viernes, 17 de febrero de 2023

CAPÍTULO XV LA GUARDÍA DEL CASTILLO

 

                         

Al anochecer, despertó Don Quijote y, a poco, saltó armado de todo los pertrechos, con el abollado yelmo de Mambrino en la cabeza, embrazando su rodela  y arrimada a su tronco y arrimado a su tronco o lanzón. Como había puesto el ventero diligencia y cuidarlo en aderezarles de cenar lo mejor que le fue posible, sentáronse a la mesa y dieron la cabecera principal asiento a Don Quijote, el cual  quiso que estuviese a su lado la señora Micomicona, pues él era su guardador, Luego cenaron con mucho contento. 

  

  Acabada la cena, levantaron los manteles, en tanto que la ventera, su hija y Maritornes aderezaban el camaranchón de Don Quijote, donde habían determinado que aquella noche las mujeres solas en él se recogiesen. Don Quijote se ofreció a hacer la guardia del castillo, porque algún gigante u otro malandante follón no fueran acometidos. Agradeciéronselo todo, Sancho sin esperar más, se acomodó lo mejor que pudo, echándose sobre los aparejos de su jumento.


También se acomodaron los demás como pudieron, y Don Quijote se salió fuera de la venta a hacer de centinela del castillo, como había prometido. En toda la venta se guardaba un gran silencio; solamente no dormían la hija de la ventera y Maritornes, su criada, las cuales como ya sabían el humor de que pecaba Don Quijote y que estaba fuera de la venta armado  y a caballo haciendo la guardia, determinaron las dos hacerle alguna burla o, a lo menos, pasar un poco de tiempo oyendo sus disparates. Es, pues, el caso que en toda la venta, no había ventana que diese al campo, sino un agujero de un pajar, por donde echaban la paja. A este agujero se asomaron las dos  y vieron a Don Quijote, estaba a caballo  recostado sobre su lanzón, donde de cuando en cuando tan dolientes y profundos suspiros, que parecía que con cada uno se le arrancaba el alma. Asimismo oyeron que decía con voz blanda regalada y armoniosa-


¡Och, mi señora Dulcinea del Toboso, extremo de toda hermosura, fin y remate de la discreción, archivo del mejor donaire, depósito de la honestidad, idea de todo lo provechoso, honesto y deleitable que hay en el mundo!.  

A este punto llegaba Don Quijote en su tan lastimero razonamiento, cuando la hija de la ventera, le comenzó a cecear y a decirle.

-Señor mío lléguese acá vuestra merced, si es servido

-A cuyas señas y voz volvió Don Quijote la cabeza y vio a la luz de la luna, que entonces estaba en toda  su claridad, cómo lo llamaban desde el agujero que a él le pareció ventana, y aún con rejas doradas, como conviene que la tengan los ricos castillos como él se imaginaba que era aquella venta; y, por no mostrarse descortés, volvió las riendas a Rocinante y se llegó al agujero. Así como vio las mozas: 

- Lástima  os  tengo, hermosa señora, de que haýais puesto vuestras amorosas palabras en parte donde no es posible corresponderos conforme merece vuestro gran valor y gentileza, de lo que no debéis dar culpa a este miserable andante caballero, a quien el amor tiene imposibilitado de entregar su voluntad a otra que no sea la señora absoluta de su alma.

- No ha menester de vuestro amor mi señora, señor caballero, dijo a este punto Maritormes.

-Pues ¿qué ha menester, discreta  dueña, de vuestra señora?, respondió Don Quijote.

- Sólo una de vuestras manos dijo Maritormes.

Parecióle a Maritornes que sin duda Don Quijote daría la mano que le habían pedido. Proponiendo que había de hacer, bajó del agujero y se fue a la caballeriza donde tomó el cabestro del jumento de Sancho Panza. Con mucha presteza volvió a su agujero a tiempo que Don Quijote se había puesto de pie sobre la silla de Rocinante para alcanzar lo que él imaginaba ventana, al darle la mano dijo: 

-Tomad, señora esta mano o, por mejor decir,éste verdugo de los malhechores del mundo. Os la  doy par que miréis la contextura de sus nervios, la trabazón de sus músculos,. la anchura y espaciosidad de sus venas, de donde sacaréis cuál debe ser la fuerza del brazo que tal mano tiene.

-Ahora veremos dijo Maritormes, quien, haciendo una lazada corrediza al cabestro, se la echó a la muñeca y, bajándose del agujero, ató lo que quedaba al cerrojo de la puerta del pajar muy fuertemente. -Don Quijote, que sintió la aspereza del cordel en su muñeca dijo: 

Más parece que vuestra merced me ralla que no que me acaricia la mano; no la tratéis tan mal, pues ella no tiene la culpa del mal que que mi voluntad os hace, ni es bien que en tan poca parte venguéis todo vuestro enojo. Mirad que quien quiere bien no se venga tan mal.  

Pero toda esta razones de Don  Quijote ya no las escuchaba nadie, porque así como Maritornes lo ató,  ella y la otra se fueron muertas de risa, y lo dejaron asido de manera que le fue imposible  soltarse. -Estaba, pues,, de pie sobre Rocinante, metido todo el brazo por el agujero y atado por la muñeca al cerrojo de la puerta, con gran grandísimo temor y cuidado de que, si Rocinante se desviaba a un cabo o a otro, bien se podía esperar que estaría sin moverse un siglo entero.

En resolución, se dio a imaginar que todo aquello se hacía por el encantamiento, como la vez pasada, y maldecía entre sí su poca discreción y discurso, pues, habiendo salido tan mal la vez primera de aquel castillo, se había aventurado a en él la segunda.

-Apenas comenzó a amanecer, llegaron a la venta cuatro hombres de a caballo, muy puestos y aderezados, con sus escopetas sobre los arzones, llamaron a la puerta de la venta, que aún estaba cerrada; cual visto por Don Quijote, con voz arrogante y alta, dijo. 



-Caballeros, escuderos o quien quiera que seáis, no tenéis para que llamar a las puertas de este castillo, que bien claro que a tales horas los que están dentro duermen. desviaos fuera y esperad a que aclaré el día, y entonces si será justo o no que abran.. 


-Que diablos de fortaleza o castillo es éste, dijo uno, para obligarnos a guardar estas ceremonias. Si sois el ventero, mandad que nos abran.



Sucedió, en este tiempo,  que una de las cabalgaduras en que venían los cuatro se llegó a oler a Rocinante, que, melancólico y triste, con las orejas caídas sostenía sin moverse a su estirado señor. Tornóse Rocinante y apenas se hubo movido, cuando se desviaron los pies de Don Quijote y resbalando de la sill, dieran con el en el suelo de no quedar colgado del brazo. Sintió tal dolor que se creyó le cortaban la muñeca o se le arrancaban el brazo.

Fueron tantas las veces que Don Quijote dio, que, abriendo puertas de la venta, salió el ventero despavorido a ver a ver quién tales gritos daba. La criada, que ya había despertado a las misma voces, imaginando lo que podía ser, se fue al pajar y desató el cabestro que a Don Quijote sostenía y dió con el en el suelo a vista del ventero y los caminantes.

Entonces se quitó el cordel de la muñeca y subió sobre Rocinante, embrazó su adarga, ennristró su lanzón y, tomando buena parte del campo del campo, volvió a medio galope, diciendo:



-Cualquiera que dijere que yo no he sido encantado, como como mi señora princesa Micomicona dé licencia para ello, yo le desmiento, lo reto y desafío a singular batalla.

Admirados se quedaron los cuadrilleros de las palabras de Don Quijote; peo el ventero les quitó aquella admiración diciéndoles que no le habían de hacer caso, pues estaba fuera de juicio.

El demonio que no duerme, ordenó que en aquel momento, entrara en la venta él barbero a quien Don Quijote quitó el yelmo de Mambrino, y Sancho Panza los aparejos del asno, que trocó por los del suyo; el cual barbero, llevando su jumento a la caballeriza, vio a Sancho Panza que estaba aderezando algo de la albarda y, reconociéndole, arremetió contra Sancho diciendo.

-¡Ach, don ladrón que aquí os tengo!, ¡venga mi bacía y mi albarda, con todo mis aparejos que me robasteis!.  Sancho que se vio acometer tan de improviso y oyó los vituperios que le decían, con una mano asió la albarda y con la otra diera tal mojón al barbero, que le bañó los dientes en sangre, pero no por eso dejó el barbero la presa que tenía hecha en la albarda; antes alzó la voz de tal manera, que todos los de la venta acudieron al ruido y pendencia.  

Entre otras cosas el barbero decía: 



- Señores, así esta albarda es mía como la muerte que debo a Dios, y ahí está mi asno en el retablo, que no me dejará mentir. Y hay más que el mismo día en que ella se me quitó, me quitaron también una vacía de azófar nueva.


-Aquí no se pudo contener don Quijote y, poniéndose entre los dos y apartándolos, depositó la albarda en el suelo y dijo: Vean vuestras mercedes clara y manifiestamente el error en que está este buen escudero, pues llama bacía a la que fue es y será yelmo de Mambrino, el cual se lo quité yo en buena guerra. En lo de albarda no me entrometo; lo que en ello sabré decir es que  mi escudero Sancho me pidió licencia para quitar los jaeces del caballo de este vencido cobarde, y con ellos adornar el suyo. Yo  se la di, y él los tomó. Corre Sancho y saca aquí el yelmo que este buen hombre dice ser vacía.  




Pardiez, dijo  Sancho, si no tenemos otra prueba de nuestra intención que la de vuestra merced dice, tan bacía es el yelmo de mambrino como el jaez de este buen hombre albarda. Haz lo que te mando replicó Don Quijote , que no todas las cosas de este castillo han de ser guiadas por encantamiento. Sancho fue donde estaba la bacía y la trajo; tan pronto como Don Quijote la vio la tomço en las dos manos y dijo: -Miren vuestras mercedes, con que cara podrá decir este escudero que esta es baçia, y no el yelmo  que yo  le he dicho, y juro por la orden de caballería  que profeso, que este yelmo es el mismo que yo le quité, sin haberle añadido al quitado cosa alguna. 



Qué les parece a vuestras mercedes, señores, dijo el barbero, lo que afirma este gentilhombre, pues aún porfía que esta no es bacía,  sino  yelmo. - Y a quien lo contrario dijere, dijo Don Quijote, le haré conocer que miente, si fuese caballero, y si escudero que remiente mil veces.                                

     -¡Válgame Dios dijo a esta sazón el barbero burlado, ¿Es posible que ante tanta gente honrada diga que ésta no es bacía, sino yelmo.? Basta; si es que esta bacía es el yelmo, también debe de ser esta albarda jaez de caballo.

-A mí albarda me parece, dijo Don Quijote, pero ya he dicho que en eso no me entrometo.


Uno de los cuadrilleros intervino en la pendencia y dijo: Tan albarda es como mi padre, y el que otra cosa ha dicho o dijere debe estar hecho una uva. - ¡Mentís como bellaco, villano! respondió Don Quijote, y alzando el lanzón, le iba a descargar tal golpe sobre la cabeza que a no desviarse el cuadrillero, lo dejara allí tendido; el lanzón se hizo pedazos y los demás cuadrilleros. que vieron hacer tratar mal ala compañero, pedían por favor a la Santa Hermandad. El barbero, viendo las cosa revuelta, tonó a asir de su albarda, y lo mismo hizo Sancho; Don Quijote puso mano a su espada y arremetió contra los cuadrilleros;  el cura daba voces, la ventera gritaba, su hija se afligía, Maritornes lloraba  y Dorotea estaba confusa.

El barbero aporreaba a Sancho, Sancho molía al barbero, el ventero tornó a pedir favor a la Santa Hermandad ; de modo que toda la venta eran llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos,  desgracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces, y efusión de sangre..  En la mitad de este caos, máquina t laberinto de cosas, se le representó a Don Quijote que se veía metido en la discordia del campo de Agramante; y asçi dijo con voz que atronaba la venta. - Ténganse todos, todos envainen, todos se sosieguen, óiganme todos, sí todos quieren quedar con vida.. 

-Los cuadrilleros se sosegaron y se retiraron de la pendencia pero uno de ellos le vino a la memoria que entre los mandamientos que traía para prender a algunos delincuentes, traía uno, contra Don Quijote, a quien dijera la Santa Hermandad había mandado prender por la libertad que había dado a los galeotes, como Sancho con mucha razón había temido.


 Recogiendo su pergamino, con la izquierda mostró el mudamiento y con la derecha asió a Don Quijote del cuello fuertemente. diciendo:  ¡Favor a la Santa Hermandad! y para que vea que lo pido de veras, léase este mandamiento donde se contiene que se prenda a este salteador de caminos.

Tomó el mandamiento el cura  y vio como era verdad cuanto el cuadrillero decía Don Quijote viéndose tratar tan mal de aquel villano, malandrín, puesta la cólera en su punto y crujiéndole los huesos  de su cuerpo como mejor pudo asió al cuadrillero con entrambas manos de la garganta.

Lograron separar al cuadrillero y a Don Quijote; pero no por eso cesaban los cuadrilleros de pedir su preso, y que les  ayudasen a dárselo atado y entregado a toda su voluntad, porque así convenía al servicio del Rey y de la  Santa Hermandad de oír estas razones Don Quijote: y, con mucho sosiego dijo: 

  - Venid acá, gente soez y mal nacida; ¿saltear caminos llamáis al dar libertad a los encadenados, soltar a los presos, socorrer a los miserables, alzar a los caídos, remediar a  los menesterosos?.


¡Ah gente infame, digna por vuestro bajo y vil entendimiento de que el cielo no os comunique el valor que se encierra en la caballería  andante, ni os dé a entender el pecado e ignorancia en  que estáis en no reverenciar la sombra, cuanto más la asistencia, de cualquier caballero andante!. Venid acá ladrones en cuadrilla, que no cuadrilleros, salteadores de caminos con licencia de la Santa Hermandad; decidme ¿quien fue el ignorante que firmó el mandamiento de prisión contra un caballero como yo?.

¿Quién el que ignoró que están exentos de todo judicial fuero los caballeros andantes y que su ley es su espada, sus fueros sus bríos,    sus premáticas su voluntad?.

¿Que caballero andante pagó pecho, alcabala, chapín de la reina, moneda forera, portazgo ni barca=.

¿Que sastre ke cobró hechura de vestido que le hiciere?. 

¿Que castellano  lo acogió en su castillo que le hiciese pagar el escote?

¿Que rey no lo asentó en su mesa?, y finalmente, ¿que caballero andante ha habido, ni habrá en el mundo que no tenga bríos para dar él solo cuatrocientos palos a cuatrocientos cuadrilleros que se le pongan delante. 

En tanto que Don Quijote esto decía el cura  estaba persuadiendo  a los cuadrilleros de cómo Don Quijote estaba falto de juicio, como veían por sus obras y sus palabras.



Tanto les supo el cura decir, y tantas locuras supo Don Quijote hacer,  que má locos fueran    que él los cuadrilleros, si no conocieran la falta de Don Quijote; y así estuvieron a bien apaciguarse y aun ser medianeros entre el barbero y Sancho Panza, que todavía persistían    con gran rencor en su pendencia.




 



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