jueves, 2 de febrero de 2023

LA AVENTURA DE LOS MOLINOS

 

CAPÍTULO V


Quince días estuvo en casa muy sosegado, sin dar muestras de querer secundar sus primeros devaneos. Sin embargo, en este tiempo solicitó Don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien, pero de muy poca sal en la mollera, que le sirviera de escudero. Tanto le dijo, persuadió y prometió, que el pobre villano se decidió a seguirlo.

Decíale, entre otras cosas, Don Quijote que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez podía suceder alguna  aventura que ganase alguna  ínsula y lo dejase a él por gobernador de ella.

Con estas promesas y otras tales Sancho Panza, que así se llamaba el labrador dejó a su mujer e hijos y se asentó como escudero de su vecino.

Dio luego Don Quijote orden de buscar dineros, vendiendo una cosa, empeñando otras y malbaratándolas todas, reunió una razonable cantidad, pertrechado lo mejor que pudo, avisó a su escudero Sancho del día y la hora en que pensaba ponerse en camino, para que él se acomodase de lo que viese que más le era menester, sobre todo le encargó que llevase alforjas. 


Él dijo que las llevaría, y  que asimismo pensaba llevar un asno que tenía muy bueno, porque él no estaba hecho a andar mucho a pie, se proveyó de camisas y de las más cosas que él  pudo, conforme al consejo que el ventero le había dado; todo lo cual hecho y cumplido, sin despedirse  Sancho Panza de sus hijos y mujer Don Quijote de su ama y sobina, una noche salieron del lugar sin que nadie los viese; en la cual caminaron tanto que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarían aunque los buscasen.

  

 Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca, con sus alforjas y su bota, con mucho deseo de verse gobernador de la ínsula que su amo le había prometido. Acertó Don Quijote a tomar el mismo camino que había tomado en su primer viaje, por el campo de Montiel, y caminaba con menos pesadumbre que la vez pasada, porque, por ser la hora de la mañana y herirlos de soslayo los rayos del sol, no fatigaban, mientras tanto Sancho Panza, dijo esto a su señor: Mire vuestra merced, señor caballero andante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido, que yo la sabré gobernar por grande que sea. 

   


  

  -Has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre muy usada de los caballeros andantes antiguos hacer gobernadores a sus escuderos de las ínsulas de sus reinos, y yo tengo determinado que, por mi no falte tan agradecida usanza; antes pienso aventajarme en ella, porque ellos algunas veces esperaban a que su escudero fuesen viejos para darles algún titulo de conde o marqués de algún valle o provincia; pero si tú vives y yo vivo, bien podría ser que antes de seis días ganase yo tal el reino que tuviese otros a él adheridos viniendo  de molde para coronarte como rey de uno de ellos. 


    -De esta manera respondió Sancho Panza, si yo fuera rey por algún milagro de los que vuestra merced dice, Teresa, mi mujer, vendría a ser reina, y mis hijos infantes.                            

                 - Pues quién lo duda?, respondió Don Quijote..

      -Yo lo dudo respondió Sancho, porque tengo por mí que aunque lloviese reinos sobre la tierra, ninguno asentaría bien sobre la cabeza de Teresa Cascajo. Sepa señor que no vale dos maravedís para reina, condesa le caería mejor. 

       - Encomiéndalo. tu Sancho al cielo, respondió Don Quijote, él dará lo que más convenga, pero no te  apoques tu ánimo  tanto que te vengas a contentar con menos que, con ser adelantado.

      - No lo haré señor mío respondió Sancho y más teniendo tan principal amo en vuestra merced que me sabra dar todo aquello que me esté bien y yo pueda llevar.

      


 En esta conversación descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como Don Quijote los vio dijo a su escudero.-La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque  ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más desaforados gigantes, con quienes pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecernos; que esta es buena guerra, y es gran servicio del cielo, el quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. 

      

                                - ¿ Que gigantes ?dijo Sancho Panza.

        - Aquellos que allí ves, respondió su amo - de los brazos largos, que los suelen tener alguno de casi de dos leguas.

        - Mire vuestra merced, respondió Sancho  - que aquellos no son gigantes, sino molinos de viento, y en lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas por el viento, hacen andar la piedra del molino..

        - Bien parece respondió Don Quijote - que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes, si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte de oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos  en fiera y desigual batalla. 

     


 

Y diciendo esto, dio espuela a su caballo Rocinante, sin atender las voces que su escudero Sancho le daba advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes hacia   aquellos que iba a acomete. Pero él estaba tan empeñado en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, diciendo a grandes voces.

       - No huyáis cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.   

     

En aquel momento se levantó un poco de viento propiciando que las grandes aspas comenzaran a moverse, lo cual visto por Don quijote dijera, pues aunque mováis más los brazos que los del gigante Briarco, me las habéis de pagar, se encomendó de todo corazón a su señora Doña Dulcinea, pidiéndole que en tal trance lo socorriese, luego bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió contra el primer molino que estaba delante, dándole una lanzada en el aspa.

     

 

 Lo volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras de sí al caballo y caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. 

Acudió Sancho Panza a socorrerlo, a todo correr de su asno, y cuando llegó lo halló que no se podía menear, tal fue el golpe que dio con él  Rocinante.   .   

      ¿Válgame Dios, dijo Sancho ¿no le  dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar, sino que llevas otros tales en la cabeza?.

  -Calla, amigo Sancho, respondió Don Quijote que los casos de  la guerra, más que otros están sujetos a continuas mudanzas, cuanto más  que yo pienso, y así es verdad, que aquel sabio Frestón  que robó el aposento y los libros, ha convertido estos en molinos  en gigantes por quitarme la gloria de su vencimiento, tal  es la enemistad que me tiene, más al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.

           -Dios lo haga como puede respondió Sancho. ayudándole para levantarse y a subir sobre Rocinante que medio despaldado estaba.


Hablando de la pasada aventura, siguieron el camino de Puerta Lapice, porque allí decía Don Quijote que no era posible dejar de hallar muchas y diversas aventuras.      



Después que hubieron andado un buen trecho, dijo Sancho que mirase pues  era la hora de comer. Respondió su amo que por entonces no le hacía falta; que, comiese él cuando se le antojase .



Con esta licencia se acomodó Sancho lo mejor que pudo  sobre su jumento  y, sacando de las alforjas lo que en ella había puesto, iba comiendo y caminando detrás de su amo de cuando en cuando empinaba la bota  con tanto gusto que lo pudiera envidiar el más regalado bodeguero de Málaga.


 Y en tanto que él iba de aquella manera  menudeando trago, no se acordaba de ninguna promesa  que su amo le hubiese hecho , ni tenía por ningún  trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando aventuras por peligrosas que fuesen.

Aquella noche lo pasaron entre unos árboles, y de uno de ellos desgajó Don Quijote  un ramo seco que casi le podía servir de lanza, y puso en el hierro que quitó de la que le habría quebrado y  no durmió en toda la noche, pensando en su señora Dulcinea, por acomodarse a lo que había leido  en sus libros,  cuando los caballeros pasaban sin dormir muchas noches  en las florestas y despoblados.

No pasó  así la noche  Sancho Panza, que, como tenía el estómago lleno y no de agua de achicoria, de un sueño se la llevó  de un tirón toda la noche. .Al levantarse , dio un tiento a la bota y hallóla   algo más flaca que la noche de antes, afligiéndosele el corazón por parecerle que no llevaban camino de enmendar tan presto su  falta. 

No quiso desayunar Don Quijote porque como está dicho dio en sustentarse de sabrosos recuerdos. Tornaron a su comenzado camino y no tardaron  en descubrir Puerto Lapice.
       

-Aquí dijo Don Quijote podremos hermano Sancho meter la mano hasta los codos, en esto que llamamos aventuras,. más advierte que, aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no has de poner mano a tu espada para defenderme, si no vieres que los que me ofenden es canalla y gente baja; si fueren caballeros, de ninguna manera te es lícito,  ni concedido por las leyes de caballería  que me ayudes hasta seas  armado caballero.   

        - Por cierto señor  Respondió Sancho que vuestra merced será muy bien servido en esto y más, que yo por mi natural soy pacífico y enemigo de meterme en ruidos y pendencias; pero en lo que tocare a defender mi persona, no tendré mucha cuenta con esas leyes, pues las divinas y humanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere agraviarlo. 
  
        -No digo yo menos respondió Don Quijote pero en esto de ayudarme contra caballeros has de tener a raya tus naturales ímpetus.

 
Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la orden de San Benito, cabalgando en dos mulas. Detrás de ellos venía un coche, con cuatro o cinco de a caballo que lo acompañaban y dos mozos de mula a pie, y  en el coche como después se supo viajaba una señora vizcaína  que iba a Sevilla, donde estaba su marido que pasaba a las Indias  con un cargo muy honroso. No venían los frailes con ella, aunque hacían el  mismo camino, los divisó, Don Quijote dijo a su escudero.
         
         

_  O yo me engaño o ésta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto, porque aquellos bultos negros que allí aparecen deben ser y son sin duda alguna. encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche y es menester que mi poderío le devuelva su perdida libertad.  
     
     - Peor será esto que, lo de los molinos de viento, dijo Sancho, mire, señor que aquellos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente pasajera; mire bien lo que hace no sea que el diablo lo engañe.   



     - Ya te he dicho Sancho respondió Don Quijote que sabes poco de aventuras; lo que yo digo es verdad, y ahora lo verás.    
  se adelantó, se puso en mitad del camino y en alta voz dijo:
        -Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas que en este coche lleváis  forzadas, si no, disponeos a recibir presta muerte en justo castigo  de vuestras malas obras. 



Detuvieron los frailes las riendas, admirados, así de la figura   de Don Quijote como de sus razones,  a las cuales respondieron: Señor caballero, nosotros no somos endiablados, ni descomunales, sino dos religiosos  de San Benito que seguimos nuestro   camino, y no sabemos si en este coche vienen  o no forzadas princesas.

     - Para conmigo no hay palabras blandas, que ya os conozco, fementida canalla- dojo Don Quijote.
  
Sin esperar más respuesta, picó a Rocinante y la lanza baja, arremetió contra el primer fraile con tanta furia y denuedo que, si este no se dejara caer de la mula, lo hiciera venir al suelo mal de su agrado y aun mal herido, si no cayera muerto. El segundo religioso, que vio del modo que trataban a su compañero, espoleó a su buena mula y comenzó a correr por aquella campiña más ligero que el mismo viento.


Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, apeándose ligeramente de su asno  arremetió contra él y comenzó a quitarle los hábitos. Llegaron en estos los dos mozos de los frailes y peguntaron porque lo desnudaba, Sancho le respondió que aquello le tocaba a él legítimamente, como despojos de la batalla que su señor Don Quijote había ganado.


Los mozos que no sabían de burlas, ni entendían aquello de despojos y batallas, viendo que ya Don Quijote, estaba desviado de allí hablando con la que en el coche venían, arremetieron contra Sancho, dieron con él en el suelo y, sin dejarle pelo en las barbas, lo molieron  a coces y lo dejaron tendido sin aliento  ni sentido. Sin detenerse un punto, tornó a subir el fraile,  todo temeroso y acobardado y sin color en el rostro. Cuando se vio a caballo, picó tras su  compañero, que a buen espacio de allí estaba aguardando y esperando en que paraba aquel sobresalto.

     Sin querer aguardar el fin de todo aquel comenzado suceso, siguieron su camino haciéndose más cruces  que si llevaran el diablo a las espaldas.

                                                  

                               
                                       .FIN DEL CAPÍTULO

      

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