miércoles, 1 de febrero de 2023

DON QUIJOTE DE LA MANCHA REGRESA A SU ALDEA

 

                                                              CAPITULO IV

                


Viendo pues, que en efecto no podía menearse, decidió acogerse a su ordinario remedio, que era pensar en algún pasaje de sus libros, y le vino  a la memoria aquel Valdovinos cuando Carloto lo dejó herido en la montaña, y casi con muestras de gran sentimiento, se comenzó a revolcar por la tierra y a decir con debilitado aliento lo mismo que el herido Caballero del Bosque.

Y quiso la suerte que, cuando llegó a este verso, acertó a pasar por allí un labrador de su mismo lugar y vecino suyo, que venía de llevar una carga de trigo al molino; el cual viendo a aquel hombre allí tendido, se acercó a él y le peguntó quién era y qué mal sentía, que tan tristemente se quejaba.

Don Quijote creyó sin duda, que aquel era el Marqués de Mantua, su tío, y así, no le respondió otra cosa sino fue proseguir en su romance, donde le daba cuenta de su desgracia de la misma manera que el romance lo canta.

El labrador estaba admirado oyendo aquellos disparates y quitándole la visera que ya estaba hecha pedazos de los palos; le  limpió el rostro, que tenía cubierto de polvo,  y a penas lo hubo limpiado, cuando lo reconoció le dijo::

       -Señor Quijano que así se debía llamar cuando él tenía juicio, y no había pasado de hidalgo sosegado a caballero andante, quién ha  puesto a vuestra merced de esta suerte?, pero él seguía con su romance a cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen hombre, de la mejor manera que pudo le quitó el peto y el espaldar, para ver si tenía alguna herida; pero no vio sangre ni señal alguna

 


 Procuró levantarlo del suelo y, con no poco trabajo, lo subió sobre su jumento, por parecer caballería más sosegada. Recogió las armas, hasta la astillas de la lanza, fue liada y cargada sobre rocinante, al cual tomó de la rienda y del cabestro al asno, y se encaminó hacía su pueblo, bien pensativo de oír los disparates que Don Quijote decía, y no menos iba este que de puro molido y quebrantado, no se podía tener sobre el borrico, y de cundo en cuando daba unos suspiros que obligaron al  labrador a preguntarle de nuevo qué mal sentía.   


  

 No parece sino que el diablo le traía a la menoría  los cuentos acomodados a sus sucesos,  porque en aquel punto se acordó del moro Abindarráez, cuando el alcalde de Antequera, Rodrigo de Narváez, lo prendió y llevó cautivo; de suerte que cuando el labrador le volvió a preguntar que cómo estaba y qué sentía, le respondió las mismas palabras y razones que el cautivo abencerraje a Rodrigo de Narváez por donde el labrador conoció que su vecino estaba loco, y el cabo de una larga arenga, le dijo:

 .                    -Mire vuestra merced, señor que yo no soy Don Rodrigo de Narváez, ni el Marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, ni Abindarráez, sino el honrado señor Quijano. 

         


           

- Yo se quien soy respondió Don Quijote, y sé que puedo ser, no sólo los doce Pares de Francia, y aún los nueve de la Fama, pues todas las hazañas que ellos juntos hicieron aventajan las mías.. 

  En estas pláticas y en otras semejantes llegaron al lugar cuando ya anochecía, pero el labrador aguardó a que fuese algo más de noche, porque no viesen al molido hidalgo tan mal trecho sobre el caballo. 


Llegada, pues, la hora que le pareció, entró en el pueblo, y en la casa de Don Quijote, la cual  halló toda alborotada, y estaban en ella el cura y el barbero del lugar que eran grandes amigos de Don Quijote, a los cuales les estaba diciendo el ama a voces . 

   -¿¡Que la parece a vuestra merced, señor licenciado Pedro Pérez, que así se llamaba el cura - de la desgracia de mi señor?.

                                              


Tres días ha que no aparecen él, ni el rocín, ni la adarga, ni la lanza, ni las armas. ¡¡desventurada de mi, que estos malditos libros de caballerías que él tiene  y suele leer tan de  ordinario le han trastornado el juicio; que ahora me acuerdo haberle oído decir muchas veces, hablando entre sí, que quería hacerse caballero andante  e irse a buscar aventuras por esos mundos.

    Encomendados sean a Satanás y a Barrabás tales libros, que así han echado a perder el más delicado entendimiento que habñia en toda la Mancha.  

       

 - Estos digo yo también dijo el cura, y a fe que no se pase el día de mañana sin que de ellos no se haga auto público, y sean condenados al fuego, porque no den ocasión a quien los leyere de hacer lo que mí buen amigo debe de haber hecho.   

             Todo esto estaba oyendo el labrador, con que acabó de entender la enfermedad de su vecino, y así comenzó a decir a voces:

 


         

 -Abran vuestras mercedes al señor Valdovinos y al señor Marques de Mantua, que viene malherido, y al señor moro Abindarráez, que trae cautivo al valeroso Rodrigo de Narváez, alcaide de Antequera.         

           A estas voces salieron todos y como conocieron los unos a su amigo, las otras a su amo y tío,  que aún no se había apeado del jumento, porque no podía, corrieron a abrazarlo y él dijo:    

        Ténganse todos, que vengo malherido por culpa de mi caballo, llévenme a mi lecho y llamase, si fuese posible, a la sabía Urganda para que cure mis heridas.

 

-¡Mirad, en hora mala- dijo a este punto el ama- si me decía a mi bien mi corazón del pie que cojeaba mi señor!. Suba vuestra merced en buena hora, que sin que venga ese hurgada le sabremos aquí curar; ¡Malditos, digo, sean otra vez y otras ciento estos libros de caballería, que tal han puesto a vuestra merced!.    

       Llevároslo luego a la cama  y examinándole la heridas, no le hallaron ninguna, y él dijo que todo era molimiento por haber dado una gran caída Rocinante, combatiendo con diez jayanes, los más desaforados y atrevidos que se pudieran hallar en gran parte de la tierra.

      Le hicieron a Don Quijote mil preguntas .y a ninguna quiso responder otra cosa sino que le diesen de comer y le dejasen dormir que era lo que más le importaba, mientras tanto el cura se informó del modo que el labrador había encontrado a Don Quijote, él se lo contó todo, incluyendo los disparates que al llevarlo y al traerlo había dicho , llamaron a su amigo el barbero maese Nicolás, con el cual se vino a la casa cuando Don Quijote todavía dormía.

     


 Pidió entonces, a la sobrina las llaves del aposento  donde estaban los libros autores de los daños, y ella se las dio de muy buena gana entraron dentro dentro todos, y el ama de llaves con ellos , y hallaron más de cien libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños; y así como el ama los vio, volvióse a salir del aposento con gran prisa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo: 

              - Tome vuestra merced, señor licenciado rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros y nos encante en pena de la que les queremos ar echándolos del mundo.

                                               


Causó risa al licenciado la simpleza del ama y mandó al barbero que le fuese dando aquellos libros uno por uno, para ver de que se trataban, pues podía hallarse que hallase algunos que no mereciese castigo del fuego.


   

  -No - dijo la sobrina, no ha hay para que perdonar  ninguna porque  porque todos han sido dañadores, mucho mejor será arrojarlos por la ventana al patio, y hacer un rimero de ellos y pegarle fuego. 

 Lo mismo dijo el ama, pero el cura no se avino a ello sin antes leer siquiera los títulos. El primero que maese Nicolás le dio fue el de Amadís de Gaula y el cura dijo. Este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen de este y así me parece que los debemos condena al fuego.  

             -No señor dijo el barbero porque es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto y así, como a único  en su arte, se debe perdonar.     

           -Por esta razón dijo el cura se le otorga la vio por ahora. Veamos ese otro que está junto a él.           

             - Es dijo el barbero él de Las Sergas de Esplendían, hijo de Amadís.  

   


          

-Pues no ha de valer al hijo la bondad del padre , dijo  el cura. Tomad, señora ama, abrid la ventana y echadlo al corral  y de principio al montón de la hoguera..

             Así lo hizo el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandían  fue volando al corral, esperando con toda paciencia el fuego que que lo amenazaba.

           -Adelante dijo el cura, todos los de este lado dijo el barbero son del mismo linaje de Amadís.

.                          -Pues vayan todos al corral dijo el cura   

                           -De ese parecer soy yo dijo el barbero.

                           - Y aun yo dijo la sobina..

               -Pues así es dijo el ama, vengan al corral con ellos.

Luego y después otros cuantos, sin querer cansase más el cura en leer libros de caballerías, mandó  al ama que tomase todos los grandes  y diese con ellos en el corral. No dijo  a tonta ni a sorda, sino a quien     tenía más ganas de quemarlos, y tomando así ocho de una vez, los arrojó por la ventana. Por tomar muchos juntos se le cayó uno a los pies del barbero que quiso saber de quién era, y vio que decía Historia del  Famoso Caballero Tirante el Blanco.

       

-Válgame Dios, dijo el cura dando una gran voz-dadme acá, compadre , que hago cuenta que he hallado en él  uh tesoro de contento y una mina  de pasatiempos. Por su estilo es el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, duermen y mueren en unas camas, con otras cosas de que todos los demás libros de este género carecen. 

          - ¿Y qué haremos dijo el barbero de esos pequeños libros que quedan.

          -Estos dijo el cura no deben ser de acaballarías, sino  de poesía. Estos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han llegado hacer.

 


 

 - ¡Ay, señor dijo la sobrina, bien los puede vuestra merced mandar quemar  como los demás;   porque no sería mucho que, habiendo sanado mi señor tío  de la enfermedad caballeresca, leyendo éstos se le antojase hacerse  pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y lo que sería peor hacerse poeta, que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza.   

          -Verdad dice esta doncella, dijo el cura, y será bien quitarle a nuestro amigo este tropiezo y ocasión de delante.

   

 Estando en esto, comenzó a dar voces Don Quijote, diciendo: Aquí, valerosos caballeros; aquí es menester mostrar la fuerza de vuestros valerosos brazos; que los cortesanos llevan lo mejo del torneo. 

       Por acudir a este ruido y estruendo, no se siguió adelante con el escrutinio de los demás libros que quedaban.   

         

 Cuando llegaron a Don Quijote, ya  él estaba levantado de la cama, y proseguía en sus voces y en sus desatinos, dando cuchilladas y reveses a todas partes, estaba tan despierto  como si nunca hubiese dormido. Se abrazaron con él y por fuerza la volvieron al lecho, le dieron de comer y se quedó tranquilo y otra vez dormido y ellos admirados de su locura..

Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos libros había en el corral y en oda la casa, y algunos debieron de arder que merecían   guardarse en perpetuos archivos, más no lo permitió la suerte, y así se cumplió en ellos el refrán de que a veces  "PAGAN JUSTOS POR PECADORES".

Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron, por entonces, para el mal de su amigo fue que le tapiasen el aposento de los libros, para cundo se levantase, no los hallase; y así fue hecho con mucha presteza. De allí a dos días, se levantó  Don Quijote, y lo primero que hizo fue a ver a sus libros ; y como no hallara el aposento donde los había dejado, andaba de una a otra parte buscándolos. Llegaba hasta donde solía tener la puerta , tentaba con las manos buscando y volvía, revolvía van los ojos por todo sin decir palabra.




Al cabo de un buen rato, preguntó a su ama hacía que parte estaba el aposento de sus libros. El ama, que estaba bien advertida de lo que habría de responde le dijo:

             -¿Que aposento busca vuestra merced?. Ya no hay aposento, ni libros en esa casa, porque todo porque todo se lo llevó el mismísimo diablo.

                  -No era el diablo sobrina , replicó la sobrina, sino un encantador que vino sobe una nube durante una noche, después del día  que vuestra merced de aquí se partió, y apeándose de una sierpe en que venía cabalgando, entró en el aposento. No sé lo que hizo dentro, que al cabo de poco salió volando por el tejado y dejó la casa llena de humo; cuando acudimos  mirar lo que había hecho , no vimos libros ni aposento alguno, sólo nos acordamos muy bien de que al tiempo de partir aquel mal viejo, dijo en altas voces que, por enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos libros y aposento, dejaba el daño  que  aquella casa que después se vería. Dijo también que se llamaba Muñatón.

                                   -Frestón diría, dijo Don Quijote..


                

 - No sé respondió el ama, si se llamaba Frestón o Fritón; sólo se   que acabó en tón su nombre. 

            -Así es dijo Don Quijote, ése es un sabio encantador, gran enemigo mío, que me tiene ojeriza porque sabe por sus artes y letras que de he venir, andando los tiempos, a pelear en singular batalla con un caballero a quien él favorece, y lo he d vencer sin que él lo pueda estorbar.



       

-Pero quién le mete a vuestra merced, señor tío, en esas pendencies?, dijo la sobrina, ¿No sería mejor estar pacifico en su casa, y no irse por el mundo a buscar pan de trastigo, sin considerar que muchos "VAN A POR LANA Y VUELVEN TRASQUILADOS".

                 


  ¡Och sobina mía !, respondió don Quijote,  cuan mal estás en la cuenta, antes de que a mí me trasquilen, tendrá peladas y quitadas las barbas a cuantos imaginaren tocarme en la punta de un solo cabello.

                   No quisieron los dos replicarles más, porque vieron que se le encendía la cólera.

 


      

                

                         FIN EL CAPITULO IV                                  .

            



    

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