EL ARTE DE LA GUERRA EN EL SIGLO lll a.C.
Los principales avances, tanto en la teoría como en la práctica militares con anterioridad a las Guerras Púnicas, ocurrieron todos ellos en el mundo griego.
Las
ciudades Estado griegas fueron las primeras en desarrollar las falanges (organización táctica
para la guerra) de hoplitas (soldado de Infantería de la
antigua Grecia), una densa masa de soldados de infantería bien
armados que avanzaba y luchaba arrollando cuanto se le ponía en el camino.
En tierra
esos hombres armados con espadas denostaron ser superiores a cualquier otra
clase de combatientes hasta el comienzo del siglo IV a.C.
Se
trataba de un sistema de lucha especialmente diseñado para los soldados-granjeros-griegos,
que deseaban resolver las campañas rápidamente para poder regresar de inmediata
a trabajar en sus granjas.
No exigía
demasiada habilidad técnica y tampoco una excesiva preparación, para que los
ciudadanos griegos, (sí se
hace excepción de los espartanos), tenían poco tiempo, pero sí un
gran coraje y una intensa solidaridad de grupo, algo que los hoplitas de las
ciudades-Estado poseían en abundancia.
Las
tácticas eran sencillas, en especial cuando dos falanges parecidas se
enfrentaban la una a la otra en una guerra entre ciudades rivales, las sutilezas
tales como las tropas de reserva eran
absolutamente desconocidas. Numerosas guerras eran cosa de unas semanas y
se resolvían después de un día de batalla en alguna de las escasas llamaras que contaba la Península Helénica.
El arte
de la guerra fue evolucionando en Grecia a medida que iba cambiando la sociedad
y, en los siglos V y IV a.C. aparecieron
en un número cada vez mayor lo soldados profesionales, las campañas tendieron a
durar mucho más y dejaron de estar
sujetas a la duración del año agrícola, mientras que el generato y las tácticas
fueron adquiriendo importancia.
Filipo II
y Alejandro Magno de Macedonia dirigieron soldados profesionales bien preparados y disciplinados, formando ejecitos
en los que se incluían secciones de caballería pesada y ligera, y cuerpos de
infantería ligera que acompañaban a la
infantería pesada de las falanges que, en lugar de espadas, ahora iba armado
con lanzas que sostenían a dos manos. Fue con un ejército de esta clase con el
que Alejandro alcanzó la india a través de Oriente Próximo en algo más de una
década.
En ese
momento el sistema militar heleno había demostrado su superioridad sobre
cualquier otro de los existentes en el mundo, pero después de la muerte de
Alejandro y de la desmembración del Imperio en varios reinos sucesores en
disputa, los ejércitos al estilo macedónico se encontraron enfrentándose a
menudo a otras fuerzas parecidas.
Allí
donde ambos bandos hacían uso del mismo sistema táctico y de idéntico
equipamiento, era mucho más difícil alcanzar la victoria decisiva. Como
consecuencia de ello, esos ejércitos comenzaron a experimenta con toda clase de
armas inusuales, como los carros armados de cuchillas, los elefantes de guerra
y una caballería provista de una pesada armadura de escamas, en un intento por conseguir
cierta ventaja sobre el enemigo.
También
se concedió mucha más importancia al papel del comandante que trataría de
obligar a que se presentase batalla n las condiciones más favorables para su
propio ejército y de evitar el contacto si la situación se había puesto en
contra.
Ni los
romanos ni los cartagineses contaban con un ejército moderno basado en el
modelo helenístico, pero las campañas que se libraron entre ellos iban hacerse en buena medida siguiendo el arte de
la guerra helenística contemporánea. El elemento más importante y decisivo de la guerra continuó
siendo la batalla campal, aunque las incursiones por sorpresa y los
asedios comenzaron ahora s desempeñar un papel mucho más
significativo del que había tenido en la época de la confrontación entre
hoplitas.
Una clara victoria conseguida en una batalla en campo abierto era la mejor manera de ejercer presión sobre el enemigo, pero existía también la posibilidad de la derrota, por lo que la batalla en campo abierto suponía también un riesgo que no se debía tomar a la ligera.
Un número elevado de bajas era difícil de sustituir con rapidez, desde el momento en que tanto los mercenarios cartagineses como los soldados de leva romanos exigían tiempo para convertirse en una fuerza de combate en la que poder confiar. Incluso aunque la mayoría de un ejército derrotado consiguiera sobrevivir sl encuentro se veía profundamente hundido en su moral, por lo que era improbable que pudiera enfrentarse al mismo enemigo de nuevo con alguna posibilidad de éxito hasta pasado algún tiempo.
Las
batallas no se libraban prácticamente nunca por otros motivos estratégicos que
destruir al ejército enemigo; por tanto un buen comandante buscaba presentar
combate cuando consideraba que tenía muchas posibilidades de victorias y evitar
la confrontación de no ser así.
Las
campañas de las Guerras Púnicas cubrieron un territorio muy extenso, al tiempo
que los ejércitos involucrados eran relativamente pequeños.
Con unos
servicios de inteligencia estratégicos habitualmente pobres y en ocasión
inexistentes, era raro que uno de los bandos poseyera una idea clara de
localización del enemigo hasta que los dos llegaban a estar muy próximos. En
esa época los ejecitos acostumbraban a desplazarse de una manera descuidada,
moviéndose tan rápidamente como les fuera posible hacía la zona que se había
previsto para realizar la campaña, y sólo se volvían cautelosos cuando el
ejército enemigo se hallaba ya situado a
escasos días de marcha.
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