viernes, 10 de febrero de 2023

CAPÍTULO XIi - LA PENITENCIA EN SIERRA MORENA DE DON GUIJOTE

 

          


Íbanse poco a poco adentrando en lo más áspero de la montaña, Sancho iba muerto por razones con su amo,  deseaba que él comenzase la plática, más no  pudiendo soportar tanto silencio, le dijo: -Señor, ¿es buena regla  de caballería que andemos perdidos por estas montañas, sin senda ni camino?.

-Calla Sancho dijo Don Quijote porque te hago saber aquello que me trae por estas partes, no otra cosa que el deseo de hacer en ellas una hazaña  con que he de ganar perpetuo nombre y fama en todo lo descubierto de la tierra; y será tal que he de echar con ella el sello a todo cuanto puede hacer perfecto y famoso a un andante caballero.

    -¿Es de muy gran peligro esa hazaña?, preguntó Sancho Panza

  -No, pero todo ha de estar en mi diligencia.

  -¿En mi diligencia? – dijo Sancho.

-Sí – dijo Don Quijote, porque, si vuelves presto de donde pienso enviarte, se acabará mi pena y comenzara mi gloria. Y porque no está bien que te tenga más intrigado, esperando en los que ha de parar mis razones, quiero, Sancho, que sepas que el famoso Amadís de Gaula fue uno de los más perfectos caballeros andantes..

No he dicho bien, fue solo el primero, el único, el señor de todos cuantos hubo en su tiempo  en el mundo. Y una de las cosas en que más este caballero mostró su prudencia. Valor, valentía sufrimiento firmeza y amor fue cuando se retiró, desdeñado de la señora Oriana, a hacer penitencia en la peña del pobre , mudado su nombre en el de BELTENEBROS; nombre por cierto significativo y propio para la vida  que él de su voluntad había escogido .

Así que me es a mí más fácil imitarlo en esto que no en vencer a gigantes, descabezar serpientes, matar endriagos, desbaratar ejércitos, fracasar armadas y deshacer encantamientos. 

Y pues  estos lugares  son tan acomodados para semejante efectos, no hay porque dejar pasar la ocasión que ahora con tanta comodidad me ofrecen sus guedejas. 

-En efecto dijo -Sancho ¿Qué sé yo lo que vuestra merced quiere hacer en este tan remoto lugar?. 

-¿No te he dicho ya respondió Don Quijote que quiero imitar a       Amadís haciendo aquí el desesperado, el sandio y  furioso?.  


-Paréceme a mí dijo Sancho que los caballeros que tal hicieron fueron provocados y tuvieron causa para hacer esas necedades y penitencias, pero vuestra merced, qué causa tiene para volverse loco?.

-Ahí está el punto respondió Don Quijote,  esa es la fineza de mi negocio, volverse loco un caballero andante con causa, ni grado, ni gracias: el toque está en desatinar sin ocasión y dar a entender a  mi dama que si en seco hago esto, ¿que hiciera mojado?.

Así que Sancho amigo, no gastes  saliva y tiempo en aconsejarme  que deje tan rara, tan feliz  y tan no vista imitación, loco soy, loco he de ser hasta tanto que tú vuelvas con la respuesta de una carta que contigo pienso enviar a mi señora Dulcinea; si fuere tal cual a mi fe se debe y se acabará mi sandez y mi penitencia, y si fuere al contrario, seré loco de veras y, siéndolo, no sentiré nada.

Llegaron, en estas pláticas, al pie de una alta montaña que, casi como peñón tajado, estaba sola entre otras muchas que la rodeaban. Corría por su falda un manso arroyuelo en toda su extensión y un verde prado que hasta daba contento y alegría a los ojos que lo miraban.


Habían por allí mucho árboles silvestres y algunas plantas y flores que hacían el lugar apacible. Este sitio escogió el Caballero de la Triste Figura para hacer su penitencia. En viéndolo, comenzó a decir en voz alta, como si estuviera sin juicio.

-Este es el lugar, ¡¡oh cielos!!, que escojo para llorar la desventura en que vosotros mismos me habéis puesto, ¡¡Och Dulcinea del Toboso!!, día de mi noche, gloria de mi pena, norte de mis caminos, estrella de mi ventura!!. Así el cielo te la dé buena en cuanto acertares a pedirle que consideres el lugar y el estado a que tu ausencia me ha conducido y que con buen término correspondas al que a mi fe se debe.

¡¡Och solitarios árboles, que desde hoy en adelante habéis de hacer compañía a mi soledad!!. Dad indicio con el blando movimiento de vuestras ramas, de que no es desagrada mi presencia, ¡¡Och, tú , escudero mío, agradable compañero de mis prósperos y adversos sucesos!!. Toma bien en la memoria lo que aquí me verás hacer, para que lo cuentes y recites a la causa de todo ello. 

-  Diciendo esto, se apeó de Rocinante y en un momento le quitó el freno y la silla, dándole una palmada en las ancas, le dijo. Libertad te da el que sin silla queda, ¡och caballo tan extremado por tus obras , cual desdichado por tu suerte!.    

-Viendo esto Sancho dijo, bien haya quien  nos quitó ahora el trabajo de desenalbardar al rucio, que a fe no faltaran palmadas que darle ni cosas que decirle en su alabanza. 

En verdad señor Caballero de la Triste Figura, que, si mi partida  y la locura de vuestra merced van de veras, será bien tornar a ensillar a Rocinante para que supla la falta del rucio, porque será ahorrar tiempo a mi vida y vuelta; si voy a pie, no sé cuando llegaré ni cuando volveré, porque, en resolución soy mal caminante. 

Yo agradezco tu buena intención, amigo Sancho pero quiero hacerte sabedor de que todas estas cosas que hago no son burlas, sino muy de veras, porque de otra manera sería contravenir a las órdenes de caballería, que nos mandan no decir mentira alguna, y él hacer hacer una cosa por otra. Así que mis calabazadas de sofistico ni fantástico, y será necesario que me dejes algunas hilas para curarme, pues que la ventura quiso que nos faltase el bálsamo que perdimos.        

-Más fue perder el asno, respondió Sancho, que si se perdieran sin las hilas y todo; ruégale a vuestra merced que no se acuerde de aquel maldito brebaje, que en sólo oírlo mentar se me revuelve del alma, cuanto ,más el estómago; y  que tenga por pasados los tres días que me ha dado de término para ver las locuras que hace, que ya la doy por vistas y por pasadas, y diré maravillas a mi señora; escriba carta y despácheme luego, que tengo gran deseo de volver a sacar  vuestra merced de este purgatorio donde  lo dejo. 

-Así será dijo el de La Triste Figura, pero ¿que hacemos para escribir las cartas?

             -Y la libranza pollinesca también dijo Sancho.

-Todo irá incluido dijo Don Quijote, y sería bueno ya que no hay papel, que la escribiésemos como hacían los antiguos en hojas de ciertos árboles o en unas tablillas de cera. pero ya que es difícil  y  dificultoso será hallar esto ahora como el papel. Mas ya me ha venido a la memoria donde será bien escribirla; en el cuaderno de notas que hallamos y tú tendrás cuidado de hacerla trasladar el papel de buena letra desde  el primer lugar que hallares, donde haya maestro de escuela de muchachos o sacristán.

                    -Que se ha de hacer, de la firma dijo Sancho. 

 -Nunca las cartas de Amadís se firmaron, respondió Don Quijote.

           

- Está bien respondió Sancho, pero la libranza forzosa se ha de firmar, y si se traslada, dirán que la firma es falsa y yo me quedara sin pollinos.   

- La libranza irá en el mismo librillo firmada, que en viéndola mi sobrina, no pondrá dificultad en cumplirla. Y en lo que toca a la carta pondrás por firma: "Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura".  

Hará poco al caso que vaya de mano ajena, porque, a lo que yo me sé acordar. Dulcinea no sabe escribir ni leer, y en toda su vida ha visto letra ni carta mía; en doce años no la he visto ni cuatro veces; tal es el recato y encerramiento con que su padre Lorenzo Corchuelo y su madre Aldonza Nogales la han criado.   

- ¡Ta, ta, dijo Sancho - ¿Qué la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo?.   

- Esa es dijo Don Quijote y es la que merece ser señora de todo el universo.

- Bien la conozco dijo Sancho, y sé decir que dicen  tira tan bien  de un legón  como el más forzado zagal de todo el pueblo. Es moza hecha y derecha y puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante o por andar, que la tuviera por señora.

   -Ya te tengo dicho Sancho antes de ahora y muchas veces que, eres muy grande hablador y que, aunque algo  de ingenio, despuntas de agudo; más para que veas cuán necio eres tú,  y cuan discreto soy yo, quiero que sepas la causa por la que yo quiero a Dulcinea del Toboso, que  vale tanto o más que la princesa de toda la Tierra.

-Digo señor que, en todo tiene vuestra merced razón respondió Sancho, y que soy un asno. Mas no sé yo para qué nombro asno en mi boca, pues no se ha de mentar la soga en casa del ahorcado, pero venga la carta y adiós que yo me mudo.

Sacó el cuaderno de notas Don Quijote y con mucho sosiego comenzó a escribir la carta  y en acabándola, llamó a Sancho y le dijo que se la quería leer para que la aprendiese de memoria por si acaso se le perdiese por el camino. Respondió Sancho, mala memoria es la mía, pero dígamela que me holgaré mucho de oírla.


  

  -Escucha  dijo Don Quijote: Soberana y alta señora: El herido de punta de ausencia y el llegado de las telas del corazón te envía la salud  que él no tiene.  Si vuestra bondad me desprecia, mal podré sostenerme. Mi buen  escudero Sancho te dará entera relación del modo en que por tu causa quedo. Si gustares de socorrerme, tuyo soy; si no, haz lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo. Tuyo hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura.    

- Por vida de mi padre  dijo Sancho en oyendo la carta que es la más alta que jamás he oído. Digo de verdad que no hay cosa que vuestra merced no sepa.   

-Todo es menester respondió Don Quijote para el oficio que yo traigo.

Ea, pues - dijo Sancho, ponga vuestra merced en esa  otra hoja la cédula de los tres pollinos y fírmela con mucha claridad, porque la conozcan en viéndola.

                       - Habiéndola escrito se la leyó.

"Mandara vuestra meced, señora sobrina, dar a mi escudero Sancho Panza, tres de los cinco pollinos que dejé en casa a cargo de vuestra merced. Los cuales tres pollinos se los mando librar y pagar por otros tantos aquí recibidos de contado. Hecha en las entrañas de Sierra Morena y veinte y  dos de agosto de este espesante año".   


-Toma bien las señas que yo procuraré no apartarme de estos contornos dijo Don Quijote, y aun tendré cuidado de subirme por estos más altos riscos por ver si te descubro cuando vuelvas.


Lo más acertado será, que para que no yerres y te pierdas que cortes algunas retamas de las que por aquí hay y las vayas poniendo de trecho en trecho hasta salir a lo raso, las cuales te servirán d mojones y señales para que me halles cundo vuelvas.    

                -Así lo haré respondió Sancho Panza.

Pidió la bendición a su señor, no sin muchas lágrimas de entrambos, se despidió de él y subió sobre Rocinante. Se puso en camino del llano, esparciendo de trecho en trecho los ramos de retama, aunque todavía lo importunara Don Quijote al verle hacer  dos locuras.

            No hubo andado cien pasos cuando volvió y dijo.

-Señor; vuestra merced ha dicho muy bien para que pueda afirmar sin cargo de conciencia que le he visto hacer locuras, será bien que vea siquiera al menos una.

¿No te lo decía yo?, dijo Don Quijote. Espérate, Sancho que en un credo la haré. Sin más ni más, dio dos zapatetas en el aire y dos volteretas, la cabeza abajo y los pies en alto. Volvió Sancho la rienda a Rocinante, dándose por contento y satisfecho de que podía jurar que su amo quedaba loco.




 

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