo le preguntó Don Quijote, ¿por músicos y cantores van también a galeras? –Si señor respondió el galeote, que no  hay peor cosa que cantar en el ansia













 

    

                             

      

                   

 

 

 


   

 



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