Saliendo
Sancho al camino real, se puso en busca del Toboso, y al otro día llegó a la Venta donde le había sucedido la desgracia de haber sido manteado por arrieros, saliendo una y otra vez volando por los aires. No bien la hubo visto, cuando le pareció que otra vez andaba en los aires, y no quería entrar dentro, aunque era la hora de comer.
Esta gran necesidad que era para Sancho le forzó a que llegaran junto a la venta, todavía dudoso de si entraría o no; y estando en esto, salieron dos personas que luego lo conocieron y dijo uno al otro: -Dígame, señor licenciado, aquél caballo que estamos viendo ¿no es el del señor Don Quijote?.
Eran el cura y el barbero de su mimo lugar, que, así como acabaron de conocer a Sancho Panza y a Rocinante, deseosos de saber de Don Quijote, se fueron a él diciéndole: amigo Sancho Panza, ¿donde queda vuestro amo?.
Conociéndolos Sancho Panza determinó encubrir el lugar y la suerte de donde y como su amo quedaba; les respondió que estaba ocupado en cierta parte de la sierra que le era de mucha necesidad e importancia por la cual no debía dar razones de donde se encontraba.
No, no dijo el barbero a Sancho Panza, si vos no nos decís dónde queda, imagináremos como ya imaginamos, que vos lo habéis matado y robado, pues venís encima de su caballo.
No hay para qué conmigo amenazas, que no soy hombre que robó ni mató a nadie; a cada uno mate su ventura, o Dios que lo hizo; mi amo queda haciendo penitencia en la mitad de la montaña muy a su sabor.
Luego de corrido y sin parar les contó de la suerte que quedaba.
Contó las primeras aventuras que le habían con él sucedido, y como llevaba la carta a la señora Dulcinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo Corchuelo, de quien estaba enamorado hasta los hígados.
Quedaron admirados los dos que Sancho Pancho les contaba; aunque ya sabían la locura de Don Quijote y el género de ella, siempre que la oían se admiraban de nuevo.
Le pidieron a Sancho Panza que les enseñase la carta que llevaba, él dijo que iba escrita en un cuaderno de notas y que era orden de su señor que la hiciese trasladar a papel; a lo cual dijo el cura que él la trasladaría de muy buena letra , metió la mano Sancho, buscando el cuadernillo pero no la halló ni podría hallarla por mucho que la buscara porque se la había quedado Don Quijote sin dase cuenta.
Cuando vio Sancho que no hallaba el cuaderno, se echó entrambos puños a las barbas y se arrancó la mitad de ellas, luego aprisa y sin cesar, se dio media docena de puñadas en el rostro y en las narices, que se las bañó todas en sangre.
Visto lo cual por el cura y el barbero, le preguntaron que le había sucedido.
-Que me ha suceder, respondió Sancho, sino el haber perdido el cuaderno de una mano a la otra, y en un instante he de perder tres pollinos cada uno como tres castillos.
-¿Como es so replicó el barbero?.
- He perdido el cuaderno, respondió Sancho, donde venía la carta para Dulcinea y una cédula firmada de mi señor por la cual mandaba que su sobina me diera tres pollinos de cuatro o cinco que hay en su casa.
Y con esto también lo de la pérdida del Rucio.
El cura le dio consuelo y díjole que en hallando a su señor, él le haría revalidar la manda y que tornarse a hacer libranza en papel, como era uso y costumbre, porque las que se hacían en cuadernos de notas jamás se acepaban ni cumplían.
-Lo que ahora se ha de hacer dijo el cura es dar orden de cómo sacar a vuestro amo de aquella inútil penitencia que decís que queda haciendo, y para pensar el modo que hemos de tener, y para comer, que ya es hora, será bien nos entremos en esta venta.
Sancho dijo que entrasen ellos, que él esperaría allí fuera; más que le sacasen de la venta algo de comer y cebada para Rocinante. Ellos se entraron y lo dejaron fuera, y de allí al poco el barbero le sacó de comer.
Después habiendo pensado bien entre los dos el modo que tendrían para conseguir lo que deseaban, se le ocurrió al cura una idea muy acomodada al gusto de Don Quijote; él se vestiría en hábito de doncella andante, y el barbero procuraría ponerse lo mejor que pudiese como escudero.
Ambos irían a donde Don Quijote estaba, fingiendo ser el cura una doncella afligida y menesterosa, le pediría un don, el cual él no podría dejar de otorgarle; que se viniese con ella a donde lo guiase, para deshacer un agravio que un mal caballero le tenía hecho. Así lo llevarían a su lugar, donde procurarían ver sí tenía algún remedio su extraña locura.
No le pareció mal al barbero la idea del cura, sino tan bien que luego la pusieron por obra. Pidieron a la ventera una saya y unas tocas, dejándole en prenda una sotana nueva el cur, y el barbero hizo una gran barba de una cola rucia de buey. Pregúntoles la ventera para que l epedian aquellas cosas. El cura le contó en pocas palabras la locura de Don Quijote y cómo convenía aquel disfraz para sacarlo de la montaña donde la sazón estaba.
Cayeron luego el ventero y la ventera en que el loco ser su huésped, el del bálsamo, y el amo del manteado escudero y contaron al cura todo lo que con ellos había pasado.
Apenas hubo salido de la venta, le vino al cura un pensamiento que hacía mal en vestirse de aquella manera, por ser cosa inadecuada que un sacerdote se pusiera así, aunque le fuese mucho en ello. Diciéndole al barbero, le rogó que trocasen los trajes.
El barbero se avino a todo aquello que el cura quiso, y éste le que informando del modo que habñia de tener y las palabras que había de decir a Don Quijote para moverlo y forzarlo a que con él viniese y dejase la querencia del lugar que había escogido para su vana penitencia.
Al día siguiente, llegaron a donde Sancho había dejado la señales para acertar el lugar en que había dejado a su señor. Entróse Sancho por aquellas quebradas de la sierra, dejando a los dos en una done corría un pequeño y manso arroyo, i a la que daban sombra agradable y fresca otras peñas y algunos árboles. Todo hacía el sitio más agradable y convidaba a que él esperasen la vuelta de Sancho, como así hicieron.
Estando, pues, los dos allí, sosegados y la sombra, vieron venir hacía ellos dos viajeros perdidos en la sierra, un cierto sujeto llamado Cardenio y una hermosa labradora llamada Dorotea. Tras los saludos cortésmente, entablaron plática con ellos y el barbero les contó con brevedad la causa que allí los había traído, con la extrañeza de la locura de Don Quijote, y cómo aguardaban a su escudero que había ido a buscarlos.
En esto oyeron voces y conocieron que las daba Sancho Panza.
Salieron al encuentro y preguntándole por Don Quijote. Les dijo que lo habían hallado flaco, amarillo y muerto de hambre, y que cuando le había dicho que la señora Dulcinea le mandaba que saliese de aquel lugar y se fuese al Toboso, donde le quedaba esperando, había respondido que estaba decidido a no aparecer ante ella hasta que hubiese realizado hazañas que lo hiciesen digno de su gracia; por eso, que mirasen lo que se había de hacer para sacarlo de allí.
El licenciado le respondió que no tuviese pena que ellos lo sacarían de allí, mal que le pesase. Contó luego a Cardenio y a Dorotea lo que tenían pensado para remedio de Don Quijote, a lo menos para llevarlo a su casa. A lo cual dijo Dorotea que ella haría de doncella menesterosa mejor que el barbero, y más, que tenía allí vestidos con que hacerlo al natural; que le dejasen a cargo de representa todo aquello que fuese menester para llevar adelante su intento, porque ella había leido muchos libros de caballerías y sabía el estilo que tenían las doncellas cuitadas cuando pedían sus dones a los andantes caballeros.
Pues no es menester más dijo el cura, sino que luego se ponga por obra, que din duda la buena suerte se muestra en favor nuestro, pues sin pensarlo se nos ha facilitado la que habíamos de menester.
Sacó luego Dorotea de una funda de lienzo un saya de cierta telilla y una mantellina de otra vistosa tela verde, y de una cajita con un collar y otras joyas conque en un instante se adornó de manera que una rica y gran señora parecía. A todos contentó en extremo su mucha gracia y donaire; pero el que más admiró fue Sancho Panza, el cual preguntó al cura con grande ahínco le dijese quien era aquella ilustre señora y que buscaba por aquellos andurriales.
Esa señora respondió el cura - Sancho hermano, es, como quien no dice, nada, pero es la heredera por línea recta del varón y amo del gran reino de Micomicón, la cual viene en busca de vuestro amo a pedirle a que le deshaga un entuerto o agravio que un mal gigante le tiene hecho; por la fama que de buen caballero vuestro amo tiene por todo lo descubierto, de Guinea ha venido a buscarlo esta princesa.
Dichosa búsqueda y dichoso hallazgo dijo Sancho Panza, más a mí amo es tan venturoso que endereza este entuerto matando ese gigante que agravia a esta señora de la que hasta ahora no sé su gracia, y así no la llamo por su nombre.
-Llámase respondió el cura la princesa Micomicona, porque llamándose su reino Micomicón. claro está que ella se ha de llamar así.
Ya con esto se había puesto Dorotea sobre la mula del cura y el barbero se había acomodado al rostro la barba de la cola de buey.
Dijeron a Sancho que los guiase a donde Don Quijote estaba y le advirtieron que no dijese que conocía al barbero, porque en no conocerlo consistía todo el toque de convencer a su amo.
Tres cuartos de legua habían andado cuando descubrieron a Don Quijote entre unas intrincadas peñas, y así como Dorotea lo vio y fue informada por Sancho de que aquel era Don Quijote, apeándose con gran desenvoltura, se fue a hincar de rodillas ante él y le habló de esta guisa.
-De aquí no me moveré, ¡och, valeroso y esforzado caballero, hasta que vuestra bondad y cortesía me otorgue un don,el cual redundará en honra y prez de vuestra persona y en pro de la más desconsolada y agraviada doncella que el sol ha visto.
-No os responderé palabra, hermosa señora respondió Don Quijote. ni oiré más cosas de vuestra hacienda hasta que os levantéis de tierra.
No me levantaré, señor respondió la afligida doncella si primero por vuestra cortesía no me es otorgado el don que aquí pido.
-Yo os otorgo y concedo respondió Don Quijote, no se haya de cumplir en daño o mengua de mi Rey, de mí patria y de aquella de mi corazón y libertad tiene la llave.
No será en daño ni en mengua de lo que decís, mi buen señor replicó la dolorosa doncella.
Y estando en esto, se llegó Sancho Panza al oído de su señor y muy pasito le dijo, bien puede vuestra merced, señor concederle el don que pide, que no es cosa de nada, sólo es matar a un gigantazo, y ésta que lo pide es la alta princesa Micomicona, reina del gran reino de Micomicón.
-Sea quien fuere, respondió Don Quijote que yo haré lo que estoy obligado a lo que me dicta mi conciencia, conforme a lo que profesado tengo.
Y volviéndose a la doncella dijo:
-Vuestra gran hermosura se levante que yo le otorgo el bien que pedirme quisiere.
-Pues el que pido es dijo la doncella que vuestra magnánima persona se venga luego conmigo a donde yo lo lleve y me prometa que no se haga entretener en otra aventura ni demanda alguna hasta darme venganza de un traidor que, contra todo derecho divino y humano, tiene usurpado mi reino.
-Pues digo que así lo otorgo respondió Don Quijote, y mandó a Sancho que requiriese las cinchas a Rocinante y los armase al instante.
Sancho descolgó las armas, que como trofeo estaban pendientes de un árbol, y en un punto armó a su señor, el cual viéndose armado dijo:Vamos de aquí, en el nombre de Dios, a favorecer a esta gran señora.
Estábase el barbero aún de rodillas, teniendo gran cuenta de disimular la risa y de que no se le cayese la barba, con cuya caída quizá quedarán todos sin conseguir su buena intención. Viendo que ya el don estaba concedido y la diligencia con que Don Quijote se alistaba para ir a cumplirlo, se levantó, tomó de la mano a su señora y entre los dos la subieron a la mula.
Luego subió Don Quijote sobre Rocinante y el barbero se acomodó en su cabalgadura, quedando Sancho a pie, por lo que de nuevo se le renovó la pérdida del rucio, con la falta que entonces le hacía.
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